Piezas sueltas. Antología/ Por Valeria Cervero

Compartimos una selección de poemas de 32 libros que leímos a lo largo de la segunda mitad del año pasado pero que no habíamos difundido todavía. Se trata de textos publicados por editoriales de varias ciudades del país durante los últimos tres años, la mayor parte en 2018. Es difícil llegar a darle espacio a todo el material que recibimos, pero no queremos dejar de hacerlo de alguna forma porque valoramos muchas de las poéticas que vamos descubriendo. Algunos libros que también leímos en el mismo período no fueron incluidos en esta selección, pero tuvieron su aparición ya en otras secciones de la revista o bien la tendrán algún día.

Noelia Palma* / María Eugenia López* / Marcelo Daniel Díaz* / Daniela Camozzi* / Juan Fernando García* / Maximiliano Spreaf* / Florencia Benson* / Jacqueline Goldberg* / Andrés Montenegro* / Andrea Testarmata* / Graciela Mónica Rodríguez* / Gabriela Goldberg* / Inés Legarreta* / Laureana Cardelino* / Pablo Seguí* / Mónica Ortelli* / Valeria De Vito*  / Natalia Molina* / Gabriela Schuhmacher* / Juan L. Delaygue* / Carina Nosenzo* / Pablo Albornoz* / Natalia Canova* / Andrés Szychowski* / Gabriela Álvarez* / Liliana Cordera* / Tamara Domenech* / Sergio Sammartino* / Dulce Ma. Pallero* / María Belén Sanchez* / Ricardo Bizarra*

 

* Noelia Palma, 0034/Buitre hacia la nada, Moreno, Ombligo Cuadrado Ediciones, 2018

19

Mi violín es inmortal
como el amor?

Todos los milagros son breves, Valencia.

Y cuánto dura para siempre?

Lo que tardo en pronunciarte.

 

11

Las cosas de vivir.

1- No escupir huesos ni perlas.
Es fantástico.
La ceremonia de la ausente y su puñado
de mundo todo adentro.

2- Cerrar las manos,
los ojos: el silencio no ocurre.

Habrá que cerrarse en forma de tumba,

como un pichón enterrado en la nieve.

 

* María Eugenia López, Arena [2009], La Plata, Malisia, 2018

Del corazón nace un torrente que riega el pecho. De ahí se divide en cuatro arterias. Cuatro vías como ríos que se abren. La circulación es vieja y pesada. Las calles, la mirada, las viviendas. Por cada arteria pasan barcos hacia el este.

Los puentes se construyen sobre líneas de fuga. Con cuerdas tirantes de la mesa de disección. La hoja pasa cerros, pasa montes de venus. El viento despeina los cabellos del que recorre.

[…]

Cuando el cuerpo se vacía, suena. Como el gran cañón como una iglesia. Él está en el centro de la arena. No afuera ni ajeno. Y deseante.

[…]

Cuando la mujer cerró los ojos se callaron los trenes y las veredas. Todo fue invadido por el perfume aunque ya no corría el viento. Al final sólo se oyó el golpe de la hoja contra el suelo.

 

* Marcelo Daniel Díaz, Bildungsroman, Buenos Aires, Gog & Magog, 2018

Heidelberg

Quisieras dejarte llevar por una canción
o una novela sin argumento
yo no sé en qué pensabas
programando versos
en la madrugada
hace miles de años los gallos existían
y nunca fuimos una familia.
No existe, salvo por la imaginación
ningún sentimiento: ¿es tu voz
gateando por lo bajo
iluminada desde atrás o somos nosotros
brillosos frente al mandato
de la sombra?
Esperabas que alguien
te lleve
en algún sentido
muy lejos
pero estamos solos
en el universo yendo a toda velocidad.
El corazón es lo más atractivo
del mundo a no ser
por el miedo al futuro
si es que el corazón
si es que el futuro
si es que el miedo.
¿Te imaginás una pira sobre las aguas?
y vos y yo como esas aves
que confunden un espantapájaros
con una flor
también en forma de corazón
a través de las luces de las balsas.
Si sos la rama seca flotando
en la llovizna
¿yo qué soy para vos
la estrella polar
la anunciación de todo lo que desaparece?
El frío partió hace horas
ahora mirá cómo
tranquilo te digo adiós
como si conociéramos
el idioma de los árboles
esta hoja blanda
despidiéndose así
liviana como
si no existiera
nada más abstracto
que la pérdida.

