El minotauro de Paco (sobre el libro Minotauro, de Martín Felipe Castagnet)

Presentamos el tramo inicial de Minotauro , una odisea de Paco Porrúa (Temperley, Tren en Movimiento, 2024), libro escrito por Martín Felipe Castagnet acerca de la editorial y el editor que marcó una estética y una época de grandes escritores y magníficos lectores, y que contribuyó también a la formación de una idea de la poesía en el Río de la Plata que algún día habrá que observar. Selección y comentario: Nicolás Guglielmetti.

¿Quién no descubrió nuevos mundos gracias a un libro de Minotauro? De algún modo, todas las preguntas de este libro son personales. Martín Felipe Castagnet creció con los libros de Minotauro en su biblioteca: casi todo Bradbury, algo de Lovecraft, un poco de Ballard. Quedó impresionado por el color directo de las portadas y las imágenes ligeramente ominosas. De inmediato, surgió el problema: Minotauro era reconocida como una editorial de ciencia ficción, pero muchos de sus títulos más queridos (El Señor de los Anillos, Las doradas manzanas del sol, Las ciudades invisibles) no se ajustaban al género. Las preguntas también fueron inmediatas: ¿Cuáles fueron los parámetros de constitución del catálogo? ¿En qué se diferenciaron del resto de las editoriales esas portadas inolvidables? ¿Quiénes fueron los traductores y traductoras del sello? ¿Por qué razones Minotauro fue altamente valorada y, a la vez, postergada por los estudios académicos?
Cuando leyó la mayoría de los libros de Minotauro, el autor de este libro no conocía la existencia de Paco Porrúa. Al enterarse de los heterónimos con que Porrúa firmaba sus traducciones, Castagnet realizó una búsqueda biográfica y cultural sobre este gran editor y traductor. Porrúa fue un editor hispano-argentino que leyó la ciencia ficción norteamericana a través del surrealismo francés; a partir de la evolución de esas lecturas, fundó una versión sofisticada del género y luego, en su propio catálogo, lo disolvió en el mainstream, anticipándose a lo que ocurriría a nivel internacional con la ficción especulativa en este nuevo siglo.
Esta es la puerta a un laberinto llamado Minotauro, una odisea de Paco Porrúa. Y, como en todo mito, hay un héroe y un monstruo, unidos desde los orígenes para toda la eternidad.


Minotauro, una odisea de Paco Porrúa

Por Martín Felipe Castagnet

Introducción

“A los catorce años leí Más que humano y me afilié a una editorial rara que multiplicaba mundos y sensaciones”, escribió Marcelo Cohen, traductor y autor de la editorial Minotauro, en un artículo de 2003. ¿Por qué Minotauro puede definirse como una “editorial rara”? ¿Qué mundos, qué sensaciones, qué clase de catálogo justificarían que un lector se “afilie” a una editorial?

La afirmación es de Cohen, pero podría ser propia. De algún modo, todas las preguntas de este libro son personales. Crecí con los libros de Minotauro en la biblioteca paterna: casi todo Bradbury, algo de Lovecraft, muy poco Ballard. Lo primero que me impresionó fue el color directo de las portadas, que cambiaba con cada libro, y las imágenes ligeramente ominosas en el centro de la cubierta. Recién durante esta investigación descubriría que uno de sus diseñadores fue Rómulo Macció, uno de los grandes pintores argentinos. Estos libros eran ejemplares gastados por la lectura, de hojas apenas amarillentas pero siempre en buen estado. Me fascinaba el listado de títulos en la contraportada de cada volumen: una lista prometedora de libros que no había visto en ningún lado. Todavía faltaba mucho para la omnisciencia de internet, y para entender que esas listas eran únicamente una porción del catálogo.

