Ahmed Burić: Versiones del bosnio: Florencia Ferre

Presentamos Once poemas y Carta al amigo asesinado, una notable serie de Ahmed Burić, poeta nacido en Sarajevo (actual Bosnia y Herzegovina) en 1967.
Nota y versiones: Florencia Ferre

La confrontación ineludible con el pasado

Ahmed Burić es uno de los más destacados y comprometidos intelectuales de la ex Yugoslavia. Periodista, columnista, poeta y ensayista, sus incisivas interpretaciones de la realidad de su ciudad y del mundo se publican regularmente en el portal Radio Sarajevo. Además, sus notas pueden leerse en italiano en el sitio Osservatorio Balcani e Caucaso. Después de la guerra de Bosnia, durante la cual se exilió en Eslovenia, publicó los libros de poemas Bog tranzicije ([El dios de la transición] 2004), Posljednje suze nafe i krvi ([Las últimas lágrimas de petróleo y sangre] 2009), Materni jezik ([Lengua materna] 2013) y Hipertenzija ([Hipertensión] 2017). En 2015 publicó el libro de notas periodísticas Od Ivana do Azize [De Ivan a Aziza] y en 2016, la colección de cuentos cortos Devet i po [Nueve y medio].

Conocí a »Bure« –cuyo apodo tiene un leve guiño al delicioso bocadillo callejero característico de Bosnia–, en un seminario de traducción en Novo Mesto, Eslovenia. Ahmed llegaba tarde a las sesiones y todos quedaban admirados con los aciertos poéticos de sus traducciones del esloveno al bosnio. Sensible, brillante, de una intuición que no dejaba lugar a la duda, entendía rápidamente y sin palabras con quién tenía algo en común. Entre las actividades complementarias al seminario teníamos veladas literarias con los autores a los que estábamos traduciendo, y en una de ellas Bure, que también es músico, cantó acompañado por la guitarra eléctrica y leyó uno de sus poemas, Buenos Aires, que yo traduje y leí esa misma tarde para acompañarlo. En otro de esos seminarios, unos quince años después de la desintegración de Yugoslavia y ya pasado el momento en que la independencia parecía un ideal de afirmación y libertad, asistí al debate, entre traductores del esloveno al croata, al serbio y al bosnio, sobre la diferenciación de esas tres lenguas. Ahmed puso ahí la palabra clave: es una cuestión política; se consideren lenguas distintas o variantes de una misma lengua, hasta hacía pocos años tenían el nombre común de serbocroata, y guardan entre sí diferencias similares a las que conocemos en nuestras variantes del español. Ahmed dice que »la única lengua que le gustaría aprender –si no dominar–, es el español, pero este español sudamericano un poco más suave y astuto al mismo tiempo« y –agrego– más parecido a la lengua que puede haber oído Ahmed en Sarajevo, el ladino. Estas versiones, entonces, se permiten ese matiz rioplatense.

Podría pensarse que hay poco en común entre la mentalidad, la cultura y la historia de un bosnio y nuestra realidad al sur del sur del mundo, y sin embargo, Bure conseguía y sigue consiguiendo desenmascarar lo esencial de lo político en sus artículos y en su poesía, y hacernos parte, acercarnos y acercarse, de modo que al leerlo tenemos la impresión de que está hablando también de nosotros, aunque entre Sarajevo y Buenos Aires hay una distancia de 11.650 kilómetros y diferencias históricas y culturales inconmensurables, con las que sin duda también tropezamos en los poemas. Es probable que pocos sepamos que Keraterm fue uno de los campos de concentración cerca de Prijedor durante la guerra de Bosnia, o que vakuf es la propiedad inalienable entregada en herencia en el mundo musulmán, o que beg –y su plural begovi– es el título de gran señor y lo fue de los primeros tres jefes del Imperio Otomano, más adelante llamados sultanes; o que balija es una forma peyorativa de llamar a los bosniacos, los musulmanes bosnios, o que merhamet designa la obligación samaritana, la vocación y sensibilidad para ayudar a quien lo necesita en el mundo musulmán. Pero son tropiezos leves: son muchas más las coincidencias con que nos encontramos en sus poemas, que por momentos parece que podrían haber estado escritos en la Argentina.

