Pablo Chacón, boceto de una historia

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Pablo Chacón, poeta y periodista cultural (Mar del Plata, 27 de diciembre de 1960 – 1 de enero de 2018) publicó tres libros de poesía en Buenos Aires: El grano del invierno (1994), El espía (1997) y Calor quieto (2000), todos por Libros de Tierra Firme; y un volumen de primera juventud publicado en Mar del Plata: Teatros, libro prácticamente desconocido del que aportamos datos y poemas. Aquellos que conocieron a Pablo, pueden contar una parte de su anecdotario casi siempre disruptivo (antiburgués) compuesto de ocurrencias que formulaba en muchas ocasiones sobre sí mismo, o sobre incidentes que hubiera protagonizado. Sus poemas, que no gozaron del reconocimiento que merecían (tal vez modesta suposición porque en aquel momento su estilo escueto y gráfico se mezcló con proyectos solo aparentemente similares que habían ganado cierto lugar) lucen, a veinte años de la publicación de su último libro, enigmáticos en sus afirmaciones como si solo presentaran un boceto: de un crimen sacrificial, de un pecado originario, de un relato que tiene la oscuridad del mito. En su poesía se presentan hechos; no hay metáforas salvo las que otorga el lenguaje habitual; es su retórica, además de la mirada que expresa la estadía ruinosa en este mundo de degradaciones y repeticiones que, al principio al menos, posiblemente resultaron bellas. Por momentos, la lacónica historia que desarrolla el poema se atreve al eco de una trama policial; en otros se asimila a la fotogramática desventura de unos marginados. Algunas reflexiones interrogan las ideas de una religión devastada (casi un chiste malo), cuyo desesperado entender ha ocasionado el culto de la violencia y la estupidez. La crónica se hace más extensa y plástica en el poema que cierra su obra: «Mar del Plata», ese parece ser el lugar, muchas veces revestido o trastocado en otros lugares y situaciones, «la carta robada», la carga del héroe de esta historia. A continuación, notas biográficas y literarias y una selección de textos del autor, quien fuera un afectuoso compañero e inteligente y alegre conversador.

José Villa


Índice
* “Pablo Chacón, un grano de invierno en la garganta seca”. Por Jorge Aulicino
* Poemas
* “A Chacón le pasan cosas”. Por Jorge Fondebrider
*
Textos desconocidos publicados en Mar del Plata”. Por Darío Rojo


* Pablo Chacón, un grano de invierno en la garganta seca

Por Jorge Aulicino

Aborrezco escribir una necrológica en primera persona y lenguaje coloquial, llamando a Pablo Chacón, por ejemplo, Pablito o diciendo cosas como allá donde estés… Pero también me fisuran las necrológicas ascéticas o profesionales. Esto no es una necrológica porque Chacón murió hace más de un año, el primer día de 2018. Pero se parece, porque se trata de trazar el «perfil» de alguien que no termina de irse. Pese a lo dicho, es imposible hablar de Pablo Chacón sin involucrarse, sin dar testimonio, porque su vida fue secreta, y, si la palabra no se prestase a la anfibología, diría discreta: entendía por carrera, como escribió en la necrológica de Jorge Di Paola, «ganar una beca, algún premio de 50 lucas y escribir como se camina cuando se está seguro de querer llegar a ese y no a otro lugar». No escribía como se camina pero recorrió todas las cuerdas del pentagrama: poesía, novela, ensayo, periodismo.

Ejercía el periodismo a una gran velocidad —más bien como quien corre que como quien camina— pero degustaba los encuentros al paso. Las entrevistas que escribía eran cortas y deliberadamente desmañadas. Detestaba el oficio y lo abrazaba sin embargo, porque le daba de comer y le permitía tratar de cerca a gentes que le resultaban interesantes. Por otra parte, podía ejercitar libremente su paranoia, ya que de eso se trata el periodismo. Trabajó de periodista hasta que se murió, paranoico incluso hacia sus patrones —reconozcamos que en esto tenía algo de razón porque su patrón, en los últimos años, fue el Estado, es decir, la agencia de noticias estatal a la que aportó en tres o cuatro períodos presidenciales, los últimos de distinto signo político—. Chacón hacía entrevistas telefónicas o por email, de cuerpo presente o casi imaginarias. Cuando no sabía el idioma del entrevistado, llevaba un traductor. En algún caso, o en dos, fue un poeta, periodista y ensayista, que vio con estupor cómo Chacón interrumpía la conversación con el brillante intelectual francés que estaba frente a él y le decía al traductor: «Decile que es un pelotudo», mientras apagaba grabador y recogía sus cosas. «¿Querés de verdad que se lo diga?», preguntó el amigo. «Sí, decíselo», dijo Chacón saliendo. Y el amigo tradujo y se fue también.

El de Chacón era el «perfil» de un intelectual del exceso, como los que se cometieron en todas las épocas, sobre todo con «sustancias», pero sobre todo en la posguerra europea y en los años noventa, tras la caída del Muro. Momentos en que la gente se libera y la sed promueve más sed. Pero la avidez de Chacón iba más allá. Quería devorar todo, triturarlo para sacarle jugo. «He conocido pocas personas tan cultas y autodestructivas», escribió su amigo Juan José Salinas. La autodestrucción era un signo de época, pero la cultura era un conjunto fascinante de ideas para Chacón, a las que entraba arando. Tenía sin embargo la sutileza del pensamiento francés, enviscado sobre sí mismo, y la dureza de los buenos tiempos tóxicos del mundo del rock. Un aire de Tom Waits con un hablar bajo y pesado, a veces ininteligible, completaban el cuadro. No hacía confidencias, las rumiaba. Y su capacidad asociativa le permitía trazar dibujos que abarcaban lo suyo y lo ajeno.

Significativamente, los temas que lo ocuparon como ensayista fueron el periodismo (El periodismo cultural argentino: 1983-1998, que escribió en colaboración con Jorge Fondebrider), el insomnio (Historia universal del insomnio, 2004) y la soledad (Los otros. Una arqueología de la soledad, 2007). En su Arqueología de la soledad citó, no casualmente, a Andrei Tarkovsky: «Siempre he amado a los que no logran adaptarse de manera pragmática a la existencia. En mis películas nunca ha habido héroes sino personajes cuya fuerza ha sido la convicción espiritual y que han aceptado responsabilizarse por los otros». La incomodidad no pragmática de Chacón parecía residir en la incertidumbre acerca de si la realidad es un monstruo, una caja de Pandora o un inmenso campo quemado en el que se derrama una cornucopia o se divisa la copa de hidromiel del Valhalla. En todo caso, su sed, como digo, no era solo de alcohol y «sustancias». Lo vi una madrugada, cuando todos nos íbamos, saturados de alcohol, meterse en una discoteca que empezaba a funcionar justamente al amanecer, para los insomnes como él.