Apenas empezada la secundaria leímos Fahrenheit 451 y el profesor nos insistió en conseguir la traducción de Minotauro (¿quién era ese tal Francisco Abelenda?) por sobre las versiones españolas. El mío fue un caso de amor a primera vista: un libro sobre un hombre enamorado de los libros, como lo definió el propio Bradbury en un prólogo que escribió al final de su vida. Leí todos los libros de Bradbury con los que me crucé: el faro de Las doradas manzanas del sol, los cohetes de Crónicas marcianas, el traje de helado de crema de Remedio para melancólicos, los áticos de El país de octubre

En la adolescencia también llegué a Tolkien y así crucé el punto de no retorno en la relación amorosa entre un lector y una editorial. Una buena parte de mi fascinación se asentaba una vez más en las portadas de Minotauro, de imagen brumosa y bordes dorados; otra, en la epopeya de la traducción (¿quién era ese tal Luis Domènech?); en resumen, en la hechura misma del libro. Esos libros no se parecían a ningún otro.

Cuando entré a la facultad, el grupo Planeta compró Minotauro a fines del 2001. De a poco, las portadas se lavaron y perdieron su sofisticación;la  mayoría de los libros dejaron de reponerse; la renovación de los autores de calidad del catálogo fue casi nula. Gracias al éxito de las adaptaciones fílmicas, Tolkien se transformó en la gallina de los huevos de oro; todo lo demás era prescindible. Eventualmente, la pérdida de Minotauro tal como era y el proceso de concentración editorial se me revelaron como factores de peso para rescatar el valor del proyecto original.

Estaba terminando mi licenciatura en Letras cuando cursé un seminario de verano de José Luis de Diego sobre historia de la edición. Me anoté para cumplir los créditos que me faltaban, pero terminé descubriendo el enfoque transversal y multidisciplinario que estaba buscando para mi carrera. Descubrí que forma y contenido, historia y lectura son caras de la misma moneda. Fue durante mi lectura de la emblemática compilación realizada por de Diego, Editores y políticas editoriales en Argentina 1880-2000 (2006, reeditada y aumentada en 2014), que nació este libro: una oración y una nota al pie eran todo el espacio dedicado a Minotauro. ¿Cómo podía ser que mi editorial favorita cupiera en un cajón tan breve? Busqué: no había nada escrito acerca del sello. Los años que siguieron los dediqué a investigar.[1]

El planteo de un problema fue inmediato: Minotauro era reconocida como una editorial de ciencia ficción, pero muchos de sus títulos más populares (El Señor de los Anillos, Las doradas manzanas del sol, Las ciudades invisibles) no se ajustaban al género. ¿Cuáles habían sido los parámetros de constitución del catálogo? ¿Dónde podía encontrar un catálogo completo del sello, después de tantos años de publicaciones? ¿En qué se diferenciaban esas portadas que me habían llamado la atención del resto de las editoriales? ¿De qué manera había llegado, por ejemplo, Borges a prologar el primer título del catálogo? ¿Qué llevó a Cortázar a publicar Historias de cronopios y de famas en un proyecto hasta entonces dedicado a traducciones? ¿A qué se debió la tardía colección de autores rioplatenses? ¿Era una editorial argentina o española? ¿Era una colección de Sudamericana o un sello independiente? En fin: ¿por qué razones Minotauro fue altamente valorada y, a la vez, postergada por los estudios académicos?

Este libro intenta responder esas preguntas y otras tantas. Las herramientas con las que contamos aquellos que trabajamos en estudios editoriales son las del detective literario: la reconstrucción y el análisis de un catálogo de casi trescientos títulos; la búsqueda de artículos periodísticos de la época; la realización de entrevistas a todos los involucrados; o la recopilación de las portadas existentes.

En la etapa inicial de mi investigación recopilé todo el material bibliográfico y hemerográfico para su organización temática y su datación. En este proceso intenté conseguir todos los ejemplares asequibles de Minotauro así como también de materiales publicitarios. Además, compilé reseñas e intervenciones críticas en revistas especializadas, entrevistas al editor y otros artículos periodísticos pertinentes.

Si bien Minotauro no ha sido abordada hasta ahora como objeto de estudio por la crítica académica, sí existen trabajos que la mencionan o que estudian por separado alguna de las unidades temáticas de este libro: el desarrollo y recepción de la ciencia ficción, por un lado, y la industria editorial argentina, por el otro. Desde uno y otro enfoque aportan datos relevantes cuantitativa y cualitativamente para la reflexión sobre el contexto de emergencia de Minotauro y su posterior asentamiento como una editorial de alto prestigio simbólico, hegemónica dentro de su ámbito de especificidad.

