Juan Carlos Moisés / Entrevista y poemas

“Las palabras juegan conmigo para llevarme a un terreno nuevo”

© Foto: Negro Ramírez

Conversación con el poeta, artista plástico y dramaturgo, Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut) a partir de la publicación de Perro negro tallado en la nieve (Buenos Aires, La carta de Oliver, 2025). La obra de Moisés ha circulado intermitentemente entre poetas y lectores. La publicación de un nuevo libro es una buena oportunidad para reconocer su poesía. Agregamos una breve selección de poemas del libro y dibujos del autor, además de una reseña escrita por Fernando Kofman.

Entrevista: José Villa

Contanos un poco biográficamente cómo fueron tus inicios. Con quiénes compartiste grupos y tu formación como lector.

—En 1972, un amigo que escribía, Milton Jones, me hizo conocer poetas que no se leían en el colegio: Whitman, Rilke, Poe, Mallarmé, y de la generación del ’50, como –[Raúl Gustavo] Aguirre y [Rodolfo] Alonso. En un semanario leí sobre la muerte de Alejandra Pizarnik, desconocida para mí, que me impresionó. En otra revista leí poemas de jóvenes que empezaban, como Daniel Freidemberg, Irene Gruss, Jorge Ricardo (Aulicino), y tomé nota de los poetas que nombraban: Vallejo, por ejemplo. En una librería de Comodoro Rivadavia encontré Árbol de Diana, Hojas de hierba, Los heraldos negros, Trilce. En la Biblioteca Popular encontré poesía de [Francisco] Madariaga, [Paco] Urondo, [Enrique] Molina. La lectura fue voraz, aunque no fácil de asimilar. Ya había empezado a escribir mis primeros poemas de amor influenciado por Los versos del Capitán. No sabía escribir, pero sabía que quería escribir. Tenía que leer. Y me ayudó el azar. En enero del ’73, en un viaje a Buenos Aires, entré a una librería que atendía Jaime Poniachik (amigo de [Mario] Levrero y de Marcial Souto). Me sugirió la compra de varios libros (Tao Te King, Epigramas de [Ernesto] Cardenal, Papeles de Recienvenido [Macedonio Fernández], Los cantos de Maldoror [Lautréamont]), y al verme tan necesitado de vida literaria me regaló la novela La ciudad, de Levrero, y me dio la dirección de dos revistas de Rosario, El Lagrimal Trifurca y La Cachimba. Le escribí a Elvio Gandolfo (El Lagrimal) y a Jorge Isaías (La Cachimba). Me respondieron y me enviaron ejemplares de las revistas, libros y plaquetas que editaban. Sentí afinidad con el espíritu poético despojado, con toques de humor y de realismo, que ellos encarnaban. En el ’74 viajé a Rosario para conocerlos. Fueron mis primeros amigos en la poesía fuera de mi pueblo y fue para toda la vida. Nada volvió a ser lo mismo. Ya había imitado mal a Neruda y después a Vallejo. Era un callejón sin salida. Quemé todo lo que había escrito y empecé de cero, con poemas breves y despojados. En el ’75 recibí Asemal, la plaqueta de Darío Canton con sus poemas secos e irónicos, gracias a la dirección, oh casualidad, que le había enviado Jorge Isaías. Le escribí contándole que en una librería de Buenos Aires había comprado uno de sus libros, Poamorio. Él encontró a un lector más y yo a un maestro. Tuvo la paciencia de un intercambio epistolar, muy enriquecedor para mí, que se prolongó hasta el último número de la plaqueta (1979). En el año 1977, La Cachimba había editado mi primer libro. Distribuirlo por correo fue conocer la poesía que se estaba escribiendo en el país en esos años e iniciar varias amistades. Raúl Gustavo Aguirre tuvo la amabilidad de responderme, alentándome como lo hacía con los jóvenes. En noviembre del ’82 saqué un número de la Hoja Compartida, que publicaba en esos años, con cinco poemas de R.G. Aguirre, seleccionados por él, y dibujos míos. Y en enero del ‘83, Raúl, después de actuar como jurado en Comodoro Rivadavia en un concurso nacional de poesía, nos visitó con su esposa Marta en la casa del Sarmiento. La poesía, con el espíritu humano que él encarnaba, estuvo en cada charla. Pero pasó lo inesperado, lo más triste: días después de regresar moría en su casa de Olivos. Lo lloro todavía. En el ’83 salió mi segundo libro, que dediqué a su memoria, y en el ’88 el tercero, ambos editados por El Lagrimal. El envío de estos libros me permitió escribirme con [Alfredo] Veiravé, [Rodolfo] Alonso, [Edgar] Bayley, Madariaga, Levrero, [Rafael Felipe Oteriño] Oteriño, [Santiago] Sylvester, [Leopoldo] Castilla, obviamente Francisco Gandolfo, y con poetas de mi generación y de la más joven. Salvo las afinidades que mencioné, nunca me sentí parte de un grupo ni de una poética. Aprendí de todos, eligiendo por intuición mi propio endeble camino.

