Héctor Pedro Blomberg (Buenos Aires, 1890 – 1955) fue un poeta y periodista argentino autor de una obra singular. Sus composiciones gozaron del reconocimiento del público a principios del siglo XX, principalmente aquellas historias que evocan el momento heroico de la época rosista y el romance de una ciudad (Buenos Aires) de belleza silvestre y a la vez señorial atravesada por el drama. Esas piezas, interpretadas como valses, milongas, canción criolla, han llegado con sus hipnóticas recreaciones hasta la actualidad gracias en parte a la nueva valoración del tango en sus diversas formas, y tienen, con toda justicia, un selecto lugar en el cancionero argentino. Pero ciertamente el resto de la obra de Blomberg ha caído en el olvido. A la poesía reunida, la edición de Barnacle suma un breve libro que no constaba entre las publicaciones oficiales del poeta. Reproducimos el prólogo de Santiago Sylvester y una breve compilación de poemas.
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Prólogo a la Poesía reunida de Héctor Pedro Blomberg
Por Santiago Sylvester
Hace algún tiempo pasó por Buenos Aires una poeta mexicana que, ejerciendo alguna queja, decía que en México, para ser tenido en cuenta, un poeta tenía que morirse. Yo le contesté que en Argentina sucede lo contrario: mientras un poeta circula por la sociabilidad literaria, tiene chances de ser tenido en cuenta (no sé si leído), pero con la muerte le llega, no sólo la lápida, sino el más lapidario abandono. Argentina es un país amnésico en el que la «vox populi» dictaminó: «el que se muere, pierde». Esto lo sabemos los merodeadores de librerías: salvo dos o tres nombres consagrados, es muy difícil encontrar la obra de poetas importantes de épocas pasadas. La lista es larga, así que la omito, y que cada lector ponga el nombre del desaparecido que conozca.
El caso de Héctor Pedro Blomberg es particularmente llamativo. Nacido en 1889, fue en vida «el más leído de los poetas argentinos contemporáneos», como pregona sin ambages una selección de sus poemas publicada en 1924 por Librería Anaconda que, visiblemente usada y destartalada, encontré en una venta de libros viejos: una publicación barata de esas que, como es fama, se voceaban como novedad en la calle Florida de Buenos Aires. Blomberg fue autor de obras de teatro de éxito absoluto y de canciones que todo el país conocía; pero hoy, y desde hace años (murió en 1955), cayó en un olvido feroz, como si nunca hubiera hecho nada perdurable.
Este olvido es general para la poesía del pasado, y provoca una especie de círculo vicioso que puede expresarse así: hay poetas a los que no se lee porque no se los lee. No intento hacer frases sino describir una paradoja maligna, referida a poetas excelentes, de buena formación, con temática atractiva, y que, además, como es el caso de Blomberg, son autores de una poesía «entretenida», si tal calificativo no resulta inadecuado. En los poemas de Blomberg abundan las situaciones fuertes, muchas veces trágicas, que dejan la sensación de estar oyendo viejas historias de transmisión oral, que llenan el oído y golpean el alma. Es decir que, si se los lee, se los seguirá leyendo por el indudable atractivo que los acompaña. Nuestra contemporaneidad descubriría que, al menos una parte importante de su obra, es un buen compañero de viaje, por el afán cosmopolita, por su aventurerismo imaginario e incansable, y por aquel «espíritu canalla», inevitablemente romántico, que muestra una ciudad portuaria que ya no existe, pero que está en el imaginario porteño. De ahí la importancia de una decisión, como la de Barnacle, de rescatar a este poeta que ocupó el centro de la vida cultural de casi medio siglo en el país; hasta que la amnesia habitual entre nosotros se hizo cargo de él.
Con una temática variada fue celebrando las bases de Buenos Aires. Los barrios, las costumbres, los dramas y los vientos de una ciudad portuaria, están dibujados con una sensibilidad callejera que colinda con el tango, con los valses criollos, con el aporte popular de muchas partes, que fue llegando a estas costas y construyeron la vida de la ciudad. Incluso el rescate de aspectos del siglo XIX, especialmente el periodo de Rozas, instala al modo de un Alejandro Dumas porteño y rimador una versión muchas veces dura, pero siempre atractiva, del costumbrismo.
