Elvio E. Gandolfo, una obra en tres orillas. Dossier

La Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos volvió en este año 2022 a impulsar uno de los más interesantes acontecimientos literarios, la publicación de Tengo ganas de risas raquel, la obra poética de Elvio E. Gandolfo. La edición, por cierto bella, ilustrada por Max Cachimba, reúne sus libros iniciales (difíciles de hallar hoy), textos dispersos e inéditos, un impecable prólogo firmado por Roberto Appratto y una nota de autor que se complementa con un escrito final de carácter literario y autobiográfico. En la última línea de este artículo, Gandolfo declara irónicamente no haber hablado de religión, vida privada o política, habiéndose resumido como un aristócrata, sin casa propia, que ha viajado por Rosario, Montevideo y Buenos Aires. Escritor de tres orillas y, agrego, traficante de ese pinball cultural a veces silencioso, tanto como esplendente, Gandolfo anuncia una riqueza de sujeto estético, político y algo más (elemento ineludible). A su reconocida obra narrativa (y periodística), faltaba la revisión de sus textos poéticos; tal vez para ubicar nuevamente a un protagonista de la poesía argentina desde los primeros años setenta, cuando, formando parte de la publicación y editorial El Lagrimal Trifurca, participó de una elocuente propuesta de renovación poética a partir de cierta incorporación del arte pop, algunos procedimientos narrativos y la proyección sutil e intensa de un coloquialismo que se impregnó del contexto histórico y del sentir de las vanguardias literarias y políticas de su tiempo. Ese punto de partida continúa en sus intervenciones en Diario de Poesía, la revista literaria que, entre otras cosas, releyó estos procesos y con ello dio lugar a los diversos fenómenos de las poéticas definidas y redefinidas como objetivistas. Desde los primeros poemas hasta las últimas obras, Gandolfo bordea la trama del lenguaje en el detalle y la rareza de lo habitual, en el conflictivo diálogo entre el sujeto urbano y sus cosas, o las cosas de todos. Una conversación, fina y serena en su inquietud, que queremos referir en este breve y desde ya solo inicial conjunto de trabajos sobre su obra poética.

J.V.


Índice

Elvio E. Gandolfo: “Mi poética sería múltiple y cambiante»
Entrevista, por Osvaldo Aguirre

Monólogos a Bárbara: la poesía es un lector enamoradizo
Artículo y poemas, por Diego Colomba

Pequeña antología de Tengo ganas de risas raquel
Poemas de Elvio E. Gandolfo, por José Villa

Datos del autor, bibliografía, links y créditos
Elvio E. Gandolfo (San Rafael / Rosario, 1947)

Bonus


*

Elvio E. Gandolfo: “Mi poética sería multiple y cambiante”

Entrevista: Osvaldo Aguirre

La poesía está en el principio de la obra de Elvio E. Gandolfo: sus primeros textos publicados fueron poemas, en la misma época en que comenzaba a editar la revista El lagrimal trifurca, junto a su padre, Francisco Gandolfo, en la ciudad de Rosario. Y está también en el transcurso de su trayectoria como escritor, aunque la falta de libros publicados la hizo mucho menos visible que su narrativa. Tengo ganas de risas Raquel permite apreciar el conjunto y las líneas que lo atraviesan. Desde Montevideo, donde vive, Gandolfo recorre su trabajo en la escritura de poesía y los proyectos y las lecturas que lo desplegaron.

-¿Qué lugar le das a la poesía en tu obra y cómo la ves en relación con la narrativa?

-La poesía forma una especie de paréntesis muy amplio en mi desarrollo como lector y como escritor. En los primeros años pesaba mucho. Cuando fundamos la revista y las ediciones El Lagrimal Trifurca éramos todos poetas: mi padre Francisco, Eduardo D’Anna, Hugo Diz. Hasta mi hermano Sergio sacó un libro muy bueno en esa época: Escuchen. Además había poetas de gran peso en muchas partes, de toda época y lugar, para leer y ser influidos. Con el paso de las décadas y de los cambios editoriales, eso cambió un poco, y me influyó directamente. No así a mi viejo, D’Anna y Diz, que siguieron produciendo extensas y muy buenas obras. Cuando interrumpimos por algunos años, y volvimos, la revista ya tenía a la poesía como un elemento más, y yo me fui inclinando más por la narrativa; aunque lo primero que publiqué fueron poemas, en la revista mexicana El Corno Emplumado (que admiraba muchísimo: no lo podía creer). Los años siguieron pasando y, después de tres ediciones grupales que están al comienzo del libro, sólo editaba de vez en cuando en revistas o suplementos culturales, mientras crecía cada vez más la parte narrativa y periodística. En un momento de relativa crisis (enfermedad de mi padre, ida de la casa de mi hija, etcétera) empecé de nuevo, con la idea irrealizable de escribir un poema por día para los trimestres de El año de Stevenson. No sé si vengativamente, o por la pandemia, desde que empezó escribí solo dos poemas más.

-¿Hay zonas comunes entre poesía y narrativa, o las pensás como proyectos distintos?