Chacón publicó con José Luis Mangieri en Libros de Tierra Firme tres libros de poesía, El grano del invierno en 1994, El espía en 1997 y Calor quieto en 2000. En la contratapa del primero, Fondebrider escribió: «un armazón dramático apoyado en versos despojados de todo ornamento». Era verdad. Pero cuando leí esta frase pensé en el armazón de las carpas de playa de Mar del Plata, de donde venía Chacón. La ciudad en la que había nacido y en la que murió. Cuando sacó su tercer libro, Fabián Casas vio allí «versos que tardan un tiempo en caer en la mente» pero que al fin arman, sostienen (como los armazones de aquellas carpas) el mapa de una ciudad «aluvional» que encierra «hastío y aburrimiento heideggerianos». Se trata del mapa de otra ciudad, sin embargo, no solo de Mar del Plata. Es un universo lleno de mitos, aviones que no vuelan, espigones, rutas, la saga de los nibelungos frustrada, la música de jazz, perros callejeros «previsibles, automáticos, naturalmente refractarios / al lenguaje de la guerra». La emoción en esos versos viene, está claro, de las cosas a las que alude, cosas que desatan alusiones a otras cosas, recortes que promueven recortes. Chacón había llegado a la cima del minimalismo atribuido a la poesía de los noventa. Justo el punto en que el auto toma una curva en la montaña y se lanza a otros valles, removiendo el polvo del camino:

Yo me pregunto qué cosa es la intemperie.
¿Es preguntar por un rey destronado?
¿Es el vacío, el desierto abovedado, la huelga de Bobby Sands?
¿El infinito del católico, del maoísta, una balanza rota?

No es una lástima que Chacón no haya seguido con la poesía, aunque creo que siguió. Siguió el camino con el mismo latido, en una intemperie llena de armazones pelados. Playa infinita, fría, gris, ventosa, desolada, como las que vio tantas veces. Esa fue su lírica. El grano del invierno que llevaba en la garganta, que lo incitaba a hablar porque le trababa la voz. El monstruo al que odiaba y abrazaba. Un pedazo de invierno en la garganta seca.


* Poemas

De El grano del invierno (1994)

en La Paz

Un hotel de paredes ruinosas y baños destartalados.
Cinco o seis tipos en una habitación,
intentan hablar y no pueden:
se ríen.
El más joven se levanta,
dibuja con el dedo ojeras en su cara.
Hay un cuchillo sobre la cómoda
y bolsas de dormir abiertas.
Hace frío.
Parados, como los autómatas,
algunos hacen señas a los autos.
En la habitación, una gota de sangre
se destaca en el papel secante.


enero

En la terraza, el abuelo,
hamacándose en el sillón,
fumando en pipa,
callado.
Y más lejos los chicos,
jugando,
pateando en el claro un bicho negro,
y los árboles –quietos
en el mediodía: el tanque
empezó
a perder agua.


la causa perdida

A ras de tierra,
un brillo en el cielo.
Avanza la tarde. Unos patos se disparan,
el matorral está en calma.
El auto junto al árbol,
vacío.
Cuando me estiro veo todo lo que tengo.


el verano del amor

Estuve desmayado por un tiempo,
y cuando me desperté,
y vi la serie de botellas,
los vasos sucios,
los ceniceros llenos,
y el espejo manchado de humedad,
el calor no impidió la composición de lugar:
te vi entera, pese a todo, casi contenta,
una línea negra corría por tu rostro perfecto.


el aliado

Slide guitars, un desierto: una ruta,
polvo y autos japoneses:
de frente, un rancho arrasado.
Un mundo insonoro, amplio, colgado:
no se deja habitar ni deducir
más que por partes: huesos calcinados, alimañas,
el color de la arena,
el miedo, la voz del aliado.


el día interminable

Digo que pasó el tiempo.
Que todavía estoy acá. Y que estás ahí,
dormida,
desconocida, perdida.
Y dije que no esperaba nada,
que de esa suerte dependía el mundo.
Exageré.
Estoy menos muerto
que mi madre
y el futuro.


septiembre

El arte no necesita de comparaciones
sino de precisión y justeza
en los enunciados y en las representaciones.
Del mismo modo ciertas noches,
cuando no sopla viento
y estamos callados y atentos
y el balde golpea la pared
profunda del pozo.


el grano del invierno

En la rama más alta se encorva un pájaro negro.
Por la mañana está ahí,
y el frío del final del día parece volverlo más negro.
La casa está vacía. Se amontonan las cajas en uno de los cuartos.
Por las ventanas clausuradas entra la luz del invierno.
El pájaro está quieto.
Yo me voy,
y espero poder olvidarlo.


post scriptum

Al pueblo se llega por el mar.
Hay un sendero de arena y piedra
y los sauces se arquean sobre el visitante
casi hasta quebrarse.
El verano es seco como la cal,
el invierno oscuro,
ominoso,
circular como la luz del faro contra la bahía.
La rutina, equivalencias.
La noche es como el día,
el héroe un tramposo
feliz de su peso en esta historia.

Mar del Plata / 31 de mayo de 1993


De El espía (1997)

[Pesa, mojado, cuarenta kilos]

Pesa, mojado, cuarenta kilos: el pelo al rape.
……. Tirita, como un sonajero.
…….Escucha, sentado, de frente
a una persiana caída
las voces de la calle y las latas saltar a piedrazos.
Se mira las uñas, el diente podrido en el espejo.


[Frente a un café escucha]

Frente a un café escucha la conversación,
los susurros, los hipos que traban la voz de la nena.
Todo le da un poco de asco.
…….Las moscas sobre el plato,
…….el paso lento del idiota al cadalso,
…….no dejar de fumar, el mismo lugar,
…….mañana por la mañana.


[La hora o el grano de la luz]

La hora o el grano de la luz
dibujan un rastro largo en su cara;
distinto al del fuego,
entre los árboles.
…….Lo encontraron unos hombres
…….que desenterraban huesos, o cuerpos,
seguidos de un perro.


