Arnaut Daniel: Poemas / Versión: Silvio Mattoni / Addenda: Carlos Schilling

Arnaut Daniel tiene un lugar de privilegio como formador de la poesía moderna. Su destino ha sido hacerse influyente aunque poco visible, aportándole a la vigencia del poema las condiciones de inventiva, eros y una aguda y difusa autoalusión, lo que lo constituye como instrumento y concepto de la composición. La editoral detodoslosmares publica Poemas, nuevas versiones del poeta provenzal, a cuenta de Silvio Mattoni, también autor del prólogo y las notas; a lo que se suma el estudio de Ferdinand de Gramont La historia de la sextina en las lenguas derivadas del latín, traducido y comentado por Carlos Schilling. Presentamos el prólogo y tres poemas de esta notable edición.

Arnaut Daniel, Poemas, Córdoba, detodoslosmares, 2024.
Ed. bilingüe. Trad., pról. y notas: Silvio Mattoni. Addenda y trad. de Ferdinand Gramont: Carlos Schilling
Prólogo
por Silvio Mattoni

No se sabe mucho de la vida de Arnaut Daniel, que habría nacido en Ribérac, departamento de Dordogne, alrededor de 1150, y que probablemente muriera en 1210, salvo por un relato en provenzal que encabeza los manuscritos que transmitieron sus poemas, y que dice:

«Arnaut Daniel fue de la misma zona que don Arnaut de Maruelh, del obispado de Périgord, de un castillo que se llama Ribérac; y fue hombre noble. Y aprendió bien las letras y le gustó componer. Abandonó las letras y se hizo juglar, y adquirió una manera de componer en rimas raras, por lo cual sus canciones no son fáciles de entender ni de aprender. Y amó a una dama noble de Gascogne, esposa de Guilhem de Bouvila, aunque no se creyó que la dama le diera placer por derecho de amor; así que él dijo:

Yo soy Arnaut, que amaso el aire,
cazo la liebre con el buey
y nado contra la resaca»

Obviamente, se le han supuesto otras damas y otros logros, más allá de este intento casi contemporáneo de encontrarle una referencia al envío de uno de sus poemas. Los provenzalistas, con cierta seriedad desde el siglo XIX, llevan bastante tiempo haciendo conjeturas sobre los datos de una biografía que en gran parte depende de referencias en los poemas: damas aludidas, reyes o nobles auspiciantes de las composiciones, otros poetas con los que Arnaut dialogaba o a los que contestaba, cuyas formas replicaba o complicaba.

Así se lee en esta “Vida” que desde su misma época se rodeó la figura de Arnaut Daniel con el aura de una poesía compleja, cerrada, enrarecida por las búsquedas formales que habrían vuelto difícil entender claramente lo que quería decir. Como si las palabras que le dedica un maestro muerto de Dante en su Purgatorio, cuando lo señala como il miglior fabbro, hubiesen acentuado luego, también, el aspecto de la fabricación, el cuidado combinatorio, el descubrimiento de estrofas, rimas, estructuras nuevas, se le siguió atribuyendo a sus poemas esa condición de un indeterminado hermetismo. Sin embargo, tal vez lo cerrado no sea identificable con lo oscuro.

Más allá de las rimas pensadas, ese hallazgo del parlar materno, según Dante, que ahora llegaba por primera vez a un nivel de reflexión que no había tenido en su origen quizás oral, las canciones de Arnaut Daniel hablan de temas claros, prístinos inclusive: las estaciones del año, con sus manifestaciones, flores, frío, tibieza, grados de luminosidad; el amor, que puede encontrar en el aire estacional estímulos o frenos; la poesía, que tiene que demostrar la originalidad, la potencia única de quien la siente, la produce, la envía al mundo; y en este último punto se encuentra también el tema de la competencia, la rivalidad entre poetas, donde se incluyen momentos de crítica, de jactancia, de envíos desafiantes.