 

* Daniela Camozzi, La brecha que existe entre los cuerpos, Rosario, Baltasara Editora, 2018

Ayer soñé una vez más con la terraza.

Pero no era mamá descolgando
con cuidado la ropa
para que nada rozase
la suciedad del piso.

Era yo la que subía
llevando en mis brazos
a un hombre
para ayudarlo a flotar
en un lago suspendido
sobre el techo gris
de nuestra casa
sin terminar.

Desperté con la sensación
del agua en el cuerpo
y pensé: este es
otro cuento de amor
total y puro, una variación
del sueño recurrente,
sobreimpreso en el paisaje
de mi infancia.

Ahora
que ya no siento esa agua,
me invade una nota nueva:
quizá no era un hombre
sino el hijo que no tuve,
al que nunca llevaré
flotando en una pileta
como hacen esas madres
tan distintas a la mía.
Esas que aprenden
a nadar con ellos,
los abrazan y después
aprenden a soltarlos.

 

* Juan Fernando García, Temporales, La Tablada, El ojo del mármol, 2018

Amaina el temor, la tormenta sigue
sobre este techo de chapa
que en sus temblores
atiende a otras tormentas
y en la vecindad de sonidos
que la naturaleza presta
una música incordiosa
trepida entre los árboles,
el farolito del frente
danza su furia apagada
contra el muelle

y al mirar por la ventanita del baño
que da al monte inmenso
digo
…….¡ah, la infancia plena!

y vuelve
aquella travesía
a mis doce
de Tucumán a Salta
mi padre manejando seguro
por diez horas
el Falcon celeste deslumbrante
nos decía
Están sacando fotos

Y la risa de todos
para que el miedo amaine.

 

* Maximiliano Spreaf, No soy poeta pero, San Justo, Caleta Olivia, 2018

quién hace el amor con un ancla?
o vive sujeto al latido de un león púrpura
besa su lengua
cuida sus pestañas
alimenta el fueguito de la rutina
lo deja morir en su sed
quien ama huye
quien ama desconcierta
quien ama imita el infierno
con apenas el fósforo de la carne
ve morir el desierto
dentro de una cuchara de sal
cubre los huecos de sus manos
con puro viento

**

mi enemigo es ese vaso de agua
no las dos pastillas que dejan al lado
¿importa ahora tu hermosa música
a mitad de la huida del sueño del pez solar?
¿importa ahora que aprieta los dientes
porque nunca anochece?
no soy poeta pero
voy a desmembrar las horas
pesar el sonido
y la sangre tan liviana

 

* Florencia Benson, Los hijos del volcán, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho, 2018

El ajuste

No es posible amar sin odiarse un poco
elegís nuestros momentos más felices
para ahogarlos como cachorritos
en el patio del fondo, o bien los torturás
con submarinos trabajosos
hasta que pierden su color
y quedan azulados como mártires,
los momentos de felicidad perfecta
son la calma que anuncia
al criminal imperfecto,
el que proporciona todas las huellas
excepto las que desea dejar.

 

* Jacqueline Goldberg, El cuarto de los temblores, Caracas, Oscar Todman editores, 2018

Una cierta genealogía

[…]

El temblor me antecede. Proviene de una catástrofe trazada sin margen, sin nombre, sin fe.

Hace mucho anhelo escribir sobre el temblor. No sobre lo que se observa en el trepidar de mis manos. No cerca de derrames, sustos nacidos de sus desacatos. Escribir sobre la precaria materialidad del temblor. Su duración. Su vacuidad. Eso que por impronunciable sostiene. Porque cuando aparece ha comenzado a desaparecer y a aparecer de nuevo.