Un estudio muy valioso es el ya mencionado Editores y políticas editoriales en Argentina 1880-2000 (2006). Este proyecto de de Diego funda un acercamiento que aúna la perspectiva crítica de la historia de la industria del libro en Argentina con el análisis de los datos concretos, y plantea la existencia de siete períodos que abarcan de 1880 al 2010. Es significativo: Minotauro, inaugurada en 1955, se encuentra justo en la bisagra entre dos de los períodos trazados. Si bien entre 1938 y 1955 se encuentran los años dorados del mercado del libro en Argentina, hacia mediados de los cincuenta la curva de producción se manifiesta claramente descendente, no sólo por el comienzo de la recuperación del mercado español después de la guerra, sino porque en Argentina fue un período oscurecido por la violencia política y la censura que limitó el crecimiento editorial. En el libro que comento, Amelia Aguado traza un período que va desde 1956 hasta el año anterior al comienzo de la dictadura, 1975, y que se distingue por la consolidación y afianzamiento de un mercado interno para el libro, orientándose sobre todo hacia autores argentinos y latinoamericanos. Es durante ese marco histórico que Aguado resalta el aporte de Minotauro al género: “Transformó la ciencia ficción de un género popular y desprestigiado en un formato jerarquizado y aun de culto”.

Por el lado de los estudios sobre géneros ficcionales, me acerqué a distintas investigaciones sobre el surgimiento y la circulación editorial de la ciencia ficción, el fantástico y el horror en el contexto norteamericano y de lengua inglesa, así como también en Argentina.[2] Esta reconstrucción me permitió un enfoque contrastivo entre la trayectoria de Minotauro y un marco histórico, para comprenderla como articulación frente a los géneros en los que se especializó. Desde la década del 20, se gestó en el circuito de revistas norteamericanas de ciencia ficción una polémica sobre el principio de verosimilitud científica en las obras del género. Con el tiempo, la polémica produjo diversas corrientes que en la teoría se situaron como opuestas: la hard science-fiction y la llamada New Wave, a la que Porrúa adhería.

También revisé las delimitaciones del fantástico, mediante distinciones que lo diferenciaran de otros campos similares, sobre todo el maravilloso, que genera el nacimiento del rótulo fantasy. Sin embargo, editorialmente estos géneros conviven en los mismos sellos, revistas y gremios, por lo que fue necesaria la creación de la sigla anglófona “SF” (science fiction, scientific fiction, speculative fiction, science-fiction and fantasy, etcétera). Lo mismo ocurrió con la adopción del heterónimo “ficción especulativa”, que a su vez fue utilizado para distinguir a la corriente más renovadora de la ciencia ficción estadounidense de paradigmas más tradicionales.

En Argentina, Capanna confirma la hegemonía de las publicaciones de Minotauro en castellano “aun después de que la editorial dejara el país”, ya que el sello “ejerció una auténtica docencia en el público argentino”. Esa afirmación respalda otra del propio Capanna de hace cuarenta años atrás en El sentido de la ciencia ficción: “En la actualidad, a través de la labor pionera de Minotauro, el gusto por el género, en sus formas más elevadas, comienza a arraigar”. En El libro de los géneros, por su parte, Elvio Gandolfo también subraya el papel de Minotauro en la consolidación de un público lector argentino para la ficción especulativa. Ambos ensayistas coinciden en destacar la calidad del aspecto material de los textos y el cuidado en la configuración del catálogo. Jorge Herralde, fundador de Anagrama, destaca al sello en sus memorias editoriales, El optimismo de la voluntad: “Minotauro está considerada una editorial ejemplar, quizá la mejor editorial internacional en este registro”.