Por otra parte, al poner su oído en la prosodia popular, más que en los avatares literarios de su tiempo, su poesía suena algo prescindente de la época que le tocó, como si deliberadamente quisiera eludir los tonos y los debates que marcaron el período; porque es evidente que su poesía no se adscribe ni al Modernismo darío-lugoniano, ni se embandera con la ruptura de la vanguardias: elige una senda solitaria, al margen de las experiencias más importantes del momento histórico. Y esto le da, por eso mismo, un interés aparte, que no se explica ni por el lujo verbal o las rimas inesperadas, ni por la experimentación con el reciente (por entonces) verso libre, ni por la intención descolocadora del ultraísmo de aquellos años. Su debate fue consigo mismo, con sus logros y lógicamente sus límites.
Hoy, pasado el tiempo de aquellas disputas, al leer estos poemas se está leyendo a un solitario que se explica por su resultado: el interés que produce y la huella que deja. Estoy seguro de que la lectura de muchos de sus poemas provocará en el lector la convicción de que volverá a leerlos, y esta relectura a puro agrado será la prueba más evidente de que es una poesía que, como tantas otras, merece ser salvada de ese páramo sin remedio que es el olvido.
Selección de poemas
Nostalgia africana
…¿Sueñas, viejo elefante casi ciego,
……..Dulce, triste y nostálgico,
Con el vago murmullo de tu selva
Y la luna en el fondo de tu río africano?
……….Monstruoso prisionero,
¿Por qué praderas andará el rebaño?
A veces tus pupilas casi ciegas
Ven las riberas de los grandes lagos,
Y el bostezo de un león trae a tu ensueño
……….La visión del pasado.
…Viejo elefante prisionero y triste,
Oh manso y dulce monstruo de cien años,
¡Cómo olía la selva en primavera,
Cuando en la clara noche aullaban los leopardos
Y bebían las tímidas jirafas
Junto a los torvos leones en el río africano!
……….Oías el gruñir de los gorilas,
Y el hedor de las hienas flotaba en el espacio….
…Al alba, en los gigantes sicomoros,
……….Se reían los pájaros,
Y el rojo sol del África ponía
Flores de fuego en los baobas enanos.
…Oh monstruo dulce y triste,
Yo siento tu nostalgia de cien años:
Cuando rujen los leones en la noche
……….Yo sé que estás llorando…
Las dulces muertes
….Sucios despojos de los grandes muelles,
Almas errantes de los viejos puertos,
¡Cuán sabias sóis cuando fumáis el opio
………De vuestras pipas!
….Turbios harapos de la muerta China,
Mascad betel en las calladas noches;
Fumad yen-hok para huyentar la sombra
………De vuestras almas.
….Hombres hambrientos de lejanas tierras,
El bhang celeste y el haschisch divino
Aliviarán la trágica fatiga
………De vuestros huesos.
….Morid así, porque la muerte es dulce
Cuando llega en las noches de los puertos,
Y en el humo del opio desvanece
………Vuestra miseria.
Los juncos
….Juncos del Yan-Tse-Kiang, ioh! lentos juncos
Que el viento mece en el sagrado río,
Misteriosas cigüeñas del crepúsculo
………Rodando hacia el destino.
….Juncos del Yan-Tse-Kiang, en cuyas velas
Bostezan los dragones amarillos,
Y flota una fragancia de lejanos
………Ciruelos florecidos.
….Juncos del Yan-Tse-Kiang, lentos y graves,
Espectrales y frágiles navíos
En cuyas enigmáticas siluetas
………Pasa el misterio chino.
….Oh juncos, ¿Qué traéis en vuestros vientres?
¿Canciones de arrozales florecidos?
¿Visiones de antiquísimas pagodas
………Donde Buda está vivo?
….Juncos del Yan-Tse-Kiang, yo sé el secreto
Que guardan los dragones amarillos:
Una noche de luna, en la pagoda,
……….Confucio me lo dijo.
….Vi pasar todo el opio de la China
Por el silencio del sagrado río,
Y aspiré, en el crepúsculo, el perfume
………De los mortales lirios.
Vieja pulpería
….Oh ruinosa pulpería Solitaria, a cuya reja,
Sólo viene hoy a embriagarse un anciano domador;
En la sombra del palenque cabecea una pareja
De alazanes su cansancio, su vejez y su dolor.
….El pulpero murió ha tiempo. Una negra ya muy vieja
Aún despacha las ginebras tras el sucio mostrador;
Junto al pozo un ovejero melancólico se queja,
Y un buey viejo y ciego aún anda arrastrándose en redor.
