Liliana Lukin. Ensayo sobre la piel / Como se lleva a un niño

Ensayo sobre la piel, 2011-2016
Liliana Lukin
Buenos Aires, Ediciones Activo Puente, 2018


De “El amor del miedo. Poemas del hermano 2011-2013”

Junio 2011

proliferar se ha vuelto
una frase, las volutas del
deseo de proliferar en mí misma,
las punzantes intenciones
se me disuelven en accidentes
mentales, circunvoluciones
en desuso, el cuerpo vivo
de las ideas muertas frente a mí




Acerca de acontecimientos que habían comenzado a mostrar la rara condición de la salud de mi hermano, cuyos síntomas, de deterioro cognitivo, no eran muy evidentes. Sus estudios neurológicos, en 2009, fueron “normales”.


Informe de situación

mirar consiste en cuidar dos veces, con los ojos
descubiertos o cerrándolos sobre la fragilidad.
Esa ventana a la carne es peor que la memoria:
niega y da migajas, de lo recordado ensucia márgenes,
atraviesa el aire y da verdad a lo mirado.



soltar las amarras: eso hace
mi hermano, suelta,
se le escurre
lo que une, lo que liga las palabras
y las cosas, olvida cómo era olvidar
y así se desliza, lastimado



no sabemos cómo sucedió. No hablo
de un final, no escribo
sobre una pérdida ya inscripta
en la carne: sólo es una anomalía
que vuelve al hermano sujeto
de una pregunta, mutante:
una lógica ha perdido su objeto,
tan frágil la cadena de síntesis, tan inútil
la cadena



trastornos del momento, dicen,
y es el momento trastornado quién
nos da ley, estatuto, órdenes para él:
podemos actuar, quedarnos
en universos completos de estímulos sin referente,
escuchando sistemas que lo califican,
o salir de la escena,
y no hacer nada,
hay
un caos en torno a nosotros: buscamos
pistas, lugar, horarios, como si fuéramos
a posar nuestra preocupación allí,
en puntos ciegos de conocimiento,
núcleos duros donde esperamos
nos revelen Eso,
que preferiríamos no
escuchar



Diagnosticado erróneamente, hacia fines del mismo 2009, a los 51 años, sin más que estudios cognitivos, con “demencia fronto-temporal”: el neurólogo Jefe del Servicio se lo dijo a él, quien sólo tenía síntomas de confusión y olvidos. No volvieron a un neurólogo.


nos dicen que el dibujo de sus lóbulos frontales
no coincide con los protocolos de lectura,
que presenta trazos rugosos a la comprensión,
nudos cerrados y disímiles, atrofias del
entendimiento
que nos impiden llegar…
sobre su indeterminación, dicen que es normal
que él no entienda lo que pasa en él,
vacilan, lo condenan



No acertaban su diagnóstico, por no haberle indicado, nadie, nunca, desde sus primeros estudios, la realización de un PET, estudio sofisticado y de alto costo que debía pagar la Medicina Prepaga. Peregrinamos por varios de los más importantes centros especializados en enfermedades “mentales”, le hicieron tests, estudiaron las imágenes que llevaba, prometían más estudios.


“él, hablan de mí y dicen él”,
aterrado me cuenta
“y yo estoy ahí, escuchando”,
mientras cuento con su olvido
sigue, gesticulando y dice:
“como en esas comedias
donde todos saben todo menos
el tipo del que se habla”.
Y eso de tal manera cunde
y sobrevive en la inmensa
mutilación



Al salir de su primera internación psiquiátrica indebida (entre el 5 y el 18 de abril de 2011), sin diagnóstico aún, ingresado por una psiquiatra, con el pretexto de hacerle estudios que no le hicieron. Conversé con un psiquiatra a la salida de una reunión a la que llamaron a la familia. Le pregunté si no podían haberlo estudiado, como paciente ambulante, en Neurología, por ejemplo, de donde venía derivado. Me dijo que sí. Le pregunté por qué estaba internado allí, me respondió “¿La verdad? No sé”.