Parte de una generación perdida durante la guerra, Ahmed Burić mira las ruinas de lo que fue –la idea de nación, los valores morales aprendidos en el socialismo– y el desmoronamiento de toda esperanza –incluso la memoria de los muertos en la guerra es moneda de cambio o carroña para intereses siempre al acecho–, como un observador lúcido, decepcionado pero nunca resignado, melancólico pero no nostálgico. Y ve en el presente un fruto que se compra verde –como en su poema Globalización– y que nunca podrá madurar. Una y otra vez se pregunta »qué hacer con tanta historia« en un mundo donde la ciencia ficción ha cumplido todas sus promesas y ya no tiene lugar la imaginación del futuro.

Sus poemas tienen la eficacia de un sablazo, de un combate singular, cuerpo a cuerpo, donde no se puede eludir la exposición de todas las terminaciones nerviosas a esa masa contundente de su poética. Por último, tengo que aclarar que Bure habla un esloveno que para mí, como hablante extranjera y muy reciente de esa lengua, me cuesta entender, y leer sus poemas en bosnio es un desafío interesante, pero que no puedo completar sin algún otro apoyo. De modo que para esta traducción me valí tanto de su original como de las traducciones al esloveno de otro gran escritor, el novelista Dušan Šarotar; su ayuda fue muy valiosa para darle forma a estas versiones.


Once poemas y Carta al amigo asesinado


Las puertas del paraíso

¿Cómo debe ser el poema?
Debe tener devoción derviche
testamento poético
la armonía en si bemol de Chaikovski
una estructura que impregne el cerebro y el cuerpo
y que los una, armando un contrapunto singular
la conciencia de falta de calcio cuando te cruje el cuello
y te recuerda
una cierta
sabiduría de generaciones pasadas
como cuando tu padre
te dijo en vísperas de la guerra:
“Todo va a fracasar, ya no hay verdaderos maestros.”
Debe tener
la eficacia del plan Marshall
el poder de la guerra de guerrillas contra
la dominación sobre las minorías
la exaltación que eleve los corazones de millones
y el azul del horizonte que se
ve desde la casa en la costa,
debe aceptar que sos débil,
más débil que cada uno de tus versos, y
debe tenerte a vos, la última estación
antes de admitir
que un poema que surge de
la experiencia
de la soledad, de amores no vividos
y ciudades sitiadas
abre las puertas del Paraíso.
O del infierno, da lo mismo.


Todos los ríos van al mar

Viajamos a Prijedor
al valle del Sana
todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
decía la publicidad cuando
pensábamos que
Keraterm era una fábrica de cerámica
apenas dos años
después
instalaron un campo de exterminio en cuatro habitaciones
donde golpearon hasta morir
a los prisioneros, a Fikret, a Fahrudin,
a Ilijaz, Uzeir y a un tal Jove
que estaba casado con una musulmana
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
mientras leemos poemas
a profesoras de lengua pensionadas
y a una pareja con cámaras fotográficas
de quien solo después se revelará por qué están aquí
siento que se me clavan agujas en la nuca
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
toma asiento un hombre corpulento, de largo pelo gris y
barba recortada alrededor de la boca
no quiero ni pensar
qué habrá hecho durante la guerra
pero parece civilizado
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
y él leyó un poema
después fuimos a Sanski Most
un puente de sueños y hablamos largamente
de cómo la gente de junto al agua es distinta
de la gente de montaña
los de provincia y yo
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
vi la marquesina del Banco de Comercio
ahí está mi padre
cuando pensábamos
que Keraterm era una fábrica de cerámica
construían un centro de cómputos
los de provincia y él
antes estaba todo junto
y él volvía contento los fines de semana
y yo soñé otra vez
porque todos los ríos van
al mar
pero el Sana va hacia usted
dormíamos en un hotel
que en 1995 era el cuartel
de Željko Ražnjatović, Arkan,
perforaban las paredes los gritos
que al amanecer trataba de aplacar
el estridente ezan de la mezquita
preguntaste por qué todos se comportaban
como si no pasara nada, hablamos
de nuestros logros poéticos
y volvimos a Sarajevo
a informar a la Sociedad de escritores
que todo se había desarrollado en perfecto orden
que teníamos bien ganados los viáticos
al volver a la Sociedad ya nos esperaba
la fotografía de un señor de Prijedor
que leía sentado su poema
y decían
indignados cómo es que los poetas no habían ido
a honrar a las víctimas asesinadas
a Fikret, Fahrudin, Ilijaz, Uzeir
y quizá a ese tal Jove
que estaba casado con una musulmana
pero el tipo era el administrador del campo de exterminio
cómo no les da vergüenza
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted
a la lectura lo invitó un colega
un poeta que fue él mismo
detenido en el campo y decía
no me vengan a contar a mí
yo soy musulmán y sé bien cómo fue y
sé de la merhamet y del perdón y a quién
hay que invitar y a quién no
avergonzado y abrumado me fui a casa
y no pude encontrar en los libros
nada sensato sobre lo ocurrido
porque todos los ríos van al mar
pero el Sana va hacia usted.


