El método del discurso / Fabián O. Iriarte

El método del discurso
Fabián Iriarte
Buenos Aires, Tren Instantáneo, 2022, 62 pp.


La mercería del poeta

Por Matías Moscardi

Cada vez que he escuchado a Fabián Iriarte leer sus poemas, tarde o temprano, hay un momento de carcajada estruendosa. Nunca falta. Creo que en los últimos diez años no asistí a ninguna lectura en vivo de Fabián Iriarte en la que esta escena de la risa estrepitosa del público no haya tenido lugar. Pero ¿cómo es tan gracioso si el tono de sus poemas suele ser de una seriedad imperturbable?

El método del discurso, publicado recientemente por Tren Instantáneo, es su último libro. Diré una obviedad: el título es una puesta patas para arriba del famoso Discurso del método de Descartes. ¿Qué significa esta inversión inicial, este trastrocamiento a modo de apertura? Bueno, para empezar por algún lado parecería que lo importante ya no es el método, sino el discurso. Aunque el discurso tenga su método, claro. En todo caso, el discurso parecería ser, en sí mismo, el método de estos poemas. De eso se trata: en Descartes, teníamos un discurso que estaba obligado a hablar del método; en Iriarte, esa jerarquía se ve desbaratada hasta el punto que el discurso ha fagocitado al método: se ha transformado en él.  

La palabra “discurso” es de por sí una palabra curiosa. Está compuesta del prefijo “dis”, que indica separación, y de “cursus”, dirección, camino o carrera. Así, un dis-curso parecería un fenómeno esencialmente poético, antes que una serie de técnicas retóricas asociadas a la razón y articuladas con fines persuasivos –como se organizan y aparecen en la oratoria moderna del viejo Loprete–. Y es que todos los poemas de El método del discurso llevan como título “Discurso sobre …”. Veamos algunos ejemplos:

“Discurso sobre los apellidos”
“Discurso sobre las máquinas de hacer infinitud”
“Discurso sobre los riesgos de la clonación”
“Discurso sobre la búsqueda de la quinta pata al gato”
“Discurso sobre ballenitas y gemelos”

¿No hay algo de sátira política en esto de enarbolar un discurso para cada cosa? En el libro de Iriarte, quien discurre por el discurso se precipita sin curso. Ya no lo hace bajo la férrea metáfora del encadenamiento silogístico, unívoco y unidireccional, sino que se mueve en distintas direcciones, a lo loco. Porque asumir el discurso como método es, antes que nada, adoptar la actitud de aquel que ha abandonado la “recta vía” y se aventura por caminos poco explorados, zigzagueantes. Las exigencias físicas del poema ya no pueden ser las del buen andar, ni mucho menos las que imponen respetar las leyes de tránsito poético: acá habrá que saltar, agacharse, subir y bajar, rodar, o cruzar semáforos en rojo, o sobrepasar la velocidad máxima, o ir mucho más lento de lo permitido, pero sobre todo tropezarse. “Mientras pueda cometer errores, sabré que estoy vivo”, leemos en uno de los poemas.

Paul Valery decía que caminar es una actividad cuyo movimiento es semejante a la prosa. La danza, en cambio, queda reservada para la poesía. El método del discurso no sería otro que el método poético, según el cual muchas veces el equívoco y la confusión son generadores de poesía, como cuando en uno de los poemas, el apellido “Falucho” –hay una calle en Mar del Plata con ese nombre– es oído con el audífono del “falo” y se vuelve risible.

Tomemos, por ejemplo, el “Discurso sobre los riesgos de la clonación”, que empieza así: “Si pudiera revivir a mis padres, lo haría”. A esta declaración de amor, le siguen unos delicados recuerdos familiares que el poema trata como si utilizara una pinza de relojero con las que extrae imágenes del nacarado cofre de la memoria. Y de pronto, en medio de un dulce tono elegíaco, el poema da un giro, como quien dice de ciento ochenta grados: “Si pudiera clonar a mis padres, lo haría”. Ese desplazamiento de la elegía a la comedia nunca es tonal. Los dos versos que cité son, de hecho, variaciones de una misma estructura sintáctica. Todo sucede con idéntica convicción. El tono es siempre imperturbable. Lo que varía es el concepto: revivir, clonar. Andar reviviendo familiares puede ser elegíaco, pero estar dispuestos a clonarlos no deja de ser paródico. El poema termina así:

Parece que todo va a la degradación. Ya lo sabíamos. El rumor es que Walt Disney se sometió a la criogenia. Alguna vez, su cabeza congelada resucitará entre los muertos. Y pájaros y avecillas me cantarán al albor, y correrán por verdes praderas los cervatillos de madres muertas y padres desconocidos. Quizás deba preservar pedazos de mi madre, carne o huesos de mi padre. La derrota no sabrá a ceniza. La soledad, no tan amarga.

Creo que acá se nota muy bien algo –o al menos, lo noto yo, espero poder hacerlo aprehensible– y es esto: la aparición de un Walt Disney-Cristo que resucita de entre los muertos, con “avecillas” y “cervatillos” –que, parecería, vienen a saludar celebratoriamente su regreso a la vida– no es una broma, aunque tampoco lo contrario. Lo que sucede es que el humor es abordado con la mayor seriedad posible.