[Tuvo dos, tres amantes]

Tuvo dos, tres amantes,
y supo decir: «como dos, tres Vietnam»:
después se amancebó.
¿Fue presa de la teoría del foco o del reformismo?
……Sus chicas lo vieron digno,
sin ceder a las enseñanzas de Don Juan.


[Otra vez me levanto de la cama]

Otra vez me levanto de la cama, empapado,
como impulsado por un grito. Pero no: nadie grita.
Nadie mira. Tomo agua. La luz de la mañana
ya se cuela, y no sé si estás dormida o simulás.
En esos momentos quiero creer que soy otro,
alguien que se acerca y escucha tus suspiros cortos,
como los de quien espera, sola frente al mar.


[Debajo de la tierra]

Debajo de la tierra
bajo las losas
proliferan,
hijos del miedo o la traición,
los herederos del progreso.

De tanto en tanto vuelven, la piel estirada,
como si hubieran dormido un millón de años.


Variaciones sobre un poema de Li Po

Mi tierra natal
es helada,
el aire es diáfano en invierno
y brumoso
a orillas del mar:
rasante el viento del verano.
De la primavera quedó un expectativa
y poco más,
tanto hace que me fui.


[La vida social es extraña]

La vida social es extraña:
requiere independencia, sentido de la oportunidad,
un resto de buen humor, saber hacer,
llegar y partir.
La vida social es estúpida, pero mucho menos estúpida
que la cordial soledad de ese pusilánime
que mira por el ojo del sauna
y hace la mueca
cómplice
…….de los hombres que se ríen ahí dentro
…….a falta de mujeres.


[El caserío es como todos]

a Kim Philby

El caserío es como todos, un nido de cobardes,
a la medida exacta de un tutor.
…….La gozosa ejecución de la obediencia.
Ni disparos, ni hondazos, ni amenazas hacen falta.

Y después, otra vez, nos movemos en silencio,
como los escorpiones,
dueños del terror.


[Estábamos los de siempre]

Estábamos los de siempre aquella noche.
Entre los pinos altos del fondo se movían las sombras.
…….Se encendió una vela,
…….Apagamos las luces, se hizo silencio
…….y nos tomamos las manos.

Durante el relumbrón, sin abrir los ojos
reconocí la voz
y no dije nada.
Todavía habla -pensé- en esa lengua extraña.


[Con cierta frecuencia veo a una mujer sola]

Con cierta frecuencia veo a una mujer sola
en el parque inmenso
sentada
leyendo o perdiendo el tiempo.
Al caer la tarde
ya no está.
Nada lo indica,
pero supongo que eso espero.


[De un lado de la pared]

De un lado de la pared la discusión:
una mujer que grita y el tipo que la insulta:
del otro lado, a oscuras,
nosotros,
tripulantes de un submarino que pierde el rumbo
y sube
en busca de aire.


De Calor quieto (2000)

Sushi

Las campanadas llegan desde el mar.
……Son tres, ¿tres?, cuatro, arropados
……contra el banco de cielo azul plomo
y el ‘ya habrán sido manjar del olvido’.


[Yo me pregunto qué cosa es la intemperie]

Yo me pregunto qué cosa es la intemperie.
….¿Es preguntar por un rey destronado?
¿Es el vacío, el desierto abovedado, la huelga de Bobby Sands?
….¿El infinito del católico, del maoísta, una balanza rota?
….Porque a la hora del vermut,
pías locutoras se atragantan de intemperie.
….Se atragantan literalmente, se la tragan toda,
hasta la última gota,
….y no escupen una lágrima.

….¿Es eso padre?
Suena a serie, intemperie.


[El sonido es como un alegre mutis por el foro]

El sonido es como un alegre mutis por el foro
que hicieran mil mujeres.
La ruta se extiende recta entre cadenas de montañas:
más lejos está el olvido, el simulacro del olvido…
¿Quién puede olvidar?
Los muertos pasan: son piedras que aplastan a los vivos
y retornan, sin horario, muertos están,
dejados a un lado, se levantan como la piel quemada
y caminan por una ruta entre cadenas de montañas.
El frío neutro se los lleva de la escena,
quebradizos juncos de luz.


[Ya no tienen qué decirse…]

Ya no tienen qué decirse… ¿Qué podrían decirse?
¿Que están lindos, así, pálidos, embolsados
…….entalcados para otra bacanal?
¿Que están cerca, amontonados?
Las uñas crecen, el pelo crece,
…….las cuencas se hunden.
El horizonte es de madera.
Los días infinitos.


Desde luego, sorprende la extensión y actividad de esta población, relativamente reciente. En un cerrar de ojos, están ocupados los diez o quince carruajes que volverán, repletos, de la estación hacia la playa por la ancha avenida central. A ambos lados se levantan espaciosos edificios: casas particulares de piedra y ladrillo, hoteles, fábricas, talleres. Muy pocos árboles todavía: pero una pequeña quinta, rodeada de árboles y eucaliptus, con duraznos y otros frutales prósperos, demuestran bastante que a la naturaleza no se le debe imputar lo proveniente de la desidia criolla. Está visible que cuando haya aquí quien plante y cuide los árboles, no faltarán parques y jardines hasta la playa.
Paul Groussac, 1887

Mar del Plata

En la avenida Luro, al final, hay un muelle de madera y cemento.
Era el muelle favorito de Repetto y de Bronzini,
…………..socialistas ilustrados en el Jockey Club,
…………..rosa de los vientos que un día amaneció muerta,
piedra sobre piedra,
…………..bajo un paño gris ceniza,
todo humo y escarnio.
………….Esa noche sonó la sirena y otra, mucho después,
alerta al golpe que partió la proa de un barco perdido y sin rastros de tripulación.

Esperamos en la colina. Esperamos mudos.
El muelle de madera y cemento es un dibujo iluminado, y la playa plana a los costados,
un espacio vacío, visitado por resplandores lunáticos.
…………Ni una sombra, nada, relámpagos,
arriba
………..y a la distancia, un silencio enorme como el miedo.
El resto es desprecio.
……….El desprecio se cultiva.
……….El desprecio es la única planta que se traga al miedo.
Pero consideremos, por respeto, al humor del comensal: las escaras del muelle, chatas,
infladas de parásitos, de lombrices, de larvas encerradas que apolillan la materia y los bajíos, los revoques de urgencia,
la prosperidad de temporada,
y los caprichos de la gravedad: marea alta y bandazos, oleadas y bandazos
que el comensal apunta, y suma a los escapes de un gas que pica en los ojos, la nariz,
arruina el aliento…
………¿es un pozo, un osario?