Para hablar de la naturaleza, que frecuentemente da el tono para el inicio del poema, Arnaut se refiere a algo muy concreto, en general un indicio de la estación del año. Para decir que está en invierno, menciona “el aire amargo” que vuelve más claros los arbustos, menos frondosos tal vez, y propone un contraste entre sus propias frases, que la voluntad debe hacer brotar en esa atmósfera fría, y el silencio de los pájaros sin pareja. Así el invierno, la menos amorosa de las estaciones, no impide que surja el poema, su tema único, e incluso por momentos el mismo silencio helado, la luz acentuada por cierta homogeneidad entre las horas parecen estimular el ritmo. Como en el maravilloso, sincopado poema de heptasílabos y pentasílabos que comienza “Si cae la hoja / de las copas más altas”, donde el bosque enmudece, no hay cantos de pájaros, solo el frío siente orgullo, pero Arnaut insiste, rima, trina, y envía su poema a quien debe leerlo. En ese invierno, al final, la dama podría no existir, pero de todos modos el poema se habrá intentado.

Del otro lado del año, la primavera se expresa con flores, chillidos de pájaros, imperativos de su luz, con aire “dulce” o “suave”, y el poema identifica esos brotes, surgimientos, nuevos colores, con su propio despliegue. Los pájaros se vuelven locos, se diría, en su deseo irreprimible: “Suaves trinos y gritos, / cantos, sonidos, vueltas / de los pájaros que en su latín rezan / a su pareja (…)”, según otro comienzo orquestal. Mientras el poeta arma su lengua, el latín que le tocó, para que vuelva a sonar, consonar y resonar. También la primavera es una despedida del invierno, al que deja atrás, sin olvidarlo, para que todo empiece otra vez, como el mismo poema que se ubica y puede contar una teoría del

goce auténtico, que es también la respuesta al poema de otro: “Cuando ya pasó la escarcha / y no le queda valle o loma / y en el jardín la flor tiembla / sobre la copa que da frutos”. Entonces se puede pensar en el goce irrestricto, en su error, en la falta de límites, que el envío final del poema, repitiendo las últimas rimas, transforma en dedicatoria al colega, competidor, amigo, Bertran de Born: “No creo, Bertran, que desde el Nilo / goce tan puro me alcance, / hasta donde el sol se hunde, / hasta donde el sol se llueve”.

Tampoco faltan otros signos de estaciones: la inminencia del otoño hace apurar al poeta, porque tiene que escribir algo antes de que desaparezcan las hojas y todo se vuelva marrón. O bien el anuncio de las transiciones, que hace prever salidas al aire libre o necesidad de refugio en habitaciones cerradas, traerá recuerdos de goces pasados o expectativas de alguno nuevo. Vale decir: los indicios de la naturaleza introducen siempre en el tema, que se suele llamar “amor”, pero que en Arnaut se dice también “goce”, alegría, placer, porque al contrario del famoso lugar común, idealizante, de que los provenzales inventaron una dama mental, una imagen, un objeto de cortesía, de cortejo verbal infinito, en estos poemas no falta, si no la efectiva realidad, al menos la escena del sexo. Dante y Petrarca podrán luego no tocar a Beatrice o a Laura, de existencia siempre contemplada, pero Arnaut, en su siglo agitado, nómade, combativo, sea lo que sea que signifique, del género que sea, imagina, revisa, bordea una escena del cuerpo al fin revelado.

