¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial? / Nicolás Guglielmetti

Reseñas / Narrativas

¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial?
Nicolás Guglielmetti
Bahía Blanca, UOIEA!, 2022


Lado B de la vida y el fútbol

Por Julia Zamora

¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial? es la última novela que integra el catálogo de la editorial autogestionada UOIEA! Junto a ediciones bilingües de poetas de la Alt-Lit y un ensayo de Fabián Casas, nos encontramos con un selectivo inventario de rarezas que se presenta como una propuesta novedosa y atractiva visualmente: desde la decisión de usar una tipografía argentina en las portadas hasta la colorimetría en diálogo de las contraportadas.

Nicolás Guglielmetti, el autor de esta nouvelle de 111 páginas, hubiese querido ser futbolista y resultó poeta. Su reciente publicación dialoga con las anteriores en tanto asoman símbolos de Bahía Blanca, su ciudad natal y de residencia. Está presente la familia tana y otras motivaciones del autor: la amistad, la pasión y la incertidumbre del devenir de las cosas. En una suerte de biografía no autorizada, nos narra el lado b del fútbol con la crudeza y sutileza que caracterizan a un personaje que deliberadamente se presenta como un alter ego del escritor. Con la dedicatoria “A los cultores del perfil bajo” nos prepara para un relato que saca a la luz secretos y bajezas del mundillo del fútbol argentino, un ambiente hostil plagado de intereses y arreglos, pero vacío de una mirada sensible que el narrador viene a ofrecer.

¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial? posee tantos capítulos como jugadores hay en un equipo y su lectura de corrido coincide con la duración de un partido. Las referencias a figuras reconocidas disimuladas bajo nombres modificados lúdicamente provocan una complicidad con el lector y una comicidad que resulta un respiro entre morbos y muertes. La teoría conspirativa que abre la novela parece ubicarla en el género de ciencia ficción sin dejar de llevarnos a reflexionar sobre la real robotización en la que devino el futbol actual con el protagónico del VAR.

Nuestro narrador pone todo en cuestión, incluso su propio rol de amigo. Nos ofrece imágenes poéticas de jugadas ensayadas y un registro detallado de su obsesión, dándole lugar al amor y a la ternura. La pregunta es el hilo conductor del relato, que mantiene un tono de paranoia y asombro de principio a fin. El narrador nos ofrece una descripción cinematográfica, escenas con soundtrack incluido que retratan desde un penal mal pateado hasta el olvido de un jugador que falló.

Hacia el final de la novela, el narrador se sale de sí mismo y se reconoce como un personaje. Esto no es azaroso, es la marca del paso del tiempo: los diez años transcurridos en el medio hacen que evidentemente no sea el mismo, no esté en el mismo lugar ni tenga el mismo propósito. Hay un cambio en el tono y una invitación no formal a la reflexión que, entiendo, es lo que todos los lectores buscamos en la lectura. Esta referencialidad a la figura del escritor, que se describe a sí mismo como poseedor de una “vida miserable de recolector de anécdotas”, nos moviliza a agradecer este rol puesto que alguien tiene que contar la historia para que la verdad trascienda.


Fragmentos de ¿Podrán los robots dominar el fútbol mundial?

PARTE 1

Fallo arbitral

Las crónicas dirán que la actuación de Gian Franco Corina dejó mucho que desear, que no solo omitió un claro penal del arquero alemán al Pepa Hunsain sino que lucía inconexo y desentendido del marco y de sus colaboradores en ese partido clave. Así lo mostró la transmisión oficial de la final del Mundial 2014 en la que Argentina perdió frente a Alemania y el festival de memes posterior que puso en evidencia la reacción de los incrédulos árbitros asistentes. Lo que todos desconocen es que la FIFA implementó en ese Mundial de Brasil un androide con inteligencia artificial que reemplazó al verdadero Corina, quien a cambio de una cuantiosa suma de dinero guardó silencio en un lujoso hotel de Puerto Vallarta.

Según el programa de nanociencia Pena Máxima, articulado entre la NASA, la fundación Apple y la Federación de Naciones Unidas, la terna arbitral completa iba a estar conformada por robots dirigidos desde un búnker remoto, ubicado a unas cuadras del estadio Maracaná, pero debido a la complejidad del caso solo llegaron a terminar el prototipo de Corina, el árbitro principal. Cuando esta información me llegó, el verdadero Corina ya se había quitado la vida. Es decir, que quien hoy comanda la Federación de Árbitros Italianos no es ni más ni menos que el androide que dirigió el fatídico partido.

*

El día anterior a la final a cada uno de los árbitros se les informó que debían permanecer aislados en sus respectivas habitaciones y no tener contacto con nadie. Cuando el resto de los jueces de línea y colaboradores preguntaron los motivos, se les dijo que era un protocolo de FIFA para evitar intentos de amenazas y sobornos. Ese día, Gian Franco Corina recibió un llamado del mismísimo presidente de FIFA en su habitación. Havange le ordenó que bajara al estacionamiento y se subiera a la camioneta blindada y de vidrios polarizados que lo estaba esperando. En ese mismo instante, Gian Franco, de 38 años, que había dedicado toda su vida al arbitraje, sintió que un hilo frío de transpiración le bajaba por la espalda como una sentencia. En la camioneta, con una anatomía asombrosamente similar, producto de los estudios que tiempo atrás le habían realizado, además de los testeos y cuestionarios, un falso Corina lo saludó con cordialidad y descendió por la otra puerta. Atravesó el ingreso del hotel, se encaminó hasta el pie del ascensor y presionó el botón correspondiente al piso donde estaba la que ahora sería su habitación. Desde un handy, uno de los custodios dijo que la operación estaba en fase verde.

PARTE 2

La final

Toro la mató de pecho y definió. Horas después, expertos panelistas dijeron que el control de la pelota fue largo. A primera vista, en la vorágine, me pareció que la definición estuvo bien. Toro trató de picar la pelota por encima del arquero que salió a atorarlo como un paracaidista en caída libre. Pero lo cierto es que la única realidad es la que sucede ahí en el instante mismo de las acciones. El resto, este oficio del que me avergüenzo, es una verdad de hipótesis y perfeccionismo. Todos sabemos qué hacer con el diario del lunes. Cuando la ceremonia de premiación comenzó su dantesco camino a la muerte, imaginé lo que pudo llegar a pasar por la cabeza de ese muchacho de Bahía, en lo que podría haber sido, no solo su día más feliz en el fútbol, sino el día más feliz en la historia de su país. Si su definición hubiera sido perfecta, si esa parábola hubiera obedecido su deseo, que no era ni más ni menos que el deseo de cada uno de los millones de argentinos, habríamos orinado desde la cúspide del Cristo Redentor a esa marea de brasileños y teutones unidos más por el odio que por la filiación. ¿Acaso existe algo más denigrante que ser humillado por alguien y unirte a él por el dolor? Ahí los tenés diciéndonos “indios” como si eso fuera una ofensa. En el centro de la pantorrilla de Toro, la frase del Che Guevara brillaba por la transpiración mientras los flashes la inmortalizaban como una lápida: “Preferible morir de pie que vivir arrodillado”. Toro pensó en eso y en cómo la dicción de los defensores alemanes le parecía un lenguaje de robots. A la vez, en los tiempos muertos del partido, lograba escuchar y se ensordecía por el estribillo de esa Copa: “Brasil decime qué se siente / tener en casa a tu papá. / Te juro que aunque pasen los años, / nunca lo vamos a olvidar”. Con todo eso a cuestas, Toro decidió en una milésima su pasaje a la eternidad. La paró de pecho, definió y falló.