………Al fondo del muelle,
entre los cascotes derrumbados y las gaviotas muertas, a unos doscientos metros de la costa,
crce un tumor.
………Es la carta robada.
Los pescadores todavía silvan una martingala afantasmada, compuesta
………para intimidar suicidas.

El cartel de neón chisporrotea GAN A. CIA.
o GANCIA eventualmente:
………sobre la trayectoria estacional de la arena
se acumulan intensidades y un falso punto de vista.
………El mar es mi casa, los muertos no están muertos.
Los años pasaron desde entonces.
………La ciudad está ahí.
Los restoranes cierran a las ocho. El casino no cierra.
………Hay negocios vacíos y otros clausurados.
Hay autos abandonados y calles vacías.
………Hay vías de tren abandonadas,
solares quemados por el frío, y al sur, entre el puerto y el faro, bajando desde Alem, una ruta brumosa se estira,
camino al chaparral que algunos, exagerando,
llaman infierno.
Es necesario acelerar, ajustar las luces altas,
………cambiar de ángulo y foco.
En el infierno flamea la bandera roja.
………Pero como el marinero polaco,
yo no quiero ahogarme, sino nadar hasta hundirme.
Sobrevivir a nuestras catástrofes es una prueba de canalla.

………¿Quién lo duda?
¿Los viejos?
………Para un viejo nada es contemporáneo.
………Y acá, en el balneario, no hay más que viejos convertidos
………a la utopía de un verano eterno.


* A Chacón le pasan cosas

Escrito a pocos días de la muerte de Chacón, este artículo integra un libro aun inédito.

Por Jorge Fondebrider

La primera persona que me habló de Pablo Chacón fue José Luis Mangieri. Como muchas otras veces, me dijo que había un poeta joven –esta vez, de Mar del Plata–, y ya no me acuerdo qué más. Y así, un día, Pablo se apareció por la redacción de La Prensa Viajes, el suplemento del que yo era secretario a principios de los años noventa y donde trabajaba con Fabián Casas, por ese entonces mi asistente y único redactor de la publicación.

Pablo tenía una de esas caras largas que le daba un ligero parecido con alguna de las versiones jóvenes de Tom Waits.  Con un vaso de whisky en la mano, hablaba como un estanciero venido a menos o, al menos, como yo me imaginaba que hablaría alguien de la alta sociedad caído en desgracia, y cerraba las frases con un tono más propio de la pregunta que de la afirmación.

La Prensa Viajes era un suplemento que se hacía fuera del diario La Prensa, en ese entonces, recientemente adquirido por Amalia Lacroce de Fortabat. El director era Diego Bigongiari, viajero frecuente que, en esos años, pasaba su tiempo teniendo romances conflictivos y recorriendo el país en auto, ya fuera porque necesitaba tomar distancia del objeto de su interés o porque, en paralelo, preparaba continuamente nuevas ediciones de la Guía Pirelli. De modo que buena parte de la responsabilidad de los materiales terminaba recayendo sobre mí. Y como Bigongiari quería darle a la publicación un sesgo eminentemente literario, eso nos permitía incluir piezas que difícilmente podrían haber encontrado su lugar en otros suplementos de viajes. Eran dieciséis páginas semanales y había que llenarlas. Se pagaba poco, pero rápido y eso multiplicaba la oferta de colaboradores. Y Pablo apareció con una nota.

Me trajo un artículo sobre el reciente terremoto de Los Ángeles. Me llamó la atención. Le pregunté si había estado allí. Me dijo que sí, que había ido a visitar a su abuela y que había vivido el terremoto. La nota estaba bien escrita. La publicamos.

Poco después, Pablo volvió a la redacción, esta vez con un artículo sobre Cork. Atento a todo lo que tuviera que ver con Irlanda, lo leí, me pareció bien y también lo publiqué.

–¿Estuviste en Cork?”, le  pregunté interesado.

–Sí –me dijo.

Quise saber si había pasado por Dublín, donde yo había estado por segunda vez apenas un año antes.

–No –me dijo. Y me pareció raro porque, en general, casi nadie va a Cork sin pasar antes por Dublín. Pero Pablo me cambió de tema y me olvidé de la cuestión.

A la semana, Pablo cayó con un artículo sobre la isla de Reunión.

–¡Qué exótico, Pablo! ¿Estuviste en Reunión?

–Sí –me dijo, y se ve que se vio obligado a agregar algo–. Papá es diplomático.

Publiqué el artículo, pensando que se trataba de un buen colaborador: escribía bien, me traía temas interesantes, parecía muy viajado.

Unos días más tarde, uno de los dueños del suplemento, me llamó a su oficina. Me preguntó por Pablo y le comenté que trabajaba muy bien. Entonces me interrumpió y me pasó un folleto de una agencia de viajes donde uno podía leer, prácticamente palabra por palabra, el contenido del artículo de Chacón. Me dijeron que no le diera más trabajo.

Lo llamé a Pablo y me confesó que nunca había estado en Los Ángeles, que no conocía Cork y que, efectivamente, había copiado el folleto de la isla de Reunión, pero me aclaró que era porque no tenía trabajo y necesitaba ganarse la vida.

Le pregunté por su padre diplomático.

–También mentira. Es un crápula. Vive en Mar del Plata.

Debo decir que fue tan convincente y simpático que ahí nomás, con Fabián, tramamos la manera de hacer que Pablo siguiera escribiendo para el suplemento y le pedimos otro artículo, pero advirtiéndole que no podía firmar más con el mismo nombre y apellido. Nos propuso entonces convertirse en Pablo Gaver. Y a partir de entonces sus artículos como Pablo Gaver siguieron apareciendo regularmente.

Tiempo después, cuando el suplemento ya no existía, Pablo y yo, a fuerza de vernos nos habíamos hecho amigos. Para entonces, ya sabía que su madre había estado varios años en estado vegetal a consecuencia de un ACV, que su padre era un alcohólico y que él se había educado como mejor había podido. A los ponchazos, entre el dolor y el delirio familiar, había estudiado biología, psicología y psicoanálisis, sin terminar ninguna carrera. Después, vino a Buenos Aires a probar suerte. Creo que uno de sus primeros trabajos fue en la Cancillería.