Patria

Como los sueños de una adolescente que después del primer
coito decepcionante y doloroso,
sabe que no se va a casar con el príncipe
desde la tapa de la revista a color
se destrozaron los sueños de la patria:
nuestra economía está basada en el modelo medieval
circular
e incestuoso del enriquecimiento
de unas pocas familias,
pero nuestra filosofía está en manos de soldados de la reserva nacional,
sus cuellos blancos se alzan rígidos,
cuando con un spritzer se les suelta la lengua y
hablan de la construcción o deconstrucción del mito nacional.
Nuestra poesía está en manos de ketmanes de doble vida,
y nuestras academias, ¿se imaginan quién impulsa todo eso?
Tengo una sinfonía no escrita,
conceptos (anti)heroicos, coros
consagrados,
se abre paso entre nosotros una estampida de indiferencia de gente
que confiaba en que su patria –
una muchacha que todos tenían y casaron con un héroe idiota
después de alguna fiesta –
les diera al menos alguna razón para esperar
que este amor existiera de verdad,
que los hermanos, los hijos, las madres, toda esta juventud perdida,
no se haya borrado por
el tintín filisteo de los ducados en la bolsa,
el sonido que puede reconstruirse
a través de un análisis de ADN,
un sonido falso que puede ser tan real
como nuestro
desesperado amor a la patria.


Lengua materna

Anoche soñé que había encontrado
la lengua materna
hablaba de algo importante con mi madre
sobre mi vida futura, después
me reía, y después lloraba amargamente
me desperté feliz
una música sonaba en mi cabeza
La viña, la viña, la viña.
Novena, décima, broncínea Bosnia
con la ayuda de mi madre encontré
en mí la lengua materna
pero no aprendí demasiado sobre mí.
Ella me dijo: podrías vivir por tu cuenta,
seguir amando la música y el teatro,
plantar un viñedo; y podrías
casarte, para darme algún nieto
cuando sea vieja, pero no,
todavía estás soñando.
Y soñé que
me besaba con una en Tromostovje
y tal vez entonces perdí el tren para los nietos de mi madre
mientras me apasionaba por su lengua,
que no es mi lengua materna
pero aquel beso fue la cosa más bella que jamás haya vivido.
Las ciudades que dejé al amanecer
podrían haberse vuelto metrópolis luminosas, espléndidas
de calles anchas, pero no tuvieron esa suerte
como tampoco yo con
la lengua materna,
no nos encontramos, salvo
de vez en cuando
en algún sueño. O en los besos.
Yo, con mi alma tierna que apenas gambetea
y ella, un monstruo con grandes reflectores
pero poca luz
muy poca
como para arrojar alguna esperanza.
En la lengua materna.


Buenos Aires

A Milorad Popović

Pasan los años
y cada vez tengo menos esperanzas
de ver Buenos Aires.
Y de respirar profundo
respirar buenos aires.
Somos Europa
luchamos contra los envases
de polietileno, y por los derechos humanos
y por los derechos de los peces
de acuario
nosotros que gozamos entre
algas artificiales
mientras nos pasan oxígeno
por un tubo
por arriba del vidrio de nuestra soberanía restringida.
Quiero cantar y bailar tango
y gritar en la Bombonera
y, como al príncipe polaco W. Gombrowicz,
quiero que no me importe qué piensen de mí
en mi patria.
Quiero urdir una conspiración
contra la patria
que fracase en el primer
contacto del tren de aterrizaje con el suelo,
yo, antes emigrado,
anuncio la libertad.
Decían que me esperaban con los brazos abiertos
pero luego me querían asfixiar
a mano limpia.
Pasan los años y cada vez tengo menos
esperanzas de ver Buenos Aires,
de que mi patria me dé
buenos aires.