me hablaba, tocándose el pecho,
de un “centro frénico”: veo
su freno, su centro, el dolor
de una sinapsis que no funciona.
Le digo que el fantasma
dejará de alojarse.
Estuve allí, vengo de allí con él,
su pensamiento concentrado
no como trizas sino como trazos,
y lo que anuda un veredicto:
ondas cerebrales, córtex,
energía neuroquímica, lesiones
que no hay, todo terminado.
Menos la pena que empezó
y no
terminará



donde empiezan los rencores
el hambre de una verdad queda sepultado
en la negación, saciados por la idea del deber
cumplido, estamos solos, sin remiendos
ni lugar
para remiendos, hartos
de no poder ser lo que
desearíamos, de tener que ver
lo que se ve.
Padecemos de ser hermanos,
enojados como pobres
niños con esa vida quebrada
que a él le toca. Y la voluntad
de mejorarla sucia de gritos,
argumentaciones y emoción



En julio de 2011 un neurólogo-psiquiatra, particular, no veía ni en los estudios ni en la entrevista coincidencias con los diagnósticos presuntos. Indicó, por fin, un PET y recomendó un gerontólogo de la Prepaga para que garantizara el estudio.
El gerontólogo, en el pasillo del consultorio me preguntó “¿usted qué es?”, “la hermana”, respondí, “¿cuántos años tiene él?”, “53”, respondí. Entonces agregó, tapándose la cara: “Nunca vi nada igual”. Tuvo el diagnóstico de Alzheimer en octubre de 2011.



*

Como se lleva a un niño
Liliana Lukin
Florida, Wolkowicz Editores, 2020


1
He visto dos veces trabajar a la muerte ante mis ojos:
la primera en el rostro de mi hermano que se iba
hacia atrás, adentro, al fondo, sin habla, pura máscara
de lo que queda todavía.

La segunda es mi vida, mi otro en el amado que retira
su voluntad leve y lentamente, que regresa a sí mismo,
y como una tormenta en el mar, se va,
cansado avisa que se va.

Y así estamos, ella nos canta su canción
que no escuchamos, y a pedacitos arrancamos
carne para morder
de esa turbia melodía.


3
Vuelvo a escuchar música, que grababa para mí, vuelvo
antes de saber que es al año cuando prescribe la prohibición.

Siempre mi medida adelanta, sobra, rebalsa de las Escrituras,
que desconozco.

Mi dolor no tiene
tradiciones.


10
Cada vez que hablo de la muerte me quedo
sin voz, sin palabras me quedo, afónica
otra vez y otra vez y otra vez.
Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.

Cada vez que hablo de tu muerte
te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,
constructivo de un consuelo inútil como el olvido.

“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces
que vuelven de modo aleatorio no hacen
menos amable lo que fue su vida.

Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,
mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.

Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro
anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda

me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,
me quedo quieta, quieta, en él, con él,
y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,
ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.


20
Comprender que sólo el resplandor de una imagen
puede traer una cadena de recuerdos,
y que una idea es más recordación que una imagen:
–he aquí la tristeza–.

Nada carnal vuelve ya en el aire que respiro,
como si una red finísima de delicadeza infinita
mantuviera alejado de mí aquello
–que he vivido–.

Él es más fragmentos de reflexión sobre el vacío,
escenas de su tránsito, actos que lo describen,
que una boca, una piel, un modo de aparición
–de la ternura en los cuerpos–.

Esta escritura ha elegido protegerme:
escribo estos poemas para no olvidar, pero pongo
mis manos en su nombre, en lugar de ponerlo entero
–entre mis manos, frente a mí–.


33
La ausencia, esa emoción sin cuerpo,
es una tabla lisa para deslizarse, rasgando
la piel con las astillas
que sorpresivamente aparecerán.

Todavía no he visto nada, me dice sonriendo, y esa
promesa no me asusta porque quiero más: pájaros
de la cabeza
, el pasado bate alas como susurros al oído,
y yo registro entresueños:

olvidarlo todo para recordarlo
todo
, olvidarlo todo para recordar.


39
Las palabras que no se dicen son más audibles que los hechos
y los hechos, más fuertes que las palabras, pero cuando escucho:
U halaj l’olamó y sé que “él se fue a su mundo”,
es que algo lo sobrevive, y cuando dicen

Parjá nishmató y sé que “él murió asombradísimo”, ese saber
no se termina, ni atenúa la imagen de su andar suave hacia un lugar
que no es acá, ni soy yo: amor, ninguna historia
se termina con una última palabra.


Las frases en cursiva corresponden a:
Poema 33: Titulo de un libro de R. Fogwill. Frase del psicoanálisis, por Nicolás Rosa.
Poema 39: Del hebreo bíblico, de uso tradicional ante una muerte.



Página de la autora. Liliana Lukin
Reseña. Como se lleva a un niño, en Adynata
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