La sombra del poema/ El núcleo de la tierra, de Eloísa Oliva

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El núcleo de la tierra seguido de El año de los psicotrópicos
Eloísa Oliva
Buenos Aires
Ediciones Nebliplateada
2019

 

 

Por José Villa

Las propias condiciones que genera El núcleo de la tierra (seguido de El año de los psicotrópicos, ganador del premio Alfonsina Storni, organizado por la editorial Nebliplateada) hacen que la distancia entre la experiencia de la lectura y lo que uno puede explicar de ella sea muy breve y acotada. La experiencia estética a la que conduce el libro ocasiona una especie de perturbación que deviene en una duplicación, lo que pone al lector en una zona de alto contraste, de la que surge lo que llamaríamos un fantasma. El rasgo con el cual la voz rompe nos sitúa en una secuencia personal e incompleta (“Te mirás al espejo»); en una enrarecida contraoración (véase “Tres cantos a una bala”); en la puesta en marcha de un proceso de ficción (“Cruzamos la ciudad”); o en textos ajenos modulados dentro del conjunto (“En la noche helada de Treblinka…”). Se suma que la extensión o brevedad de algunas de estas proyecciones en forma de poemas, con variantes gráficas que mueven el texto hacia otro espacio de la voz, le dan al libro una idea de secuencias que pueden leerse encadenadas, y que pueden remover la opción más convencional: leer dos libros en uno, o la lectura independiente. Otro efecto de duplicación.
Esta experiencia, que ya he considerado de alguna manera poco transferible, nos sitúa directamente en la poesía. En el hecho de habitar la lectura y en la acción de escribir. El lector es escritor; esta es una relación implícita en cada libro. Pero no en todos los libros se hace presente de una manera sensible: manera articulada y constante, y fundamentalmente física. Como para tantear la idea de lo físico en la lectura en estos poemas, cabe decir que los desenlaces se me hacen opacos, o signos que van cambiando de forma, o resoluciones un tanto fugaces. Es decir que la reacción física es una cuestión de goce o dilatación de los nervios principales, como dijo alguna vez un poeta, aunque también, si hubiere en ello alguna diferencia, es la composición virtual  o imaginaria de las posibilidades del poema.
Opacidad, transformación, fuga, son parte del proceso de El núcleo de la tierra. Se trata de efectos que la escritura produce y que la lectura, como operación mental, intenta de alguna manera organizar, recrear. Estos procesos o transiciones no se repiten buscando una retórica, no intentan convencernos de que estamos ante el volumen de una poética –o al menos no lo hacen de un modo directo– sino que más bien proyectan signos, como un mecanismo que ha buscado ir constituyéndose y que en ese ejercicio permanece en funcionamiento. El libro, con sus diferentes acotaciones gráficas, muchas de ellas epigramáticas, que implican alternancias, de voces, vacíos, sugiere una serie más constituida por episodios que por unidades. En esa trama rige cierta luz: el parpadeo de un tubo fluorescente, la luz solar que resbala sobre una planta, el resplandor de una pantalla. El reflejo, lo proyectado, aquello que produce un segundo orden, incorpora al lector como parte de la solución que integra esos fenómenos, por cierto con algo de fascinantes: “de los monitores / lo que me enamora es / es el haz de luz sobre tu cara”. Llegamos, entonces, a la instancia de ser manipulados por el artefacto que reproduce la luz; de este orden surgen visiones, con lo que ellas tienen de ficción y de hecho no resuelto, vigente; una idea hacia la cual deslizarse por el deseo, la sugerencia, la voluntad vectorizada por las palabras de sondear cierto límite:

Vibra la luz del tungsteno. Entramos.
Cubiertas de auto
como restos de un motín, un fuego,
las cosas arrumbadas.
No estamos volviendo al refugio después de una explosión nuclear, y
sin embargo, en cómo vemos las cosas
está la historia.
Subimos al auto
cumplimos los papeles
que alguien nos asignó: vos
del lado del volante, yo
tu copiloto.
En esta noche calurosa
el mundo
puede ser leído como una promesa
pero para nosotros
el tiempo es un fluido
que nos atrapa.
¿Adónde estábamos yendo, qué misión
íbamos a cumplir?

En este poema, y en otros, la trama ficcional desencadena alusiones a la realidad y la irrealidad, un pasaje de desmaterialización de lo real o de materialización de lo irreal, aunque para el caso es lo mismo, o podría ser de otro modo; lo relevante es el arco que la ficción establece dentro del poema: en cómo vemos las cosas está la historia. Allí es donde se produce la sombra del relato. Al fondo de todo esto al menos un hecho parece inamovible; el desgaste que provoca el tiempo, el del cuerpo, el histórico, el político, y es la materia bella la que nos hace percibirlo:

Pero acá se está bien.
Estamos vivos.
La sangre alimenta los músculos, la boca
pide comida. Lo consideramos
el Gran Beneficio. La Gran
Diferencia. A veces
llegan las cosas que necesitamos.
Cuando empieza a colarse la nieve
tapamos los agujeros con los brazos.
Es hermoso verla caer encima nuestro, formar
manchas húmedas, luminosas
hechas de un daño
sin sonido.

 


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