Sosa sociedad

“No lo sales tanto.
Es malo para la presión.”
En lo de mi madre, durante el almuerzo, cae
al plato una gota de sudor, el bocado
está muy salado.
Mi tía descuelga un cuadro
y me lo regala diciendo
“Mirá, no voy a durar mucho, el pintor ya está
también entre los ángeles, tal vez el cuadro tenga algún valor,”
y cinco libros: descarto uno de inmediato, los otros son
Muerte en Venecia, edición para bibliófilos,
Poesía de Crnjanski, la biografía de Buñuel
y los diarios de Miodrag Stanisavljević
publicados en Novi Pazar, en los que
se burla de los chauvinistas.
Estas cosas ya no significan nada para nadie,
nadie mirará ya nuestros retratos,
somos una sociedad destrozada,
tan destrozada
que miramos lo bello y nos consolamos
por no ser los únicos culpables
de nuestro derrumbamiento.
Sosa sociedad
vivimos nuestra era
envueltos en lágrimas,
en sudor.


Autobiografía

Con el dolor en el útero de mi madre: así debe de haber empezado. Luego, la foto de mi padre, el mito del hombre que por la mañana temprano, lejos de las miradas de los vecinos, abandona un sitio pequeño, siempre listo para volver a empezar.

Casitas cubiertas por pobres tejados, se alza la niebla, hay cantos aquí y allá.

¿Por qué siempre que pienso en partir, se me ocurre que habría que prender fuego la municipalidad?

Cuando por fin tuve que enterrarlo dentro de mí, fue una de las primeras teleportaciones: él vivía una vida que buscaba por la estratósfera sus guiños y explicaciones; era muy de su estilo elegir un viaje al universo en una cápsula, aunque esa forma de funeral se ha extendido desde entonces. Mi madre, mi madre es distinta. Ella tenía una cualidad extraña: en ocasiones, cuando por ejemplo yo quería presentarle a una mujer con quien entonces me estaba viendo, ella encontraba alguna tarea, cosía o limpiaba, para subrayar así su papel de víctima.

No me enojo. Su vida es bastante larga y si así puede decirse es completamente entendible, tenía derecho a hacer lo que quisiera de ella.

Esta es mi autobiografía:

No me gusta la sensación de impotencia que las fuerzas de la naturaleza desatan cada tanto. Los truenos, o cuando el viento hace temblar la baranda del Empire State Building.

Cuando en los créditos de alguna película apareció mi nombre, por un momento me sentí orgulloso.

Anduve en subterráneo, tuve náuseas de inmediato. Miré abajo y vi que estaba en la que alguna vez fue tierra de nadie; aquí estará el monumento al holocausto.

La proximidad de los animales en la estación ZOO seguramente ayudó a que la gente se haya vuelto tan parecida a las bestias allí.

En un restaurante había un hombre sentado, parecido a Hemingway, solo pensé que sería casi de un estilo impecable terminar aquí, entre dos mundos a los que jamás pertenecí, y a la vez ser parte de ambos.


El tiempo que pasó

(al recibir la noticia de la muerte de Mirko Kamenjašević)

No tiene sentido anunciar un mundo mejor, aunque haya sido alguna vez mejor, los recuerdos son solo restos de la luz. Sé que las bordadoras del gobelino de la reproducción de La última cena pueden haber recibido tres millones y medio de dinares, lo que cuesta el fitito, el protagonista de la película Nacionalna klasa. Todo esto no sirve para nada, excepto para posar la mirada sincera en el cielorraso; el deseo de que los oyentes se queden a la mesa es una disciplina que se ha transformado en un gesto reconocible y es bueno tenerlo, una parte del público lo considera tradición oral.

Con todo y todo, nuestros espejismos superfluos y sus sonidos, parecen el intento de adornar este tiempo, como una burla inútil. Como un revuelto de horas derramadas.

¿Qué sangre corre de las yemas de los dedos cuando una mujer se pincha al bordar un gobelino, en uno de los primeros encuentros con el trabajo de Leonardo? Al oír la noticia de que ha muerto en España el periodista radial cuya voz me daba los resultados bajo el edredón, reaccioné de la única manera que pude; como la noticia llegó un domingo, día de partido, me pareció que era un signo muy claro de que la estructura del poema podía ser accesible.

