Mario Ortiz. Tratado de iconogénesis. Cuadernos de literatura XI

Tratado de iconogénesis. Cuadernos de lengua y literatura volumen XI
Mario Ortiz
Buenos Aires, Leteo Edito, 2021


La apertura de un taller

Hacia 1950, Francis Ponge escribió un ensayo para la Unesco en el que reflexiona acerca de la condición y destino de los artistas. La época era ciertamente compleja: Europa comenzaba la reconstrucción luego del desastre de la Segunda Guerra mientras el mundo se dividía en dos hemisferios enfrentados por una guerra fría y permanente que amenazaba pulverizar el planeta. Ponge rechazaba por igual las diversas teorías que pretendía definir las características y funciones del productor literario: bufón o ingeniero soviético de almas; alquimista del verbo intelectual comprometido. Lejos de eso, para el poeta francés, «la misión del artista es muy clara, debe abrir un taller». Si suspendemos la frase en este punto, podría pensarse que los escritores tienen la misión pedagógica de abrir laboratorios y clínicas de escritura para formar otros escritores, algo tan frecuente en nuestra época. Pues no: ante los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Ponge declara que el artista

debe abrir un taller y reparar el mundo tal como le llega, por fragmentos. Solamente un mecánico. Reparador atento del cangrejo y del limón, del cántaro o de la compotera. Ireemplazable en su función. Su papel es modesto, como vemos, pero no se podría prescindir de él.

En diciembre de 2011 descubrí los restos de un televisor marca ZENITH que alguien había arrojado en la esquina de Liniers y Edison. El marco plástico de la pantalla se había desprendido; lo cargué en la bicicleta y lo instalé en el patio de mi casa. Imaginé que se transformaba en un homoscopio, aparato que permite contemplar lo que aparece ante nuestros ojos y analizarlo con una nitidez insuperable, sin modificar, ampliar ni reduci los objetos. A partir de esas observaciones, escribí un cuaderno que lleva el número VIII de la serie.
El encuentro de una persona con pedazos de un televisor arrojado en una esquina puede ser un hecho azaroso. Cinco años más tarde, el encuentro de la misma persona (o sea, yo) con otro televisor arrojado exactamente en la misma esquina, debe ser analizado como un mensaje de otro mundo.

Esta época también es compleja e injusta, por momentos insoportable.
Los largos canales de mar que penetran hasta nuestro puerto están llenos de cangrejos; no sé cómo podría repararlos si alguno pierde una patita o una pinza. En las lagunas que quedan sobre la playa cuando la marea se retira, he visto cangrejitos recién nacidos que se deshacían entre los dedos apenas tocarlos.
No tenemos cántaros. Lo más parecido que hay en nuestra ciudad son jarras de vidrio o plástico que se guardan llenas de jugo en la heladera junto a los limones y alguna compotera con ensalada de frutas.
Pero es un hecho que hay artefactos y monitores destrozados, completamente irreparables.


El tallerista Ortiz determina los propósitos de este tratado mientras, cerca suyo, los árboles se desdoblan y oscilan

Al haber sido despojado de todos sus componentes electrónicos, el ZENITH se ha vuelto algo mínimo, solamente el marco y aire, un aparato casi abstracto. Por eso permite descubrir la referencia material y concreta del árbol, la hoja frágil y jugosa que se presenta a sí misma antes de que el lenguaje la determine, la hoja homoscópica sometida más tarde al tratamiento del nombre. El SHARP, por el contrario, es un volumen concreto y compacto de pantalla y circuitos donde los árboles, yuyos y nubes se desmaterializan; reflejos abstractos que se agitan, brillos de agua y apenas línea, casi imposibilidad de nombrar cercana al vacío.
Sintetizando estas observaciones en un esquema, que las imágenes y lo que cada aparato permite ver mantienen una relación complementaria entre la abstracción y la concreción

ZENITH: aparato abstractoárbol concreto
SHARP: aparato concretoárbol abstracto

Ver la diferencia en la repetición y las analogías en lo heterogéneo; a partir de eso establecer un hecho firme: hay cosas que tienen la capacidad de generar imágenes, cuya potencia habilita una galaxia de ideas y derivas. Si el ícono es una imagen, digamos que estos objetos son iconogenéticos: dos televisores, un monumento cualquiera en medio de un parque, cafeteras oxidadas, las cosas menos pensadas y olvidadas.

Resta saber si el nombre es una cárcel o rocío sobre la piel de las uvas.

