La editorial porteña Zindo & Gafuri publicará La patada del chancho, un nuevo libro de poemas de Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958). Además, Club Hem, de La Plata, lanzará Cerrá cuando te vayas, una colección de crónicas platenses.
A continuación, una muestra de cada volumen, el texto presentación de las prosas, por Mariana Enríquez, más un audio del autor hablando de las publicaciones en una entrevista radial que se puede escuchar aplicando sobre la imagen.
Fiebelkorn es poeta y periodista radicado en Buenos Aires; trabajó en Radio Universidad de La Plata, donde condujo los programas El Cazador Americano y La Hora de los Magos. Colaboró con la revista Humor Registrado y fue coeditor del tabloide de poesía La Novia de Tyson. Su obra poética editada comprende los siguientes libros: Caballo en la catedral (Ediciones El Broche, La Plata, 1999), Zona muerta (La Bohemia, Buenos Aires, 2004), Elegías (Ediciones Al Margen, La Plata, 2008), Tolosa (Eloísa Cartonera, Buenos Aires 2010), Elegías (2a. edición, Determinado Rumor, Buenos Aires, 2011), Pájaro en el palo. Antología personal (Civiles Iletrados, Montevideo, 2012) y El sueño de las antenas (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013). Textos suyos fueron publicados en México y Brasil. Algunos de sus poemas fueron traducidos al portugués por Virna Teixeira y publicados en una plaqueta con el título O tempo que se perde em buscar o tempo perdido (O Arqueiro Verde, San Pablo, 2011). Figura en diversas antologías, entre ellas: Poesía, 36 autores (La Comuna Ediciones, La Plata, 1999), Poesía erótica argentina (Manantial, Buenos Aires, 2002) y Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata (Libros de la talita dorada, La Plata, 2003). Hincha confeso de Estudiantes, se formó, según sus propias palabras, en “la escuelita de Zubeldía”.
Cadena
Este es el poema
del amor y la prosperidad.
Quien hasta el fin lo lea,
tendrá la dicha.
Quien lo lea o escuche
hasta el final, obtendrá
buena ventura.
Quien lo abandone
quedará de frente
a la desgracia.
Más vale se queden.
Más vale se abracen
a este poema,
que es amigable
como un perro, sedante
como el lomo de un gato,
emocionante
como la persecución
de una laucha.
Porque este poema
tiene amor
y prosperidad.
Todos hunden su jarra
en el poema
y la llenan
de su jarabe.
Un poema
para la tos,
para los callos,
el reuma, las caries,
la esclerosis. Versos
para la cirrosis
y la neurastenia
Toda clase de fobias
pueden conjurarse
con estas grageas,
que también
se consiguen
en formato de
supositorios,
plenos de amor
y prosperidad.
No tiren este poema.
No lo tiren.
Rosana Mentasti, de Chivilcoy,
lo leyó hasta el final
y acertó a la quiniela.
Ricardo Santander,
de Almirante Brown,
abandonó el poema
en el segundo verso
y se le secaron las bolas.
Matilde Garófalo,
de Brandsen, tardó
una semana
en leerlo pero al final
pudo curarse
del insomnio.
Marcelo García, de Moreno,
tiró este poema
a una zanja
y fue asaltado
dos veces
en diez días.
Bieaventurados
los lectores pacientes
que miran más allá
y siempre quieren.
Hagan cien copias
de este poema
y repártanlo
entre amigos y enemigos.
Cien copias
por carta
o telegrama
para pegar
en cada puerta.
Cien correos electrónicos.
Cien avioncitos de papel.
Cien en la cara del tiempo,
uno solo en el culo de dios.
***
En algún momento de 1978 se lo pudo ver a Travolta en la galería Rocha de La Plata.
Era un morochito más bien bajo, peinado como su ídolo, que se ponía a bailar cuando en la disquería Paleo sonaba Stayin alive.
Ahí nomás le armaban ronda y el negro bailaba. Era muy bueno, había sacado el paso al detalle.
Pero había algo que no andaba bien ahí. Cuando al pibe le preguntaban el nombre, respondía «Tony Manero».
La escena se repitió durante unos cuantos días, y los comerciantes de esa galería empezaron a tomarle el pelo a este lunático. Lo tenían de mandadero, le hacían encargues absurdos, como llevar dos tarros de pintura de un lado al otro. El loco iba y venía con la pintura, desorientado, de una galería a otra, ya que estos comerciantes tan geniales se habían pasado el dato de que había alguien digno de su burla.
En eso volvía a sonar en la disquería la canción salvadora, y ahí sí, Manero en su mejor forma lustraba las baldosas a puro fandango.
Pasó la moda de la película y el chiflado no apareció más. La tierra se lo tragó.
Los comerciantes de la galería volvieron a su tedio habitual.
Los mufados que caminábamos sin rumbo por esa ciudad vacía volvimos a nuestras cavilaciones. Escuchábamos «Ondas», un programa de rock y textos raros que salía los domingos por Radio Universidad.
Era 1978, y en los parlantes de las galerías sonaban Donna Summer, Gloria Gaynor, Bee Gees, KC & the Sunshine Band.
No había lugar para nosotros. Tampoco para el pobre Travolta, pero él no lo sabía. Dios lo tenga en su santa gloria.
Sobre Cerrá cuando te vayas, por Mariana Enríquez
“Yo iba a lugares llenos de gente primitiva y bestial” dice Horacio Fiebelkorn en este libro sobre La Plata y la adolescencia, dos territorios que, para muchos, son inseparables porque las calles de la ciudad son guaridas a cielo abierto para los pendejos: los nativos y los que llegan a estudiar, los que circulan incansables e insomnes por sus antros y sus noches. Cerrá cuando te vayas acumula recuerdos pero no nostalgia; al menos, no una nostalgia suave y otoñal sino el registro del pasado lleno de sexo, violencia, incendios, aburrimiento, tipos que tragan hojas de afeitar, poetas olvidados, Travoltas de galería, Jorge Pinchevsky y el Mono Cohen, la redacción del único diario que se edita, chicos que se pajean en un cine hoy demolido, el rock como fuerza revolucionaria. Pasan los años de Onganía, Lanusse y la vuelta de Perón, también la dictadura de Videla; suena Pescado Rabioso y ya se huele la muerte, sobrevuela una ciudad que será castigada duramente. Pero Cerrá cuando te vayas también es un mapa de la ciudad, su invisible calle 52, el Bosque, la Catedral incompleta, las diagonales, el vagabundeo en un paisaje que hay que inventar; llega, a ramalazos, hasta los precarios años noventa y tiene tiempo de despedirse de quienes se fueron antes. Y quizá porque le escapa al sentimentalismo es un libro triste, seco, escrito con la garganta apretada.
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