Denis Johnson (1949-2017) fue un escritor norteamericano nacido Munich, reconocido por su obra narrativa, entre las que se encuentran el libro de relatos Jesus’ Son (Hijo de Jesús) (1992) y su extraordinaria novela Tree of Smoke (Árbol de humo) (2007). La adicción a las drogas y cuadros psiquiátricos fueron alejándolo de la primera escena literaria. En esa zona de sombra Johnson también escribió una importante obra poética todavía por descubrirse tanto en inglés como en español. Juan Vitulli traduce y escribe sobre uno de sus poemas fundamentales, en el que Johnson retoma la obra plástica de otro artista de los márgenes de los Estados Unidos (mucho más marginal que él); se trata de James Hampton, quien mantuvo una obra monumental y secreta hasta el día de su muerte.
Por Juan Vitulli
En términos náuticos, existe una línea imaginaria que separa la parte sumergida de un barco de la que se encuentra sobre el agua. A la primera, la que con la carga permanece escondida, se la llama obra viva; mientras que se define como obra muerta a toda la sección de la nave que se encuentra sobre la línea de flotación y es visible desde la costa. Esta nomenclatura acuática que parece desafiar la lógica del lenguaje terrestre, sin embargo, resulta extremadamente útil para pensar la vida de James Hampton, su obra y la reelaboración de ambas en el poema de Denis Johnson que aquí se presenta traducido al español quizás por primera vez.
James Hampton nace el 8 de abril de 1909 en el pequeño pueblo de Elloree, en el estado de South Carolina donde hoy viven 222 personas. De su genealogía poco se sabe. Era negro y muy pobre en una sociedad donde estos dos términos se veían como naturalmente complementarios. De su madre no hay registros. Su padre desempeñó diferentes oficios, fue cantante de góspel en iglesias bautistas de la zona, luego se ganó la vida como predicador itinerante para terminar siendo miembro de una banda criminal que lo llevó a la cárcel en varias oportunidades hasta que abandonó a su familia y ya no dejó ningún rastro sobre la tierra. Algo similar pudo haberle pasado a James si no salía de esa endiablada miniatura del Sur profundo que era/es Elloree. Decidió probar suerte en alguna ciudad del Norte de los Estados Unidos. Llegó a Washington, DC. De 1939 a 1942 trabajó como cocinero hasta que fue llamado a servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Formó parte del Batallón 385 de la Aviación compuesto solo por solados de origen africano. Viajó a Saipán, en las Islas Marianas, y luego pasó el resto del tiempo en la base militar de Guam. Jamás entró en combate, sino que le asignaron labores menores como la carpintería y el mantenimiento de las pistas de aterrizaje para los bombarderos del Pacífico. Recibió en 1945 una medalla de Bronce y fue dado de baja sin un solo incidente en su foja de vida. Un año después comenzó a trabajar como empleado de limpieza en una de las tantas oficinas gubernamentales de la capital. Nunca se casó, no tuvo hijos, y pasó los 20 años restantes de su vida sin sobresalir. Todos los días salía hacia su trabajo temprano y volvía a su departamento antes de las cuatro de la tarde. No frecuentaba los bares ni las iglesias de la zona. Con el poco dinero que le sobraba alquiló un garaje a dos cuadras de su casa donde iba al atardecer y se quedaba hasta tarde en la noche. El 4 de noviembre de 1964 muere James Hampton a los 55 años. Al dejar de recibir el cheque mensual, el dueño del garaje contactó a los vecinos del edificio que le informaron del fallecimiento. Caminó los doscientos metros que separaban el departamento del garaje y con la llave maestra abrió el portón metálico. Supuso que no le iba a tomar mucho tiempo vaciar el garaje de las pertenencias de Hampton. Fue una luz, declaró más adelante, un reflejo o quizás una vibración parecida a un trueno pero amortiguado lo primero que notó ahí dentro a pesar de que no había una sola ventana.