¿Cómo nace una imagen? ¿Cómo se origina la palabra que escribimos sobre la hoja en una tarde como esta en la que estoy pasando los apuntes en limpio en el escritorio de la habitación? Solo el movimiento de los cuerpos y formas podría dar alguna respuesta. Entonces, es necesario ir más allá de la mesa de trabajo en el taller y emprender un pequeño viaje.
Pero salen al paso otras preguntas y dudas. ¿Por qué volver a pensar en la imaginación cuando vivimos en medio de un desborde incontrolable de imágenes? Leo por ahí que en un solo día promedio se suben a Instagram ochenta millones de fotos y que hasta 2016 ya se habían compartido cuarenta mil millones de caras sonrientes, poses, mascotas, playas y reuniones sociales sin contar las publicidades, campañas electorales y emoticones. Y sobre todo, escenas y fotos traumáticas que creíamos no ver nunca más en este país, que paralizan de horror y cancelan la posibilidad de expresar algo.
No se trata de negar las condiciones culturales y tecnológicas, sino aprovecharlas para desviarse de sus rasgos autoritarios captando algunas relaciones entre las palabras y las cosas en el momento que se condensan en determinadas figuras. Este cuaderno es un intento de dar respuesta a estas cuestiones. Tampoco es un trabajo sistemático y exhaustivo, sino apenas un conjunto de reflexiones, de búsquedas y experimentos; un texto que es al mismo tiempo bitácora, poema visual, archivo de fotos y dibujos, la oportunidad de pensar cómo podemos habitar con determinadas imágenes y si acaso la fantasía puede reparar algo de lo que está ahí. Para lograrlo, es suficiente iniciar un breve recorrido, un viaje hacia la rotación de las cosas y los signos que será como hundirse en las pequeñas cavernas oscuras que forman los tubérculos invisibles al crecer bajo la superficie, acaso no más grandes que el tamaño del cráneo donde se engendran los sueños. Sólo que este será el cuaderno de un sueño despierto que aprovecha la luz del día para devanar una madeja de figuras y sentidos. Una ciudad entera se alza desde una imagen cuya ambigua forma de existencia nos aproxima a los reflejos que emiten las superficies esmeriladas durante el amanecer. Pequeño tratado de iconogénesis a partir de dos televisores rotos, fotos tomadas con un celular, pedacitos de vidrio, espejos y una rosa de los vientos de chapa y mampostería.
Reparar en lo irreparable
Es lo que está ahí.
Es lo que hay.

¿Reparar lo irreparable?
¿Es posible?


*

Mario Ortiz, fragmentos de «Es posible reparar algo…»
Entrevista publicada en Télam

T: Este trabajo revela tu gusto o predisposición por la observación de objetos o ámbitos de una ciudad que para otros pueden pasar inadvertidos. ¿Por qué un televisor abandonado llamó tu atención?

M.O: Ese televisor abandonado reveló en su momento un altísimo poder iconogenético, es decir, «generador de imágenes». En Bahía Blanca encontré otros objetos de ese tipo: un puente de adorno bajo el que no pasa agua en el Parque de Mayo, un extrañísimo monumento que tiene un mapa de la Argentina moldeado en cemento y las provincias pintadas en distintos colores. Objetos de este tipo están en todos lados, no sólo en Bahía Blanca. Cada persona en su ciudad sólo debe salir y descubrirlos. ¿Pero cómo? Bueno, como podrás suponer, ese poder iconogenético está en la cosa, chirimbolo, artefacto, cusifai, pendorcho, pero en realidad está esencialmente en la persona. Algo ocurre en alguien cuando se encuentra con eso que le sale a la vista. El caminante debe interrogar, y por cierto el objeto responde: habla de su vida, de su destrucción, evoca mundos imaginarios, procesos económicos, historias de vida cotidiana.

[…]

T: Volviendo a la ciencia y la poesía ¿Cómo la trigonometría pueden hacer contacto en tu imaginación para dar como resultado un poema o una narración lírica?

M.O: Es el propio objeto el que habilita posibilidades imprevistas. Hay que estar atentos a lo real, a los lenguajes encriptados que permanecen inaudibles y reclaman una posibilidad de hacerse oír. Esa trigonometría es un diálogo entre lo que el objeto propone y lo que la cabeza de uno responde, o al revés. Caminar por la ciudad supone una enunciación peatonal por la puesta en acto del sistema sintáctico urbano (Michel de Certeau).



Links

Reseña. En Otra Parte, por L. Llull
Entrevista. En Télam, por C. Lorenzón
Vista del libro. En Instagram