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Julieta Lopérgolo
Montevideo, Yaugurú, 2022
Selección: Silvana Franzetti
7
Aun dormida
siento la piel de la última cicatriz
dorándose.
¿No son las cicatrices pruebas
de un dolor terminado?
Un cuerpo dentro de otro quiere decir
testigo,
quiere decir: pasado,
deja tu nombre escrito
en un sitio seguro.
15
La hija que no tengo me vigila.
Tiene la edad de mi sueño.
La que galopa contra el viento
por no estar reunida en nuestra lógica
me pregunta qué siento
cuando la veo aparecer desencantada.
Alma insumisa
libre y al mismo tiempo triste,
canta una canción demasiado secreta
y hace que baile dentro de mi sangre,
como si fuera una pariente pobre que se alegra
con una melodía heredada.
16
Esta mañana
han deshecho algún nido,
han echado a los perros perdidos de la cuadra,
han desaparecido árboles eternos,
han rociado veredas con progreso y espanto,
han confirmado el mundo
tal como siempre ha sido.
22
Caminamos de noche
lejos de la casa.
No sembramos el camino de migas.
No contamos las pérdidas.
No nos siguen los pájaros.
Nos dan sin que sepamos,
sutilmente.
En el pecho nos dan
con piedras intranquilas.
La sangre del color del cielo
repleto de presagios.
Somos jóvenes.
Nos dan
y no nos damos cuenta.
25
Esto ha de ser la auténtica orfandad:
esta otra parte,
más allá de la sangre desunida,
que no haya más
y que eso advierta sobre lo indestructible.
Debiera ser los celos de la luz,
su dirección errada,
despertar bajo el ala perenne del silencio,
confundirlo con belleza
y criarlo en el planeta de la primera persona.
38
Nos íbamos a hundir en la pastura helada.
Íbamos a trasplantar el miedo y a guardarlo,
con la voluntad de hacerlo perdurar,
en un agujero transparente y desolado
en la tierra.
Pero la naturaleza se ha vuelto prosa.
Sin embargo, jardineros de buena memoria han dicho:
acá se planta desoyendo la rectitud.
Aprendimos que lo que crece desordenadamente
vuelve migratorio el paisaje,
oportuno el desequilibrio.
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