Frente a él tenía un objeto enorme de 2 metros de alto, 8 de largo y 4 de ancho, hecho de 180 partes individuales que, una vez unidas, formaba un conjunto escultórico a medio camino entre un altar, un órgano de tubos y un cartel luminoso de algún bar. En el centro había una silla de gran tamaño. A sus costados dos atriles también dorados que tenían la forma de las velas cuando se derriten. En el piso, junto a la mole color dorado encontró cuadernos escritos a mano con una caligrafía ilegible, algunos en inglés y otros en caracteres ignorados, también vio fotografías, valijas apiladas, rollos de papel metálico, rectángulos de celofán, muchas cajas vacías de cigarrillos, envoltorios de chocolates y al menos dos docenas de lamparitas quemadas de 20 watts. No podía comprender qué estaba viendo, pero tampoco se animó a tirarlo a la basura. Puso un aviso en el diario y una semana más tarde un coleccionista de arte se interesó en el objeto. Cuando éste lo vio tampoco se animó a moverlo, pero prometió volver. Meses después, dos curadores del Museo Smithsonian de Arte americano llegaban al barrio que jamás notó a Hampton. Junto con ellos había además un camión de mudanzas y cuatro empleados experimentados que tardaron más de dos días en embalar, subir y luego transportar en la caja del vehículo el objeto al que el hombre nacido en Elloree le había dedicado casi dos décadas y al que decidió llamar, sin ningún índice de humildad, El Trono del Tercer Cielo de la Asamblea General de Naciones del Milenio.
El Trono es una instalación artística y religiosa en forma de altar, coro, presbiterio y púlpito que contiene a su vez una silla en su centro. Los objetos a la derecha del trono hacen referencia al Nuevo Testamento y a la vida de Jesús, mientras que los de la izquierda aluden al Viejo Testamento y a Moisés. En el centro, apenas unos centímetros por encima del piso hay un cartel escrito a mano con la frase FEAR NOT. La iconografía utilizada combina aspectos de la religión judía, cristiana y también afro-caribeña, y cada una de ellas se mezclan en este bosque de símbolos alucinados. El Trono es considerado hoy uno de los mejores ejemplos del arte popular norteamericano del siglo XX.
En los cuadernos en inglés que dejó Hampton (escribió otros en un lenguaje que hasta hoy nadie ha podido descifrar) cuenta que esta obra fue producto de visiones que lo asaltaron desde su estadía en Guam y que se volvieron mucho más recurrentes en Washington. Nunca aclara si las visiones le llegaban durante la vigilia o el sueño. En sus notas el hombre semianalfabeto de Elloree explica que la tercera llegada de Dios estaba por suceder y que a él le tocaba ser el artífice que construiría un sitio para honrar y al mismo tiempo recibir al creado. El Trono está hecho de materiales descartables, está hecho de basura y desechos que nadie quería y que Hampton comenzó a recoger a diario en las calles de su barrio. Maderas, caños metálicos, marcos de ventanas, botellas vacías y perchas pasaron a formar parte de la estructura interna del trono, de la parte imposible de observar que sostenía el mensaje divino. Para crear la sección visible, Hampton además recogió paquetes laminados de cigarrillos, envoltorios plateados de chocolates, bolsas de papel madera que antes contenían botellas de alcohol barato. Del edificio estatal donde trabajaba se llevó, sin ser notado, una cantidad innumerable de rollos de papel metálico plateado y dorado, ristras completas de papel celofán, tachuelas, clavos, clips, ganchos de abrochadoras y, fundamentalmente, lamparitas que ya no funcionaban y que tenían la forma esférica exacta que Hampton precisaba para decorar el Trono. Con esos desechos Hampton, que se llamaba a sí mismo “Director de proyectos especiales en asuntos de eternidad” trabajó casi dos décadas sin que jamás nadie notara su misión.
