Soy fiestera / Mercedes Gómez de la Cruz

Soy fiestera
Mercedes Gómez de la Cruz
Rosario, Le Pecore Nere, 2021, 70 pp.


Todo cuerpo gozante es lírico

Por Leandro Llull

A quince años de su primera publicación, esta nueva edición de Soy fiestera nos convoca en clave reflexiva. En esa dirección se despliega el prólogo de Cristian Molina, dándole a la obra un encuadre dentro de la poesía argentina del siglo actual y, particularmente, en la tradición saedeana abierta bastante tiempo antes.

Los planos que el abordaje del libro plantea son múltiples, y aún cuando se superpongan, no se interfieren. La enunciación de la voluptuosidad en boca de la mujer, el despilfarro y el ansia de la libido, la búsqueda las figuras en el imaginario de una negritud obliterada por lengua dominante y la excavación en tradiciones postergadas o silenciadas convocan, a la distancia, a leer esta poética a través de sus diferentes cristales. El título continúa inquietando. El adjetivo fiestera, articulado desde el yo femenino, pone en jaque su significación. En el idioma amo, se trata de un atributo que no admite la conjugación de la primera persona del verbo ser sin generar un cimbronazo. Es o sos, pero no soy. La postulación de la subjetividad desde esa autopercepción, entonces, prepara la tópica en la cual entrará quien lea: No me mires bailar. No lo necesito. / El ritmo, la música, la noche. / Nada más necesito. / No me mires. / No necesito tus ojos. No hoy. / No ahora que en el cuerpo lo tengo todo. / Nada más que mi movimiento necesito. / No necesito tu cuerpo. No ahora / que lo tengo todo. / Nada necesito más que lo que tengo / esta noche / conmigo.

Por su parte, la energía encuentra en la música su canal y, específicamente, en la musicalidad de los cuerpos pertenecientes a la cultura negra. En esa corriente, si bien la voz se reconoce citadina, las imágenes que la prenden se despiertan en la lectura de un español latente y revisitamos el legado de obras como la de Guillén o, directamente, del compendio de poemas, mitos y leyendas heredados por las comunidades negras latinoamericanas (pájaros de la selva que // mis ojos sean / ojos de tigre buscando // buscando). Así, el bar, la discoteca, el comedor familiar de fin de año se vuelven jungla, porque aprendí a amar al animal que hay en mí.

Otro rasgo que despierta incomodidad es el descubrimiento de que todo cuerpo gozante es lírico. La carne, en su debilidad, se configura como el pararrayo de la emotividad. Las vibraciones no anclan en los sentimientos, sino en los hilos que componen el tejido de las criaturas. La música los atravesará y lo que quede de ese fuego en la lengua será el poema: negro sobre / negro: negro // negro / sobre rosado: negro // negro / sobre amarronado: // negro // amarrado // negro / sobre blanca / negra.

Siguiendo esta última línea, podemos decir que, con el correr del tiempo, este texto se ha asentado en la ternura de su mirada, que es, como señalábamos, lírica. Las escenas candorosas de interacción con el cielo (como en Tiritan / azules los astros…) o con una tortuga (como en Cada día es una fiesta en algún lugar…) permanecen intactas en su dulzura y su inocencia, opuestas, claro está, al concepto de fiestera que el idioma del amo posee y que se intenta derrumbar.

De esta manera, esta valiente torsión del sentido queda hermanada a la reivindicación de la fragilidad y la candidez en la voz y en el cuerpo, y las ilustraciones de Cris Rosenberg le dan a ese gesto un aura visual en esta edición: Y será / más liviana la luz de la mañana / cuando vuelvan al hogar / después de danzar parece la mejor forma de depositar en palabras aquel deseo.



Links

Más textos de la autora en op.cit. «La revolución no va a estar en ningún soporte»
Reseña. «Fiesta de quince…», por B. Vignoli