Francis Ponge. Versión de Sergio Taglia

Flora y fauna

(Publicado en Le parti pris des choses, París, Gallimard, 1942)

 

La fauna se agita, mientras que la flora se despliega ante el ojo.
Toda suerte de seres animados es directamente aceptada por el suelo.
Ellos tienen en el mundo su lugar asegurado, igual que en la ancianidad su decoración.
Diferentes en esto de sus hermanos vagabundos, ellos no están sobre incorporados en el mundo, inoportunos para el suelo. Ellos no erran en la búsqueda de un sitio para su muerte, cuando la tierra como otros absorbe cuidadosamente sus restos.
En sus casas, ninguna preocupación alimenticia o domiciliaria, ninguna entre-devoración: nada de terror, de carreras locas, de crueldades, de quejas, de gritos, de discursos. Ellos no son el cuerpo segundo de la agitación, de la fiebre y del asesinato.
Desde su aparición en el día, ellos tienen su comercio bien asentado. Sin ninguna preocupación por lo que hacen sus vecinos, ellos no entran los unos en los otros por vía de absorción. Ellos no salen los unos de los otros por gestación.
Ellos mueren por disecación y caída en el suelo, o sobre todo por desplomarse sobre su lugar, raramente por corrupción. Ningún lugar de su cuerpo es particularmente sensible, al punto que un golpe puede causar la muerte de todo su ser. Sino una sensibilidad relativamente más perceptible hacia el clima, hacia las condiciones de la existencia.

Ellos no son… ellos no son…
Su infierno es de otra manera.

No tienen voz. Son se diría casi paralíticos. Ellos no pueden atraer la atención más que por sus poses. Ellos no tienen el aire de conocer los dolores de la no justificación. Pero no podrían de ninguna manera escapar huyendo de esta obsesión, o creer escapar de ella, en la excitación de la velocidad. No hay en ellos otro movimiento que la extensión. Ningún gesto, ningún pensamiento, quizás ningún deseo, ninguna intención, que no termine en un monstruoso engrandecimiento de su cuerpo, en una irremediable prominencia.
O sobre todo, y es mucho peor, nada de monstruoso por adversidad: a pesar de sus esfuerzos por “expresarse”, ellos no llegan más que a repetir un millón de veces la misma expresión, la misma hoja. En primavera, cuando, hartos de contenerse y no pudiendo más, dejan escapar un desborde, un vómito de verde, y creen entonar un cántico variado, salir de ellos mismos, extenderse hacia toda la naturaleza, abrazarla, ellos no logran nada más que, en millares de ejemplares, la misma nota, la misma palabra, la misma hoja.

Uno no puede salir del árbol por medios de árbol.

*

“Ellos solo se expresan por sus poses”.
Nada de gestos, ellos solamente multiplican sus brazos, sus manos, sus dedos, -a la manera de budas. Es así que ociosos, ellos van hasta el borde de sus pensamientos. No son más que una voluntad de expresión. No tienen nada escondido para ellos mismos, no pueden guardar ninguna idea secreta, ellos se despliegan enteramente, honestamente, sin restricción.
Ociosos, pasan su tiempo en complejizar su propia forma, a perfeccionar en el sentido de la más grande complicación de análisis sus propios cuerpos. Donde sea que nazcan, tan escondidos que estén, ellos no se ocupan más que de terminar su expresión: se preparan, se adornan, esperan que alguien venga a leerlos.
No tienen a disposición más que sus poses para atraer la atención hacia ellos, más que sus líneas, y a veces una seña excepcional, un extraordinario llamado sobre los ojos y en el aroma bajo la forma de ampollas o de bombas luminosas y perfumadas, que denominamos flores, y que sin duda son heridas.
Esta modificación de la sempiterna hoja debe significar ciertamente algo.

*

El tiempo de los vegetales: parecen estar siempre fijos, inmóviles. Les damos la espalda algunos días, una semana, su pose se ha precisado aún más, sus miembros multiplicados. Su identidad no tiene dudas, pero su forma se ha mejor y mejor realizado.

*

La belleza de las flores que se marchitan: los pétalos se retuercen como bajo la acción del fuego: es eso por otra parte: una deshidratación. Se retuercen para dejar percibir los granos a los que ellos deciden darles su chance, el campo libre.
Es entonces que la naturaleza se presenta frente a la flor, la fuerza a abrirse, a apartarse: ella se crispa, se arquea, recula, y deja triunfar el grano que sale de ella que lo había preparado.

