Vida secreta es el libro de poemas que acaba de publicar la editorial Huesos de Jibia. Presentamos un adelanto de los textos, un fragmento del prólogo escrito por Walter Cassara, y una muestra plástica realizada por la autora que alude a los poemas del libro.
Vivian Lofiego (Buenos Aires, 1964) es poeta, artista plástica, narradora, dramaturga y traductora. Después de haber realizado en la UBA una Licenciatura en Ciencias Sociales y Trabajo Social y en Artes escénicas, se radica en París. Allí trabaja en el Teatro del Odeón con Lluís Pascual. También se desempeñó como profesora en las áreas de Comunicación y de Lengua y Literatura. Fue coordinadora del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo (2010-2012) para Radio Francia Internacional. En el 2012 se radica nuevamente en la Argentina. Dirige talleres en la Argentina y Francia. En su trabajo como traductora se ha especializado en poesía francesa, y como ilustradora, en literatura para niños. Publicó los siguientes títulos de poesía: Réquiem para lepidópteros (Bs.As., Huesos de Jibia, 2009), Pierre d’infini (París, Atelier des Brisants, 2005), Naturaleza inmóvil (Córdoba, Argentina, Alción, 2004), Flor letal, (París, Galería Maegth, 2000), Monstruos, el sueño de la poesía argentina (antología) (Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 2000), El árbol de Ariel (Trad., Claude Couffon) (París, Indigo, 1999), Obsidianas de la Noche (Trad., Claude Couffon y Claude Bleton) (París, Caractères, 1997). Además publicó Le sang des papillons (novela) (trad. de Claude Bleton) (París, Ed. J.C Lattès, 2014), e Ifigenia deux ex maquina (teatro) (París, Le Temps des Cerises, 2009); y en literatura para chicos: Hubert Reeves, le rève dans l´azur (Hubert Reeves, el sueño en el azur) (París, A dos d’âne, 2012), e Isadora Duncan une américaine aux pieds nus (Isadora Duncan, una americana descalza) (París, A dos d’âne, 2009).
Julieta de los espíritus
He escrito porque era la única
manera de hablar callándose
Pascal Quignard
A Bernard Noël
En el Monasterio de Saorge*
los Franciscanos crearon un laberinto
a través de sus muros, pasillos, corredizos, pasajes
se ampliaría la sombra que cada viajero traería
Pequeño, el forastero, viviría bajo esa
inmensa nube de sí, persiguiéndolo
Un eco: aquí lo que eres,
Experiencia: restaura tu sentido,
Salir de la celda para las tareas
Y encontrarse en la larga hilera del pasado
Rebotando cual pelota de goma saltarina
Pequeños fragmentos de Jesús en los frescos
Manchas, incluso el hambre: vanitas
El frío: vanitas, el amor: vanitas
Una mujer recogida en sus páginas
escribe sobre el genocidio armenio
-mar de sangre y rostros germinando en la espuma-
Otro forastero evocaba la muerte de su esposa
sus lamentos se paraban frente a su celda murmurándole:
-cállese, censure su dolor, no es tan cierto-
No faltaba el invierno, la nieve,
Debussy, el inmenso hogar con leños
Una noche en el lector de DVD
“Julieta de los espíritus”:
Desobediente abre las puertas de su celda,
se escapa, y la niña que fue,
la espera disfrazada de mártir
La niña, la mujer se abrazan,
Y sin más, sale Julieta a la nieve
Sonríe complaciente
Su deseo es más poderoso que el frio
Que el hambre de los lobos,
Que el chillido de la estepa helada,
Mientras nosotros erramos por los pasillos
Nos vamos volviendo inmateriales
Una invisible causa nos gobierna en Saorge
Trabajamos la tierra en un dejo de obediencia,
Suspendidos humildes a la demanda,
La huerta nos nutre, las manos se escarchan
Como Julieta, aprisiono el deseo que me entibia,
Nos vamos hacia el espacio interior
Donde el olvido es invisible
Las historias se borran, se disipan,
-tal vez ya no somos y es un hecho feliz-
Y la calavera es una burla constante,
Mientras el océano arrastra con sus olas
los rostros que se imprimen en una página
Dejé un atardecer el Monasterio
Sublime luz de febrero
Subí al tren creyendo disipada la sombra
Pero no, estaba acechando
Y en mi tambaleaba la llama
Había encontrado transparencia en el crepitar del fuego
En la desposesión del claustro
Insistía el deseo apoyado al filo azul de tu mirada
Yo perduraba en las semillas de luz,
El prometido infinito del diamante
Los clavos sujetándome a la cruz del anhelo
* Saorge, Monasterio Franciscano del Siglo XVI. Sur de Francia.
Por Bernard Noël, conocí Saorge, por él, el gran amigo que me enviara tarjetas postales durante años de cada uno de sus innumerables viajes. Cada semana en Paris, asomaba por debajo de la puerta una postal de países lejanos, la letra impecable, bella. Las palabras afectuosas del poeta, el amigo.