Temblar ha sido la más voluntaria de mis voluntades.

Alguien dijo que el día que escribiese sobre el temblor, dejaría de temblar. Que cuando tallara en vocablos todo lo que vibra desde mi infancia, nada volvería a estremecerme.

Pero nunca escribí. Un poco por incrédula, otro tanto porque temo no temblar. La desaparición del mal me dejaría a la intemperie, sería una desconocida para mí.

Comienzo esta tarea de escribirme por quienes algún día preguntarán. Acaso nietos, sobrinos. Quiero que conste aquello que el temblor ha impedido: lo endilgado, lo presentido, su cautela.

[…]

El temblor empieza en los hombros. No pasa por los brazos, va directo a mis manos. Allí acaba. Y de pronto, como si no fuese mío, vuelve, estruja, arrepentido de sí.

[…]

Soy Jacqueline Goldberg,
la que tiembla y escribe.
La que jamás ha dejado de temblar.

Mi padre,
Raphael Goldberg,
no temblaba.

Mi madre,
Elsa Kapuschewski,
no tiembla.

Mi abuela materna,
Luba Luchansky,
jamás tembló.

Mi abuelo materno,
Benjamín Kapuchewski,
no tembló.

Mi abuelo paterno,
Szaja ber Goldberg,
nunca tembló.

De mis bisabuelos y tatarabuelos Goldberg
nada sabemos.
De sus hermanos, hijos,
nada sabemos.
Quizá alguien en su rama alguna vez tembló,
pero los hornos forjaron el secreto.

Por lo pronto, sólo yo tiemblo.
Sólo yo tiemblo y escribo,
escribo y tiemblo.

Mi abuela paterna,
Zina Sznajderman,
no tembló.

El padre de mi abuela paterna,
Abraham Sznajderman,
no tembló.

La madre de mi abuela paterna,
Chana Ruchia Mandelblum,
no tembló.

El abuelo de mi abuela paterna,
Motte Mandelblum,
no tembló.

La abuela de mi abuela paterna,
Braindl Mandelblum, no tembló.

Los hijos, nietos y bisnietos
de los hermanos de mi abuela paterna
no tiemblan.
Ninguno tiembla.
Eso dicen.

La hermana de mi abuelo materno,
Jeaneth Kapuschewska de Bromberg,
no tembló.
Tampoco sus hijos, nietas y bisnietos.
Pregunto. Me lo aseguran.

Los hermanos de mi madre,
Abraham, Lilia y Mery Kapuschewski,
jamás sintieron temblar.
Sus hijos y nietos no tiemblan.

Mi hermano y sus hijos nunca han temblado.
Mi hijo no tiembla.

En el anchuroso árbol familiar,
se presume que sólo yo tiemblo,
sólo yo tiemblo y escribo.
Sólo yo escribo mientras tiemblo.

¿Temblará alguien más tarde?
¿Temblará un lejano pariente en el instante de su muerte?
Jamás lo sabré.

Estoy sola en el árbol,
sola en el temblor.

 

* Andrés Montenegro, Capa límite, Rada Tilly, Espacio Hudson, 2017

Leonardo

No hay vaca muerta no hay
reservas no convencionales de generosidad
bajo la superficie de la tierra
y si la dama negra ahora
redonda y áspera
cayera sobre el vidrio
y si te fueras ahora

habría inútil la reacción
el desmedido esfuerzo de las almas nobles
en pos del equilibrio amordinámico del mundo

el desgarrarse feo de aquello la poesía
del íntimo tejido que conecta
el alma única de cuanto crece todo
estratagemas
lo que se dice versos al baldío
naderías
escarabajos diminutos
viviendo en el tarro de pimentón

 

* Andrea Testarmata, Poemas textuales, Buenos Aires, Huesos de Jibia, 2018

Las ovejas a veces tienen los ojos rojos, como el tigre dorado

[…]

VI
A mi papá, en memoria de mi abuela Rosa.