Así, en el mismo poema que empieza con pájaros que trinan fervientemente, en el idioma particular de su deseo, Arnaut puede recordar “el día en que yo y ella nos besamos / y me escudó con su tapado índigo”, como si fuera un hecho. Y luego pedir un deseo que sea más cumplido aún: “quiera que yo y mi dueña reposemos / juntos en aquel cuarto en que fijamos / una cita que espero me dé el goce / de descubrir su cuerpo”, con besos y risas, y no solo tocarlo, sino también y sobre todo “contemplarlo a la luz de la lámpara”. En esa cambra (el cuarto, la habitación, la pieza), al resguardo de las miradas y de las palabras de otros, se cumpliría el deseo: la contemplación del cuerpo. Pero no se trata de proveer tanto de una imagen como de una distancia que convierta el cuerpo deseado en algo profanable. Dos de las palabras clave de la famosa sextina de Arnaut son cambra y verja (pieza y vara), donde de nuevo se habla del lugar cerrado en el que se anhela devolverle un “alma” a esa “vara”, la “verga” literal, que luego la traslación de las lenguas dio en castellano con su sentido de palabra soez, ya no tan metafórica. Y allí, lejos de tíos y otros obstáculos, se podrá encontrar al fin la salud que sería la salvación por el cuerpo, o por el poema hecho tangible a partir de su sistema de retornos, para que el poeta logre sostener incluso lo que no habrá tenido nunca, una que es mejor que todas, más que el bien mismo, la más hermosa de todas las que se puedan imaginar, vistiéndose o desvistiéndose. Acerca del estado “Amor” en general, dice: “contento estoy y sano / por un placer que me exaltó”, pero la imagen del goce, si no su acto, se compone en el aire, aun en invierno o en otoño, cuando caen las hojas, como una nube de belleza perfecta, pero no tan efímera, porque el poema puede repetirse muchas veces, como un mito: “tanto me gusta / que tengo un goce más / intenso que el de Paris / con Helena de Troya”. Y no olvidemos que el de Paris no era un mito de amor no sexual, sino todo lo contrario. De hecho, el rapto y la guerra se debían a la satisfacción de un anhelo de posesión, de sustitución del poder por el arrebato de un cuerpo que pareciera no ser perecedero, como la belleza que simula la sustracción de la muerte. Por último, en el poema de la discusión anal con otros, donde Arnaut defiende la postura del que se negó a rendirse al pedido de una amada que le exige el “beso negro” antes de amarla, se puede inferir fácilmente que todos los demás modos de obtener placer de un cuerpo están aceptados, incluso usarlo como “estuche” del amor, de su persistencia y su retorno, porque toda satisfacción no es más que una pausa, hasta que el deseo renazca en el tiempo.

Y ese resurgimiento del deseo, que tiene una relación consonante con la primavera pero que no se retira en invierno, como todo brote, sino que se intensifica incluso en esa disonancia de su propia persistencia, en medio del aire frío, es siempre un impulso de componer, acaso de competir con la transitoriedad del mundo. El mismo acto de escribir, de armar los versos que se desarrollan en estrofas hasta llenar el número de la canción, se enfrenta al círculo del año, a su retorno que también es una sustracción, para permanecer en el mundo: “Con tono gracioso, alegre, / armo frases que cepillo / que serán más verdaderas / cuando les pase la lima”. Una vez oído el impulso verdadero, que se da en una estación precisa y proviene de una imagen capturada, concreta, se podrá hacer el poema, esa cosa giratoria, cepillada, limada, que no habrá de desaparecer con el tiempo, sino que se repetirá una y otra vez. De allí el orgullo de todos los envíos al final de cada poema, que está implícito, si no declarado, en el acto de firmar. Porque el “yo, Arnaut” es una marca, un desafío, una reducción de la técnica al don original de no ser nadie más, una virtud enarbolada que indicaría que no podrá ser copiado. Pero es una actitud ambivalente, como lo prueba la enorme influencia de Arnaut en el futuro: será imitado por siglos. El mismo poema entonces del cepillo y la lima puede terminar, enviarse, así: “Yo, Arnaut, amontono el aire, / con un buey cazo una liebre / y nado contra resaca”.[1] Porque la dificultad del poema, que no se logra solo puliendo o corrigiendo, obedece a un lugar donde el cuerpo que escribe se dispone a dar el tono. En ese aire, amargo o dulce, agrio tal vez, se pronuncia el comienzo, se escucha ese llamado estacional, que luego la técnica podrá desarrollar. Primero está el nombre que se enfrenta a lo que amontonará, las palabras, todas las que existen en la lengua materna; después, la habilidad para juntar cosas imposibles por medio del lenguaje, que la extrema lentitud del buey, su gravedad, se una a la agilidad de la liebre, su huida nerviosa; por último, el arrojo a la corriente de versos que frena, ola tras ola, rima tras rima, la brazada constante que igual avanza, encabalgando un pequeño sentido sobre toda la espuma del poema, para llegar al borde, al momento del triunfo que envía la noticia, como si dijera: “miren, lean, ya lo hice de nuevo”. Pero ¿qué es lo que dice, qué sentido sobrevuela, roza, surge en lo que se escribió así? Es el elogio de lo efímero, el cuerpo transitorio, alegre por momentos, que se aparta del nombre propio justo cuando lo anota y firma en el mundo único, que sin embargo se refugia en las palabras repetibles, como si su ritmo fuese una promesa de permanencia. Y justamente a Arnaut, a la fantasía teológica de su tiempo, le será concedida la permanencia y el registro de su triunfo. Lo que para nosotros tal vez sea solo literatura, un recuerdo y un retorno que podrían no darse.

