La cáscara del huevo
Germán Arens
Buenos Aires
Barnacle
2019
El tren se detuvo a las tres de la mañana. Subimos a un vagón de clase turista. En el portaequipajes dormían tres hombres; les ordené abrir los ojos. Una mujer apartó un bolso de mi camino. Tenía el pelo rojo y sus ojos eran dignos de ser idealizados: el amor es un proceso de selección de pareja. Dije que no le haría daño, que rastreábamos alienígenas, que todos los pasajeros estaban sospechados. Le pedí que levantara su brazo izquierdo. La temperatura media de los invasores está cinco grados por debajo de la nuestra. En el interior de su bolso además de ropa llevaba una pistola Walther CP99.
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Oloviniek estaba por bajar la persiana de su ferretería cuando advirtió que en la vereda el extraterrestre miraba hacia la punta de la antena de telecomunicaciones. Habiendo visto elefantes rosados, ver a una persona mirar hacia arriba no lo distrajo de su rutina; pero el tiempo es lo que duran las cosas sujetas a cambio y, en menos que canta un gallo, el extraterrestre comenzó a subir los peldaños de la torre. Oloviniek salió justo en el momento en que un grupo de skaters se detenía y observaba la escena. Los vecinos uno a uno fueron abriendo las puertas de sus casas. (La curiosidad es como el universo, no tiene límites). En medio del tumulto aparecieron dos oficiales de policía: “No vayas a cometer ninguna locura, nosotros podemos ayudarte”. El extraterrestre continuó su ascenso hasta que desde el murmullo generalizado una voz se alzó sobre las demás: «¡Hijo, bajá!… por favor te lo pido, bajá». Por un instante todos la miramos. “No mamá. Acá nadie me quiere”. Después ya no se detuvo. Cuando llegó a lo más alto algunos curiosos le pedían que se tire.
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El Bajo de los Loros se encuentra situado entre el Salitral de la Vidriera y el pueblo de Chapalcó. Hace cientos de miles de años esa extensión de tierra pertenecía al océano Atlántico. Se dice que en el lugar, debido a la existencia de fuertes campos magnéticos, las ondas de radio no pueden ser transmitidas normalmente; también que ya no existe vida animal. El sitio cobró relevancia en el año 2012 cuando una nave cayó sobre el campo de los Migliavacca. Desde ese día el acceso al área se encuentra restringido y es frecuente la visita de los investigadores, razón por la que los lugareños han elaborado infinidad de teorías disparatadas. Los más instruidos hablan de una puerta dimensional que conecta a un pozo gravitatorio del que nadie vuelve, pero los misterios no son más que la ausencia de datos.
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El jardín está descuidado, quedan dos de los muchos rosales que hubo. Sobreviven además un árbol de granadas y un laurel. La abuela murió hace dieciséis años. Transcurridos tres meses dimos la casa en alquiler a una empresa que por esos días trabajaba en la zona construyendo un gasoducto. Finalizado un contrato de tres años casi por otros diez se instaló una abogada. Después la casa quedó vacía. Recorro el patio. No es extraño que la puerta del galpón de atrás esté sin llave. El cuadro azul de una bicicleta inglesa que fuera de mi madre es lo primero que veo. Pienso en llevarlo conmigo cuando tengo la sensación de que hay alguien a mis espaldas. Me vuelvo y veo que Lali, la perra de mi infancia, camina hacia mí. Sus pasos son torvos, inarticulados.
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En htt://cort.as/-ECno podrán escuchar la canción que mi papá cantaba esa mañana de verano. El día anterior me habían comunicado que las oficinas de la Subsecretaría de Control Comercial permanecerían cerradas debido a tareas de desinfección. Acostumbrado a mi rutina lo olvidé por completo, razón por la que volví de trabajar mucho antes de la hora en que lo hago. Ya en casa, me pareció extraño no encontrar a mi papá en la cocina. Supuse que estaría en el patio y, al mirar por la ventana, lo descubrí sobre la mesa en que comemos cuando el clima es agradable. Que despuntaba la rama del sauce fue lo primero que pensé, pero cuando chasqueó los dedos de su mano izquierda y a continuación con el índice marcó el inicio de algo que mis sentidos no percibieron me sentí desconcertado. Después sonrió, se acomodó la corbata imaginaria y comenzó a cantar esta canción desconocida por mí: “Tanto adiós vieron mis ojos que ya no pueden llorar”. Fue entonces que abrí la puerta y caminé hacia él. “Si te vas no habrá más lágrimas de amor”. Su voz estaba dotada de una rara cualidad punzante. La imaginé recorriendo un teatro con la facilidad de una trompeta. “Tantas veces te has marchado que una más me da igual”. Cuando le pregunté qué hacía me miró y en sus ojos no pude diferencia el iris de la pupila.
Ilustraciones de Malena Arens.
Links
Sobre el libro. Por Celeste Diéguez.
Más textos de Germán Arens en op.cit. «El libro de mamá» / Germán Arens, retratos
Sobre la obra de Germán Arens en op.cit. «Efectos de una narración lunar», por Ana Claudia Díaz