Juana dice que la higuera es áspera y fea. Y le tiene piedad…

Con mi abuela no le teníamos piedad.
Palo con gancho y al balde.
No sé si era el hambre, la locura por la fruta o un ritual que se repetía cada verano en las siestas de calle Nicaragua. El escenario, el baldío de algún Roque.
Arriba de las ramas grises yo subía y bajaba.
…………….–Como rata por tirante– dirían.
Balde va, balde viene y mi papá iba unos minutos más tarde. A veces con el auto. Si es que había para la nafta.
Para ese momento ya habíamos llenado los baldes de higo. La habíamos podado a la higuera. Sin piedad.
¡Dale flaquita! ¡aquel, aquel! ¡ese de ahí!
A veces sueño que es la siesta y en el baldío de los Roque robamos higos, o los tomamos prestados, o los arrancamos, o le hacemos el favor a la higuera de aliviarla.

No extraño los higos, ahora los puedo comprar deshidratados.
Extraño la voz que me pedía ese acto delictivo a la siesta.
Extraño tal vez ver los baldes llenos y sentir el gozo de la tarea cumplida.

 

* Graciela Mónica Rodríguez, Zárate, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2018

Vecina

mi vecina sigue chusmeando
desde el púlpito de la vereda
escoba en mano
puntualmente
a las siete
y detrás de las persianas
el resto de su vida
miserable

dijo que no sabía
que no le importaba la vida
de los demás pero
casualmente
vio que entraban y salían
a cualquier hora
y eran jóvenes

 

* Gabriela Goldberg, Con un perro corriendo atrás, Buenos Aires, Rangún, 2018

Vuelvo del súper y mañana
robo en los caminos
lo que falte
irá embolsándose con viento de septiembre
contorsiones de las compras
que se agitan
locas
agarrándose de arbustos

 

y no supe cómo hablarle
pidió algo
mío
algo de todo lo que junto
……………tirada en el portal
entre bolsones
me tropiezo con su cola de sirena       o
una bolsa donde pierde la cintura balbuceando
……….la sorpresa de que hablase
……….desmembrada
entre bolsitas que se abren voluptuosas
y un nenito
medio ausente 3 bolsones más allá

 

* Inés Legarreta, El jardín desconocido, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2018

XVII

Pero     si sos
un papel
A4
un fragmento/ de un discurso/ amoroso
frases remarcadas con un lápiz/ birome/ pincel
por qué
creo
que tu palabra
puede calmar las aguas de la desgracia
es de noche y desvarío
debería dormir
el sueño de los justos
por un rato
o soñar lo que escribiré mañana
la verdad
en el amor es tocar: yo toco tu mano (no)
oír: yo escucho tu voz (no)
ver: yo veo lo que tus ojos miran (no)
entonces por qué
espero.

 

* Laureana Cardelino, Manija, La Plata, Pixel, 2017

Tela y corazón

La calle seca y arruinada
que me lleva a tus brazos
hoy me trajo un poco de ese olor
y perfumó mi pieza
y todos los vestidos colgados
en mi placard
las zapatillas con barro
que me puse me llevan
por la galería de luces
que este nuevo atardecer hace. Nacer
y quedar atrapada en una noche
y en el reflejo de mí, envuelta
en una toalla blanca
el pelo mojado apenas
las puntas juntas oscuras
como flechas diminutas
sobre la tela y el corazón.
Las puntas mojadas del pelo
fibrosas terminales de mis nervios
en el espejo brillando.
Acá está todo a medio empezar
una botella recién abierta
con una etiqueta y una foto
de unas viñas, como una calle
fina de tierra fértil
que huele a uvas y a verde mojado.
El vino y su olor en la copa despiertan
un pensamiento o un sueño
que sucedió esa noche
hoy se refleja en toda la casa
no solamente adentro de mí.

Hay lugares que son decisivos
que se vuelcan para ver si en el futuro
muestran lo imposible que es
escapar de las cosas fuertes.