El poema de Denis Johnson
En 1995, Denis Johnson publica la que sería la colección definitiva de su obra poética y la titula The Throne of the Third Heaven of the Nations Millennium General Assembly: Poems Collected and New. Ya para esos años, Johnson era un reconocido autor en el campo literario estadounidense debido, fundamental a su narrativa. Su libro de cuentos Jesus’Son (1992) no solo fue un éxito comercial (más tarde adaptado al cine) sino que la crítica especializada lo canonizó de inmediato. En ese texto, Johnson presentaba historias fragmentadas de sujetos marginales, adictos, alcohólicos, locos y desesperados que poblaban el paisaje de una pesadilla americana que alguien no dejaba de soñar. Pocos años después llegarían sus novelas Angels, Fiskadoro, Already Dead, Tree of Smoke y Train Dreams solo para nombrar las más famosas. Sus obras de teatro, sus ensayos y sus crónicas periodísticas lo afianzaron en el mundo editorial y académico estadounidense como un narrador y un cronista de su tiempo. En las revistas de literatura y en los suplementos culturales, donde no siempre el ingenio es lo que prima, Johnson era clasificado como un escritor de escritores. De todas maneras, es difícil encontrar una antología del cuento norteamericano reciente que no contenga partes de su obra. Sin embargo, Johnson comenzó su relación con la escritura a través de la poesía. A los 19 años publica The Man Among the Seals, un libro alabado por Raymond Carver quien había sido profesor de Johnson en el programa de escritura creativa de la Universidad de Iowa. En 1976 aparecerá su segundo libro de poemas, el genial Inner Weather, pero Johnson ya había desaparecido de la escena cultural. La heroína y el alcohol parecía que se iban a llevar, otra vez, a una de las jóvenes promesas de la poesía norteamericana. Después de vagar por medio país, Johnson se instala en Arizona, en el sótano de la casa de sus padres, y comienza el lento camino a la recuperación de sus adicciones.
Escribe poemas pero ya nadie parece estar interesado por esta faceta de su obra. The Incognito Lounge (1982) y The Veil (1987) son recibidos sin demasiado entusiasmo por la crítica que cuando les regala un halago lo hace en función de sus cuentos y novelas ya incluidos en los grandes sellos editoriales. Eclipsados por una obra narrativa que parece no tener límites temáticos ni formales, los poemas de madurez Johnson merecen la misma atención que su obra en prosa. Hecha de pedazos, de materiales descartados, de visiones sucias y angélicas, la obra poética (la obra viva) de Johnson parecía exigir un objeto que la representase y quizás por eso cuando tuvo que darle un título a su poesía completa haya elegido el del poema donde se contaba otra vida oculta debajo de la línea de flotación, la del alucinado Hampton y su magnífico e imposible trono.
Denis Jonhson. El Trono del Tercer Cielo de la Asamblea General de Naciones del Milenio
James Hampton, 1909, Elloree, SC—1964, Washington, DC
Custodio, Administración de Servicios Generales, Creador del Trono
1
Soñé que había estado soñando,
y que la tristeza descendía.
Y cuando del primer sueño
desperté, caminé detrás
de la ventana cruzada de humo y lluvia
en Washington, DC,
los vecinos estrangulando los diarios
o mirando la tele
tirados en sus alfombras con sus camisetas
de criminales en bancarrota.
La calle donde la Revelación
hizo a James Hampton miserable
se acostaba húmeda detrás del vidrio,
y en ella andaban los tipos de la esquina
en un vapor de rastros descartados
y peinados con gomina y muñequitos vudú y
chucherías cristianas de marfil;
pero cuando me desperté, las luces del auto
brillaban en Elloree.
Dos caminos interminables, cuatro campos interminables,
y donde desperté los velos
de la lluvia caían alrededor de un cartel:
VIER & SAB ZAPADA CON EL GRAN
MONSTRUO & II.
Nadie en el Mercadito,
de Elloree en South
Carolina,
nadie en la Shell,
nadie en el resto de Elloree,
su pueblo natal,
sabe su nombre. Pero ahí apenas afuera
corre la calle Hampton, llamada, quizás,
con el apellido del amo de su familia.