Hay un relato familiar en este libro, Perro negro tallado en la nieve, que se cruza en muchos sentidos con la poesía. Es el caso del poema «El cuchillo», que perteneció al padre: “mellado por la poesía”.

—El relato familiar está imbricado con otros “relatos”, que tienen que ver con la pertenencia, y en particular con la experiencia. Mi padre era buen cocinero, cuando asaba carnes comía con ese cuchillo. Tu cita es la última línea del poema; no la hubiera podido escribir sin antes haber llegado a la antepenúltima [—¿Tiene alguna otra seña particular? / Está mellado por la poesía«]. A veces, una pregunta, como ocurre en la penúltima línea, desencadena una respuesta que en vez de cerrar, abre el poema. Mi padre sabía animar una fiesta y hacer reír a todos con sus dotes naturales de actuación. Era un actor de la espontaneidad, con un humor disparatado que traspasaba todos los límites. En las entrelíneas de otros poemas del libro (“Lo juro por esta luz”, “Un cambio de estación” y “Al día siguiente del funeral”), está todo eso.

En el libro también hay cierta recurrencia de situaciones absurdas pero con algún paso de comedia, por así decir: “Frío en el calor, alto en lo bajo. / Me disculpo, no puedo voltear la cabeza / porque la tengo atrapada en la puerta”. La situación en el poema y de la metáfora de la situación, suele aparecer este rasgo en tu poesía.

—En mis obras de teatro incorporé el absurdo bastante más que en mis poemas, donde es apenas otro ingrediente. El absurdo no deja de ser una provocación: a mí, tal vez al lector, y espero que al lenguaje mismo. Es un absurdo con “pasos de comedia”, que tiene a lo dramático como contracara. No escribo metáforas en el sentido tradicional, se disparan de otras maneras, de modo que “metáfora de la situación” es una buena definición.

Hay también la idea del poema abierto, en muchos sentidos, como desafío de legibilidad o sentido…

—Es la intención de decir en cada poema solo lo necesario, entre lo que sé y no sé. Lo que escribo no tiene otra forma que la del poema y no es una explicación en verso. Antes que jugar con las palabras, las palabras juegan conmigo para llevarme a un terreno nuevo. No quiero sorprender, sino sorprenderme. Cuando sucede, lo celebro.

En tus poemas suele aparecer la palabra como cosa viva; en uno de los poemas de Perro negro… el poema es entendido como un ser que está ahí esperando su oportunidad, para encontrar su anzuelo («Poema y pez»). Es curioso. y paradojal tal vez, que la realización del poema sea su fin, su muerte, si retomamos la idea de que es como un pez.

—La palabra, sobre todo un sustantivo, sí, como cosa viva. A veces me basta con eso. O con eso empiezo. No son mi fuerte las palabras en sí, por su sola musicalidad o resonancia, sino en función de algo, con la posibilidad de crear un hecho particular, no general. Las prefiero disimuladas en la foto. El poema no se limita a lo que se quiso decir, si es que se quiso decir algo, sino que tiene, o puede tener, otras implicancias no buscadas. No diría “que la realización del poema sea su fin, su muerte”, sino su transformación.

