La vida nueva. Dante Alighieri (Traducción y prólogo: Silvio Mattoni)

La nueva versión de la obra de Dante, por Silvio Mattoni, refresca el texto acercándolo a los usos y temas actuales de la traducción y presenta un prólogo que recupera la importancia del texto para la literatura contemporánea. Incluye la versión de los poemas en italiano.

La vida nueva
Dante Alighieri
Trad., pról. y notas: Silvio Mattoni
Capilla del Monte, Detodoslosmares, 2022


Prólogo

(Fragmento inicial)

Como decía un autor que influyó mucho, tal vez un libro que ha ejercido una gran influencia ya no pueda ser juzgado, pero un clásico también se define como ese libro al que incesantemente vuelven las distintas generaciones, quizás encontrando otros sentidos aun cuando todas las posibilidades están presentes allí, de alguna manera literal. Así, La vida nueva ha acumulado en los siglos de su lectura continua toda una capa de referencias, todos los señalamientos de los poetas y los filósofos que cita, que imita o parafrasea, y todos los indicios de lo que vendrá, los episodios y las palabras de la Divina Comedia que se anticipan o que se anuncian. Se observan entonces, contra una lectura de corte romántico que destacaría los elementos biográficos del libro, los tópicos de la lírica provenzal o los diálogos con los poetas del entorno de Dante, a los que él mismo ayudó a nombrar en la historia literaria mucho después, los del dolce stil novo, que se encontrarían en varios poemas de este libro: el encuentro con la amada, la física de los sentidos que se combinan para causar el amor, el carácter absoluto de dicho efecto, el ocasional distanciamiento y la petición de excusas, los poemas que se dirigen al poema y lo personifican, los que se dirigen a las mujeres como mediadoras de la dama única, el secreto de su nombre en la letra de los versos, etc. Pero aunque la recuperación de tantos motivos tradicionales pueda objetar la búsqueda de un relato de vida en el libro, sin embargo, y quizás porque nunca salimos del romanticismo y persiste nuestra fe en la existencia del autor, la impresión de La vida nueva sigue siendo la de una experiencia, una larga y reflexiva rememoración de acontecimientos en los que no dejamos de creer. Del mismo modo que aunque nadie crea en la existencia de un infierno, las voces de los que murieron en la Comedia y que les hablan a Dante y a Virgilio parecen tan reales, o más bien tan auténticas que se esbozan en el poema como mucho más que fantasmas. El autor de este libro, que recuerda la escritura de los poemas, la intensidad de esa experiencia escrita, y reconstruye los momentos, las causas de ese conjunto de versos, dice la verdad, la que le pertenece, con tanta precisión, con detalles irrepetibles que no fueron leídos en ninguna parte, que nos comunica su fe en lo que dice. El vestido color rojo sangre de Beatrice, en su aparición fulminante y definitiva, ¿cómo podría no haber existido? Quizás sea un símbolo, el indicio de su transfiguración espiritual, pero también es algo de aspecto casual, misterioso y creíble como todo azar. Y acentúa además el motivo del encuentro inesperado: las calles de una ciudad, dos chicos que no se conocen, una manera de caminar y un gesto, y de pronto se revela ahí el sentido de la existencia y el origen de la poesía.


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La vida nueva / Dante Alighieri

XIV.

Después de la batalla de los diversos pensamientos, sucedió que la gentilísima fue a un lugar donde se habían reunido muchas mujeres nobles; un sitio al que fui llevado por una persona amiga, creyendo que me daba un gran gusto, en la medida en que me conducía allí donde tantas mujeres mostraban su belleza. Por lo que yo, casi sin saber adónde había sido llevado, y confiando en la persona que había conducido a un amigo suyo al extremo de la vida, le dije: “¿Por qué vinimos hasta estas mujeres?”. Entonces él me dijo: “Para hacer que así sean dignamente servidas”. Y lo cierto es que estaban ahí reunidas para acompañar a una dama gentil que se había casado ese día; por eso, según la costumbre de la mencionada ciudad, era preciso que le hicieran compañía la primera vez que se sentaba a la mesa en la casa de su nuevo esposo. De manera que yo, creyendo que complacía a ese amigo, propuse permanecer al servicio de las damas en su compañía. Y al final de mi proposición, me pareció sentir que comenzaba un asombroso temblor en mi pecho del lado izquierdo y que se extendía súbitamente a todas las partes de mi cuerpo. Digo que entonces apoyé disimuladamente mi persona contra una pintura, que circundaba esa casa; y temiendo que algún otro se diera cuenta de mi temblor, alcé la vista, y al mirar a las mujeres vi entre ellas a la gentilísima Beatrice. Resultaron entonces tan destruidos mis espíritus por la fuerza que cobró Amor al verse en tanta proximidad de la gentilísima dama que solo quedaron con vida los espíritus de la vista; e incluso estos salieron afuera de sus órganos, puesto que Amor quería estar en su muy noble lugar para ver a la admirable mujer. Y aunque yo fuese distinto que antes, me daban mucha pena los pequeños espíritus, que se lamentaban fuertemente y decían: “Si este no nos lanzara así fuera de nuestro lugar, podríamos estar viendo la maravilla de esa dama tal como lo están haciendo nuestros iguales”. Digo que muchas de esas mujeres, al darse cuenta de mi transfiguración, empezaron a asombrarse, y se burlaban de mí conversando con la gentilísima: entonces el incauto amigo de buena fe me tomó de la mano y me llevó fuera de la vista de esas mujeres, donde me preguntó qué me pasaba. Entonces ya un poco más tranquilo, resucitados mis espíritus muertos, y con los expulsados de vuelta en sus dominios, le dije a mi amigo estas palabras: “Puse los pies en esa parte de la vida más allá de la cual ya no se puede ir con la intención de volver”. Y separándome de él regresé a la habitación del llanto; donde llorando y avergonzándome me decía a mí mismo: “Si esa mujer conociera mi situación, no creo que se burlase así de mi persona, más bien creo que le daría mucha lástima”. Y estando sumido en ese llanto, me propuse decir unas palabras en las que le hablase a ella y expresase el motivo de mi transfiguración y dijese que sé muy bien que no es algo sabido, y que si fuera sabido creo que los demás sentirían piedad; y me propuse decírselo, deseando que por ventura llegara a sus oídos. Y entonces escribí este soneto, que comienza: “Con las otras mujeres”.

Con las otras mujeres de mi cara
se burla y no piensa a qué se debe
que yo parezca una figura rara
cuando contemplo la belleza suya.
Si lo supiera, no podría piedad
sostener contra mí la prueba usual,
que Amor cuando tan cerca suyo estoy
cobra valor y tal seguridad
que irrumpe entre mis tímidos espíritus,
y a unos los mata y a otros los expulsa,
para quedarse viéndola él solo:
así parezco otro pero no
tanto que no escuche bien entonces
las quejas turbias de los expulsados.