Como ya mencioné, en el Purgatorio es señalado Arnaut, con el dedo, por Guido Guinizelli, maestro y precursor de Dante en el nuevo estilo dulce de escribir, como el mejor artista de lengua materna. Y a continuación el provenzal se presenta, en su idioma: “Ieu sui Arnaut, que plor e vau cantan, / consiros vei la passada folor, / e vei jausen lo jorn qu’esper denan.” (“Yo soy Arnaut que lloro y voy cantando, / veo consternado la locura de antes / y gozo el día que espero mañana”). La ambivalencia entre el llanto y el canto, la locura pasada y la alegría que se espera, se referirían al lugar en el que está, donde se purga la vida que pasa. Pero también podría interpretarse en relación con la poesía: el poeta mira seriamente las dificultades en las que se metió, tratando de hacer posible lo imposible, pero ahora canta, va hacia adelante, olvidándose de la resaca y de perseguir liebres con pies de plomo, porque otro día, si hay uno más, podrá escribir casi en el aire, donde el flujo de palabras se hace más ligero y deja el sentido en movimiento, como figuras inquietas en las burbujas de espuma, ahí donde vivirá todavía una lengua, aunque no haya nadie que la hable.

Precisamente, la vitalidad de su figura, jovial, calculadora, intrincada, hecha de música y de hallazgos visuales, en palabras de una lengua casi perdida, aunque familiar aún en su zona natal, sería lo que sigue atrayendo de Arnaut Daniel. Así, desde su época sin literatura, de pura invención, puede llegar a dictar otros experimentos, la forma significativa de un poema moderno, como imaginó Pound, entre muchos otros que intentaron volver a hacer escuchar sus retornos de palabras en nuevas sextinas. Pero a mí sobre todo me interesó el descubrimiento de una alegría, también llamada “goce”, que en todos sus poemas conservados une la observación de signos naturales con el recuerdo de cuerpos y de rostros y encuentra en ese juego que va de las palabras a los sentidos el único impulso para escribir, que en su caso era cantar. También hay algo de melancolía en esos trinos a la belleza pasajera, como si Arnaut supiera entonces que hasta un idioma puede ser algo perecedero, porque el mismo impulso que hace surgir el poema nunca se tiene, sino que es una aparición, una especie de sorpresa esperada: “nunca lo tuve aunque él me tiene / siempre en su poder”, según otro gran comienzo.