Pablo era un lector ávido. O mejor, era una persona ávida, un tanto excesiva. Hubo algún momento en que fuimos muy próximos. De hecho, cuando José Luis le publicó su primer libro, Pablo me pidió que le escribiera la contratapa, cosa que hice con todo gusto. Y tiempo después, Auli prologó su segundo libro.

Algo más tarde, ambos empezamos a colaborar con el incipiente Radar, suplemento cultural del diario Página 12, que empezaba a aparecer, dirigido por Juan Forn, un tipo con una cultura bastante limitada y una idea muy alta de sí mismo. Acaso por todo esto, nuestro encuentro con Forn nos dejó bastante perplejos. Pablo ya trabajaba permanentemente en la agencia TELAM, a las órdenes de Mora Cordeu, y, por lo tanto, tenía acceso a una agenda portentosa que le permitía entrar en contacto con todo tipo de personajes. Me acuerdo de que, cuando murió Onetti, llamó a una serie de escritores para que le brindaran algún tipo de testimonio. Uno de ellos fue Saer, que vivía en París. Pablo lo llamó y le dijo:

–Acaba de morirse Juan José Saer. ¿Podría darme algún tipo de testimonio de su relación con él?

Parece que Saer hizo algún tipo de declaración sobre lo mucho que lo sorprendía su propia muerte y Chacón cayó así en la cuenta de lo que había dicho. Con todo, sin perturbarse demasiado, se limitó a resucitar a Saer y matar a Onetti:

–Acaba de morirse Juan Carlos Onetti. ¿Podría darme algún tipo de testimonio de su relación con él?

Recuerdo que Pablo le ofreció a Forn una entrevista con Octavio Paz y que lo llamó desde la redacción de Radar, con Forn al lado. El diálogo transcurría sin sobresaltos hasta que, por insistencia y capricho de Forn, Pablo le preguntó a Paz algo relacionado con Carlos Fuentes, que era su enemigo mortal. Y Paz, sin el menor empacho, le colgó.

–Estos tipos son así –fue su único comentario y yo no supe si se refería a Paz, a Forn o a los dos.

También recuerdo que una vez llamamos a Martin Amis, que acababa de publicar una nueva novela, y a mí se me ocurrió preguntarle por  Kingsley Amis, su padre, y por W.H. Auden y otros amigos poetas de su padre quienes, siendo él chico, habían pasado por su casa. Forn nos armó un escándalo, porque él quería saber exclusivamente sobre la última novela y no sobre cuestiones de poesía, que, como todo el mundo sabe, no le interesan a nadie.

Asimismo, no se me borra la cara de vergüenza de Miguel Russo, presente en la redacción, cuando Pablo le ofreció a Forn una entrevista exclusiva con Erwin Panowsky y Forn preguntó que quién era ese señor. Ni la vez en que le ofrecimos una entrevista a Valerio Magrelli, de visita por primera vez en la Argentina, a quien Forn, claro, no conocía y de quien nos pidió que le acercáramos algunos poemas traducidos para ver si le gustaban o no.

Finalmente, nos cansamos de los tejes y manejes de Forn, de su frivolidad e ignorancia, de sus rabietas y de sus aires de capanga. Así que dejamos de ofrecerle notas y empezamos a colaborar con Página 30, la revista que se vendía con un video (o quizás sería más justo decir el video que se vendía con una revista), y que publicaba el mismo diario.

El director de Página 30 era Rodrigo Fresán, acaso el tipo de mejor trato con el que me tocó trabajar en periodismo, con quien compartíamos idéntica pasión por los Kinks y Elvis Costello. Su segundo era Charlie Feiling, alguien al que me unían la estima y el respeto de los años de facultad que nos tocó compartir. Y después, cuando Charlie murió, su reemplazante fue Alan Pauls, a quien también había conocido los años de facultad. Con todos ellos era fácil trabajar porque, cada uno a su manera, eran tipos cultos, respetuosos del trabajo ajeno, carentes de ínfulas y conscientes de que la mejor manera de obtener buenos réditos del trabajo ajeno era dando la mayor libertad. Yo hacía notas ciñéndome a las consignas temáticas de cada mes, pero Pablo, que en esa época escribía a cuatro manos con Fabián Casas, no dejaba pasar la oportunidad de escribir sobre lo que a él le viniera en gana, ilustrando sus siempre estrafalarios puntos de vista con falsas encuestas y estadísticas fraguadas. Él y Fabián nos sometían a todos los amigos a preguntas inverosímiles y multiplicaban nuestras respuestas por mil, que después atribuían a instituciones inexistentes que les servían para refrendar sus ficciones. Así lograban sus fines, que eran, fundamentalmente, divertirse y en el trámite ganarse unos pesos. Y eso duró hasta que se cerró la revista.

Mientras tanto, el país seguía haciendo de las suyas y, en una de esas tan frecuentes crisis argentinas, me quedé sin trabajo. Pablo, para entonces, estaba muy insertado en el periodismo argentino. Algunos de sus amigos eran Claudio Uriarte, Juan José Salinas y Ricardo Ragendorfer, nombres que sonaban mucho en aquellos años. Él mismo ya  tenía su reputación y se movía bien. Gracias a TELAM, conseguía entrevistas con todos los visitantes ilustres que venían a la Argentina, pero el detalle es que él no hablaba ni inglés ni francés. Y yo sí. Entonces me propuso que fuera con él y que lo ayudara a entrevistar, facturándole luego a la agencia mi trabajo en carácter de intérprete.

La primera entrevista fue con Alain Badiou, que había llegado a la Argentina para dictar un curso. Y así fue como Chacón arregló con la persona que lo había traído para que la entrevista tuviera lugar en el departamento que Pablo tenía en San Telmo. El problema era que, unos días antes, Pablo había ido a Mar del Plata, dejándole el lugar a un amigo, que se había quedado dormido con un cigarrillo en la mano y provocando así un principio de incendio. Aparentemente, los bomberos se habían hecho presentes enseguida, pero el departamento de Pablo había quedado todo tiznado, sin hablar del colchón quemado que había quedado ahí como mudo testimonio de la mínima conflagración. Enterado de la catástrofe, José Luis Mangieri acuñó su célebre “a Chacón le pasan cosas”. Lo único que había sobrevivido al fuego era un banquito, donde se sentó Badiou. Pablo y yo le hicimos la entrevista parados delante de Badiou, como si se tratara de un programa de televisión. Badiou fue muy simpático y contestó todas las preguntas, aunque de tanto en tanto miraba de reojo las paredes negras y el colchón quemado que había quedado en un rincón. Me pregunto qué habrá pensado.