Gustav Mahler
A Gustavo Fasseti –in memoriam–
Cerró los ojos, halló el bosque
la luz en un abanico,
sombras bajo la hostilidad de los pinos
pinchando cuervos en el eco del cielo
Transmutando riguroso,
dolor por belleza,
infatigable, perenne, alquimista
Beethoven asedia en cada nota,
corpulento, terrenal, sagrado,
ese mortal intento de igualarlo
El rigor no sabe de límites
del alba camina hacia el ocaso
forjando diamantes musicales
de los agujeros negros
Notas de piedras luminosas
nervios desnudos en la caída
del roce de los extremos nace el fuego
El galope del caballo,
galope cortante,
sequedad de los cascos
Carrozas y pavana para la infanta
Buscar la perfección es ensordecer,
al mundo y su pedido incesante
al pan y el vino en las naturalezas muertas,
a la banalidad que urde la rueca del vivir
El silencio bordado en briznas,
venenosos hongos apetecibles
vigilando el bosque,
el fuego de la ausencia
Mahler resiste,
El oído escucha su perfección en la música
la materia no es más que peligro,
el exceso de un cuerpo deslindándose de lo mortal,
Alma la ausencia
Alma el reclamo
Irse de la vida y ser
en esas ínfimas partículas elementales,
¿rerum natura?
El universo es música,
ahí el vacío,
una Apolínea forma indestructible de armonías,
Asir la nota
dios fue posible en la constancia,
el arrebato nada sabe del sosiego,
La música es como el amor,
soberana, enceguecedora,
es la inalcanzable promesa,
la eternidad delante de los ojos,
los sonidos en los huesos,
en la nieve,
en la huella,
en la piel,
en la corona que prueba en las sombras el esclavo
Tus notas vivirán junto a las de Beethoven
en un piano cualquiera
y una noche te soñaré
y otras intentaré imaginarte
Pero nunca nos encontraremos
Vos y yo,
Gustav
París, 2010
Reinas de belleza
Un ángulo muerto en el oído para poder
escuchar con más claridad lo enmudecido
Anne Sexton
El vestido de novia tenía tules interminables
Capas-como una cebolla- finas, transparentes, infinitas
Culminando en el dobladillo que barría
caprichoso el polvo de finas partículas
Era una novia de 5 años,
Bailaba feliz por la casa
Buscando al novio,
Escoltando al cortejo,
En el juego de la gallinita ciega
Distribuyendo confetis de colores
Y ellos irían al ruedo del vestido
El vestido de unas horas:
La Fiesta, el vals, encajes, perlas, corona,
Años deshaciendo minuciosamente la ceremonia
– un cangrejo obstinado en borrar su huella-
Hilvanes, sedas, rosas rococó fueron a parar al desván
-lo inservible posee un alma que se resiste a desaparecer-
Aquel fue de las cosas, expuesto en la vitrina temporal
Después de jugar arrojaba el vestido y abandonaba la escena
Harta de estar sola en mi propio casamiento
Tomaba una boa de plumas de avestruz
y una cartera de perlas en degradé marrón
-si pasaba mis dedos sonaba una música extraña, familiar-
Me transformaba en la madrina de la novia
O sea, era la madre de mi madre y su prónuba
Detrás del decorado, entre bambalinas,
Las voces de ellas hacían de corifeo
Llegaban suaves, acordes a mis susurros
La tarde las iba transformando en letales, monótonas,
Otras, en unos moderato cantábiles
Durante varias estaciones duró aquel ritual,
Solitario, soberano, feliz,
Fue mi mundo Renacentista:
Las artes combinadas y la ciencia:
Laboratorio incluido, azufre robado del botiquín,
Colores y dibujos, ladrillos en miniatura armando casas,
familias felices, inventando un universo armonioso
-Allí las novias no se quedaban solas-
y en lugar de laboratorios había jardines arbolados
Un jacarandá sin penas con carita animal vestido de coral
Repetidas veces el vestido de novia arrastró hojas otoñales,
Los nísperos derramados temprano en el patio,
Libélulas caídas, mariposas, un insecto pavoneando fealdad que
llegaba arruinándome la breve dicha,
la voz de mi padre evocada en el sonido de las olas,
En un caracol que hacía las veces de teléfono
En el patio ensayé cuantos papeles pude,
Una vez empecé a escribir,
No sé si fue que me extirparon las amígdalas
o la partida de mi padre,
-el dolor había sido lacerante-
Ya no necesitaba disfraces, ni laboratorio,
Empezaron los libros a ser parte del tesoro,
De la quietud, del llenar de los espacios
Me seguía insistente una marca en la mano derecha,
La misma que me invalidaba seguir jugando a la novia
Las damas del corifeo se incorporaron
severas o indiferentes, socarronas o secretas,
las desarmaba en figuras de papel
era mi complicidad con la belleza –había que huir del
decreto tribal, huir de la palidez de los engaños,
las tramas a las que no quería entrar porque en mi jardín
lo yermo se transformaba en alegría inquietante, movediza
Como el vestido de capas interminables
Hilado fino, hilaba ahora palabras,
Las emociones eran flores vivas
En las hojas blancas, reinas, brujas, lúgubres, hadas
Prolijas, aunadas, propias
El universo se iba creando
era alcanzable, posible, eso creía …
Un jardín de hespérides cuyas manzanas
doradas estaban a mi disposición,
jugosas, radiantes, alejadas del veneno,
Esa insoportable ausencia combatida con la mano derecha,
¿Una espada? ¿Un clavo? ¿Un alfiler?
