María Lucesole

Tres epifanías*

Fui a una manifestación

Fui a una manifestación y la sentía
cerca de mí, enfrente de mí,
dentro de mí.
Como un laberinto de gente
que es ella misma el espacio
que para los demás dejan sus muros.
Laberintos de árboles, de mármol,
de personas que se mantienen
todas juntas
formando figuras extraordinarias bajo el cielo.
Me senté entre la gente y la sentía cerca de mí,
miré tantas piernas y caras enfrentando al sol
mientras llegaba una música
que pareció estar ahí desde otra vida.
Algunos bailaron tristemente,
yo sentí que estaba ahí por retener la sensación
de la gente reunida,
con el temor de que alguna vez
pase a ser sólo un recuerdo.
El único temor, por cierto:
que la figura extraordinaria deje de armarse
y que cada laberinto pase a ser la marca interior
de un tiempo pasado de lucha.
Fui a una manifestación
y la sentí dentro de mí,
cerca de mí.
Enfrente de mí había músicos y lemas,
personas viviendo en lo importante,
¿queda otra opción? Temí,
no poder sentir más esa calidez
inexplicable y sin reemplazo
de los cuerpos abrazados
de los desconocidos.
Fui a una manifestación
y la sentía dentro de mí,
me atravesaba ese laberinto de gente
como el reflejo del sentimiento
de mi alma
que aún no conozco,
como el brillo de la luna en el agua,
me atravesaba la gente.

 

Eisejuaz

A Sara Gallardo

Los mensajeros del corazón
claro que se han ido
bruscamente,
lentamente,
claramente
un día
en que dormía
yo,
y mi alma
dormía.

Claro que se han ido

del camino claro y uniformal
los mensajeros que marcaban,
a los costados los carteles
deshilachados por el tiempo.

Era amarilla la casa, sus paredes,
vieja y gastada por el sol de entonces,
como un rancho solo a final de un camino.
Ahora está la piedra
centrada,
clara y enorme por todos
los caminos que yo veo
que yo no veo,
clara y enorme como un dios
abandonado.

Claro que se han ido los mensajeros del corazón y yo
que creía ser un alma por los dioses alquilada
quedo en el estanque de la incertidumbre.
Siempre fue así solo que ahora
tal vez no pude
sacar del todo el pie
que en la tierra me quedaba. Claro
que de a uno, todos, de a uno, se han ido
y nadie
no dijo
nada, simplemente un silencio
fantasmal
de todos los signos apagados:
del fuego, los signos,
de la tierra, los signos,
del cielo, apagados.
En el agua, apagados.

Y nada.

Nada no dijo el agua cuando cada vez en ella
me zambullí conociendo
por oficio
del amor,
las formas disímiles de abordar los caminos.
Claro que había, que alguna vez hubo
un camino claro, aquel paraíso, aquel
que lo veo y lo recuerdo,
no lo recuerdo.
Nada no dijo el paraíso aquel que alguna vez pisó
alguna servidora
que hoy no soy yo
que ya no es el dios que adentro no llevo.
Es claro.

Cae muerta un alma y se levanta otra
en su lugar
y nadie no avisa, nadie no dice nada.
Resurge
de las cenizas claras de la muerte y del amor,
del amor muerto, del cardo,
del muérdago, del dios
desamparado.

Fui yo quien abandonó,
a la inversa no fue.
A la inversa nada no dijo ni aquel dios
ni cada uno de todos aquellos que fui cruzando.
Como si otra vez muriera, frente a esta piedra parental
gemela de mis pasos, atada a mis pies
callados en el mismo sitio.

Un ancla hubo de haber
que no vi
marcando un lugar en el fondo
un tatuaje tallado
en la tierra
barrosa
que allí quedó sin fingiduras, mientras nadé
cada vez a cada orilla
a encontrar
a tantas otras almas
que nada no dijeron
de que nunca iba a topar
aquel yuyo, aquella flor
de cardo, aquel rosal,
aquella otra piedra que ahora ya
ni ella ni yo
seguimos buscando.