A la de Badiou siguió una entrevista con Gilles Lipovetsky, que hicimos en la vieja confitería París, en la esquina del Círculo Militar, frente a la plaza San Martín. Eran los tiempos en que todo el mundo hablaba de la postmodernidad, con Lipovetsky a la cabeza. Empezamos preguntándole de dónde venía. Nos dijo que de un muy importante congreso convocado por Jack Lang, a la sazón Ministro de Cultura de Mitterrand, con “creadores” de todo el mundo. Pablo le preguntó quiénes eran esos creadores. “Hubo de todo –dijo Lipovetsky–, desde filósofos hasta peluqueros”, traduje. Pablo se me quedó mirando algo perplejo. “¿Peluqueros?” “Sí –dijo Lipovetsky–, ¿acaso no son creadores como cualquier otro?”, traduje. Pablo me dijo: “El tipo es un boludo”. Le comenté que pensaba lo mismo que él, y mientras tanto, Lipovetsky, delante de nosotros, nos escuchaba hablar en castellano sin entender. “Decile que yo pienso que es un boludo y que la entrevista se ha terminado.” Le dije a Pablo que no tenía ningún problema en traducir lo que me pedía, pero que tenía que considerar las consecuencias. “¿Qué consecuencias?”, quiso saber. “Bueno, en una de ésas se queja a la Embajada. Mirá si después van y se quejan con TELAM”. “Vos decile que es un boludo”. Entonces le dije en mi mejor francés: “Monsieur Lipovetsky, mi compañero considera que usted es un boludo y está entrevista ha terminado”. Y nos levantamos y nos fuimos. En la puerta, alcancé a ver la cara del francés, que no terminaba de cerrar la boca.

Hubo muchas otras entrevistas, con Elizabeth Roudinesco, con Marc Augé, con Robert Castel, Jean-François Lyotard  y con toda una serie de cientistas sociales, politólogos y psicoanalistas cuyos nombres, por fortuna, ya olvidé. Hay, sin embargo, otras dos que me quedaron grabadas. La primera fue con Jean Baudrillard, quien nos había citado en un hotel a las 8 de la mañana. Nos instalamos en el café, yo adelante, Pablo apoyado contra la pared, y empezamos a hablar. Al cabo de una respuesta bastante larga por parte de Baudrillard –quien, dicho sea de paso, parecía fascinado por su propia conversación–, noté que miraba por encima de mi hombro. Siguió hablando un poco más, pero no llegó a redondear la idea. Simplemente se paró en seco. Algo confundido, le pregunté qué había pasado. Me dijo: “Parece que su amigo se durmió”. Me di vuelta y, efectivamente, Pablo estaba profundamente dormido. “No lo despertemos”, me dijo Baudrillard. Y la entrevista siguió sin Pablo.

La otra fue con Ian Anderson. Era la segunda vez que Jethro Tull venía a la Argentina y nos citaron en un hotel del Bajo, donde hubo que sortear distintos controles de seguridad. Al final, en una habitación muy amplia, estaba Ian Anderson. Pablo se limitó a quedarse sentado en un rincón con el fotógrafo de TELAM, mientras yo charlaba con el entrevistado. Vino alguien de la producción y nos dijo que era hora de terminar la entrevista. Entonces, para mi sorpresa, Pablo le pidió al fotógrafo que le sacara una foto con Anderson. Y el fotógrafo, en lugar de sacarle la foto, me dio la cámara a mí y me dijo que les sacara yo una foto a los dos. Así, cada uno se puso a un lado del músico, abrazándolo, en una demostración algo curiosa de lo que es el profesionalismo periodístico, y yo me limité a sacar una foto que nunca vi y que espero haya salido bien.

Para entonces ya habíamos desarrollado una cierta dinámica: Pablo conseguía los contactos y yo hacía las entrevistas, procedía a desgrabarlas y las reescribía, y después él, que las firmaba conjuntamente conmigo, conseguía que en TELAM me pagaran como traductor. Pero en un momento dado, a Pablo se le ocurrió empezar a vender las entrevistas por fuera de TELAM.  Entonces me citaba en la redacción los sábados a la tarde, cuando no había nadie, y, habiendo previamente conseguido los números de teléfono de los candidatos, me pedía que los llamase para hacer largas entrevistas telefónicas. Dos veces hablé en menos de un año con Harold Bloom, una con John Berger –¡casi dos horas!–, otra con Georges Duby, para nombrar apenas a los más famosos, y todo transcurrió más o menos bien hasta que la segunda vez que entrevisté a Bloom, Pablo le vendió la nota a La Nación, que la publicó con bombos y platillos… pero sólo a su nombre. Quise saber qué había pasado. Tardó en contestarme. Finalmente, me dio una excusa del todo inverosímil. Dijo que en La Nación no permitían dos nombres, salvo que se tratara de gente muy famosa, como, por ejemplo, Borges y Bioy. Y lo peor es que le creí y sólo me enojé porque, según me dijo, tardaban en pagar. Seis meses más tarde, cuando amenacé con llamar yo al diario para reclamar el pago, me contuvo diciéndome que justo ese día le habían pagado y que podía ir a buscar el dinero a su casa.

Un día me llamó para decirme que le habían ofrecido hacer un documental para la serie DNI, que se pasaba en el Canal 7, y como él sabía que durante algún tiempo yo había trabajado para una agencia que prestaba servicios a cadenas extranjeras de televisión, pensaba que tal vez podríamos hacer juntos el programa. Le dije que sí y me pidió un tema. Yo estaba escribiendo un libro sobre la Patagonia y había ido muchas veces a Tierra del Fuego por motivos de trabajo. Y dado que mi mujer arqueóloga conocía muy bien la historia de la zona, le propuse hacer algo sobre los primeros fueguinos. En la productora que hacía la serie nos dijeron que sí y un día, Pablo, “Máquina” –el cameraman que nos habían asignado– y yo salimos para Ushuaia. Gracias a los contactos que nos había proporcionado mi mujer, hicimos entrevistas y luego recorrimos algunos sitios para realizar tomas de los paisajes. En una parte hubo que poner a un par de personas en un bar y Pablo se ofreció a ser una de ellas. Y allí está, en el documental, diciendo unas palabras con su voz de estanciero. Ya en Buenos Aires hubo que editar lo grabado. Pablo entonces sufrió una misteriosa crisis y desapareció del mapa, con lo que me dejó todo el trabajo a mí. Lo hice sin quejarme y, finalmente, lo pasaron por televisión, donde Pablo lo vio por primera vez. Me llamó y me dijo “muy bueno”. Y después, como otras veces, me quedé esperando que le pagaran para que él me pagara, porque, como de costumbre, el contacto había sido suyo y el contrato lo había firmado él. Pasó el tiempo. Cada vez que había que cobrar algo, pasaba el tiempo y sólo después de insistir mucho, Pablo un día, sin mostrar ningún papel, me daba mi parte.