 

* Pablo Seguí, Animal de bien, Buenos Aires, Barnacle, 2018

Apunte

Cada vez leo menos,
y en voz baja. No acabo
el libro de un tirón,
no como cuando andaba
en busca de mi rostro.
La música me puede
mucho más, y por sobre
todo manda callar,
presentir murmullos
y silencios de cosas
que me emocionan (una
Pumita, allá en la calle,
ya de noche, y que se hunde
hacia el este…) Escribir,
que es callar, es hacer
de este cuadro sonido,
fijarlo en la grafía:
abecedario, luz
y labios, que me sueñan

 

* Mónica Ortelli, Escribir sobre flamencos, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho/Vacasagrada, 2017

Piedras

Piedras de la orilla del lago
pequeñas redondeadas
de colores intensos prestados por la lluvia
gajos de rocas partidas por el frío
la nieve el viento
o un lejano tiempo de volcanes

las atesoro como entes viejísimos
que podrían contarme cierta historia
han sido montaña

el modo más simple de justificar la posesión
es decir que me atraen las formas
mas no hay cualidad más incierta

podría hablar de tonalidades
pero es la humedad
la del milagro

estas son piedras sencillas
nunca formarán parte de un túmulo
o serán colocadas en la boca de un muerto
a fin de preservar el cuerpo
ni trituradas para pintar en cuevas
y aleros de montañas

no sé nada de artes primarias
pero algo me liga a los guijarros

lo vivo
lo aparentemente inanimado
unidos por un hilo

bajo el cielo de plomo
la bruma es un incendio azul sobre el agua

del mismo material vaporoso
son las hebras del hilo
la saciedad indefinible
que trasvasan

siento el peso de las piedras
trozos de eternidad en las manos
lisura imperfecta textura granulosa
no hay eternidad uniforme
hay las vetas
el moteado de los distintos materiales
y una relación dispar entre nosotras
su mera existencia proclama
mi extrema finitud

qué puedo darles
más que dilación a su destino de arena
algo tan lejano en el tiempo
que el acto de llevarlas carece de importancia

 

* Valeria De Vito, Clown, Santa Fe, De l’aire, 2018

Contar estrellas,
pétalos
embalse

Pasa la niña
a mi lado

antes
lloró

¿Cuándo aparecen
las flores de tu patio?

No sé cuidar orquídeas aéreas,
tengo macetas colmadas de aire

Un libro se escribe una noche de julio
mientras una niña duerme

 

* Natalia Molina, Poemas peronchos, Villa Ventana, Editorial Maravilla, 2016

motín

un mar de agua que sale por la nariz
soy una mujer que estornuda
sin ninguna elegancia
un cuerpo que llora y ríe a carcajadas
amotinado
el síntoma
las causas
explorar la arqueología sentimental
de cajas papeles, libros, objetos
decisiones
silencios
palabras
fichas que caen
bochines que se arriman
a una idea:
la felicidad
tiene talones fugitivos
se inventa
reinventa
acontece
es mínima, vital y móvil
pijotera
es lo que es
un instante
quedarte sin laburo
es la antítesis
quedarte sin la fe
en un limbo sin escapatoria
ver un presente sin anteojeras
no suspender más el pensamiento
que rabia
chilla
escupe
tira patadas al aire
moquea
la oligarquía no ama
la oligarquía no sabe
ni siquiera
de esos instantes
en los cuales nos arrimamos
al fuego
de la felicidad
que resiste

 

* Gabriela Schuhmacher, Ahogada en otro Tíber, Rosario, Ciudad Gótica, 2018

6

O líquidas dilatas a tus peces,
ociosas corrientes con mis blancos venenos
o la frialdad que crece como una hiedra
oscura y paciente en el fondo. El agua
turbia se movía salpicada de estrellas.
Tal nuestro sepulcro, la garabateada silueta
con lúgubre chasquido de formas endebles,
¿qué más pediríamos a la vida? En la balaustrada,
Igual las gentes se divertirían y amarían
sin pensar que veníamos a morir. Entonces,
embravecí llorando la corriente y pensé:
de pronto todo oscurece, lancémonos
sobre la implacable destrucción de un microbio,
o mejor, contra la brisa fresca que la excita.