Dios mío, estás ahí, porque ya he
pasado mucho tiempo en estas autopistas
y he visto
Miami, Treasure Coast, Space Coast,
he visto donde los astronautas ardieron,
y observé el lugar donde los Padres
plantaron las pálidas iglesias
anaranjadas al sol,
crucé Georgia a través de su verde
eternidad de hojas perennes,
pero nada se parece a Elloree.
2
Sam y yo manejamos desde Key West, Florida,
visitamos la tierra natal de James Hampton en South Carolina,
y vimos el Trono
en el Museo Nacional de Arte Americano en Washington.
Era un salón enorme. No pude entenderlo del todo,
y estaba un poco atemorizado.
Me fui y volví a casa, acá en Massachusetts.
Estoy feliz de que exista el Trono:
mis días son mejores por él, y siento
algo que me hace saber que mi vida es real,
pensar que murió siendo un desconocido y
sin un amigo,
pero este pensamiento no es una pena. Yo fui su amigo
mientras miraba y era visto por las partes apiladas
de esa visión de alguien que probablemente estaba loco,
brillando, como brilla un bosque después de la lluvia—
y si mirás las hojas de un bosque,
su mugre y sus alturas, el tartamudeo místico
del eco, la simetría idiota,
vos también te volverías loco. Y si mirás la ciudad
y su vino derramado
y sus vidrios rotos, su gente y sus corazones
derramados también y rotos
te volverías loco. Y si te parás
frente al mundo también enloquecerías.
Pero está todo bien,
lo que le sucedió a él. Yo puedo, ahora
que él no tiene que hacerlo,
aceptarlo.
No creo que Cristo, cuando dijo
que los últimos serán los primeros, la vida perdida
salvada —cuando insinuó que el condenado
es propiamente el bendito—
no puedo creer que Cristo, al hablar con los
pobres, con esa pobre gente que lo mínimo que busca
es casarse con un miedo solitario,
haya hablado así de redundante.
Seguramente no pudo haberse referido a otro tiempo
o lugar, porque en realidad ese lugar y ese tiempo
son innecesarios. Tenemos un tiempo y un lugar acá,
ahora, en abundancia.
3
Él espera una eternidad frente a esos diagramas
escritos en el pizarrón en una de sus fotos,
etiquetas que no tienen sentido añadidas
a esas cosas radiantes y ajenas que diseñó,
nunca objetos sino planes.
En su última visión
fechada él escribió:
“Este diseño es prueba del descenso de la Virgen María
A los cielos…”
Los tipos de la esquina, los temblorosos terrícolas—
es fácil imaginar sus manos
cuando mirás las manos de cuero
de ellos, amando esos cuellos
de botellas, acariciando dados y cheques falsos,
y ver en todo un proceso
así como el suyo, una deidad
perturbada en un garaje vacío
muriendo sola y casi sin consuelo.
Sacame una foto, sacameun
Afoto en mi traje de soledad,
con la corbata reservada
para la ocasión,
mis zapatos de polvo, mi piel de polen,
llamando a la silla vacía; detrás de mí
el Trono del Tercer Cielo
De la Asamblea General de Naciones del Milenio.
SOY ALFA Y OMEGA SOY EL PRINCIPIO
Y EL FIN,
la basura de los edificios gubernamentales,
un desteñido trapo rojo,
copas de postre y lamparitas,
metal (arrancado a latas de café)
tachuelas, clavitos
y simples alfileres,
lamparitas, cartón,
papel madera y papel secante,
papel de aluminio, papel dorado,
de los mendigos del barrio
la bolsa de papel que cubre sus botellas,
la Revelación.
Y te ordeno que no temas.
The Throne of the Third Heaven of the Nations Millennium General Assembly
Denis Johnson
James Hampton, 1909, Elloree, SC—1964, Washington, DC
Custodian, General Services Administration; Maker of The Throne
1
I dreamed I had been dreaming,
And sadness did descend.
And when from the first dreaming
I woke, I walked behind
The window crossed with smoke and rain
In Washington, DC,
The neighbors strangling newspapers
Or watching the TV
Down on the rug in undershirts
Like bankrupt criminals.
