El estilo verdadero / José Villa

El estilo verdadero
José Villa
Bahía Blanca, Proyecto Lux, 22


El fenómeno de la descomposición

Por Leandro Llull

Si tuviéramos la posibilidad de concentrar en una imagen la dinámica de El estilo verdadero, no sería inadecuado pensar en la fotografía de un planeta tomada justo en el momento de su estallido, cuando la energía del núcleo filtra sus haces de luz entre los fragmentos, sin que la esfera deje de ser una figura reconocible.

Así, como meteoritos recién eyectados desde un volumen mayor, los sintagmas de los cuarenta y dos poemas de este nuevo trabajo de José Villa mantienen una relación gravitacional con el texto que componen y, a la vez, adquieren una independencia tal que permite captarlos como partículas del caos urbano.

La mirada del poeta que en libros anteriores (como Cornucopia, 8 poemas y Escombro) concentraba el ritmo en el objeto, en esta obra —si bien manteniendo su fe y su énfasis en el detalle— se entrega al fenómeno de la descomposición visual y mnémica. Cada poema descose la realidad para volverla a hilvanar a través del aliento («arruga, yuyo, bebedero / de los perros, naranja y mano, papel, / barro, / naranja y mano») y el entorno, doméstico y barrial, es viviseccionado para que sus jirones de vitalidad se empasten en el verso.

En esta clave, la realidad adquiere una dimensión sesgada en la que ya no es viable —ni necesario— distinguir de dónde se extraen las formas, y aun en su clara mención, los referentes pierden casi por completo identidad: «Ahora entrás a la casa / y pueden oírse los llaveros dorados / Abrís la heladera, / está el fruto vivo en una luz gaseosa, / mimbres, resueltos en barniz, / el polen donde el perfume se hiela / La cáscara va separándose de la lengua / y cuando el cuchillo lo atraviesa / la lengua va saliendo de la cáscara / Semilla sobre letra de diario, / se abre la puerta de calle».

La relación que establecen esa «cáscara que va separándose de la lengua» y esa «lengua que va saliendo de la cáscara» da cuenta del procedimiento de penetración y recorte. Los sentidos se lanzan contra los seres y las cosas, y a su paso se va gestando una colección de imágenes. Con esa impronta, se nos murmura: «La chatarra que flota— / son las hojas del día / empavonadas por la luz / que les sigue / dentro: un monoblock / detrás de ramajes, / letras con números sin nombre / y como imanes / vacíos en algún lugar se enredan».

Si nos remontamos a la etimología de «estilo», bien quedaría en evidencia el carácter punzante al que apela esta poética para abordar y marcar su periferia, solo que, contrario al mecanismo del bajorrelieve, la escritura no se concentra en los signos emergentes de lo penetrado sino en la excedencia, en ese menudeo o rebaba que la voz convierte en su materia. El trabajo del poema es registrar el equilibro de ese caos antes de que sus fragmentos estén demasiado lejos de su centro, articular en el vacío la sombra de las duraciones en una tarea de esperanza, como en «Paisaje con tiempo»: «La luz final de sombra / en el rostro, / pero todavía / queda la sombra / del futuro / oscureciéndose, mejor dicho, / perdiendo color / dejando / pocos rasgos que sostienen / la argamasa / fabricada con sueños débiles // La sombra quieta / del rostro es luz final, / pero todavía / queda la sombra / del futuro».

En cuanto a lo «verdadero», tal vez la función del adjetivo sea apostar a la sinceridad de la descripción de aquello que la mirada realiza al rasgar y descomponer. La sintaxis incide y destruye la dispersión del universo, traza en lo real su tajo lineal. De ahí que pueda enunciarse como verdadero al estilo que reconoce el aura destructiva de su estar en el mundo, sin que por ello, como decíamos, se renuncie a la esperanza, al candor, a la reconciliación con aquello que nos ha sido entregado.


Poemas de este libro pueden consultarse en el siguiente link:
«El estilo verdadero»