Algo de lo que suena en sus poemas se parece a una danza que al mismo tiempo es jovial y se precipita hacia el silencio. Justo antes de terminar, en la tornada o el envío que anuncia el final del poema, que lo hace mirar atrás, repitiendo como un eco las últimas rimas, Arnaut algunas veces dice su nombre, al igual que en la imitación de Dante: “Manda Arnaut su poema”, “Arnaut esperó y seguirá esperando”, “Arnaut corre derecho”, “porque Arnaut no se olvida”, “Arnaut no sabe contar sus tesoros”, “a Arnaut le importa poco a quién le agrade”, “Yo, Arnaut, amontono el aire”, “Arnaut ama y no dice mucho”, “Arnaut quiere que el poema se ofrezca”, “suyo es Arnaut del pie a la cabeza”, “a la que adoro, Arnaut, sin más rival”, “y decile que Arnaut pone en olvido”, “linda, aceptanos el pacto de Arnaut”, “que Arnaut no la ame en su firme secreto”. Sería algo así como una firma, una manera de rematar lo que se logró hacer: el brillo de la invención, las imágenes encontradas, las combinaciones rítmicas y la rareza de los sonidos que el idioma ofrece y también esconde por la veladura del sentido. Pero no solo es un canto de orgullo, no solo se firma así la alegría del poema realizado, que cierra perfectamente los elementos arrojados al paño donde se repiten y varían los dados, las sílabas medidas, los ecos dominados del azar lingüístico, sino que también se mira hacia atrás: ahí está además el llanto que aún rima con el canto. El poeta dice su nombre, afirma que existe, que nadie más podrá hacer lo que él hizo, pero en ese nombre que no significa nada, puro sonido que no es una palabra del idioma, también confirma que su vida está pasando, que en algún invierno por venir ya no habrá más aire, ni siquiera amargo, para amasar en nuevos versos, que habrá una primavera que será la última, dulce y agria porque no la seguirá un verano. La belleza de una estación, como el poema perfecto, como un tiro de dados ganador, son signos de que el nombre propio tiene como único referente la transitoriedad de una vida. Pero en sus poemas todavía Arnaut, que ya no canta, puede escribir la unión de cosas imposibles: unos versos de mil años atrás con la curiosidad del presente.

*

Para los textos originales de estas versiones utilicé la edición muy documentada de Martín de Riquer (Acantilado, Barcelona, 2004), aunque en algunos versos, no más de uno o dos en cada poema, preferí la antigua transcripción de René Lavaud (Annales du Midi, Toulouse, 1910), sobre todo porque le encontré más sentido también a sus traducciones en prosa francesa. La versión de Lavaud sigue de cerca, con algunas pocas interpretaciones divergentes, la primera edición seria de Arnaud Daniel hecha por el italiano Canello en 1883. Este último estableció el orden de los dieciocho poemas que se consideraban sin dudas compuestos por Arnaut Daniel a partir de un criterio formal, por patrones métricos, ya que no había forma de establecer su cronología. De Riquer introduce un nuevo ordenamiento, que incluiría alguna conjetura cronológica y que sobre todo respeta el orden, casual o no, del principal manuscrito que conservó los poemas. Adopté entonces el nuevo orden de Martín de Riquer, que al menos tendría “la ventaja —según dice— de ofrecernos una sucesión de textos tal como se leyeron en el siglo XIII, lo que en modo alguno es tan arbitrario como disponerlos en atención a la métrica”.

En cuanto a las traducciones, intenté no omitir palabras ni giros expresivos para adecuarlos a la prosodia, pero también procuré mantener ciertos patrones rítmicos. En algunos casos, pude respetar totalmente la métrica original, en otros alargué eneasílabos en endecasílabos para no perder detalles importantes del sentido, en otros más debí alterar la serie de metros diversos que se combinaban en el poema. Los detalles de fidelidad o apartamiento de la prosodia en provenzal aparecen en las notas después de cada versión. Como es obvio, no intenté reproducir las rimas, que exigirían una transformación muy grande del sentido de los poemas.


[1] Aquí la traducción conserva la medida en octosílabos del original, que en la cita de la “Vida” traduje más literalmente en eneasílabos.


Poemas de Arnaut Daniel

Arriba, abajo

Arriba, abajo, en las primeras hojas
de nuevo hay flores en las ramas,
y ningún pájaro mantiene mudos
el pico y la garganta, cada uno
grita y canta
en su estilo.
Por la alegría que me dan y el tiempo
canto, aunque Amor me asalta,
y junta las palabras con el tono.

Agradezco a Dios y a mis ojos:
por su conocimiento me llegó
un Goce que destruye y pisa
la pena y la vergüenza que sentí.
Ahora sigo adelante,
aunque otro pierda el tiempo
de Amor, al que soy fiel
porque a ella, a la que más me gusta,
me ata una soga sólida.

Gracias, Amor, que ya me recibís.
Se me hizo tarde, pero lo agradezco,
pues si me arde la médula,
ese fuego no quiero que se apague.
Pero me quedo
callado por aquellos
que ante el goce del otro dan agudos
gemidos, ¡y que un grano en la mejilla
le salga al que se pelea con él!