De que el sentido y la forma podían encontrar un nido donde habitar.

Me pareció oír la Fatiha en español y el sonido de una corrida y los gritos de la multitud desde el estadio y luego el silencio mudo, por el descanso en paz de un alma de Sarajevo cerca de Gerona.


Globalización

Recorro los puestos en la feria:
cortan los higos muy pronto,
por eso no están dulces.
La globalización es en realidad
la venta de fruta verde.
Y también la compra
de lo que nunca
podrá madurar.


Poesía balcán

¿Qué hacer con tanta historia?
En la era de las erecciones digitales
golpea en mí el tambor turco,
llega el ejército del sultán,
los cabos austríacos con sus bigotes cosidos
marchan por la calle adoquinada.

Los comandantes partisanos con sus bailarinas,
que llegaron desde oscuras destilerías,
bailan torpes el vals,
por la puerta grande llega el Mundo,
vestido como una novia campesina.
¿Y Blancanieves?
El Banco Mundial busca nuevos enanos.

¿Cómo hago para unir el amor por
las fusiones químicas y visiones
de W. Burroughs
y la compasión por los viejos que van cada viernes
a rezar con un único traje solemne?
¿Vamos a reventar o vamos a resistir?
Nosotros, sandías maduras,
que llegamos al mercado desde el sur.

Todos los años
casi en períodos exactos
llega la poesía,
y casi a tiempo
los restos de la infancia inacabada
son arrebatados en un ritmo a destiempo
por el cambio de generaciones.


Neuromante

¿Puedo decirte que te amo?
Qué es lo que permanece, lo que deja huella perdurable,
se acabó aquella clásica función
en la que eras un ángel y yo un demonio.
Pero todo quedó igual en mí,
me da miedo un nuevo comienzo,
porque le temo al final,
sé que la huida
es solo una demora temporaria, y hace mucho
que ya no rezo a ningún dios,
y sin embargo a veces me pregunto:
“¿Puedo decirte que te amo?”

Y lo que me contestes
puede que no sea importante,
porque esta Nada sobre la que construyo
tu imagen completa
para mí es suficiente
y en verdad podría ser
la victora sobre el androide
y no la victoria del amor entre dos seres,
de los cuales al menos uno se pregunta todo el tiempo
si “sueñan los androides con ovejas eléctricas”.
All those moments will be lost in time, like tears in rain,
tuve un delirio musical:
la ceguera de Bach, la sordera de Ludwig,
me torturó el profundo sufrimiento de Brahms,
tuve en mi interior las imágenes alucinadas por William Blake,
grité en el grito de Munch,
me encerré en el cuarto oscuro de Robert Capa,
cabalgué con Lawrence de Arabia,
tuve amores secretos con Marlene Dietrich cuando
volvió a Alemania,
destrocé el jeep al chocar con el cadillac de Patton,
le dije a Kennedy: “Vamos, qué clase de berlinés sos”,
pero igual más tarde me dio pena,
robé la Mona Lisa, demolí el muro de Berlín,
desmembré a Yugoslavia,
ataqué la Bahía y defendí Kabul,
todo esto hice,
pero sigo sin juntar coraje
para responderme:
¿Puedo decirte que te amo?


Carta al amigo asesinado

Querido mío,

hace veinte años que no estás con nosotros, desde que te alcanzó absurdamente –como son y serán estas cosas– una esquirla de granada arrojada desde una colina en Marijin Dvor. Hasta hoy no sé si la arrojaron desde Trebević o desde Poljine. Eso no importa. La arrojaron desde una posición serbia. Mañana por la noche, en honor a ustedes –los que sufrieron el asedio–, se colocarán 11.541 sillas, para los que padecieron el sitio de la ciudad. Las sillas van a estar dispuestas a lo largo de la calle Tito y en ellas no habrá nadie sentado. Están aquí, vacías, como si estuvieran sentados ustedes, los que ya no están.

Ya sé que dirías que no es necesario. No te ayudó en nada que tu padre fuera serbio; tu madre era bosniaca. Después de la guerra vi dos o tres veces a tu antigua novia croata; hicimos de cuenta que no nos conocíamos, porque no teníamos mucho que decirnos, fue como si estuviera implícito que cada uno acusara al otro de tu muerte. Avergonzados de ser lo que somos hoy, y que no estés. Como si te hubiéramos traicionado.