-Al ser una misma persona la que escribe, seguramente las hay, pero no conscientes. La actitud, la disposición es totalmente distinta en cada caso. O sea que las pienso como proyectos distintos

-En 1968, cuando publicaste tus primeros poemas en la revista El Corno Emplumado, Francisco Gandolfo, tu padre, publicó a la vez su primer libro, Mitos. ¿Cómo fue tu relación con él en ese plano? ¿Te influyó?

-Se dio una influencia inevitable por el hecho de ser padre e hijo que compartían todo el día un trabajo de imprenta de muchas horas, siendo charlatanes y lectores infernales. Además él terminó la secundaria en una época cercana a aquella en que yo la hacía. Que los dos escribiéramos poesía a veces producía fricciones. Hasta cierto punto la E. de mi nombre la agregué cuando lo recalentó que una clienta lo felicitara por un poema mío. Antes, de todos modos, joven y fanfarrón insoportable como era, me reí mucho.

-Además de tu padre, en tus textos aparece también tu madre. Ya le dedicaste un cuento en Las diez puertas, y en Tengo ganas de risas raquel está en dos poemas, el del reto feminista y el de las llaves perdidas y la casa de la zona sur de Rosario, uno de los poemas centrales en la obra y también en tu propia visión del mundo, por lo que se dice allí. ¿Cómo apareció tu madre como tema de escritura? Tu padre siempre fue una imagen muy fuerte, un eje en la familia.

-Creo que fue Guillermo Saccomano quien dijo que era más difícil escribir sobre la madre que sobre el padre. Supongo que es algo generacional amplio. Uno de los beneficios impensados del feminismo y su gran influencia reciente es que ahora resulta más fácil. Hay ejemplos: el texto de Roberto Appratto, el de Richard Ford, etcétera. Creo que antes resultaba difícil hacer el salto epistemológico de escribir sobre algo que era tan amplio como la naturaleza: no se te ocurría, salvo algún hecho puntual. A su vez los padres han sufrido un desgaste considerable: es más frecuente en ellos el abandono, la doble vida. En mi caso había un código de poderes y lugares muy claro, aunque implícito entre los dos. Mi madre tenía la característica de ser muy buena lectora, y de opinar con gran claridad. En el caso de su aparición fuerte en el cuento “Querida mamá:” fue el fastidio que me daba verla sin hablar y desmejorada en el geriátrico, viviendo mucho más que mi padre (ella falleció un día antes de cumplir noventa). Si era tan creyente, ¿por qué Dios no se la llevaba de una vez? Y el poema largo de la pérdida de la llave bajo la lluvia es el testimonio detallado de un momento de los tantos que ha tenido mi vida de influencia muy directa aunque “natural” de mi madre.

-¿Te marcó el hecho de trabajar como linotipista, un oficio que ya no existe, en la imprenta de tu familia? ¿En qué sentido?

-Me marcó en otro sentido. El hecho de parar letras sacadas de cajetines en un “contenedor”, donde leés las palabras al revés, hizo que a la larga terminara soñando con mi mano componiendo las frases que pensaba: una especie de enfermedad laboral, que me asustó un poco, porque era automática, yo no lo decidía. Pero por otro lado también me sirvió para crear un diseño muy particular de la revista, con líneas de bronce, adornos, tipografía, y clisés comerciales al azar que la distinguían.

-En “Filial”, el cuento dedicado a tu padre, recordás que, mientras imprimían con la Minerva, vos y tu viejo se la pasaban leyendo. ¿Cómo aparecía la poesía en esos momentos?

-Que yo recuerde, se mezclaba todo, y subrayo que la poesía en aquel entonces no era solo múltiple y abundante, sino con grandes nombres: incluso en Argentina, con la que teníamos desacuerdos, estaban cerca Oliverio Girondo, Edgar Bayley, Juan L. Ortiz. Y nos faltaba descubrir a Inchauspe, a Fruttero, a Aldana. Incluso me arriesgué (en uno de los viajes a Buenos Aires a recoger las revistas) a tirarme el lance de pedirle material en persona a una de mis favoritas: Alejandra Pizarnik. Me recibió con una buena onda y generosidad extrema, siendo que era un muchacho del interior. Guardo un par de cartas de ella con apoyos (me alentó la parte crítica, de la que yo me quejaba porque “no me dejaba escribir”) que incluiré (las reencontré hace poco) si alguna vez cuento el encuentro (y otro posterior cuando fue a Rosario, acompañada por Rodolfo Alonso). Para volver a mi viejo, todavía le debo un par de cosas: por ejemplo leer a Góngora (que a él le partía la cabeza). Y los dos éramos y seguimos siendo siempre admiradores totales de César Vallejo, para ambos el tope de lo que se había hecho en América Latina. De él vino el nombre raro de la revista.

-Y el título de tu obra poética proviene de un poema de Humberto Megget que, como contás, leíste a los 20 años. Es decir, la época de tu primer viaje a Montevideo, el contacto con la revista Los Huevos del Plata y con Jorge Varlotta, ¿no? ¿Cómo ves ahora ese momento en relación a tu escritura y a tu visión de la literatura?