En un ensayo sobre Kafka incluido en El mito de Sísifo, Albert Camus cuenta el siguiente chiste. Un loco se encuentra pescando en una bañadera. El psiquiatra pregunta: “¿Hay pique?”. Y el loco le responde: “Pero, imbécil, ¿no ves que es una bañera?”. Camus dice que la literatura de Kafka es como “pescar en una bañera sabiendo que no saldrá nada de ella”. Inmediatamente, esta definición parece tocar a la poesía en general. La seriedad con la que el “pescador de bañera” asume el humor absurdo me hizo acordar al tratamiento singular de este género en la poesía de Fabián. Los poemas de este libro parecen refinadas piezas de comedia entonadas por momentos con formalidad, con gravedad incluso. Escuchen como empieza el libro:

El agua sale de un pequeño agujero en la punta del pene. Por la misma abertura sale el semen, que alguien llamó “la semilla de la vida”. Las semillas necesitan agua para germinar. El agua cae encima de anchos campos, en forma de lluvia. Dicen algunos mitólogos que la lluvia es la orina de Dios. Dios hace pis. Dios llueve; llovizna, chubasco, garúa, precipitación.

La orina es también “lluvia dorada”. El pis convertido en oro. Algunos desean beber la lluvia de oro.

La escritura de Fabián Iriarte tiene el tono del recato, de la moderación, la mesura y la compostura, incluso de la cortesía ¡y hasta de la diplomacia! Con ese mismo tono –con ese tonito– puede hablar de cualquier cosa, desde lo más elevado hasta lo más guarro, de lo más tierno hasta lo más desfachatado. Cualquier tema le queda bien a su tono, el tono de un Profesor de Literatura Inglesa. Lo que descarrila es siempre alguna asociación, alguna ocurrencia que saca al poema de su eje. Y en ese salirse de eje del poema –tal sería el sentido último y fundamental del dis-curso: hacer trastabillar un mecanismo por medio de la subdivisión, de la partición– es donde suele ubicarse la inventiva, la ocurrencia, lo desopilante.     

En un poema, dos amigos avistan una mercería: “Le pregunté a mi amigo cómo se decía ‘mercería’ en inglés. ‘Notions’, me respondió. Porque a las mujeres se les ocurren “ideas” (ver la palabra con una lamparita de luz encendida encima de la i) cuando entran a estos establecimientos”. Además de un humor distinguido –me vi tentado de escribir “primoroso”–, habría que decir que Fabián Iriarte confecciona el poema como si se tratara de una prenda de alta costura, de un traje de maravillas, de esos que lucen –“la luz luce siempre”, dice un verso–, hecho por un sastre experto que –como sucede en la película Phantom Thread de Paul Thomas Anderson– siempre guarda, en algún dobladillo, un mensajito escondido con disimulo, un guiño pícaro de complicidad.


Poemas de El método del discurso

DISCURSO SOBRE EL MÉTODO EN LA LOCURA

Se depositan semillas de verdad en los seres humanos, piensan unos. Otros dicen que son innatas a nuestros espíritus: mentibus nostris ingenitae.

Hablando con el príncipe de Dinamarca, que hacía juegos de palabras con aviesas intenciones, el patriarca Polonius pensó para sí (imaginen que se aparta de su interlocutor, va a un costado del escenario, se acaricia la barbilla y dice en voz con unos tonos más bajos, como es de costumbre en el artificio del aparte): “Though this be madness, yet there is method in’t”. La locura tiene método. Sí, señor. Por ejemplo: video meliora proboque, veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor. He ahí un camino para llegar al desastre. Todos necesitamos la fórmula que nos lleve al desastre.

Como las ramas del árbol, que se enraman y desenraman. Como las semillas, que se multiplican. La multiplicación, ¿corresponde a la naturaleza de lo infinito? Quid absurdi? Le estoy muy reconocido por las objeciones que me ha hecho. No tengo costumbre de quejarme mientras curan mis heridas. La verdad es posible, pero a mí se me ha vuelto imposible. Puedo abrazar un árbol, que no excede el tamaño de mis brazos; pero no puedo abrazar una montaña, o la ciudad de Amsterdam. Comprender es abrazar con el pensamiento. Pero saber algo es tocarlo, nada más.



DISCURSO SOBRE LAS NOCIONES

Las lilas están vivas: sobreviven. De los siete pecados, destaca la soberbia. Por ello, decidieron eliminar la noción de pecado. Para vivir sin las nociones, sólo con la intuición.


DISCURSO SOBRE EL ENIGMA DE LOS PECES

De los filósofos presocráticos, me gusta Heráclito, apodado “el Oscuro” debido al carácter enigmático de sus afirmaciones. Nacido en Éfeso, entre 544 y 484 antes de Cristo aproximadamente, hablaba con contundencia. Apenas tenemos noticia de su vida.

A veces oráculo y enigma se entrelazan. Homero va a consultar a la pitia. El dios llamado responde su pregunta (“La isla de Ios es tu patria materna”), pero la enlaza con una oscura advertencia: “Cuídate del enigma de los hombres jóvenes”. La esfera es apolínea, el laberinto es dionisíaco. Nuestra cultura está muy inclinada hacia el olvido.

Intrigado, el poeta ciego viaja a la isla de Ios, halla a unos jóvenes pescadores, y les pregunta si consiguieron capturar algo. Responden: “Lo que hemos cogido lo hemos dejado, lo que no hemos cogido lo traemos”. Homero medita la adivinanza sin conseguir desentrañarla. Muere de aflicción.

El enigma desilusiona a los formalistas lógicos. La solución va más allá del contexto. Los pescadores no pescaban peces: se despiojaban al sol, sentados en la arena de la playa. Heráclito cree que “lo que se coge” es la ilusoria realidad del mundo sensible y “lo que no se ha cogido todavía” es lo divino dentro de nosotros. La causa profunda es una sublime derrota cognoscitiva. Por eso me gusta Heráclito. Se arriesgaba al error, a la derrota, a la aflicción.



Links

Reseña del libro. En El Diletante, por F. Murat
Más textos datos y textos de Fabián O. Iriarte en op.cit. «Sópola temprar»
Más textos sobre la obra del autor en op.cit. «Babel liberada», por Silvana Franzetti