Harían falta muchos más testimonios autobiográficos del mundo editorial para recuperar lo que se está por perder. En ese sentido, este libro es un trabajo necesariamente incompleto. Minotauro fue fundada hace más de sesenta años y continúa activa en forma ininterrumpida desde entonces. Por tanto, se trata también de un trabajo a contrarreloj: desde que comencé esta investigación fallecieron varios de los involucrados en la editorial, como Rómulo Macció, Carlos Nine, Aurora Bernárdez, Angélica Gorodischer, Carlos Gardini, y sobre todo el fundador del sello, Francisco Porrúa, a fines de 2014.

No recuerdo la primera vez que escuché hablar de Porrúa; cuando leí la mayoría de los libros de Minotauro no conocía su existencia, a pesar de que la mayoría de las traducciones eran suyas. Enterarme de que usaba heterónimos para firmarlas (un sistema mucho más elaborado que el seudónimo), me llevó a realizar un relevamiento incluso de índole familiar, ya que muchos de ellos provenían de apellidos de sus antepasados. Tuve la posibilidad única de entrevistarlo en su departamento en Barcelona en diciembre de 2012 gracias al contacto de Rodrigo Fresán. Me lo pasó junto a una advertencia: “Porrúa ya no recibe a nadie. Nole sacaron una palabra ni siquiera cuando murió Bradbury”, me dijo.

Marqué el número desde la habitación del hotel y me atendió el mismo Porrúa. Le conté que estaba escribiendo una tesis sobre Minotauro y que me había criado leyendo los libros de la editorial. Su

voz grave me explicó, casi excusándose: “Estoy un poco limitado y con muchos años, pero lo que podríamos hacer es que vengas a verme”. Al día siguiente fui a visitarlo, a la hora del té; charlamos durante una hora y media en su biblioteca. En ese momento él tenía noventa años.

La ayuda brindada por el propio Porrúa y luego por su familia (hermanos, hijos y sobrinos: todo agradecimiento es poco) fue fundamental para entender el proceso vital detrás de Minotauro y cerrar los cabos sueltos de esta investigación, sobre todo los referidos al origen de la editorial. Entre los materiales de análisis consignados, se destaca principalmente el epistolario conservado por su familia, que iluminó la relación laboral (fraternal, en algunos casos) de Porrúa con autores, traductores y agentes. Partes de ese material epistolar aparecerán a lo largo de estas páginas.

El centro del laberinto

La hipótesis que conduce esta investigación es la siguiente: Porrúa fue un editor hispano-argentino que leyó la ciencia ficción norteamericana a través del surrealismo francés. A partir de la evolución de esas lecturas, fundó una versión sofisticada del género y luego, en su propio catálogo, lo disolvió en el mainstream, anticipándose a lo que ocurriría a nivel internacional en este nuevo siglo.

La editorial Minotauro esquivó la identificación con la corriente hard science fiction, una aproximación dirigida a científicos, ingenieros y técnicos (en Argentina, constituían una minoría lectora, el 11,6% de los lectores según una encuesta de la revista Más Allá de diciembre de 1953). A su vez, tampoco optó por la masividad construida mediante el fandom, tal como se concibe al género en los Estados Unidos. En cambio, Porrúa puso el énfasis en la calidad literaria de los textos y en un lector pensado como consumidor de literatura culta por medio del diseño abstracto de las portadas, los prólogos firmados por Borges que apelan a su capital simbólico para legitimar las obras, y la selección y traducción de los títulos según el modelo francés, de donde provino la idea germinal de la editorial.

Minotauro detenta un capital simbólico prestigioso pese a haberse consolidado como un sello dedicado a la publicación de géneros con escasa legitimación dentro de la tradición crítico-literaria. La concepción no dogmática de los géneros le permitió publicar a autores de elevado prestigio simbólico, pero cuya producción se presenta también por fuera de los géneros mencionados (Kurt Vonnegut, William Golding, Martin Amis e Italo Calvino, entre otros). Además, la editorial se convirtió en un agente principal en la formación de una tradición contemporánea del fantástico en el Río de la Plata.