-En la decisión vocacional, tuve la suerte increíble de ya decidir ser escritor a esa edad temprana, con gran seguridad. Y cuanto más pasaba el tiempo, más fuerte se volvía esa decisión. A tal punto que deseché pronto posibilidades de pintar o hacer música (piano, con un muy buen profesor de Montevideo: Marozzi), porque me di cuenta de que las dos cosas me tiraban muy fuerte, y tendría que dividir la energía plena que le dedicaba a la literatura, aunque no escribiera (por dentro siempre rebotaba ideas, preguntas, teorías). Eso tuvo un cimiento muy fuerte que fue esa época. Cuando llegás ahora a la otra punta del ovillo, te preguntás por las vidas paralelas que dejaste de lado.

-Además de la poesía argentina y uruguaya, en tu obra hay también resonancias de la poesía chilena. En particular de Nicanor Parra, de quien por otra parte hiciste una antología, Parranda larga (2010). ¿Fue una influencia importante para tu poesía, cómo, en qué?

-A Parra lo descubrimos con mi padre en un libro muy poco antipoético: La cueca larga, que sacó Centro Editor. A su vez en la revista considerábamos, muy en la onda criticona, que la poesía argentina era un desastre (en la segunda época de la revista ya habíamos revisado bastante) y que las poesías fuertes de América Latina (que en esos años era el patrón de medida) eran la chilena, y la nicaragüense. Las dos recibieron sacudones muy fuertes: el golpe contra Allende, y la traición de los Ortegas a los comienzos revolucionarios. De a poco la influencia de Ernesto Cardenal (sobre todo del primero) se fue desdibujando. Y en Chile Parra cumplía un papel casi de tótem. Un papel más complejo fue el de Enrique Lihn, y personal y de costado, Oscar Hahn, otro grande, o Claudio Bertoni, un outsider. Pero la dictadura de Pinochet se encargó de destruir gran parte del tejido no solo poético. Hubo una expectativa de reemplazarlo con una narrativa fuerte, expectativa que no se concretó.

-Entre las tres ciudades sobre las que escribís, Montevideo parece tener la presencia más fuerte, con resonancias más hacia lo fantástico en comparación con Rosario. ¿Lo ves así?

-Bueno, al principio lo era Rosario, en los tres libros colectivos. En el prólogo de Roberto Appratto me impresionó ver la importancia fundacional para mí que le atribuye a esa época, igual que Martín Prieto. Después sí, se impone claramente Montevideo, y a su vez Buenos Aires (más específicamente la zona de Palermo o de Caballito, que recorrí mucho) se filtra poderosamente en la narrativa y la poesía de los últimos años.

-¿Cómo surgió el proyecto de El año de Stevenson, con qué idea, y cómo lo planteaste después de la publicación del primer trimestre?

-Como te dije antes, la idea era escribir un poema por día. Cuando no se pudo (muy pronto) mantuve la ficción: igual cada trimestre tiene noventa poemas. A su vez el nombre era el de una novela que nunca escribí, donde un tipo llamado Stevenson, hoy, pasaba un año entero en Montevideo, en una especie de mezcla de vigilia y espionaje hacia la ciudad. Pero cuando empecé a escribir el libro, también me concentré en R.L. Stevenson, uno de mis autores favoritos, de quien he leído bastante menos que la totalidad de su obra.

-Uno de los poemas del libro se llama Poética. Pero parece una broma. ¿O no, estás declarando tus reglas de composición como se supone de un texto con ese título?

-Ese poema era una especie de montaje irónico y chacotón de las manías de hacer poéticas. Tal como yo la concibo, mi poética sería múltiple y cambiante. Un hilo está presente en un poema semierótico: en “Hace tanto tiempo”: el que escribe toma el comentario de una mujer sobre su propia espalda desnuda para considerarlo como un comienzo de su estética (también llamada poética).


© Max Cachimba

Monólogos a Bárbara: la poesía es un lector enamoradizo

Por Diego Colomba

En los poemas, como en las novelas, hay personajes que hablan en primera persona. No es difícil reconocer en la sorprendente Obra poética de Elvio Gandolfo cuándo toma la palabra el antipoeta, el citadino, el hijo, el tío, el sobrino, el hermano, el aficionado al cine, el amante, el amigo, el empedernido lector.

En algunos poemas esos personajes pueden confluir. Por ejemplo, el antipoeta y el lector suelen fusionarse con el amante. Si bien cada uno de los personajes aparece en distintas partes del libro, el antipoeta insiste en los primeros dos libros compilados –aunque sus mejores conjunciones de reescritura, subversión y expansión del significante aparezcan después–; el amante, ya presente en los libros colectivos, se hace más frecuente en los poemas recientemente escritos por Gandolfo.

No estamos hablando de personajes de dicción sino de acción, que pueden compartir su cosmovisión: de hecho, todos hablan parecido –excepto el antipoeta, más juguetón con el lenguaje– ese idiolecto hecho de registro coloquial, frases cortas, ironía, prosaísmo, humor, claridad expositiva, referencias a imaginarios fantásticos, retórica de los géneros.