—En cuanto a “Poema escrito sin palabras”, aparece el enigma, un tipo de enigma que tiene la característica de ser transparente, de ser como un juego aunque de cierta circularidad dramática…

—Cuando escribo, tengo la sensación de estar yendo hacia algún lugar, a experimentar algo que no tiene nombre. La transparencia surge de manera espontánea. Escribo porque llega una emoción o un pensamiento que me despiertan los seres, las cosas, los hechos. El mundo, expresado así, es una fuerte motivación para los sentidos. No me sale escribir poesía intrincada. Si hubiera tenido la genialidad de Dylan Thomas me jactaría, pero tengo que conformarme con ir lo más directo que puedo con las palabras, aunque a veces el poema resulta escurridizo y me hace tartamudear.

—¿Qué es un mal poema?

—Es una apreciación muy personal. No hay una regla. En mi experiencia, un poema frío está muy cerca de ser un poema malo, aunque esté bien escrito. Si no parto de algún tipo de emoción, de las muchas que hay, el poema se malogra. Hay muchas maneras de malograr un poema. Siempre se filtra alguno malo, como poner ideas en un poema, antes que pensar con el poema. El tiempo da una perspectiva, que me dice si escribí uno malo. A algunos les hice correcciones después de publicados. A otros los confronté con la escritura de nuevos poemas o de segundas versiones. Es como hay que tratarlos, sin indulgencia. Evito enamorarme de mis poemas publicados.

En tus poemas suele aparecer la poesía en cierta manera reflejada en la fábula o en el motivo fantástico o hiperreal. Eso también se puede ver en tus motivos de dibujos e ilustraciones. ¿Son tus poemas dibujos y tus dibujos poemas (además de ser lo que son)?

—Sí, a veces voy hacia una especie de fábula. No siempre obtengo algo. El motivo fantástico o hiperreal, cuando llega, es en gotas, las necesarias para descentrar el poema, sacarlo de su lugar de confort. Sobre poemas y dibujos, cito un poema de mi libro Palabras en juego (2006): “Mientras no llega el poema, dibujo / y mientras dibujo / llega el poema que dibujo”. Sí, entre ellos hay un parentesco inevitable. Son hermanos, o, como mínimo, concubinos. Comencé a dibujar y a escribir al mismo tiempo. En el ’73, en el primer número de una revista artesanal que hicimos en el pueblo, publiqué mi primer dibujo y mi primer poema. En la solapa de “Perro negro tallado en la nieve”, puse: “También dibuja”. Debería haber estado atento a lo que escribió Juan Antonio Vasco sobre E. E. Cummings: “insistió siempre en que era poeta y pintor, no, como a veces han dicho sus comentaristas, poeta y también pintor”.

© Juan Carlos Moisés: Caballo (1994)

Cómo definirías tu poesía, es decir, el lenguaje en tus poemas?

—Es un lenguaje con sustantivos y verbos, y poca adjetivación. Más cerca de las palabras del habla que de las “literarias”. Pero escribir no es lo mismo que hablar, las palabras se organizan de otra manera, con un ritmo y una respiración particulares. Me siento un impostor cuando el lenguaje adquiere demasiado protagonismo. Prefiero el lenguaje como una arquitectura imperceptible que sostiene el todo, que ya es mucho decir.

En tus textos hay una reflexión que está impregnada de infancia, por así decir, de memoria, o de nostalgia. ¿De dónde viene eso, o cómo lo podrías describir?

—Mi infancia sigue conmigo, animando una especie de continuo presente. Son más que reminiscencias, porque se mantienen vivas. No es nostalgia, porque todo eso sigue en mí y hace lo suyo. Cierto humor o una leve ironía en el poema son un antídoto para la nostalgia. En alguna medida se debe a que tuve una infancia vital, feliz, en las calles de mi pueblo y en la chacra de mi abuela María.

Vos sos del sur del país, cuál es tu apreciación de la poesía que se escribe en la región?