En cuanto a la estructura editorial, la exitosa incorporación de Porrúa a Sudamericana resultó al poco tiempo en la incorporación de Sudamericana a Minotauro. En la práctica, el sello funcionó como una colección bajo el control total de Porrúa pero administrada en lo comercial por Sudamericana, un modelo que continuó cuando el editor se mudó a Barcelona y comenzó a trabajar en Edhasa. A la vez, su trabajo allí permitió la renovación del catálogo de la colección Nebulae, que se transformó en una especie de sello B de Minotauro. Este planteo general, apenas esbozado en esta introducción, es desarrollado a lo largo del libro.

Por razones de espacio, no he centrado mi investigación en la etapa en la que Planeta, a partir de 2001, se hizo cargo de Minotauro. Esto merecería un trabajo aparte para evaluar las consecuencias y sacar conclusiones específicas. La venta al Grupo Planeta responde a la lógica del mercado que se desarrolla desde los noventa, como ya había ocurrido con Sudamericana en 1998 al ingresar en el conglomerado hoy denominado Penguin-Random House-Mondadori. Esta última etapa de Minotauro no coincide con el impulso diferenciador que la caracterizó en sus orígenes, sino que se anexa a la serie de transformaciones que están ocurriendo en el mundo del libro actual.

Los corredores del laberinto

Este libro se divide en cinco partes. Empiezo con una puesta en contexto de los orígenes de la ciencia ficción en Europa, EE.UU. y Argentina. Luego las cuatro partes principales se centran en Minotauro:el editor, el catálogo, las traducciones y el diseño.

En el capítulo sobre el editor, reconstruyo de modo cronológico un perfil de Francisco Porrúa y de su editorial, a partir de los principales hitos en su vida: su nacimiento en Galicia; la crianza en la Patagoniany la educación en Buenos Aires; la creación de Minotauro; la posterior asociación con Sudamericana; el regreso a España y su labor en Edhasa; y finalmente la venta a Planeta y el (interrumpido) retiro.

Me gustaría adelantar una silueta general. Francisco Porrúa, Paco para todos, nació en 1922 en Corcubión, un pequeño pueblo costero. Su padre, marino mercante, pidió un destino en tierra, y la familia dejó la comarca de Finisterre para mudarse a otro finis terrae del lado opuesto del océano Atlántico: Comodoro Rivadavia. A sus 18 años Paco se mudó a Buenos Aires para estudiar Filosofía y Letras. Allí nació la idea de Minotauro: luego de leer un artículo de Boris Vian y Stéphane Spriel (Michel Pilotin) en la revista Les Temps Modernes, la revista que dirigía Jean-Paul Sartre, que se llamaba “Un nouveau genre littéraire: la sciencefiction”, donde se mencionaba a un escritor norteamericano de apellido Bradbury. Poco después, Porrúa compró los derechos de cuatro libros de ciencia ficción desconocidos por entonces: dos de Ray Bradbury, uno de Theodore Sturgeon y otro de Clifford Simak. Era el nacimiento de Minotauro. Gracias a las buenas reseñas, Porrúa fue reclutado enseguida como asesor en calidad de lector anónimo de Sudamericana; al tiempo se convirtió en el director editorial, y de ahí a la asociación comercial.

Porrúa regresó a España en 1977, después de la muerte de Franco y del golpe militar en Argentina, golpeado por la desaparición de empleados y escritores de Sudamericana, entre ellos Francisco Urondo y Haroldo Conti. Sus movimientos concuerdan con los de aquellos desplazados por la Guerra Civil primero y la dictadura militar después; fue colega en el exilio tanto de los editores españoles como de los traductores argentinos.

El perfil de Porrúa en estas páginas no es una biografía en stricto sensu, y salvo excepciones mínimas se han dejado afuera aquellas cuestiones personales que no contribuyen a diseñar un itinerario intelectual. En consideración del bajo perfil de Porrúa, que invisibilizaba su labor cada vez que podía,[3] mi labor como investigador debe prescindir necesariamente de su modestia, pero también estar en guardia contra el mito del editor infalible.