Nada no dijeron ni las nubes, ni los vientos
no dijeron
las tormentas, los rayos
de los dioses enojados,
nada no dijeron,
durmieron,
se echaron a dormir en su maizal de estrellas
confiados
muertos
de risa
clamando
por un viento que es azar
y es perfume,

dejando
que nada no diga yo
tampoco
ni esa piedra que veo afuera y es espejo
de esta otra que no guardo
adentro,
roja
como un corazón.

 

5 de octubre 2017

Me atrae a veces la suerte de ciertos objetos que perduran de una manera que no pareciera la destinada. Abro el salero de la abuela, uno de los elementos con los que me quedé de ella, y ahí están los 10 o 15 granos de arroz que debió haber puesto en el fondo del envase de plástico una tarde de 1980 y pico, cuando, después de rompérsele el salero de vidrio, regalo, seguramente, de una ya lejana reunión de casamiento, se encaminó hasta la 9 de julio, con otras diligencias, entró en un bazar y pensó en que el plástico es más duradero, más impermeable y eligió, entre las probables posibilidades de los diseños, el blanco y rojo, porque no había duda para ella de que no había color comparable al color del clavel, que le hizo ser fanática de River, y comprar una pava enorme para el mate, enlozada, del mismo color, brillante, convirtiendo su cocina en La habitación de Van Gogh, donde todo está puesto ahí como una pátina tenue, desteñida por la luz del sol de la siesta y de la tarde, hasta que los ojos de quien ingresa a habitar el lugar perciben una única mancha inconfundible, que se destaca, que irrumpe y, desde su quietud humilde, gobierna la luz y el espacio.

 

* Nota de la autora.
«Fui a una manifestación» es un poema del inicio del macrismo, cuando pasaba los días viendo y pensando cuáles empezaban a ser los cambios negativos del gobierno, y los días no alcanzaban para todas las marchas y manifestaciones que, sobre todo por despidos, la gente iba haciendo; como ahora. Lo escribí mentalmente mientras volvía de Parque Centenario, luego de la manifestación que hubo por despidos en algunos periódicos y radios. El sol de esa hora me hizo pensar en el poema de Juan L. Ortiz y mezclarlo con la experiencia que acababa de vivir. Es un poema que forma parte del libro En todas las cosas la niebla.
«Eisejuaz» es un poema inédito, que escribí luego de leer la novela de Sara Gallardo, que me fascinó y cuyo protagonista me pareció inolvidable. Me identifiqué bastante con el misticismo de Eisejuaz. No me sucede muchas veces que la literatura refleje mi misticismo, que es bastante inexplicable, como toda sensación religiosa. Es un agradecimiento a Sara Gallardo, por escribir semejante novela, y en lo personal, por hacerme entender lo que estaba sintiendo. A veces las charlas más importantes se dan con autoras o autores ya muertos.
«5 de octubre de 2017» es una entrada de diario inédita. Habla del salero de mi abuela como podría hablar de cualquier cosa que la traiga. Son anotaciones de momentos epifánicos que luego trato de traducir al lenguaje verbal, aunque en ese pasaje se transformen en otra cosa.


María Lucesole (Lobos, Prov. Buenos Aires, 1988)

Poeta, profesora de Letras, correctora literaria y editora. Desde 2006 vive en Buenos Aires. Codirige, junto a Jeymer Gamboa, la revista de poesía Campotraviesa, que circula en papel desde 2014.

Poesía
Flechas lanzadas desde ninguna parte (diarios), Buenos Aires, Lomo, 2017
En todas las cosas la niebla, Paraná, Gigante, 2016
El primer color de la noche, Buenos aires, Nulú Bonsai-La Fuerza Suave, 2015
Las plantas verdes de los veranos, Buenos Aires, Tammy Metzler, 2014

Narrativa
Irse (novela corta), Buenos Aires, Campotraviesa, 2011

Links
Entrevista. En 1 Poeta 10 Preguntas
Reseña. «El diario como excusa…», sobre Flechas lanzadas…, por T. Grosso, en La Primera Piedra / «Letras que migran», sobre En todas las cosas la niebla, en P/12
Video. En Platea Otoño, lectura, 2017