—Goza de muy buena salud y está en continua renovación y expansión. No parece distinta a la poesía ligada a la época y con tradición universal que se escribe en el país. Pero la región tiene su incidencia, no por un supuesto “color local”, sino por las condiciones en que se vive y escribe. Escribir con cierto distanciamiento puede producir otras miradas. Gerardo Burton, de Neuquén, habló de una “cultura cimarrona”. Tan lírica como áspera, revela características singulares. Tampoco deja de notarse el peso de los tristes hechos de fines del siglo XIX y lo que siguió en el XX, que son traídos al presente para que no se borren. También hay una poesía con cierta épica que asume reivindicaciones, como la poesía bilingüe (mapuzungun/español) escrita por poetas de origen mapuche, que trata sobre “la memoria que perdura y busca sus palabras”, al decir de Liliana Ancalao Meli.

—Por último, hay una mirada en tus poemas, insistente, respecto de los animales. Como si la pregunta fuera: ¿qué nos dice un animal, su forma real y su duración afectiva en la memoria? Eso parece estar muy conectado con la escritura.

Conviví con animales en una naturaleza silvestre antes que doméstica. Un perro ovejero, una garza, un pato, un halcón, un zorro, un pez, son la misma maravilla. En función del poema tienen la misma importancia que las personas. Pasé mi infancia y adolescencia en la chacra de mi abuela, donde tenía mi caballo y mis tíos los suyos. Uno de ellos era jockey. Y me gustaba acompañarlos al pueblo a hacer el reparto de leche, fruta, verdura, en un carro tirado por un caballo. En invierno salíamos a cazar liebres con los perros para alimentarlos y he acompañado a mis tíos a ayudar a una vaca a parir su ternero en la nieve. En mi mundo real y onírico hay un zorzal llamando desde un árbol, un gallo que canta en la mañana, peces que saltan en el río que crece en primavera, unos loros que pasan haciendo alharaca en el cielo, una oveja que bala en el potrero, un conejo que me mira detrás del tejido de la conejera, un puma, un guanaco o un choique, muertos por un disparo de carabina en el campo. Lo que me dicen los animales en los poemas, me lo van diciendo mientras escribo. Los poemas tienen la particularidad de crear vida nueva.

® Juan Carlos Moisés: Dibujo, 1985

 Poemas de Perro negro tallado en la nieve,
por Juan Carlos Moisés

 

 Vaca en un potrero

Me entiendo con los animales,
algo en mí tiene ese condimento adicional,
a veces refriego mi cabeza en la pared
como el novillo crispado en los palos del corral.
Hoy vi una vaca: ni arisca ni a la defensiva
estaba echada en el potrero.
La llamé por su nombre genérico
y con ganas de hablar le pregunté cosas.
La vaca me miró: ¿quería decirme algo?
Levantó su cola rabona, la sacudió en el aire
y la dejó caer liviana y olvidada sobre la tierra.
De esa vaca, cualquiera podría pensar:
es alguien más que ya no cree en fábulas.


Perro negro tallado en la nieve

Si al galgo negro le dijera que en estos días animados
es posible concebir la realidad con liebre albedrío
me diría que los juegos de palabras no son lo mío.
No es necesario engañar a nadie con el lenguaje,
esa especie de conciencia crítica en la memoria.
Las cosas tienen su maravilla y su complicación
y los sueños no se pueden torcer en el sueño.
Las palabras piden estar donde las cosas suceden:
quieren seguir en escena, despiertas y fantasiosas,
con sus ropas y sus historias para ponerse.
El poema se talla como a un perro negro en la nieve.


 El cuchillo

Con la hoja filosa de acero forjado
del cuchillo que me dejó mi padre
pico cebolla, pelo fruta, rebano pan,
o me llevo de un tajo carne asada a la boca.
De noche salgo a cortar las tormentas
para seguir un ritual olvidado.
En la calma del día hago muescas
en una rama de álamo, como huellas
de patas de ave en la arena
que me ayudan a pensar.
Tiene la empuñadura y la vaina de alpaca:
sus líneas curvas y formas repujadas
siguen alentando mi imaginación.
Es un auténtico facón argentino.
—¿Tiene alguna otra seña particular?
Está mellado por la poesía.