Esto coincidió con una época de necesidades y urgencias, para los dos. Yo me debatía entre la falta de trabajo y la necesidad de traer dinero a casa. Pablo, que tomaba más cocaína de la que yo me imaginaba, sufría súbitos ataques de angustia y una paranoia que, por momentos, parecía completamente fuera de control. Cada dos por tres, a cualquier hora del día o de la noche, me llamaba diciéndome que se sentía mal y que se iba a morir. Trataba de calmarlo, y a veces parecía funcionar. En otras oportunidades, no. Entonces salía corriendo desde Palermo a San Telmo para encontrármelo lloroso, culpable y del todo desesperado. Una vez, incluso, me mostró un tenedor doblado. Me dijo que había tratado de clavárselo, pero no me llegó a explicar cómo había hecho para doblarle los dientes.

En esas oportunidades, la cosa consistía en hablarle y oponerle todo tipo de razonamientos a los argumentos más inverosímiles, que él desplegaba sin siquiera considerar que no era la única persona en el mundo que se sentía desesperada. Una de esas veces, me contó que la editorial Colihue lo había contratado para escribir un libro sobre periodismo cultural en la Argentina, que había firmado un contrato que lo obligaba a hacerlo, pero que no lo iba a hacer porque no podía escribir. Le dije que, si quería, lo ayudaba. Pablo no había escrito nada. Así que empecé yo por cualquier parte y, de a poco, entre los dos, fuimos llenando los distintos capítulos, cada cual aportando lo que sabía sobre usos y costumbres en las redacciones argentinas, algo que nos resultaba familiar. El libro salió a nombre de los dos, pero el único que tenía un contrato firmado, como de costumbre, era Pablo. Me dijo que no le habían dado ningún adelanto. Le creí. Y pasó el tiempo. Un día, pasados seis meses, se me ocurrió llamar a Colihue para preguntarles cuándo nos iban a mandar la liquidación. La empleada que me atendió me pasó, no sé bien por qué, con la persona encargada de prensa, quien me contó que al libro le iba muy bien. Pedí las cifras y quedaron en mandármelas. Pero no lo hicieron. Sin decirle nada a Pablo, a la semana volví a llamar y esta vez me pasaron con Aurelio Narvaja, el dueño de la editorial. Cuando arguyendo la falta de adelanto, reclamé la liquidación, me dijo que el adelanto lo había recibido Pablo y que a él ya le habían pagado la primera liquidación. Me pareció raro. Llamé a Pablo. Me dijo que sí, que efectivamente le habían dado el adelanto y que también le habían liquidado el primer semestre, pero que se había gastado el dinero, que más adelante, cuando tuviera, me iba a dar mi parte. Y no hubo más adelante porque ya no quise seguir trabajando con Pablo.
Tiempo después, fuimos juntos, con Juan José Salinas, a un concierto de Oscar Peterson y fue la última vez que nos vimos. Cuando  nació mi segundo hijo, Pablo me llamó por otra cosa y le conté que había vuelto a ser padre. Pero no me escuchó. Prefirió seguir hablándome de lo que él pensaba sobre ya no sé qué político. Cuando se lo hice notar, me dijo que sólo a mí se me podía ocurrir traer hijos al mundo cuando se acercaba el apocalipsis.  De a poco, lo perdí de vista. Después, cuando yo trabajaba en el Centro Cultural Rojas, supe que estaba mal de trabajo. Le ofrecí que escribiera algo para no me acuerdo qué libro sobre poesía. Me mandó un artículo contra los Kirchner, recientemente entronizados en el gobierno. Le expliqué que no era lo que le había pedido. Volvió a mandarme otro artículo del mismo tenor. Ya no le expliqué nada más.
De tanto en tanto, José Luis Magngieri o Aulicino me contaban algo sobre Pablo. Sé que en algún momento tuvo una discusión seria con Fabián Casas, sé también que su adicción fue en aumento, que su trabajo se volvió todavía más inestable, que escribió un par de ensayos periodísticos que publicó sin demasiado éxito, que tuvo una operación del corazón muy importante, que volvió a vivir en Mar del Plata. En 2014, cuando publiqué mi traducción de Madame Bovary, Pablo me hizo una entrevista por mail para TELAM, adonde había vuelto a trabajar. Después, en 2016, me mandó un último mail donde me decía: “¿Podrás enviarme un ejemplar del libro de poemas que publicás en Bajo la Luna?”. Ese fue, definitivamente, nuestro último contacto. Después, me enteré de que tuvo un ACV y de que lo internaron prematuramente en un geriátrico porque no había nadie que se hiciera cargo de él. Hace un par de días, leí con mucha pena, que había muerto a consecuencias de un segundo ACV.
Lo comentamos bastante tristes con Aulicino. Nos acordamos de Pablo, de esa mezcla de auténtica simpatía e inmoralidad que, supongo, algún día lo convertirá en un héroe de la picaresca argentina y sus alrededores. De hecho, ya leí varias necrológicas que van en ese sentido. A Chacón, diría José Luis, le siguen pasando cosas.