 

Tendida sobre la laguna, los cables
y vigas del puente trazan el silencio
de la tarde. Vine hacia las aguas,
a la oscura majestad del agua, vine
hasta los árboles y me demoré en el aire.
En el espacio, la sutil bordadura
de hierro, las luces equivocadamente
hablan de una muerte extraña,
de un amor, en esta ciudad.
Están aquí, entre paseantes
que buscan las brisas frescas
de la costa: Mateo y Brumi, Eve,
Nico y papá. Una estupidez
es pensar que vine a morir.

 

Referencias de mapeo, intertextuales literarias y adeudos:
6
Sitio específico Puente colgante. Laguna Setúbal.
-Juan Manuel Inchauspe, “Es cierto que temblé contra los muelles”, “De pronto todo se oscurece querida”, en Trabajo nocturno, poemas completos, UNL, 2010.
-Mateo Booz, “En el puente colgante”, en Santa Fe, mi país, UNL, 1999.
-Hugo Gola, “Y llegó…”, “En esta ciudad”, “Estás tan triste para hablar de amor”, en Jugar con fuego, UNL, 1987.

 

* Juan L. Delaygue, Interior, La Plata, Pixel, 2017

El árbol demarca
la propiedad de su zona
no sólo al poblar la visión de lo alto,
sino al pintar su espacio terrestre
con la pigmentación de las partes
de las que se va desprendiendo.
Por supuesto
esto sólo es visible
cuando se trata de un jacarandá
o un ciruelo japonés
y debe ser leído
como un signo de ofrenda
o festividad.

Ahora nos sentamos sobre una gran piedra.
Detrás del lago que separa el bosque
y la congestión de autos
que desfila en su caravana:
el agua es el límite
entre dos tiempos yuxtapuestos.
Lo inverosímil es
aún
el avance de los gansos sobre el parque.

 

* Carina Nosenzo, La ruta de Ícaro, Universidad Nacional de Río Negro, 2018

Hora del almuerzo

Los pájaros tiemblan
agudos en sus ramas
y lejos
un zumbido corta
el ruido de los motores,

es que en la calle
ruge un animal,
parece una colmena.

A un movimiento de la máquina,
la cola del animal frena,
se enrosca,
deja atrás otros pedazos del montaje.
Les devuelve sus manos a los obreros,
que ganan el asfalto
sudando aceite.
En la ruta los autos se desenfocan
con la misma velocidad de un pájaro,

que atrapa con su pico
el cuerpo de una lombriz
para cortarlo al medio.

Un grupo de hombres lentos
mastica su pan con cerveza.
Ninguno ve el despliegue de la cacería:
la tragedia muda de la lombriz
o la celebración del pájaro.
El fin del mundo debajo de su pico.

 

* Pablo Albornoz, Osario, Buenos Aires, Al filo de la palabra ediciones, 2018

9

Tu dolor
no huele
a nada
no tiene
nombre
no es
necesario
pero existe
y es
más real
que Dios.

 

13

Nadie es tan importante
nene
mirá
mirá bien
hay ojos en la luna
hay ojos en los cuerpos
hay ojos alrededor del dolor
nadie juega con lo invisible
mirá
mirá bien
hay sapos de papel
sobre las calles de tierra
pero las lágrimas aplastan
a cualquiera nene.

 

* Natalia Canova, Bestiario, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho, 2018

La náusea

Una vez al año sacamos los tornillos de las tulipas
para remover los cuerpos de los bichitos que se quedaron
atorados.
Recuerdo la náusea
no por el asco al bicho muerto
sino de pensar que yo también podía ser
que también fui
esa ilusa
obnubilada por la luz
haciendo cualquier cosa por entrar a ese espacio de luz
(¿por dónde entran
si la tulipa es hermética
o eso parece
por dónde entran
sin lastimarse
sin dejar las alitas atoradas en ese hueco que encontraron?)
Y ese instante
donde ven
no es la luna
no es el sol
ese brillo es una lamparita
bajo consumo 60 watts
Made In China
ni siquiera luz cálida
¿y cómo salir de esa tulipa
si ya dejaste las alitas cuando entrabas?
o si no las dejaste
igual
no tenés más la esperanza de llegar a la luna
porque la luna fue un engaño
¿cómo salís
cuando sabés
no es posible salir?