…Siempre se halla solitaria la ruinosa pulpería
Que escuchó bajo sus sauces, en la gloria de otro día,
A los muertos y famosos payadores, y detrás
….De su puerta vio los duelos legendarios de la daga…
Hoy tan sólo aquel añoso domador viene y se embriaga
Y suspira por los días que ya no han de volver más.
Doña Juana la loca
(Cuadro de Pradilla)
….El toque funeral de la campana
Se escuchaba, apagado, todavía;
Burgos a la distancia se perdía
Como una visión lúgubre y lejana.
….Iba la silenciosa caravana
Hacia el dulce país de Andalucía;
Felipe, bello y pálido, dormía;
Trágica y muda le miraba Juana.
….Vacilaron las hachas en el viento.
«Estamos a la vera de un convento,
Majestad», le dijeron, «y hace frío».
….«¿Será de monjas?» preguntó, insegura,
Y besando al rey muerto en su locura
«¡Que no le vean» exclamó, «que es mío!»
Francisco Solano López
….Selvas alucinadas, llanuras de martirio,
donde sueña el espectro del héroe guaraní;
la luna de los trópicos alumbra su delirio,
y sangra en los sepulcros la flor del abatí.
….Alma ardiente y perdida, ¡cuán rojas las estrellas
refléjanse en las ondas del río de Tupá!
Aún gimen en las cruces sus lúgubres querellas
los guamingues dolientes… Tu sombra, ¿dónde está?
….Los iribús graznaron sobre tu espada rota,
pero un cantar de hierro sonó en tu corazón;
fue la canción rugiente que, al alba, en la derrota,
el último sargento cantaba en Cerro León.
….¡Cuántas veces, de nuevo, llegó en la primavera,
de lo hondo de los bosques, cantando el mbiyui!
Pero tus muertos duermen la eternidad entera…
¡Oh, Lomas Valentinas, sol de Curupaity!
….Duermen, y el gran suspiro profundo de la selva
agita sus vivientes mortajas de amambay:
Cada esqueleto sueña con que tu sombra vuelva
en las lunas de sangre del triste Paraguay.
Canción de Amalia
(1840)
La sangre del año cuarenta mojaba
Tu rostro divino color de jazmín:
Doliente azucena de la tiranía.
Jamás Buenos Aires se olvida de ti.
Soñando vivías en la quinta sola
Y el río te daba su mortal canción:
Suspiran los sauces de la Calle Larga;
Se oía a lo lejos un canto de amor.
Belgrano te amaba, jazmín tucumano;
La daga de Rosas su pecho buscó…
Lloraron de angustia tus bellas pupilas
En las noches rojas del Restaurador.
Con cintas celestes en tus trenzas negras
Le abrías la puerta del viejo jardín:
Guitarras porteñas decían la gloria
De aquellos amores: cantaban por ti.
Rondaron las dagas la quinta vacía,
La dulce guitarra dejó de cantar…
Eduardo Belgrano se estaba muriendo,
Y allí, en los rosales goteaba un puñal.
Soñaba ser libre, soñó que eras suya,
En tus ojos negros vio la libertad,
Miró la divisa celeste en tus trenzas,
Besó tus pupilas, y ya no habló más…
Los sauces llorosos temblando en el río
Y el viento en las rejas del barrio del Sur
Cantaban tu idilio de amor y de muerte
En la Calle Larga, bajo el cielo azul.
Suspiro doliente de amor sin ventura,
Oías, Amalia, la ardiente canción
Que Eduardo Belgrano con voz moribunda
Cantaba a tu oído, diciéndote adiós.
La pulpera de Santa Lucía
(1840)
Era rubia y sus ojos celestes
Reflejaban la gloria del día,
Y cantaba como una calandria
La pulpera de Santa Lucía.
Era flor de la vieja parroquia,
¿Quién fue el gaucho que no la quería?
Los soldados de cuatro cuarteles
Suspiraban en la pulpería.
Le cantó el payador mazorquero
Con un dulce gemir de vihuelas,
En la reja que olía a jazmines,
En el patio que olía a diamelas:
«Con el alma te quiero pulpera,
Y algún día tendrás que ser mía»,
Mientras lloran por ti las guitarras,
Las guitarras de Santa Lucía.
La llevó un payador de Lavalle
Cuando el año cuarenta moría:
Ya no alumbran sus ojos celestes
La parroquia de Santa Lucía.
Y volvió el payador mazorquero
A cantar en el patio vacío
La doliente y postrer serenata
Que llevábase el viento del río:
«¿Dónde está de cielos con tus ojos
Oh pulpera que no fuiste mía?»
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
Las guitarras de Santa Lucía!