Es el amante quien protagoniza encuentros eróticos, relaciones fugaces, amores platónicos, intercambios que prometieron algo que no se consumó finalmente, pasiones intensas y recordadas, que en la escritura se vuelven experiencias atravesadas por el problema del tiempo y lo real. Puede aparecer en los logrados poemas sueltos de Mayo solar y Junio lluvioso, segunda y tercera parte de El año de Stevenson (Segundo trimestre, 2021), o en los agrupados en series, como la de los excelentes monólogos a Bárbara, donde el amante parece revisar su experiencia con la distancia irónica del experimentado lector.

La serie de los monólogos empieza con una especie de chiste. Faltan los primeros dos poemas: sabemos por las fechas que fueron escritos entre fines de 1979 y principios de 1980 y su orden fue editado; la serie culmina con el denominado “Séptimo monólogo…”, que es el primero de los escritos o publicados. Lo que obliga al lector a preguntarse por los poemas “perdidos” de la serie. El autor adelantó en su prólogo que hubo una selección previa. Una posibilidad es que los considerara deficientes para sumarlos al conjunto; la otra, que recordara haberlos escrito pero no los hubiera hallado para su compilación. Lo cierto es que su falta gravita en la serie, como la de Bárbara, la enigmática figura a la que se dirige el sujeto enunciativo.

Si el inicio de la serie por el “tercer texto” irradia cierta ironía sobre la pretensión organizativa de los adjetivos ordinales, la denominación de monólogos se vuelve también irrisoria cuando esos discursos solitarios fechados dirigidos a la persona amada incluyen –aunque impostada– su voz: “Y contestabas: / «Quédate, / la psiquiatría / limará toda aspereza»”.

En el “como yo te he amado” del comienzo resuenan desde el poema de las golondrinas de Bécquer y el cancionero popular hasta pasajes de la Biblia. Tras la dosis de prosa inyectada en el segundo y tercer verso (“Superarán mi relativa capacidad / intelectual, emotiva, sexual”), la gesticulación y la grandilocuencia de cantar el nombre de la amada hasta desgañitarse retoma en el cuarto verso el tono hiperbólico del primero, con efectos humorísticos.

¿Cuál es el juego temporal que propone el primer poema de la serie? Se señala la fecha de un hecho (“el 20 de noviembre de 1979”), un día previo a la escritura del poema, se señala que en el futuro nadie podrá repetirlo, ni viajar al pasado (“retroceder diez años”) para ser parte de ese amoroso núcleo indivisible en el que dos amantes caminan de la mano.

Son argumentos de la hipótesis de la segunda estrofa: “El amor es la refutación definitiva / de los universos paralelos, Bárbara”, con la que se niega la idea connotada en la primera estrofa de que los viajes en el tiempo serían posibles. Como la de San Agustín, la voz del poema propone que las cosas suceden solo una vez. Se vuelve entonces a la idea trillada de la pérdida irremediable del pasado, aludiendo a una fecha anterior a la de la primera estrofa, del año 1974. Y luego insiste con ella con un preciso y absurdo “diez años y un día”. La poesía, nos dice Gandolfo, es la coherencia hecha de ritmos, no de razones.

La tercera estrofa comienza con una típica nota de ambientación romántica, pero la referencia a las gotas de lluvia deriva en el comportamiento de los seres vivos y la materia inorgánica de una playa. Se alude nuevamente al imaginario de la ciencia ficción: “pasan a otro planeta, oscuro y desconocido”: el del amor. “Mundos paralelos” es el nombre de una hipótesis física en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes que el poema termina de refutar hacia el final: “pero mi amor es conservado, diferenciado / de cualquier otro amor / por el universo único, indivisible, / que tú y yo conocemos / o habremos conocido, Bárbara”.

En esa vorágine ininteligible de referencias espaciotemporales (“te alejas de mí / te acercas, tal vez en un futuro no muy lejano partes”), como en una irrisoria ficción de anticipación, el amor juega con las oscuras reglas del tiempo y lo real. La operación poética trastoca el fluir temporal; no lo detiene: lo contradice y transfigura. Si el tiempo de la poesía es el tiempo de antes del tiempo, el poema es una secuencia en espiral que regresa sin cesar, sin regresar jamás del todo, a su comienzo. El cuerpo y la imaginación del amante se rebelan entonces contra el tiempo lineal de la historia.

El segundo poema de la serie rememora la crisis de la relación, el corazón atómico (paradójico) de la pasión amorosa. El poema despliega su vaivén de romanticismo (“Ah, Bárbara, verte de espaldas”) e ironía (“equivalía a trece / veces irte”), con sus referencias humorísticas a los saberes civilizatorios, como la psiquiatría (“Yo me reía / de la psiquiatría, / Bárbara”), lo jurídico (“Parecíamos / haber encontrado / el Sistema / de la Contradicción / Impecable”), la aritmética (“Tus labios cerrados / eran trece / despedidas”, “con trece / sonrisas amargas”, “inmovilizado / por trece puñales”) o la zoología (“cangrejo melancólico”, “pingüino”, “oso amaestrado”, “camello”).