La foto de novia de mi madre fue más
importante que mi propia foto de novia,
Después de todo yo estaba programada
para ser una novia solitaria,
Novia vestida de azul, una mañana fría y soleada en París
Aprendería que las palabras nacen de la pérdida,
De una canción oscura del abismo del caracol,
Del interminable tul de un vestido adherido a mis células,
Como aquel que quemara viva a la novia de Jasón,
Aquel que fuera de mi madre el lamento contra mi padre
Del que fuera expulsada por haber cobrado vida bajo
aquel grácil movimiento de las sedas, los encajes, la enagua
El ámbar dorado del primer amanecer
Buenos Aires, 2014
***
Prólogo
Por Walter Cassara
[…] No se puede –ni hay para qué– escribir si no se alimenta algún secreto guardado bajo siete llaves, si no se acaricia o se maltrata a algún monstruo recóndito, hermafrodita lastimoso, abuhardillado en lo más oscuro de la propia mente. Pero, la escritura no sería, en sentido estricto, el medio donde el sujeto se instalaría cómodamente a ventilar sus cuitas letárgicas o sus delitos imaginarios, sino todo lo contrario: sería el medio, el hábitat ideal –por lo evasivo y lo ostensible, por lo falazmente confidencial que puede tener– donde nuestros secretos quedarían mejor encriptados. Sería la sustancia misma, el pulso en el cual se forma y prospera el monstruo. ¿Qué monstruo? El de la propia vida privada, el pequeño Míster Hyde o la pequeña Heidi que todos llevamos en el corazón, el o la cual solo podemos vislumbrar mediante oscuros desvíos y largas circunvalaciones, a través de la mirada de los otros; porque el secreto es algo que conlleva una paradoja latente, algo que se da a cambio de un voto silencioso, de una promesa de amistad o de amor eternos, algo que en realidad solo se articula desde la perspectiva del otro; algo –uno de esos pactos de sangre de la infancia– que nos mantiene, ante todo, juiciosamente alejados y a salvo de nosotros mismos.
Ya desde las primeras líneas que abren Vida secreta el lector siente esas metamorfosis múltiples, esa ansiedad por encontrarse y por desdoblarse, esa sintaxis trepidante –como escandida al galope– que mueve el discurso de la mujer que se enuncia en estos poemas: “Lady Godiva montada al esqueleto del caballo/ Eva y la manzana, oscuro desvelo, corre, corre, corre,/ con el contenido del infierno que acaba de recoger del fruto,/ ofreciendo el lugar donde todo se condena.” Se respira una exaltación lírica lindante con la asfixia; se observa el despliegue de una intimidad que se expande hasta el tocar el anonimato, ramificándose en distintas ciudades, en distintos espacios o escenarios mundanos donde siempre descubre un nombre vinculado a la historia de la cultura, un hecho o una fábula de la tradición literaria que ilustra la vivencia interior. ¿Se puede alcanzar, desde la propia subjetividad, una imagen o una experiencia real de lo interior? Se puede, aunque pasando antes por unos cuantos clisés, unas cuantas figuras en el espejo; poniendo la homeostasis psicológica en jaque; instalando, en fin, a nuestra verdadera inwoman en un frondoso paréntesis. Este es el régimen del secreto, que recorta en muchos pedacitos –reliquias del goce– la imagen interior; que siempre pospone el encuentro con la verdad, subordinando al sujeto a una incógnita que se dispersa y sublima en numerosas claves y metaclaves, numerosas figuras y contrafiguras interconectadas.
Todo lo que puede hacer esta mujer, esta paisana de París, entonces, es convertirse en pasaje, glosarse y desglosarse, dar vueltas en un paréntesis ad infinitum, desvanecerse en un trapecio discursivo que también es un espejo convexo. Esto vendría a plantear otra incógnita de doble fondo, una identidad en segundo grado o el secreto del secreto: ese puro metalenguaje en el cual se ralentiza el motor de la seducción femenina. Como en aquella célebre película de Orson Wells, “La dama de Shanghái” –mencionada en este libro–: del oscuro laberinto de la subjetividad nadie sale incólume, ni siquiera disparando a mansalva contra el propio yo entrevisto desde una multitud de espejos. Recordemos, al pasar, el aforismo –medio nietzscheano, medio básico– que allí el marinero Orson espeta sobre el rostro desquiciado de la pérfida Rita, un momento antes de la apoteosis especular con su balacera orgiástica: “El que se deja guiar por sus instintos mantiene su fe en la vida hasta el final.” Y luego añade algo que suena, en el desarrollo de la trama, terriblemente machista y tierno: “Tú no has tenido nunca un criterio más puro…”
***
Serie de pinturas de la autora
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- Poemas. En Palabras Amarillas / Hacienda Glamorosa