En el capítulo sobre la editorial, analizo las colecciones de Minotauro y cierro con una lectura transversal del catálogo. La primera dificultad fue reconstruir un catálogo que, en verdad, nunca existió en forma completa: ni en librerías, ni en las diferentes oficinas de la editorial, ni siquiera en la biblioteca personal del editor. Jamás convivieron la totalidad de los libros de la editorial, menos aún si uno incluye las distintas reediciones y reimpresiones, cada una con sus correcciones de traducción y su (a veces fugaz) paratexto: portadas, listados, blurbs, etcétera. Tampoco se puede restringir el objeto de estudio a uno o dos países: Minotauro funcionó en Argentina y después en España, pero sus libros circulaban por toda Latinoamérica, y algunos ejemplares tuvieron ediciones réplica en editoriales como Hermes y Edhasa. Para poder realizar la reconstrucción del catálogo me resultaron indispensables las “redes invisibles” de internet, cuyo espíritu continúa siendo genuinamente colaborativo.

En una editorial como Minotauro dedicada a traducciones, vale la pena detenerse a observar la inclusión de autores hispanohablantes en el catálogo. En la gestión de Porrúa fueron pocos, apenas ocho, en un lapso de cincuenta años. Fue, en cambio, durante la gestión local de Marcial Souto que se desarrolló una colección de autores rioplatenses, donde se publicaron diez autores en tan sólo tres años. En ningún momento hubo autores españoles ni latinoamericanos, excepto el uruguayo Mario Levrero. Esto se invirtió en la época de Planeta, con un predominio de autores españoles que alcanza la mitad de las novedades anuales; los argentinos son pocos, con la notable excepción de Gardini, y por haber sido finalista de un Premio Minotauro.

En el capítulo sobre traducción, pongo el foco en las traducciones y los traductores del sello, que conformaban la mayor parte del catálogo y cuya calidad era, para Porrúa, el factor predominante para una publicación. Los fenómenos de traducción se modulan según el concepto de República Mundial de las Letras de Pascale Casanova, que consta de “capitales”, “regiones periféricas” y “semiperiféricas”; de este modo, cada traducción permite dar cuenta de procesos de dominación que determinan la posición y el poder de una determinada lengua. Según Gustavo Sorá, la traducción en América Latina durante el siglo xx problematiza el lugar de la cultura en la construcción del poder. La elección de la editorial Minotauro como objeto específico de análisis supone analizar la circulación de contenidos simbólicos de la producción internacional (sobre todo del inglés y el francés) al ámbito de la lengua castellana como un traspaso prestigioso, para lo cual me resultó muy útil el enfoque utilizado por Patricia Willson en La constelación del sur (2004). Asimismo, en tanto a la dinámica de centro versus periferia, la mudanza de la editorial de Buenos Aires a Barcelona permite analizar este fenómeno desde un proceso histórico mayor que fue la recuperación de la industria editorial española y el descenso de la argentina.

En el libro de Daniela Szpilbarg, Cartografía argentina de la edición mundializada (2016), sobre las transformaciones del campo editorial en Argentina en el momento posterior a la década del noventa, se propone una clasificación del campo en términos de tipologías editoriales. Se trata, específicamente, de diez casos basados en trayectorias personales: el editor productor, el editor comercial puro, el editor modernizador, la editora empresaria, el editor digital, el editor gestor, el editor autor, el editor militante, el editor artesanal y la editora feminista. Esta modalidad de análisis resulta atractiva porque permitiría identificar retrospectivamente una undécima categoría para definir a Porrúa como un editortraductor. Además de coordinar traducciones, él mismo nunca dejó de traducir: sus últimas traducciones, en colaboración, fueron dos novelas de Philip Dick publicadas en 2001, el mismo año de la venta del sello a Planeta (las firmó como Manuel Figueroa, un nom de plume utilizado por primera vez 45 años atrás). Su uso permanente de heterónimos se ajusta al concepto de invisibilidad del traductor de Lawrence Venuti, ya que este uso contribuye al vaciamiento de esa figura. La traducción se coloca por sobre el traductor y refleja otra jerarquía: el catálogo por sobre el editor. Así lo refería Porrúa en una entrevista: “El editor debe ser anónimo, el editor no es más que su catálogo, sólo eso cuenta. Si el catálogo es bueno, tú eres un buen editor; si no, eres malo”.[4]