También los poemas siguientes comienzan con motivos románticos que pronto se pervierten. En el tercero, la mujer como patria en la que se vive en perpetuo destierro, en la que el enamorado se vuelve el dudoso habitante costumbrista de un mundo más vital e intenso (“sabemos / que nada / representan / las noticias, las palabras / opacas sobre / el país / lejano / junto a la / serenidad / concreta, real, / de estar en una calle / en un frente de casa / donde pueda / sentarme, / en una silla / de madera y paja, / a sentirme de regreso / en mi país, / el país de Bárbara, / Bárbara”.

En el cuarto poema, se expresan el aislamiento del mundo, el erotismo, el lenguaje de los cuerpos y la pérdida incluso del nombre de la mujer (una bárbara) a la que se dirige, después de que se gritara al principio de la serie: “Ha sido / es / un día / caluroso / y húmedo. / Hay veces / en que no / quedan ganas / ni de / pronunciar / tu nombre”. Socavar de ese modo la presencia obsesiva de los vocativos habla del feliz enhebrado de la serie.

Finalmente, el “Séptimo monólogo…” enumera uno tras otro algunos motivos (clichés) de la poesía amorosa. Al subjetivismo sentimental (“Me gustaría ser / romántico, / Bárbara.”, explicitan los versos iniciales), le opone la conciencia del yo como una falta, una excepción del universo. Los monólogos a Bárbara dicen que dentro de la analogía hay disonancia. Como velada despedida de la amada y los lectores, el implícito “Pero mudo y absorto y de rodillas / como se adora a Dios ante su altar” del romántico Bécquer parece sufrir la herrumbre corrosiva de un ethos contemporáneo, a través de su inversión tonal: “Pero duermo, / como, / trabajo, / y sólo / hay un peso / en el corazón, / una mezcla / de peso / y herrumbre, / una pesadumbre, / Bárbara”.


Tercer monólogo a Bárbara

Como yo te he amado no habrán de amarte, Bárbara.
Superarán mi relativa capacidad
intelectual, emotiva, sexual,
pero ya nadie podrá cantar hasta desgañitarse
tu nombre junto al mar y las estrellas
el 20 de noviembre de 1979,
nadie podrá retroceder diez años
y tomarte la mano para cruzar la Avenida
juntos
como yo lo hice, Bárbara.

El amor es la refutación definitiva
de los universos paralelos, Bárbara.
Ya nadie juega ni jugará con tu pelo
en una tarde de verano de 1974,
en un patio de baldosas rojas y hormigas.
Absolutamente nadie repetirá el
momento en que te vi revolver un capuchino
hace diez años y un día.

Bárbara, llueve y la arena absorbe las gotas,
las almejas las chupan y excretan, se hunden,
pasan a otro planeta, oscuro y desconocido,
los granos cambian sin cesar,
levemente, de posición, te alejas de mí,
te acercas, tal vez en un futuro no muy lejano partes,
pero mi amor es conservado, diferenciado
de cualquier otro amor
por el universo único, indivisible,
que tú y yo conocemos
o habremos conocido, Bárbara.

21/11/1979


Cuarto monólogo a Bárbara

Ah, Bárbara,
verte de espaldas
equivalía a trece
veces irte.
Tus labios cerrados
eran trece
despedidas.
Estábamos en
el mismo cuarto
y había Siberia
entre nosotros.
Te pedía partir,
perderme en un tren lento,
«unos días al menos
de tregua
de tanta lejanía,
Bárbara».
Y contestabas:
«Quédate,
la psiquiatría
limará toda aspereza».
Yo me reía
de la psiquiatría,
Bárbara,
con trece
sonrisas amargas.
Sentía la espalda
apretada
por un cangrejo
melancólico.
«Mal rayo te parta,
Bárbara»,
pensaba.
Y al mismo tiempo:
«Buen viento
tengas
en tu camino».
Parecíamos
haber encontrado
el Sistema
de la Contradicción
Impecable.
¿En qué querías
convertirme,
Bárbara?
¿En un pingüino,
en un oso amaestrado,
en un camello
inmovilizado
por trece puñales?

27/12/1979


Quinto monólogo a Bárbara

Eres mi patria,
Bárbara.
Nací en un rincón
de tu territorio.
Cuando estoy
desterrado de ti
sé que sólo
deseo
vivir hasta el fin
en ese humilde
barrio tuyo
donde se me abrió
el mundo,
ver cómo se pone
el sol
en tus ojos
todas las tardes,
sentirme uno más
de los que respiran
tu atmósfera,
un pez
de tu plataforma
continental.
Como oriundo
del país de Bárbara
amo hasta
tus tormentas
y tornados, Bárbara,
tus mansas lluvias.
En los destierros
intercambio señales
torpes
(como las de todo
desterrado)
con los que vienen
de Bárbara,
y tanto ellos
como yo
sabemos
que nada
representan
las noticias,
las palabras
opacas sobre
el país
lejano
junto a la
serenidad
concreta, real,
de estar en una calle,
en un frente de casa
donde pueda
sentarme,
en una silla
de madera y paja,
a sentirme de regreso
en mi país,
el país de Bárbara,
Bárbara.

