Daniel Durand. Cabeza de buey

Cabeza de buey, de Daniel Durand, Buenos Aires, Lomo, 2017

Cinco de mayo

El inexorable destino de una pelota
de tenis es perderse, entre los pastos,
o embarrarse en el charco, salvo
aquellas que permanecen, de a tres,
peludas y brillantes
dentro del tubo que está en la estantería.

Lena tiene una muy vieja, que ya casi
no rebota: la perra mastica la pelota.

Miro las hojas verdes pastel del sauce,
no hay tanta angustia en las ramas
que bajan hasta el suelo, hojas viejas
de mayo que pronto harán su último
número de color.

Primero titilarán
hacia los amarillos, veré después
a mi padre barrerlas todas las tardes
acompañando su trabajo con protestas.
Negras y mojadas se amontonan en las zanjas,
las usaremos como turba para esparcir
por los canteros, después vendrá lo peor.

Perdimos nuestra última pelota
de tenis, mi perra y yo. Lena huele
en los pastos, olfatea, pero la estela
olorosa de la pelota se desvaneció
en el aire, ella me mira con la esperanza
de que todo sea otro engaño, quizás la pelota
aún esté escondida entre mis manos, pero no,
es la verdad.

La pelota de tenis se perdió
para siempre. Lena mira el muro
por donde la vimos cruzar al otro lado,
luego retorna a su actividad olfativa.
Yo también vuelvo a la observación
de los árboles, pero preferiríamos,
los dos, no haber perdido nuestra pelota
y seguir jugando.

La espantosa bartola (fragmento inicial)

El suéter mostaza, un anillo turquesa y el pañuelo floreado
de seda. Un cardumen de peces sin color, plateados.
El vino que bebo es rojo, un color acuarelado de expresa
el carácter áspero de este licor. Las circunstancias
nos han llevado a este acuario sin peces, recordamos
los colores de exóticos animales acuáticos.
Virulencia de la imagen en las palabras
que recuerdan aquel acontecimiento,
que fue una nimiedad para todos,
pero en el cerebro del convulso,
del espíritu tenaz, los hechos son ahora violáceos,
modificados en su luz y velocidad,
reparadas las significaciones,
empujadas las personas hacia blanco, hacia negro;
en el segmento que los distancia, una suculencia de relatos;
en el sumo de la hilaridad de ambos bandos que se amaron
y se amarran, un odio para recalcar: escuelas de tema,
inclinación a las caricias. “Ugolino ha comprado alimentos
para toda la vida y se ha encerrado en su torre
de rencores y chismes, pero debo creer en su fe,
se ha tapiado solo y dejó libres a los hijos.”
Quieto, manso, impertérrito y te aman, te aman todos.
Sé, sabemos de tus enormes defectos y tu cuantiosa desgracia,
el peso de tener que refrescarse en el desconsuelo,
transformarlo en clara felicidad, luz que viene
de no sabemos dónde,
sabemos solo que no es pura, no es propia, es artificial,
ah! luna de brillos, vocabularios encendidos,
rasgos que no ofenderán al que me ofende.


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