* Textos desconocidos publicados en Mar del Plata

Selección y nota: Darío Rojo

Revista Cromosoma 47, Mar del Plata. Primavera 1983
Teatros, Mar del Plata, Ediciones del Peregrino [No tiene año, pero al final del último poema dice: invierno del 84]












Al principio de la década de los 80 en Mar del Plata había una librería donde se podía conseguir poesía, se llamaba El Quijote y ahí trabajaba Pablo Chacón.
Chacón era flaco y serio en su variante melancólica, lo recuerdo con el pelo gris, aunque no fuera el caso. Sabía que Chacón era poeta, y aunque iba regularmente a la librería, nunca hablé con él hasta mucho tiempo después, cuando lo conocí en Capital.
Ahí compré su revista Cromosoma 47 y después su primer libro Teatros. Ambos me impresionaron, de la revista recuerdo sobre todo el reportaje a Luis Felipe Oteriño, que no tenía las preguntas y respuestas delimitadas, y que por momentos no se entendía quién era el que hablaba. Recuerdo haber ido a una charla de Oteriño sobre Raúl Gustavo Aguirre, me parece que fue el único evento al que fui en Mar del Plata relacionado con la poesía.
La revista mantenía el esquema de revista independientes de la época: poesía, algún fragmento ensayístico extraído de un libro, una historieta, algo de música, plástica o cine, agregándole en este caso una cuota extra de sobriedad. Una tapa con cierto matiz de diseño, una editorial, varios poetas, Rene Daumal, Gary Synder, Burroughs, la explicación del nombre. Un único número.
El libro, igualmente discreto en su diseño de tapa, me pareció en su momento, y me parece ahora, el de un poeta con destreza y con lecturas. En él había un desarrollo más variado y también más voluble de lo que fue la escritura posterior de Chacón. Una exploración contenida de los recursos de la poesía y las condiciones de la ficción, mediante un vocabulario algo literario, eran las herramientas que le permitían darle cierto volumen saludable a las palabras. Después vendría la justeza de lenguaje, la exactitud en la descripción y sobre todo la conciencia del procedimiento. La escena y su instrumental prosa como ámbito exclusivo del decir poético.
Dado que mucha de la poesía argentina tomó la misma dirección que Chacón es tentador pensar que se perdió con lo que se dejó de lado, pero divagar en las ucronías posibles no creo que en este caso valga la pena.
Al leer hoy el libro me complace ver elementos que no llegaron a reproducirse con intensidad en un mundo donde el surrealismo, Daumal o Rilke eran sustancias potables. Pero estos son solo detalles, sea cual sea el desarrollo general de la literatura al mirar con atención siempre es posible ver los diferentes núcleos mostrarse y ocultarse a lo largo de tiempo. Creo que por cosas como estas disfruté de volver a leer algo después de mucho tiempo.


Poema publicado en la revista

El gran ludo

I
reclinar este sillón no equivale a tener gravedad
nada asegura no perder el equilibrio
………………………………………………………………e ir a dar de bruces a
ningún lugar entre la bruma

II
los amigos de la mañana
………………………………………….duermen
apilados en el cesto.
despiertos es imposible echarlos: tienen hambre
todo lo devoran

III
adelante y atrás a gran velocidad
……………………………………………………….corren
todos corren para atrás
……………………………………..desde adelante y para adelante
desde atrás
viniendo hacia acá
dónde muere el primero es dónde pare el último

IV
los parientes gustan de otras actividades
preparan banquetes que duran un
…………………………………………………………año
arman y desarman
………………………………viejas marionetas
hasta los he visto echar enanos a patadas
que trabajos harán hoy que el mundo está invadido por
hormigas

V
ni puerta
………………ni interruptor de luz ni pared
ni piso siquiera
nacer en casa vacía
que la muerte no te encuentra
………………………………………………….inmensa

VI
echada en la arena
las trenzas en el mar
…………………………………desatadas
si pudiéramos
………………………falsificar los silencios de estos juegos del
silencio

VIII
extraño las muchedumbres
extraño todo lo que no tiene sentido y respira con los tendones
extraño lo que inflado y desinflado
…………………………………………………………pide aire
estamos tan vivos
……………………………finalmente
si hablo
si callo y dejo que alguien hable por mí
estoy
agazapado permanentemente, la cabeza colgando
hacia
……….abajo
siempre intentando saber que se dice en la
habitación,
…………………la enorme habitación anónima,
en realidad supendo toda posibilidad de diálogo
con mis
ventrílocuos y por la noche voy
huyendo entre
callejas,
despistando payasos por un palacio
sin entradas,
un palacio con salidas a otra entrada.


Poemas del libro Teatros

III

Hay días en que la
sensación general de universo se agrupa en una mesa
Son días febriles, de gracia.
Una de mis diversiones es patear la mesa,
dejarla al viento, contra la lluvia…


IV

De la ventana hasta el suelo
hay una altura que no es desmesurada
pero supone el esfuerzo de ser recorrida.
Esfuerzo asociado a cierto congénito torpor
que me hace estrellar
desde una altura no mayor a los cincuenta metros.

Y por esta momentánea inconciencia
sucede en la vida de las hormigas
una incertidumbre mayúscula que
nada tiene que ver con sus antiguos proyectos.


I

Dormirse puede ser peligroso. Uno piensa que las tareas del
día resultan satisfactorias, contundentes y todavía habrá
cosas esperando. Dormir, dormir… Uno duerme a saltitos,
como aguardando un timbrazo o un zarandeo, la
caída a un hueco con final tramposo. De mañana solo se
piensa en el ladrón que ha robado la ropa…

en lo sucesivo…

El inspector subirá de traje negro y sin ternura caminará
entre su hombres asediando y bromeando. Reclamando lo
que le pertenece
Y en el autocar detenido habrá ciertas expresiones
contenidas, el terror arrastrándose dentro de
transfiguraciones sucesivas como si una droga avanzara
reacia a tirar sus redes en ese océano de nada…
Lástima. Qué lástima. Sin documentos y resignado voy a
descender del transporte en ese desierto inmenso e
impreciso como cualquier lugar por la noche. De noche y
sólo, esos perros fantasmas…


La palabra residual

(Fragmento)

Relatividad es también haber llegado donde me propongo.
Quiero decir: todo movimiento hacia un estado salvaje es permeable a probar la relatividad de esa función.
Es el devenir de esa sensación lo que la transforma en voluptuosa.

Como el alquimista el poema desconfía de los símbolos, esas formas de conocimiento que pueblan de vodeviles la mente, consecuencia de aquella torpeza mitológica, estar con uno mismo.

¿El desfallecimiento?
La tonta manera de sucumbir a un bienestar prematuro.

the inner summer

Habrá que caminar descalzo en la
playa vuelta un cuerpo
destapado y leve
por la brisa como el
oro cuando abrasa las maderas de un estío.

En tu frente encallan
barcas ahora que
los cormoranes
levan sus tapices al sol y
los vientos danzan en palmeras
que acompasan y van a nacer bajo el
tom tom de tu bahía…
el espectáculo previo a la Oración.

invierno 84



Selección de poemas: Gustavo Weisberger – José Villa
Aportes de notas: Osvaldo Aguirre
Aportes de poemas y tapas desconocidas: Darío Rojo
Edición: José Villa