Un paciente con el corazón trasplantado
Ya sé qué es lo que más te interesa ahora: ¿cómo está hoy Sarajevo? Tengo que decirte que desde afuera parece el que era, ¿pero desde adentro? A mí me parece que hoy Sarajevo es como un paciente operado a corazón abierto. Sigue vivo; desde el punto de vista médico, el trasplante de corazón ha sido un éxito, pero con estas cosas nunca se sabe cómo terminan, cuándo la bomba que está dentro del paciente latirá o cuándo dejará de funcionar.

La ciudad está dividida, física y mucho más todavía mentalmente. Existen dos mundos paralelos: por un lado hay mansiones lujosas y apartamentos con piscinas, casas de campo y de fin de semana que cuestan una fortuna, pero en algunas partes no hay alumbrado público y después de las ocho de la noche es mejor no pasar ni dejar que las mujeres y los chicos pasen por ahí, por su seguridad.

Me saca horrriblemente de quicio –y a vos te pasaría lo mismo, no hay duda–, que ciertas criaturas empiecen a lamentarse de que Sarajevo no sea lo que fue. Es descabellado e irrelevante; las comparaciones están fuera de lugar y perjudican mucho al Sarajevo de hoy.

Aunque casi me dan más bronca los maestros de ceremonias de aquí y ahora, que todos los días celebran algún aniversario, cambian los nombres de las calles, glorifican a los tipos más intrascendentes so pretexto de haber trazado o sentado las bases de la identidad nacional, redactado tratados, alzado monumentos, otorgado condecoraciones.
Quien ha perdido a alguien –como yo te perdí a vos– lo recuerda cada día.

Titulares engañosos y miseria académica
Y todos están cortados con la misma tijera: la gente se adjudica hoy más méritos cuanto menos importante era en el momento en que las cosas de veras estaban pasando. Hay algo profundamente falso en su pasado “mejor”, pero también (sub)conscientemente dan a entender que nuestro presente no vale nada. Trato de comprender esto de alguna forma: mirado desde el mundo global, nosotros estamos vivos solo cuando se nos recuerda por algo. Ahora, a veinte años del sitio de Sarajevo vamos a estar en las noticias internacionales con recuerdos y conmemoraciones, es decir, en las páginas posteriores del diario Oslobođenje. Cuando todo haya pasado, o sea el 7 de abril, de nuevo vamos a quedarnos solos, sin trabajo, sin esperanza, sin futuro.

Hoy la mayoría de la gente no tiene empleo. Y los que sí lo tienen, tienen suerte si les pagan. Los que reciben salario tienen suerte si llegan a fin de mes, y si no, tienen que tomar un nuevo préstamo; pero los que reúnen las condiciones para acceder a un préstamo, en realidad, no necesitan del préstamo. Porque se trata de una minoría que surgió del enriquecimiento del tráfico de guerra. Construyeron edificios y casas en las afueras, tienen sus propios vakuf, su herencia y miran la cosa desde arriba, como grandes señores otomanos, como Begovi.

Ellos son los que tienen el dinero y podrían impulsar algo, pero lo tienen en bancos extranjeros, porque tienen miedo de mostrarlo y tener que rendir cuentas por él. No sé por qué tienen miedo: la nación de todos modos no les hará ninguna pregunta, porque está muerta espiritualmente.

Algunos de estos dueños de la realidad anestesiada mandan a sus hijos a escuelas occidentales, pero se comportan de tal manera que empujan a los jóvenes a la ignorancia. La juventud está atrasada, y en buena medida es más conservadora que los viejos. Buena parte de ellos en realidad quiere irse de aquí. Muchos de ellos no saben adónde. El sueño de la mayoría es tener un empleo público, pero el estado no puede pagar semejante aparato administrativo. La verdad es que no hay mucho que reprochar a los jóvenes: sus padres están deprimidos, la comunidad académica no les ofrece nada. La comunidad académica es una historia particular, casi todo se hace dentro del círculo corrupto de la misma gente, que circula dando clases en distintas partes de la facultad y brotan como hongos después de la lluvia.

Muchos de esos “profesores” no tienen ni el título formal ni el conocimiento necesario para ser lo que son, pero esto no les impide ser decanos, prosecretarios, docentes. Una pequeña parte de ellos, que sí tienen referencias y de verdad quieren dedicarse a la docencia, ha sido marginada y prácticamente no tiene voz.

