Noelia Palma: La casa

Compartimos poemas de La casa (Villa María, Mascarón de Proa, 2019) acompañados de una nota de la autora sobre su escritura.*

Noelia Palma (Morón, Provincia de Buenos Aires, 1984) publicó Que la muerte nos ampare (Buenos Aires, Francia Ediciones, 2017), 0034 / Buitre hacia la nada (Buenos Aires, Ombligo Cuadrado, 2018) y la traducción de Charles Bukowski Solo con todo el mundo (Buenos Aires, Postales Japonesas, 2017).


2

Dicen que cuando se tiene
hay que abrazar.
Que el corazón si ríe
bombea más sangre
y agradece.

A veces el sol
irrumpe.

Tanto candor
(he implorado, ¿verdad?)
para darme siempre el mismo golpe
en la mano
mientras cierro
esa
ventana.


4

Ese pino en el patio quedó en silencio.
Silencio hondo como si hubiera sido atormentado
por la alegría de una tarde
donde algunas mujeres leen libros
o cortan el pasto.
Atormentado por los perros
que escarban alrededor desollando
silencio y ladrando
para soportarlo.
Atormentado por la mariposa
que pasó de largo.

Me pregunto si sus huesos lo sostienen
como paredes hechas
de sueño y derrumbe
bajo el sol del mediodía.


7

Dicen que el sol da vida.

La vida de los peones de Van Gogh,
la vida de los buenos turistas de las costas,
la vida de los niños en los parques.

Querido,
la carne rojísima que defendemos como bandera
nos hizo vida esperable, trapito viejo,
aceite quemado en la sartén.


8

En mi cuaderno
una mañana
floreció el hueso del padre
(¿o era el pasado?)

Había también una infancia
multiplicada
como postales,
como lápidas.

En mi cuaderno
–detrás del pino–
la muerte se estremece
entre algodones
–rostro
ahora
improbable.

Su horizonte
poco nítido
es una semilla
anclada en el dibujo de un borcego
o
una hoja
inútil
en el viento.


* Nota de la autora.

Escribí La casa a fines del año 2017. Tuve que escribirla. Fue un proceso necesario. Y fue necesario habitarla. Mientras la hacía a mi medida mi propia casa iba cambiando. Quiero decir: en la entrada planté albahaca, malvones, geranios. Por dentro abría siempre la misma ventana. Y siempre cierta sensación de desolación permanecía. Sentí, literalmente, que mi casa no podía sostener la esperanza. Por mucho que intentase, aun cambiando también el interior, agregando color a las sillas, a los muebles. Mi casa no era habitable. Decidí entonces que el libro tenía que dar un giro. ¿Cuántos libros hablan sobre la desolación? Y de la casa en Buenos Aires me fui a Barcelona. Digo me fui y me río. No me fui. Pero pude construirla. Resultó ser que en Barcelona tampoco estaba mi casa. Y seguí viaje hacia Australia. Investigando me encontré con el río Murray, al que antes llamaban Millewa. Qué maravilla dar con una naturaleza que se espeja pero, incluso de esa manera, apenas deja ver. Como el poema que apenas como un cristal ofrece lo que el lector recibe. ¿Qué recibe? Sobre el mapa tracé estas tres líneas. Construí La casa. Hice rituales. Vi la luna con una corona luminosa mientras el río le devolvía un cuerpo que no era el suyo. Por supuesto que en más de una ocasión quise cerrar el libro; o sea, terminarlo antes y librarme, si es que puede uno librarse de su propia raíz. Pero no. Lo terminé. ¿Lo terminé? ¿Cuándo está terminado un libro? ¿Cuando desistimos? ¿Cuando ya se llenó la casa de plantas y aromas y rituales y, aun así, sentir que la vida transcurre no aquí sino quién sabe dónde? Este libro es la forma del amor no correspondido. Perdón: este libro es la forma del amor correspondido. Irse o quedarse a pleno día, maldecir, oír la voz del ángel. Yo vi al ángel ceñido entre los malvones. Yo vi un campo de amapolas aunque no haya plantado ni una. Por eso este libro es una ofrenda. A cambio espero nada más –nada menos– que aprehenderme en su refugio.



Links

Blog de la autora. Noelia Palma
Poemas. En La ficción del olvido / Celofán