Poesía / Ariel Delgado

Poesía
Ariel Delgado
Rosario, Neutrinos, 2022


El chico de la poesía

Por Florencia Giusti

Escuchar música despacio ¿con auriculares? Un poeta escribe poesía en una máquina de escribir electrónica, una Brother Gx 6750, durante la primera década del 2000.

Ariel Delgado fue un poeta nacido en 1986 y vivió toda su vida en Paraná, Entre Ríos. Cursó estudios de Lengua y Literatura en la UADER, publicó su primer libro de poesía La pequeña verruga en la entrañable Colección Chapita de Matias Heer y Daniel Durand. Poesía reúne una serie de libros publicados por Ariel Delgado a lo largo de su  vida y algunos inéditos. Descubrí sus poemas en la antología 30.30 poesía argentina del siglo XXI, editada por la Editorial Municipal de Rosario, en el 2013, proyecto del que formaba parte en ese entonces la poeta Daiana Henderson, que codirige con Cristian Monti, también poeta, Ediciones Neutrinos y son los responsables de la reciente edición. Además se reproducen fragmentos de sucesivas entrevistas al poeta y editor Julián Bejarano quien también fue su amigo.

Un fragmento del perfil escrito por Durand, que está en la antesala de los poemas, alumbran algunas escenas compartidas: “Tiempo después Ariel empezó a venir a Buenos Aires, a la casa de unos primos, que vivían en la provincia, y venía a visitarme a mi casa o iba a un kiosko en el que yo trabajaba y me ayudaba a atender mientras hablábamos de poesía toda la noche”.

A propósito de esta reseña, el poeta y coordinador de esta revista, José Villa, vía wassap me cuenta una anécdota que tuvo lugar en una lectura en Paraná:  “Ariel, un pibe divino, su poesía tenía gracia y candor. Un día me contó que por la noche un policía lo agarró escribiendo una pared pública. Él le explicó que era para difundir una lectura de poesía. El cana quedó asombrado. Le dijo: “esto es lo más sano que he visto”.

“Una música despacio”, dice un verso de Ariel Delgado, y me recuerda a algo de lo que me pasó cuando lo leí por primera vez. Una suerte de música con auriculares, una música para adentro. Como si fuera el sonido que sale de la televisión cuando comparte un momento con su abuela: “Miramos la televisión juntos / y por primera vez siento/ estar cerca de alguien”.

“Terminar de escribir lo que se lee en este momento”: Los kioskos cierran a la noche, para escribir poesía solo hace falta levantarse de la silla, volver a poner la hoja en la máquina y seguir escribiendo.

“Tesoros perdidos”: En los poemas de Ariel Delgado encuentro pistas, una insistencia. Enterrar juguetes —”Juguetes perdidos”, la canción de Los Redondos—, Ariel ahora escribe una poesía que encuentran otrxs.

“La pileta del fondo de mi casa sigue armada”: La estructura resiste al invierno. De vez en cuando alguna tormenta la limpia un poco y ahorra el trabajo. La abuela le pregunta cuándo la va desarmar, él le dice que mañana, ese tiempo nunca llega. Pero a pesar de las hojas secas, del agua sucia y verde la estructura permanece entera.

“Los poemas se amontonan para luego un día salir y ser leídos por personas que piensan totalmente distinto a quien los escribió”, dice el poeta en la única entrevista que dio en su vida.

“Mi abuela no quiere aprender a usar el lavarropas”: La poesía se amontona en hojas mecanografiadas como las hojas secas en la pileta y desentonan con el presente, como la abuela que se resiste a usar el electrodoméstico: “La tecnología hace que el presente / sea totalmente contradictorio / con su experiencia”. Acomodar los impuestos o muchos cuadernos en una empresa mayorista, ver a su abuela contar monedas antes de que la acompañe a cobrar la jubilación ralentiza el tiempo: “Aburrido de todo esto”, dice otro poema.

Ariel Delgado permanece insistente como la pileta que se resiste a desarmar, como las flores amarillas que crecen entre la basura. Pero él carga una hoja de papel con poesía desde el más allá. Pero ojo: nadie se debe enterar de que eso que está escribiendo lo es.


La pileta del fondo de mi casa

La pileta del fondo de mi casa
sigue armada, lejos
quedó la primavera, el verano
el calor sofocante
que nos llevaba a tirarnos
de cabeza al agua fresca.
Lejos quedaron las ganas de llenarla, de estar mojados
pensando en playas
y mujeres hermosas.
Pero sigue armada
en el fondo, resiste
entre hojas secas,
agua sucia verde,
resiste en el viento del invierno,
a veces, alguna tormenta
la limpia y me ahorra
el trabajo que debería hacer.
De vez en cuando, mi abuela se acuerda
y me dice: Ariel, cuándo vas
a desarmar la pileta?
Mañana, nona, mañana. 


En la cocina

Voy al comedor
y veo a mi abuela
que agarra con la mano derecha
el encendedor azul
y prende la hornalla de la cocina,
luego me mira y molesta me dice:
¿Qué mirás boludo?
No le digo nada,
ella no debe enterarse de que es poesía.


Acomodándole los papeles a mi abuela

Acomodo los papeles
de la luz, el cable y los impuestos
encuentro recibos viejos
con un tiempo
no contemporáneo
al del futuro.
El tiempo no existe
y el hombre
para no aburrirse
creó un orden
en el universo.


Terminar en el momento justo

Se apaga el último cigarrillo
no me alcanzó el alcohol
hubiera comprado más
pero ya es tarde.
Los kioscos están cerrados.
Me levanto de la silla
busco una nueva hoja
y la pongo en la máquina,
no está nada mal
terminar de escribir
lo que se lee en este momento.



Links

Más datos del autor. En Autores de Concordia