 

* Andrés Szychowski, Antón Pávlovich, La Plata, Pixel, 2018

Y la nave va

Y la palabra va.
Se revienta unos granos.

No hay otra forma
de afirmar que,
como dice Chéjov,
Antón Pávlovich,
la lengua no tiene huesos.

La lengua no tiene huesos:
por eso tiembla,
no para de insultar
de expandirse.

Es su columpio.

Una pierna sensual y larga
embutida en la mata
de algodón de tu oreja.

 

Día de campo

La cáscara del insecto
ostenta una división
que produce tiempo
porque clasifica el espacio.

La libélula, que se nutre
y defeca es estas flores,
también es responsable
del deterioro generalizado.

El batracio, que tapiza en vivo
al ser volador en cuestión,
sugiere que puede aplastarme
un eucalipto o una avioneta.

 

* Gabriela Álvarez, Migraciones, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2018

no camines la noche pasada

crece la arena en el jumial
y los seres áridos
como si el sol hubiera dormido
sobre esta tierra
o se alimentara de su verde
y llevara consigo la línea que divide
el campo claro de la dulzura
no hay más que puntas
espinas
y
flores rojas

 

toda es luz

¿qué más buscas niño
en ese canasto
repleto de amapolas?
veo tus manos rojas
y desteñidas veo
cómo reaparece sobre tu cuerpo
el perfume equivocado

 

* Liliana Cordera, urbana, Buenos Aires, El Mono Armado, 2018

el sur, la bahía

hay mar pero no
ceremonia de los vientos si
flete surero
hasta secar el parque
vías que ya no
estaciones
esperas que ya no
y en los bordes urbanos
un cangrejal de mareas lunares
que zozobran el pie la pisada
en espejo de barro
el rojizo del cielo
es anchura de esquinas
donde hay demasiado espacio
y ausencia
a Bahía Blanca

 

* Tamara Domenech, La escuela, el castillo –Diario–, La Tablada, El ojo del mármol, 2018

Nombrar
Martes 7 de julio de 2015

Me llamo María Marcela.
Tengo 38 años.
Soy flaca.
Muy flaca.
Tengo el pelo negro hasta la cintura.
Y dorado.
Tengo el pelo de dos colores.
Uso ropa de trabajo desde que me levanto hasta que me voy a dormir.
Muchas veces duermo con la ropa de trabajo.
Por comodidad.
Duermo cuatro horas por día.
Trabajo ocho.
Tengo tres hijos.
La más grande está en séptimo grado.
La del medio en quinto.
El más chico en sala de cuatro.
Tengo tres perros y un sinfín de plantas.
Se cuidan solas.
La lluvia nos baña.
Su perfume humecta mis manos de viejita.
Trabajo en una estación de servicio.
Las mangueras para cargar nafta me queman.
Yo sé que no es verdad.
Es lo que siento.

 

* Sergio Sammartino, El pequeño espacio, Bahía Blanca, Lux, 2018

Aquí
en el mismo lugar
en el que aguarda la muerte
está la comprensión de todas las tareas/
lo más bello imaginable
espera el instante
de la lucidez
la misma que tornará maravilloso
cualquier humano momento de zozobra/
cuando un ser no sabe
si apoyar un pie
sobre la siguiente piedra
ajeno a la entrega
al Ganges que corre
entre las estrellas
aquí
donde una caída es posible
está percibir
mucho más que ver
el hecho
que es solo una simpleza
la hoja que vibra
el trozo de color
la montaña helada
el lago dormido
el fuego
mil veces el fuego
aquí
dónde el existir me sobreviene
fantaseo queriendo entender tu piedad
entonces el amor me desborda
la vida nos sucede
me quito todo
para poder pasar
por el pequeño espacio