En la quinta y última parte de este libro, establezco y estudio las diferentes épocas gráficas de la editorial. La materialidad de los libros fue un factor vital para distinguir a Minotauro de lo que se estaba publicando hasta entonces; los desarrollos teóricos de Gérard Genette en Umbrales sobre los componentes paratextuales me dieron sustento a la hipótesis que postulo. Para el análisis formal de las portadas y otros elementos gráficos conté con la colaboración indispensable de la doctora Marina Garone Gravier del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien con infinita gentileza redactó un estudio sobre Minotauro especialmente para este libro, que me sirvió de guía y logró solventar mis limitaciones en el tema.

Durante el período Porrúa, pude distinguir cuatro etapas a partir de los cambios en las portadas (mientras que otros elementos como la tipografía o el formato de la caja permanecieron sin cambios). Las primeras dos etapas estuvieron a cargo de Juan Esteban Fassio, quien también fuera traductor para la editorial de la obra de Alfred Jarry, Ubú rey. El diseño original de la tercera etapa estuvo a cargo de Rómulo Macció, y fue continuado por un artista como Domingo Ferreira. La cuarta y última etapa se divide en dos variantes: por un lado, las reediciones y la colección rioplatense a cargo de la planta de ilustradores que había colaborado en la revista El Péndulo, como Carlos Nine, Luis Scafati y Oscar Chichoni; y por el otro, los diseños del catalán Julio Vivas, que durante veinte años se haría cargo de la gráfica de la editorial hasta su venta. Una vez vendida a Planeta se abandonan todos los criterios presentes hasta entonces y se adopta un diseño estándar y homogeneizado, habitual en los best sellers a los que apunta el conglomerado editorial.

Finalmente, a modo de anexo del libro, adjunto la reconstrucción del catálogo; en ella se indica año, autor, título de la traducción, título original, traductor, portadista, prologuista, colección y número original.

Una afirmación de Porrúa en 1971 revela su principal interés: prolongar la vida del libro junto a los lectores: “La recepción del público siempre ha sido buena; es una colección que no tiene bestsellers notables, pero tampoco libros en stock, inmovilizados: la venta es mediana pero continua”. Los números, aunque habituales entonces, de todas maneras asombran: el promedio era de 10 mil ejemplares por cada título. Al día de hoy el legado de Minotauro todavía persiste en toda buena casa de libros usados que se precie.


[1] En lo personal, fue fundamental para mi formación pertenecer a los grupos de investigación dirigidos por de Diego con sede en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS) de la UNLP: “Editores y políticas editoriales: articulaciones y redes entre Argentina, América Latina y España”, “Políticas editoriales y modernización literaria: géneros, cultura visual, nuevas tecnologías” e“Historia del libro y la edición (Argentina y América Latina): mercado y valor literario”.
[2] Entre ellas cabe destacar Capanna, Pablo (2007). Ciencia ficción, utopía y mercado. Buenos Aires, Cántaro. Gandolfo, Elvio (2007). El libro de los géneros. Buenos Aires, Norma. Westfall, Gary y Slusser, George (2002). Science Fiction, Canonization, Marginalization, and the Academy. Greenwood Press. Wolfe, Gary K (2003). “Science fiction and its editors”, en The Cambridge Companion To Science Fiction, ed. Edward James y Farah Mendlesohn. Cambridge University Press, 2003, pp. 96-110.
[3] “Yo no soy descubridor de nadie, ni de mí mismo. Las novedades venían de cosas ya hechas, no eran descubrimientos extraordinarios”. En Axxón (2003). “La Feria Internacional del Libro de Guadalajara reconoce la labor de Francisco Porrúa”. 2 de diciembre de 2003.
[4] Ayén, Xavi (2014). “Francisco Porrúa (1922-2014). El editor invisible”. La Vanguardia, 24 de diciembre de 2012.


Martín Felipe Castagnet (La Plata en 1986). Es doctor en literatura por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó las novelas Los cuerpos del verano y Los mantras modernos. Su obra ha sido traducida al inglés, al francés y al hebreo. Es uno de los editores de la revista Orsai.