Poema y pez

A veces vuelvo al mismo pensamiento:
si escribir un poema es atrapar el tiempo,
como atrapar un pez, uno saltarín,
que tire del hilo, resista, contorsione.
También el pez lucha contra el tiempo,
remonta el río en su viaje para desovar.

Que los poemas, atrevidos, se vuelvan pez,
busquen su arroyo, encuentren su río
y su anzuelo.


Dibujos para un perro negro

El perro negro era un galgo de este mundo:
le dio muerte un canalla.
Pero sigue ahí, en mi cabeza. Lo dibujo
con lápiz, carbonilla, tinta, tizas pastel.
Son tachaduras de perro, fracasos de perro:
los ojos desparejos dan lástima.
Mi mano se deja llevar de memoria,
turbada, errática, y en la insistencia,
en la contorsión de las líneas que traza
va apareciendo el galgo que fue,
una mancha blanca en medio del pecho oscuro,
el pelo ralo, el cuerpo flexible,
las patas de junco suspendidas en el aire,
las orejas en estado de alerta, y sus ojos,
sus ojos que se hunden en el fondo
de mis ojos, de donde salta ladrando,
encantado de correr en el campo.
Lo sigo sin poder alcanzarlo.

—Escuché que hablabas de perros.
¿Estabas hablando de perros?
—¡Hablando de perros, hablando de perros!
¿Pero qué clase de pregunta es esa?

Hay un resto de angustia en esa voz que dice:
—No sé, estoy perdido. ¿Adónde iré?
¿Adónde?
Lo supe y lo olvidé.


El que va a venir

Va a venir.
Vendrá y será bien recibido,
vendrá a donde es querido.
Vamos a tener el gusto,
queremos tener el gusto,
sería un disgusto que no viniera.
¿Por qué no habría de venir?

Si viene es porque sabe
que deseamos que venga.
Lo sabe: es bienvenido.
Ahora volvemos a decirlo
para que no tenga dudas.
Estaremos atentos para recibirlo.
¿Está viniendo?
¿Ya está acá? ¿Llegó?
¿Quién es? ¿Cuál es su nombre?


© Juan Carlos Moisés: Mujer, 2024

 El sentido no es el refugio de la verdad

[sobre Perro negro tallado en la nieve, de Juan Carlos Moisés]

Por Fernando Kofman

El nuevo libro de Moisés, Perro negro tallado en la nieve, nos hace tropezar en diversas secuencias con la lógica del sentido, del mismo modo que el novelista Stephen Dixon, un buen discípulo de Kafka y Beckett, en su novela Cartas a Kevin. Si lo leemos de atrás para adelante, nos encontramos con el poema “El que va a venir”, que nos desconcierta, y nos deja en el clima de Esperando a Godot. Alguien se anuncia, pero no se anuncia. No sabemos quién es, pero puede llegar. Cuando el libro se abre, también desconcierta, porque el poema “El centro exacto” nos habla de una casa en el Sur, que pasa de ser el centro del país a centro del mundo. Y luego se diluye porque nadie conoce ese dato. El segundo poema, sigue desconcertando, porque abril no es el mes más cruel, sino que “los días de abril están de buen humor”. El sentido en cuestión es puesto en debate todo el tiempo, porque el idioma quiere atrapar la cosa, pero la cosa se escabulle, nos demuestra que la palabra es pura abstracción. Como Dixon, Moisés nos pone en una encrucijada. En un poema: “Un conejo dice —Quiero ser una cabra. / Una cabra dice —Quiero ser un conejo”. Los incrédulos que se internen en el libro tendrán que restregarse los ojos, porque el poeta puede dialogar con una vaca, algo inconcebible, pero que Wittgenstein, en sus juegos de lenguaje, demostró. El poema que da título al libro nos dice: “no es necesario engañar a nadie con el lenguaje”, pero aquí el poema muestra como es artificiosa la lógica del lenguaje. A veces lo inverosímil agiganta el clima del libro, porque el poeta entra en un mundo en expansión, separado de sus pies, suspendido en el mundo. O imagina que a las nubes le crecen alas o que también sueñan. Si el lenguaje es un código, impone escuchar y luego hablar. En la novela de Dixon, una escena donde los leños hablan, y vociferan, es semejante al poema en el que recuerda a su madre y a su bisabuela, de hablar todos a la vez sin escucharnos, que siempre es el prólogo de una guerra. A veces en su poesía se asoma la desazón, muy beckettiana, pero así como el poema dice “Ya es hora de parar, no tiene sentido seguir”, también dice: “solo nos queda ir tan lejos como se pueda / con las palabras”. El sentido no es el refugio de la verdad. Aquí Moisés da otro giro copernicano, vuelve al poema que, para mí, marca el libro: “El que va a venir”, y lucha con el sentido en “No me digan que no es un espectáculo”, cuando nos alerta que “la cabeza se apoya sobre los pies / y la mano despide al que volvió”. Y el devenir de este libro es como una “Cabeza atrapada en la puerta”. Ese devenir que nos aloja en una razón de la poesía que nos hace pensar, concluye como tiene que ser, con un diálogo: “Escuché que hablabas de perros. / ¿Estabas hablando de perros? / ¡Hablando de perros, hablando de perros! / ¿Pero qué clase de pregunta es esa?”



 Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut,1954)

Poeta, artista plástico y dramaturgo. Vive en Salta desde 2017. Se desempeñó como profes or de Literatura y de Teatro.Dirigió el elenco Los comedidosmediante (1990/98), con el que estrenó sus obras: Un día no esperado, al fin (1990), La casa vieja (1991), Pintura viva (1992), Muñecos, un cuento de locos (1993), El tragaluz (1994) y Desesperando (1997). El elenco representó a la provincia en las Fiestas Nacionales de Teatro de Mendoza (1993), Tucumán (1994) y Catamarca (1997). Con El tragaluz (1994) se presentó en el Teatro Nacional Cervantes. Durante la pandemia, en el ciclo “Yendo de la escena al living” (Mendoza), se presentaron por streaming sus obras Mate frío (2020) y Mendigos del agua (2021). Como artista visual, en 1973 realizó su primera exposición de dibujos en su pueblo natal. Expuso en Rawson, Trelew, Comodoro Rivadavia, Puerto Madryn, La Plata, Buenos Aires. Publicó dibujos en suplementos y revistas culturales, y en sitios web. 

Poesía
Perro negro tallado en la nieve, Buenos Aires, La Carta de Oliver, 2025
El jugador de fútbol, Buenos Aires, La Carta de Oliver, 2015
El viento que hay acá afuera, Buenos Aires, La Carta de Oliver, 2021
Conversación con el pez (Antología), Villa Ventana, Editorial Maravilla, 2017
Esta boca es nuestra, Buenos Aires, Ed. CILC, 2009
Museo de varias artes, Viedma, El Camarote, 2006
Palabras en juego, Buenos Aires, Ed. La Carta de Oliver, 2006
Animal teórico, Buenos Aires, Ediciones del Dock, colección Pez Náufrago, 2004
Querido mundo, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1988
Ese otro buen poema, Rosario, El Lagrimal Trifurca, 1983
Poemas encontrados en un huevo, Rosario, Ediciones la Cachimba, 1977

Notas de poesía
¿Notas poesía? (La Carta de Oliver, Bs. As., 2025)
Una lucha desigual con las palabras
(La Carta de Oliver, Bs. As., 2016)

Narrativa
Baile del artista rengo, Buenos Aires, La Carta de Oliver, 2012
La velocidad de la infancia, Rada Tilly (Chubut), Espacio Hudson, 2010

Teatro
Pintura viva, El tragaluz, La oscuridad, Buenos Aires, La Carta de Oliver, 2013
Desesperando, Buenos Aires, Argentores – Instituto Nacional de Teatro, 2008

Links
Textos de Juan Carlos Moisés en op.cit. Obra Plástica / Juan Carlos Moisés: Poemas
Poemas. En Círculo de Poesía / Otra Iglesia es Imposible / Alpialdelapalabra