Nos roban, pero tenemos nación
Es increíble que todos aceptemos que debemos ser nacionalistas, aunque luego todo es distinto. No somos trabajadores, estudiantes, profesores, periodistas, químicos o veterinarios. Somos bosnios, croatas y serbios. La mayoría de nosotros es nacionalista, pero no lo admitiría jamás. Cuando, por ejemplo, se acusa a un director de haberse enriquecido en forma ilícita y se presentan pruebas, mirás para otro lado, no leés las noticias, no escuchás lo que la gente dice. Porque alguna vez te ayudó a obtener alguna prebenda, o la gente te ha visto en la ciudad con él, o te dio un préstamo o un ascenso. Aquí gran parte de la gente sabe que sus superiores están enterrados hasta el cuello en el delito, pero se callan la boca. Y al final gana ese: “¡Es un ladrón, pero es de los míos!” Pocas veces se procesa y condena a alguien por enriquecimiento y delitos económicos, porque siempre se encuentra una “justificación”: “esos” y “aquellos” son iguales. Naturalmente, “esos” y “aquellos” son los serbios y los croatas, a quienes también gobiernan mafias con el sayo nacional.

En suma, vivimos al borde de la pobreza. Pagamos el gas más caro de Europa, a precios de Noruega, la electricidad cuesta como en Francia, el servicio telefónico es más caro que en cualquiera otra parte de la ex Yugoslavia, pero no nos oponemos. Por fortuna tenemos una nación.

Así es que en esta ocasión se colocan las sillas en honor a ustedes, los caídos en la guerra. A quien ideó el evento, –hijo típico de la lógica actual de doble moral– se le sugirió que la idea no era original. Enseguida apeló al patriotismo, nombró a una periodista que mostraba fotografías de otras partes del mundo donde cosas semejantes se celebran de la misma manera; acusó a quienes lo cuestionaban de ignorantes y de pararse del lado del agresor, de quien quiere borrarlo todo.
Del lado de los que te mataron.
En efecto, las sillas son de Stara Pazova, te acordás de ese lugar, nos reíamos de Mirko Jović, ese que registró por primera vez allí el partido Renovación Nacional Serbia y se proclamó su jefe. Parece que en Bosnia y Herzegovina no hay fábricas que produzcan sillas. Un amigo mío –no lo conociste, es más joven que nosotros–, dijo que el fabricante debería haber escrito sobre las sillas:
“Somos los culpables de que estas sillas estén vacías. Atentamente, el fabricante de Stara Pazova.”
Todo esto es simple banalidad. Pero es la práctica corriente: cuando te acusan de ladrón, te defendés asegurando que sos un patriota. Se demuestra que has ayudado o financiado a uno u otro ejército, decís que, en realidad, están todos vivos gracias a vos. Cuando te acusan de plagio, contestás que son chetniks. O ustachas. O balije, depende desde dónde estés respondiendo. Y si lo que hacés no tiene sentido, aún mejor. Cuanto más insensato seas, cuanto menos fundamental sea lo que hacés, más apreciado serás. Por los extranjeros y por los “nuestros”.
El viernes por la noche, este 6 de abril que para nosotros es un día fatal –tanto el de 1945 como el de 1992–, quiero pensar en vos, pero no voy a estar en la conmemoración. Sin duda no por el dinero, que de todos modos no hay.
Bueno, ahora me despido. No lo tomes a mal. Volveré a escribirte. Hay pocos con quienes pueda compartir estas cosas. Por eso te escribo.
Porque aquí a los vivos se les puede decir solo unas muy pocas cosas.


Florencia Ferre (La Plata, 1965) es traductora, editora y escritora, especializada en literatura eslovena. Ha traducido entre otros a Drago Jančar, Aleš Šteger, Jani Virk, Mojca Kumerdej, Suzana Tratnik, Peter Svetina, Edvard Kocbek, Fran Levstik, Dane Zajc, Lili Novy. Su traducción de la novela Panorama, de Dušan Šarotar, recibió el Premio de los Lectores César López Cuadras 2017 (Sinaloa, México). Más textos de la autora, en los siguientes enlaces de op.cit.: Florencia Ferre, poesía /  Don Mee Choi: Poemas de Apenas guerra, traducción.