Se altera así la esencia del amor
y el amante enloquece
cuando dice que en su habla no fluye
nada que adentro no rompa
la puerta del valor,
porque está ávido
de lo que siempre he temido;
y el que se excede en hablar
se debe morder la lengua.

Es cierto que la amo, con orgullo,
pero lo quiebro en un goce secreto;
nunca desde que Pablo hizo la epístola
ni alguien ayunó
ni Jesús
pudo hacer otras iguales,
porque ella tiene todas
las buenas cualidades que la realzan,
y así perfecta es recordada.

Precio y Valor, su fortaleza
es la hermosa que así me retuvo,
que me tiene solo y yo solo a ella,
y otra en el mundo no me gusta.
Soy oscuro
y antipático
con las otras, y me siento oprimido;
pero en su goce algo late y salta
y no quiero que otra me lo saque.

Arnaut ama y no dice mucho,
el Amor refrena mi boca
y así una vanagloria no la rapte.


Notas
Seis estrofas de nueve versos de métrica bastante compleja: dos eneasílabos, dos octosílabos, dos cuatrisílabos, y tres octosílabos finales. La rima es interestrófica, aunque también tienen rima interna los dos versos menores. En este caso, y no será el único, debí resignarme a cambiar un poco los metros. Introduje endecasílabos para poder traducir el sentido más de cerca, aunque mantuve la variedad, con algunos eneasílabos, octosílabos y los versos menores que quiebran cada estrofa en el medio.


 Pronto se acabará

Pronto se acabará el mal tiempo,
el viento, el marrón y el blanco
que se confundían juntos
en ramas privadas de hojas.
Ahora no canta un pájaro ni pía
y el Amor me dicta que haga
un canto ni segundo ni tercero
sino el primero en librar de lo amargo.

Amor es llave del éxito
y fuente de muchos actos
de donde surgen buenos frutos,
si hay alguien que lealmente los recoja
porque ni hielo ni niebla
gastan al que se adhiere al tronco
y si lo quiebra un tránsfuga perverso,
muere hasta que un leal lo cure.

Es bueno corregir la falla,
y en mis dos costados siento
que tengo más amor, sin duda,
que el que hablando se envanece,
y el corazón me da saltos.
Cuando me puso mala cara,
hubiese preferido ir a un desierto
donde nunca anidaron pájaros.

Sabiduría suave y corazón
claro, sutil y franco ahora
me mandan al refugio firme
de quien más quiero que me abrace,
porque si antes fue arisca y peleadora,
ahora gozando me hace corto el tiempo:
ella es más fina y yo estoy más seguro
que Atalanta y Meleagro.

Temo que por no animarme,
me pongo a veces negro y blanco
pero el deseo de ella me perdió
y no sé si salta o se queja,
aunque el goce me enganche a una esperanza,
me culpa de no buscarla,
ya que soy experto en ruegos
y de nada más tengo ganas.

Pensar en ella me descansa
y que un cangrejo me saque los ojos
si no los guardo para verla;
no crean que aparte mi corazón
pues ni frase, juego o guitarra
me pueden separar de ella ni el largo
de un junco. ¿Qué digo? Dios, que merezca
eso o me ahogo en el mar agrio.

Arnaut quiere que el poema se ofrezca
donde haya un dulce nombre en lo agrio.