22 /1 /1980


Sexto monólogo a Bárbara

Cierra la ventana
que el vidrio
obture
o apague
al menos
los cacareos
de los
turistas.
Corre la cortina
desnúdate
acuéstate
junto a mí
y apoya tu
pierna
sobre
la mía.
Sin hablar
sin movernos.
Es agradable
el peso
de carne
sobre carne.
Ha sido
es
un día
caluroso
y húmedo.
Hay veces
en que no
quedan ganas
ni de
pronunciar
tu nombre.

13/3 /1980


Séptimo monólogo a Bárbara

Me gustaría ser
romántico,
Bárbara.
Dejar crecer
grandes ojeras,
sentir que
el corazón se
rompe,
definitivo,
llorar a la
orilla del mar,
escribir poemas
donde tu nombre
se graba
entre las estrellas
mientras una
tormenta feroz
copia
la turbulencia
de mi espíritu,
y las costillas
asoman
lentas en mi pecho
estragado
por las desgracias
del amor.
Pero duermo,
como,
trabajo,
y sólo
hay un peso
en el corazón,
una mezcla
de peso
y herrumbre,
una pesadumbre,
Bárbara.

11/11/1979


Pequeña antología de Tengo ganas de risas raquel

Por José Villa

Sarro navideño para ella

………..astodelfo del demonio
…………….dónde se han ido los negros orgiásticos
………..para pasar con diversión y bailes
esta noche maldita
………..en que festejamos el nacimiento
dónde
………..he tomado océanos de cerveza
no hay un maldito hombre
………..quisiera bailar toda la noche
pero he tenido que terminar bailando con
………..mi propio hermano
solos los dos
………..me siento un poco mareada
……………y quisiera terminar tirada bajo la mesa
riéndome
………..carcajeando
quiero bailar y divertirme
………..toda la maldita noche
…………………..pero no será posible
terminaremos mal
…………………..sola y riéndome
………..con ganas de llorar
bailando asquerosamente
…………………..con mi propio hermano
………..junto a las reposeras candentes
rodeada de todos los idiotas
…………………..entre los que no hay
astodelfo del demonio
…………ningún negro orgiástico con el cual
…………oh Dios
qué mareada estoy


A las galápagos

para ver tortugas
para besar
para correr por la arena
para comer sémola
hay que ir a las Galápagos

para tener una idea sobre la relatividad
para presenciar el fin de las civilizaciones
para charlar con los amios
para ver los mejores circos
hay que ir a las Galápagos

para beber vino blanco
para comer carne asada
para un buen barco ebrio al ron
para tomar café con crema
hay que ir a las Galápagos

para saber el qué y el cómo
para dormir la siesta
para escribir novelas
para ir a las Galápagos
hay que ir a las Galágos


Las dos orillas

Pasar de noche
en ómnibus
por el Parque Independencia
es pasar en barco
junto a la costa
de un puerto
o una ribera con árboles.

Sólo se destacan
los círculos amarillos
de las lámparas
o las luces rojas
de un auto moviéndose
suaves
un velero que se
aparta del muelle.

O (fijándose bien)
una pareja entrelazada
dos cuerpos
dos delfines
mojados
retozando
bajo la luz
de la luna.


Se va el invierno

Ni en la temperatura
ni en la retirada de los abrigos
se va el invierno.

Se va en la luz
en la luz que afloja.

Y no sólo en la natural:
una lamparita
en una terraza
de Dorrego y Viamonte,
entrevista al pasar
sigue sola
pero no desamparada.
Evoca
desentendida
de la fecha o el frío
los cuerpos aún ausentes
rodeando una parrilla y carne asada,
o simplemente conversando
o silenciosos
rascándose la piel
por un agujero de la camiseta
alrededor de una jarra de sangría
sobre una mesa de latón.
Parte el invierno
quizá no aún en la temperatura
ni en la retirada de algunos abrigos
sino sobre todo en la luz
en toda luz
artificial o natural
que se relaja en los baldíos
en calles
en terrazas vacías
que esperan
los cuerpos del verano.


Otra vez el pasado

Estaba el Austin
que parecía eterno
pero que se fue,
como tantas otra marcas
y perfiles metálicos
de coches que parecían
eternos, para siempre.

Y estaba el Tolby,
el perro negro que era como
un hombre que se paraba
en dos patas,
te apoyaba las otras dos
sobre los hombros
y te miraba a los ojos
con la cabeza inclinada,
inquisitiva,
como un hermano
más bien díscolo,
tanto da si mayor o menor,
que te pregunta,
sin decirlo,
con la mirada,
por el sentido de la vida,
o al menos por la razón
de su extrema complicación,
y el despiste que eso le provoca.
Llegó también la vez en que
tampoco el Toby estuvo.

Solo la inalterable Guzzi
fue resistiendo arreglos
y enchapes, pintura, antióxidos,
moto heroica y tana,
falso símbolo
(transitorio como todos)
de la eternidad,
ante la implacable y lenta
corriente subterránea
del tiempo y el olvido.