 

* Dulce Ma. Pallero, Felicidades, La Plata, Pixel, 2016

V.
un mar
como sucesión
de multiplicaciones,
como llanto
de niña nueva en tierra,
en el chasquido milimétrico
de las faldas del agua en las piedras,
o la mueca de la maría
frente al espejo del salón mundo.

a tus pies,
se me ha perdido una niña
carabín, a tus pies,
en el fondo del jardín,
cantando canciones viejas
de la guerra en no sé dónde carabín,
en la punta que sostiene
tu blanco bajo mis cuadras limpias,
en la noche de verano carabín,
en el fondo del
jar dín.

y no sé qué viste en mí:
poder hablar en plural,
vivir con lo que se es,
metro sesenta, cicatriz,
malas costumbres.

reducir a otros hombres
a simples muestras,
añicos o recuerdos,
para que las migajas
no sean minas…
y aun así.

hay una aplicación
para ver las estrellas:
sus nombres completos,
la dirección y su código
postal.

hay una aplicación
para recordar las fechas,
el cumpleaños
de tu mamá.

hay una aplicación
para obligarme a ser
aplicada/apocada.
darte de comer,
de coger.

hay una aplicación
para todo lo que nunca hice bien.

y por suerte aún conservo
mis errores,
la integridad.

aprender cómo se hace,
sin querer, el silencio,
–interrupción momentánea
del sonido–:
años,
zapatos,
baldosas y
los pensamientos
que sorprenden,
sabiéndonos, son
los mismos abandonados
por la infancia.

quién me dice qué es eso
que aparece en las caras
de quienes miro,
que no es mío, pero repito
en el gesto,
cuando intento acercarme
a lo que quiero decir
o me conmuevo.

o simplemente señalo,
intentando alejarme sin éxito
de mí.

una ciudad que podría ser
cualquiera, pero no,
que no te vio nacer
pero te trata como una parte de ella…
y eso nunca es benevolente.

la mezcla justa, de ropas colgadas
en la cuerda al sol
(aunque no esté).

aunque no esté, si quisiera
podría recordar la cara de MI abuela
(nolaconocí)

no, la conocí;
estoy segura, tiene
las mismas ropas que me visten,
el ánimo de quemar naves,
–nunca las propias–
como yo.

(si fuese un patio sería igual)
pero de tierra, como el de mi infancia:
infinito.

una ciudad que podría ser,
pero no,
que ni te vio nacer
pero trata, y eso nunca fue.

Montevideo.

nunca deja de arrancar
al que pasa
por ella todo aquello que
no recordaba,
dejar irremediablemente distinto,
carente de fundamento,
a quien se le atreva.

quien te pegue la alegría,
a pesar de todo;
el fuego en los ojos:
chispas negras,
bailarinas,
locas,
putas,
madres de la
pa-tria
: Uruguay.

abuela no es infancia, Ángela,
abuela es mujer, y nunca madre:

La Torre en Llamas.

 

* María Belén Sanchez, Costuras, Buenos Aires, Modesto Rimba, 2018

Botiquín

Un costurero antiguo
guarda agujas
hilos, un dedal
flores de manzanilla
y tilo

para curarme.

 

Casa

Mi madre
selecciona botones
los agrupa
por colores
y los encierra
en alfileres de gancho

algunas noches
emprendo esa tarea
elijo mis angustias
y las llevo al alfiler pero
dejo la puerta abierta.

 

* Ricardo Bizarra, Caín & Co., Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2018

La marca

Llevo en mi frente
una marca, la de Caín.
¿Por qué debo cuidar
a mi hermano?
Sin embargo lo hice
cuando amanecía helado
o en tórrido calor,
lo cuidé de la aspereza
de la soledad
y del vitriólico temor.
Concluyo que la marca
no es la de Caín
sino la otra,
que no me enorgullece.
Tal vez debí
haberlo matado.

 


Compilación: Valeria Cervero (Datos y trabajos de la compiladora, aquí.)
Edición: José Villa