The street where Revelation
Made James Hampton miserable
Lay wet beyond the glass,
And on it moved streetcorner men
In a steam of crossed-out clues
And pompadours and voodoo and
Sweet Jesus made of ivory;
But when I woke, the headlights
Shone out on Elloree.
Two endless roads, four endless fields,
And where I woke, the veils
Of rain fell down around a sign:
FRI & SAT JAM W/ THE MEAN
MONSTER MAN & II.
Nobody in the Elloree,
South Carolina, Stop-n-Go,
Nobody in the Sunoco,
Or in all of Elloree, his birthplace, knows
His name. But right outside
Runs Hampton Street, called, probably,
For the owners of his family.
God, are you there, for I have been
Long on these highways and I’ve seen
Miami, Treasure Coast, Space Coast,
I have seen where the astronauts burned,
I have looked where the Fathers placed the pale
Orange churches in the sun,
Have passed through Georgia in its green
Eternity of leaves unturned,
But nothing like Elloree.
2
Sam and I drove up from Key West, Florida,
Visited James Hampton’s birthplace in South Carolina,
And saw The Throne
At The National Museum of American Art in Washington.
It was in a big room. I couldn’t take it all in,
And I was a little frightened.
I left and came back home to Massachusetts.
I’m glad The Throne exists:
My days are better for it, and I feel
Something that makes me know my life is real
To think he died unknown and without a friend,
But this feeling isn’t sorrow. I was his friend
As I looked at and was looked at by the rushing-together parts
Of this vision of someone who was probably insane
Growing brighter and brighter like a forest after a rain—
And if you look at the leaves of a forest,
At its dirt and its heights, the stuttering mystic
Replication, the blithering symmetry,
You’ll go crazy, too. If you look at the city
And its spilled wine
And broken glass, its spilled and broken people and hearts,
You’ll go crazy. If you stand
In the world you’ll go out of your mind.
But it’s all right,
What happened to him. I can, now
That he doesn’t have to,
Accept it.
I don’t believe that Christ, when he claimed
The last will be first, the lost life saved—
When he implied that the deeply abysmal is deeply blessed—
I just can’t believe that Christ, when faced
With poor, poor people aspiring to become at best
The wives and husbands of a lonely fear,
Surely he couldn’t have referred to some other time
Or place, when in fact such a place and time
Are unnecessary. We have a time and a place here,
Now, abundantly.
3
He waits forever in front of diagrams
On a blackboard in one of his photographs,
Labels that make no sense attached
To the radiant, alien things he sketched,
Which aren’t objects, but plans.
Of his last dated
Vision he stated:
«This design is proof of the Virgin Mary descending
Into Heaven … «
The street corner men, the shaken earthlings—
It’s easy to imagine his hands
When looking at their hands
Of leather, loving on the necks
Of jugs, sweetly touching the dice and bad checks,
And to see in everything a making
Just like his, an unhinged
Deity in an empty garage
Dying alone in some small consolation.
Photograph me photograph me photo
Graph me in my suit of loneliness,
My tie which I have been
Saving for this occasion,
My shoes of dust, my skin of pollen,
Addressing the empty chair; behind me
The Throne of the Third Heaven
Of the Nations Millennium General Assembly.
i AM ALPHA AND OMEGA THE BEGiNNiNG
AND THE END,
The trash of government buildings,
Faded red cloth,
Jelly glasses and lightbulbs,
Metal (cut from coffee cans),
Upholstery tacks, small nails
And simple sewing pins,
Lightbulbs, cardboard,
Kraft paper, desk blotters,
Gold and aluminum foils,
Neighborhood bums the foil
On their wine bottles,
The Revelation.
And I command you not to fear.
Juan Vitulli. Poeta, narrador e investigador académico argentino, radicado en South Bend, Indiana. Su reciente publicación poética es De Natando y Otras Criaturas de la Costa (Rosario, Brumana, 2024).