Artigas en el hospicio

Introito (entorno)

(Baja a las puertas del manicomio. Espera que una enfermera lo conduzca hasta un patio cubierto por una claraboya. Después se acerca al amigo encerrado, se dan la mano y se sientan. Llueve mucho, no pueden salir a caminar por los corredores o el patio. La lluvia suena pareja sobre los vidrios de la gran claraboya. Al principio sólo fuman, agotando el silencio. Cuando este termina, no saben bien de qué hablar. Ni de mujeres, ni de parientes, ni de enfermeros, ni de políticos quieren. Al fin empiezan con voz neutra, entre pitada y pitada, a hablar de Artigas.)

I. Orto/gráfica

¿Con qué se escribe Artigas?
¿Con A de antes?
¿Con a de ahora?
¿Artigas se escribe con E?
¿Ertigas se dice?
¿Te parece, loco?
¿Entonces quién lo cuidaba?
¿El negro Ensina?
¿Un árbol lo cuidaba,
y negro para peor,
te parece?
¿Y adónde se fue?
¿Al Peraguay, eh?
¿Un país con nombre de fruta,
dónde viste?
¿No se te va la mano?
¿O se escribe con O, Artigas?
¿Ortigas se escribe?
¿Entonces irritaba Artigas,
pinchaba, molestaba,
te dejaba un escozor duradero,
como de años, eh?
¿O se escribe tristemente
con U, y mal: Urtigas?
¿Se escribe con u de usado,
con un de usufructuado?
¿O con u de único, eh?
¿Con I, te parece?
¿Irtigas? ¿Pero no te
suena más bien a virrey,
a fazendeiro,
a gallego que tocaba
el pandeiro, eh?
No lo veo, loco, no lo veo,
suena como el orto,
mejor déjalo así.


II. Los tres

Suponete que Artigas
le hubiera escrito a San Martín:
«Vení, y tomamos unas copas».
No, todavía no estaba la Ancap.
Batlle habrá sido, pero no estoy
seguro. La historia del alcohol
todavía no está escrita.
Sí: otro día lo averiguo,
pero déjame seguir. Suponete
que San Martín viene, y que
además se trae de cumpa a
Bolívar. Y chupan juntos en
lo que entonces fuera un boliche.
¿Una pulpería, con chorizos colgados,
con cuartos de res, con bolsas de
sal, y rebenques? Me cuesta imaginarla,
veo más bien esos boliches del
Oeste. Pero ponele que
entran y chupan. Está bien:
y beben, es mejor.
Y hablan, ¿entendés?
Tranquilos, sin apuro, sin secreto
como en Guayaquil. Porque les queda
poco por hacer. Les fue bien a
todos: liberaron cada uno un
pedazo. Y lo que hacen, oíme, no es
una repartija, ¿eh?, para vos esto, para mí
aquello. No, están como estábamos
los dos antes de que te encerraran,
los sábados de tarde, en el Mincho.
Para ninguno de los tres existe
el tiempo. Y se entienden bien: a
lo mejor San Martín un poco hosco,
Bolívar un poco fanfarrón, Artigas
un poco melancólico, pero le van
dando vueltas a la cosa, tomando lo
que se tomara en la época, dándole
pedal a lo que había que hacer justamente
porque lo hacen como de sobra,
de taquito, sin apuro,
arreglando el futuro
desde el boliche
(o equivalente de boliche)
sin importarles que afuera
sea crepúsculo, y después noche,
y después vuelva a amanecer.
Con voces bajas, sorbiendo discretos,
hablan y toman, toman y hablan
hasta que se callan y miran el sol
que barre el patio de tierra
más allá de las rejas,
porque ya dejaron las cosas
tranquilamente dispuestas.
Y entra un perro y husmea
las tres formas serenas y
San Martín se para
y camina hasta la puerta, se despereza
un poco, se va, sin decir nada.
Y después Bolívar, aunque antes
de dejar de interrumpir el resplandor
del patio se da vuelta y lo mira a Artigas.
Y después Artigas está ahí solo,
y se para y camina hasta
la puerta y se apoya.
Y sabe que lejos, ya más allá
de los bordes de las cuchillas,
los otros dos van pensando, como él
piensa, que no estaría mal dentro
de unos años volver a juntarse
sin que exista el tiempo,
y ver qué pasó con todo,
y hablar y tomar algo, ¿eh?


III. Vocaciones

No, no creo.
Podría ser de joven,
pero algo copiado nomás,
como para una muchacha,
o para descargarse.
Pero después no.
Después se habrá ido
dando cuenta de que
él era Artigas.
¿Cómo por qué?
¿Si vos fueras Artigas
te pondrías a escribir
versitos?
No, loco: sos Artigas,
peleás, escribís sobre
otras cosas. Te estás
moviendo. Sos.
Que después otros
escriban sobre vos,
si quieren. Pero vos, Artigas,
en el molde, siendo.


IV. Breve

¿Tan chico
es el país,
te parece?
¿Ni Artigas
cabe?