Notas
Seis estrofas de ocho versos y un envío de dos. Todos octosílabos excepto los versos sexto y séptimo de cada estrofa, que son eneasílabos. Las rimas son interestróficas. En la traducción mantuvimos un predominio de octosílabos con la inserción de eneasílabos, de manera más casual que en el original, para mantener el sentido. También añadimos endecasílabos, cuando no era posible reproducir en menos sílabas la apretada síntesis sintáctica del provenzal. Sobre el último verso, que podría traducirse literalmente “allí donde la dulce palabra empieza en agre”, hay más conjeturas que certezas, aunque en general los filólogos entienden que alude a una clave sobre el nombre de la amada, o de su castillo, que viene a ser lo mismo. Claro que también es la palabra que en otras estrofas se usa como adjetivo: “agrio”. Por lo tanto hay un juego de palabras que se refuerza con lo del “dulce nombre”, puesto que la canción debería revertir la acritud, incluso la del mar o la del corazón invernal de otros momentos del poema. De Riquer transcribe una glosa provenzal que dice: “Su dama estaba en un castillo que está en el condado de Perigord y que se llama Agremons, y por eso dice que va hacia el lugar que comienza en agre”. Lavaud también afirmaba: “hay allí una alusión al nombre de familia de la dama cantada por Arnaut Daniel, que comenzaba con agre”. Luego enumera varias hipótesis sobre dónde estaría ese lugar, que un comentarista italiano escribe “Agrismonte”, con opciones en Cataluña (Agremont o Agramont) o bien podría ser Gramont, del latín Acrimonte, cerca de Castelsarrasin, en el Mediodía francés. Los filólogos italianos y catalanes votan por la zona de Cataluña y Aragón, los franceses por su Mediodía. Para los provenzales no había tal división.


El deseo firme

El deseo firme que me entra
no lo rompe ni un pico ni una uña
del chismoso que habla y pierde el alma;
y no le pego con rama ni vara,
furtivo, donde no habrá más un tío
gozaré en un jardín o en una pieza.

Cuando me acuerdo de la pieza
donde a dañarme ningún hombre entra,
antes son todos más que hermano o tío,
no hay miembro que no tiemble, hasta la uña,
así como hace el niño ante la vara:
tengo miedo a no estar cerca de su alma.

Fuese del cuerpo y no del alma,
y me aceptara escondido en su pieza,
que me lastima el pecho con su vara
porque donde ella está su siervo no entra.
Seré con ella entonces carne y uña
y no oiré al amigo ni al tío.

Ni a la hermana de mi tío
quise tanto ni más, por esta alma.
Tan cerca como el dedo de la uña,
si ella acepta, quiero estar de su pieza.
Me puede hacer el amor que me entra
más suyo que un fortachón con su vara.

Desde que floreció la seca vara
o de Adán hubo un sobrino y un tío
tan fiel amor como este que me entra
no creo que hubiese en cuerpo ni en un alma,
y donde esté, afuera o en su pieza,
mi pecho no se aleja ni una uña.

Así se hunde como uña
mi mente en ella, corteza en la vara,
y es para mí torre, palacio y pieza;
y no quiero a un pariente, hermano o tío,
si gozará en el cielo el doble mi alma
cuando por amar mucho un hombre entra.

Manda Arnaut su poema de uña y tío
a la que tiene de su vara el alma,
su Deseado, su precio entra en la pieza.


Notas
Es la invención de la sextina: seis estrofas de seis versos que combinan las mismas seis palabras al final, más un envío de tres versos donde también aparecen esas palabras reiteradas. Salvo el primer verso de cada estrofa, que es octosílabo, todos los demás son endecasílabos. La seca vara o seca verja se ha leído alegóricamente como una alusión bíblica, aunque su carácter fértil no deja de sostener el sentido sexual que mantiene esa palabra repetida a lo largo del poema, y sobre todo en el ambiguo envío final. Podría ser la rama del árbol de la ciencia y de la vida, ya seca, entregada a Seth por Jehová, y que brota de nuevo; el bastón de José, que es el único del que sale una flor entre los pretendientes a la mano de la Virgen; o bien la misma Virgen María comparada con una “vara seca que da fruto”. Por esta última opción, alentada además por la cercanía en latín entre Virgo y virga, parecen inclinarse los filólogos. La intención obscena del verso medio en el envío, “a la que tiene de su vara el alma”, según la traducción, es admitida hasta por los más púdicos filólogos del siglo XIX. De modo que Martín de Riquer puede traducir con franqueza castiza: “con el consentimiento de aquella que tiene el alma de su verga”. La palabra Desirat, “Deseado”, también es objeto de discusión. Según una glosa podría aludirse de nuevo a Bertran de Born. Pero no olvidemos que la dama del amor en la lírica provenzal a veces se escribe en masculino.