Breve descripción de una |sepultura|
Augusto Munaro
Buenos Aires, Tinta China, 2013
III
Cierta araña cruza la zona más dañada de un tronco corroído por termitas, para luego detenerse sobre el charco de agua donde se halla hundido. Se desliza hasta alcanzar la base de la sepultura. Allí trepa por uno de los vértices, humedece sus pares de patas delanteras reduciendo así la velocidad de su andar. Ahora detiene la marcha ante hojas amarillentas adheridas a la superficie del mármol; son tan finas como las puntas de sus artejos. Va a toda prisa hasta desaparecer detrás de una camelia con tres pimpollos blancos perfectamente florecidos.
Casi en el mismo sitio encharcado, un grillo salta con torpeza para caer dado vuelta, vuelve sobre sus patas, y da otro brinco desprolijo. El agua de la lluvia aún gotea de las plantas, estallando en silencio sobre la lápida y escurriéndose (debido a su leve inclinación), por la planicie de la losa. Así, el líquido continúa su rumbo como pequeños ríos, fluye sobre la superficie negra para caer en forma de varices por el ancho del canto e impacta, sí, en el gris escalón de la base del emplazado de granito. El suelo no parece querer ya absorberlo, pues se derrama hacia los costados donde los más diversos objetos se hallan reunidos sin orden alguno. Hay monedas de cinco francos, cajones de madera desfondados, bolsas de abono vaciadas y latas de conserva semienterradas completamente corroídas por el óxido.
En un ángulo, a la altura de la vista, se eleva un pino: un sano espécimen recientemente podado —se ha procurado mantenerlo así por razones desconocidas—, en cuya corteza se lee la inscripción: “Ad orbis non veritas”.
V
Las nubes reflejadas sobre la lápida se trasladan con lentitud. Se deforman por los vientos fríos, demasiadas densas para que la luz matutina las atraviese. En este calmo andar, trazan diferentes procesos de desplazamientos (oscilan de derecha a izquierda). Perfilan por el camino bordeado de hojas secas presagiando lluvias. La mayor de todas ellas —una cumulonimbus calvus—, presenta su parte superior con formas suaves y redondeadas. Las ranas no dejan de croar.
No se alude al mal olor que desprenden los pétalos de las violetas. Ni el aroma sutil, moribundo y rancio del polen por el que decenas de abejas trasladan los granos dando un leve zumbido. Tampoco se mencionó la extensa lista de personas que recorrieron las inmediaciones en los últimos siglos. Sólo se trata de una descripción quirúrgica, un fragmento arbitrario de la realidad. Un instante refractado sobre un espacio reducido. Así es. Apenas un accidente circunstancial.
Zumba otra abeja. Los vapores del agua de la lluvia generan un vaho meloso, somnoliento. Todo permanece en su sitio. Piezas obstinadas de una realidad incoherente, indolente, impersonal y destructiva.
Selección: Silvana Franzetti
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