Entorno

(Poco a poco dejan de hablar de Artigas. No ha escampado. Caen gotas por una gotera de la claraboya. Fuman en silencio, casi sin pensar en nada, esperando la hora en que deben separarse. Lejos, pasa un enfermero, un guardián, un carcelero. Uno de los dos, concentrado en trayecto del humo dentro y fuera de su cuerpo, se pregunta si había manicomios cuando Artigas vivía. Sin abrir la boca, el otro piensa que no sabe.)



Nota. Los poemas pertenecen a los siguientes libros: «Sarro navideño para ella»: De lagrimales y cachimbas (1968-1972); «A las galápagos»: Poesía viva (1976); «Las dos orillas» y «Se va el invierno»: La huella de los pájaros (1978); «Otra vez el pasado»: El año de Stevenson (primer trimestre) (2014); «Artigas en el hospicio»: El año de Stevenson (segundo trimestre) (2021).


Datos del autor, bibliografía, links y créditos

Elvio E. Gandolfo (San Rafael / Rosario, 1947)

Narrador, poeta, periodista cultural y traductor. Vivió en Rosario, Montevideo y Buenos Aires. Dirigió con su padre Francisco la revista literaria El Lagrimal Trifurca en Rosario (1968-1976). Colaboró con las revistas argentinas Diario de poesía, El Péndulo, V de Vian y La mujer de mi vida;  los semanarios uruguayos Opinar, Jaque, La Razón, La Democracia y el mensuario Punto y Aparte; y los suplementos La Opinión Cultural,  Radar (de Página 12), Revista Eñe (de Clarín), ADN e Ideas (de La Nación). Integró el equipo coordinador de El País Cultural desde 1989 hasta mayo de 2014. Realizó con Aldo Garay 24 programas televisivos de Los libros y el viento (2006) para TV Ciudad de Montevideo.

Poesía
Tengo ganas de risas Raquel (obra poética 1968-2021), Paraná, EDUNER, 2022
El año de Stevenson. Primer trimestre, Rosario, Iván Rosado, 2014
La huella de los pájaros (obra colectiva), Rosario, Ediciones Lagrimal Trifurca y La Cachimba, 1978
Poesía viva de Rosario (obra colectiva), Rosario, Ediciones I.E.N., 1976
De lagrimales y cachimbas (obra colectiva), Rosario, Ediciones Lagrimal Trifurca y La Cachimba, 1972

Cuentos
Las diez puertas, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2019
Vivir en la salina (Cuentos completos), Córdoba, Caballo Negro, 2016
Libro de mareo, Tren en movimiento, 2016
Cada vez más cerca, Córdoba, Caballo negro, 2013 (Premio de la Crítica Feria del Libro)
The Book of Writers, Córdoba, Caballo negro, 2010
Cuando Lidia vivía se quería morir, Buenos Aires, Perfil, 2000
Ferrocarriles Argentinos, Buenos Aires, Alfaguara, 1994
Dos mujeres, Buenos Aires, Alfaguara, 1992
Caminando alrededor, Montevideo, Banda Oriental, 1986
La reina de las nieves, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, , 1982

Novela
Un error de Ludueña, Buenos Aires, Tusquets, 2022
Los lugares, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2018
Mi mundo privado, Buenos Aires, Tusquets, 2016
Boomerang, Buenos Aires, Planeta, 1993 (Primera Mención Premio Planeta)

Nouvelle
Real en el Rosedal, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2009
Ómnibus, Buenos Aires, Interzona, 2006

Ensayos y crítica
La mujer de mi vida, Mar del Plata, Letra Sudaca, 2015
Parece mentira, Montevideo, Fin de siglo, 1993
El libro de los géneros, Buenos Aires, Norma, 2007 / Reedición aumentada como El libro de los géneros recargado, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2017

Links
Más textos de E. Gandolfo en op.cit.: «El año de Stevenson (segundo trimestre)», poemas / «Canton lleno», artículo sobre Darío Canton
Sobre Tengo ganas de risas Raquel. Reseñas, en P/12 / El Diletante, por L. Berneri / Entrevista, en Télam, por C.D. Aletto
Poemas. En Aire Nuestro / Luvina / De Sibilas y Pitias
Narrativa. En Eterna Cadencia: «Mirándola dormir», relato, «Los lugares», extracto de novela
Entrevistas. «Ahora los géneros…», por G. Yuste / «Hacen falta libros entretenidos», por J. Mattio / Entrevista en Desde la Ciudad sin Cines / «Consejos de un cuentista», por R. Garzón



Créditos

Artículos: Osvaldo Aguirre / Diego Colomba
Ilustraciones (incluidas en el libro): Max Cachimba
Colaboraciones: Paola Calabretta
Edición: José Villa



Bonus


Tengo ganas de risas raquel

Del poeta uruguayo Humberto Megget (1926-1951) que da nombre al libro de Elvio E. Gandolfo


Tengo ganas de risas raquel
tengo ganas de ir al cine a ver aquella película
ganas de ver las rosas y no ver las rosas
tengo ganas de tomar el café con leche
y beber
beber
beber
beber
beber
beber aquello y esto
y lo que tú das
y lo que yo ofrezco
ganas de ir y no ver aquella película
tengo ganas de ti y de aquel
pero más que de ti y de aquel
tengo ganas de coca y de raquel.