*

El tiempo de los vegetales se resuelve en su espacio, en el espacio que ellos ocupan poco a poco, cumpliendo un esquema sin dudas por siempre determinado. Cuando esto termina, entonces la lasitud los toma, y este es el drama de una cierta estación.
Como el desarrollo de los cristales: una voluntad de formación, y una imposibilidad de formarse de otra forma que de una manera.

*

Entre los seres animados podemos distinguir aquellos en los que, además del movimiento que los hace crecer, se agita una fuerza por la cual ellos pueden remover toda una parte de sus cuerpos, y desplazarse a su forma por el mundo, – y aquellos que no tienen otro movimiento que la extensión.
Una vez liberados de la obligación de crecer, los primeros se expresan de muchas maneras, a propósito de mil preocupaciones de alojamiento, de alimentación, de defensa, de ciertos juegos en fin para los que cierto reposo les es acordado.
De los segundos, que no conocen esas necesidades angustiantes, no podemos afirmar que no tengan otras intenciones o la voluntad más que de crecer pero en todo caso toda voluntad de expresión de su parte es impotente si no tiende a desarrollar su cuerpo, como si cada uno de nuestros deseos nos costara la obligación además de alimentar y de soportar un miembro suplementario. ¡Infernal multiplicación de sustancia en ocasión de cada idea! ¡Cada deseo de huida hace más pesado sobre mí el nuevo eslabón de una cadena!

*

El vegetal es un análisis en acto, una dialéctica original en el espacio. Progresión por división del acto precedente. La expresión de los animales es oral o animada, imitada por gestos que se borran unos a otros. La expresión de los vegetales es escrita, de una vez para siempre. No hay manera de volver, arrepentirse es imposible: para corregirse hace falta agregar. Corregir un texto escrito y ataviado[1], por apéndices, y así sucesivamente. Pero, hay que agregar que ellos no se descomponen hasta el infinito. Para cada uno existe un límite.
Cada uno de sus gestos deja no solamente un trazo como se da en el hombre y sus escritos, cada uno deja una presencia, un nacimiento irremediable, y no separado de los otros.

*

Sus poses, o “cuadros vivientes”:
mudas instancias, suplicaciones, calma fuerte, triunfos.

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Se dice que los inválidos, los amputados ven desarrollarse sus facultades prodigiosamente: de la misma manera los vegetales: su inmovilidad hace a su perfección, su profundidad en los detalles, sus bellas decoraciones, sus ricos frutos.

*

Ningún gesto de su acción tiene efecto fuera de ellos mismos.

*

La variedad infinita de sentimientos que hace nacer el deseo en la inmovilidad dio lugar a la infinita diversidad de sus formas.

*

Un conjunto de leyes complicadas al extremo, es decir el más perfecto azar, dirige el nacimiento, y el emplazamiento de los vegetales sobre la superficie del globo.
La ley de los indeterminados determinantes.

*

Los vegetales la noche.
La exhalación del ácido carbónico por la función clorofílica, como un suspiro de satisfacción que durase horas, como cuando la más baja cuerda de los instrumentos de cuerdas, la más relajada posible, vibra al límite de la música, del sonido puro, y del silencio.

*

SI BIEN EL SER VEGETAL QUISIERA SER DEFINIDO SOBRETODO
A PARTIR DE SUS CONTORNOS Y SUS FORMAS, YO LE HARÉ
HONOR  ANTES QUE NADA POR UNA VIRTUD DE SU SUBSTANCIA:
LA DE PODER LLEVAR A CABO SU SÍNTESIS A EXPENSAS DEL
MEDIO INORGÁNICO QUE LO RODEA. TODO EL MUNDO
ALREDEDOR SUYO NO ES MÁS QUE UNA MINA DONDE EL
PRECIOSO FILÓN VERDE TIENE CON QUÉ ELABORAR
CONTINUAMENTE SU PROTOPLASMA, EN EL AIRE POR LA
FUNCIÓN CLOROFÍLICA DE SUS HOJAS, EN EL SUELO GRACIAS
A LA FACULTAD ABSORBENTE DE SUS RAÍCES QUE ASIMILAN
LAS SALES MINERALES. DE AHÍ LA CALIDAD ESENCIAL DE ESTE
SER, LIBERADO A LA VEZ DE TODA PREOCUPACIÓN
DOMICILIARIA Y ALIMENTARIA POR LA PRESENCIA A SU
ALREDEDOR DE UN RECURSO INIFINITO DE ALIMENTOS:
LA INMOVILIDAD.

 

 

[1] Rousseau decía, según el Petit Robert, que “los árboles, los arbustos, las plantas son el ornamento y la vestimenta de la tierra”.


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