Cesare Pavese: Poesía juvenil / Versiones de Jorge Aulicino

Publicado en Buenos Aires por la editorial Barnacle, el libro Poesía juvenil 1923-1930 (edición bilingüe, 2024, versiones de Jorge Aulicino) contiene poemas de Cesare Pavese que aún no habían sido traducidos al castellano. Presentamos una muestra de la primera poesía de este autor clave para algunos procesos de la literatura contemporánea y el prólogo del libro, por su editor, Alberto Cisnero.

Prólogo

Cesare Pavese tenía para sí que “escribir es lindo porque reúne dos alegrías a la vez: hablar solo y hablarle a muchos otros”. Dispersos en cartas remitidas a distintos corresponsales, en hojas sueltas, en cuadernos manuscritos y aún en la eventual prolijidad que entonces aportaba una máquina de escribir mecánica (aunque tales transcripciones han llegado a nosotros con tachaduras y correcciones ológrafas marginales) acumuló una obra que había conocido lectores de manera fragmentaria y accidentada. En un libro que la editorial Einaudi dio a la publicidad en el presente siglo se incluyeron por primera vez en un solo volumen (y como parte de la obra poética completa) la suma de estos poemas. Bajo la forma expresa del verso regular (sonetos, cuartetas rimadas), construidos a través de acumulación de imágenes que hacen recordar los procedimientos de cierto famoso poeta con residencia permanente en Camden, Nueva Jersey (iteraciones, anáforas, epanalepsis, repetición incluso de versos enteros), entre la manifiesta tensión del poeta decadente y el cultor de los clásicos (Dante, Petrarca, Leopardi), se prefiguran los temas que el autor luego desarrollaría, con denodada profundidad en su primer libro: el verano aventurado, las colinas, las mujeres de cuño (la búsqueda frenética de ellas), la vida en las ciudades (la música que las glosa), lo que se recuerda como testigo (o como sospechoso), el arte y el amor (u otras palabras fáciles de escribir, aleves y baratas).

En vida del autor sólo se publicó un volumen de su poesía: Trabajar cansa; Italo Calvino, su camarada y albacea, publicaría, bajo un título impuesto por él mismo, el postrer volumen Vendrá la muerte y tendrá tus ojos; años después organizaría ambos libros (más poemas colectados de los escritos privados del autor), bajo el nombre de Poemas éditos e inéditos; los que componen “Poesía juvenil (1923-1930)” no conocían, hasta la fecha, traducciones en nuestra lengua. El poeta Jorge Aulicino presenta al desocupado lector, versiones que articulan un mito, una forma de la verdad que no requiere demostración porque se impone por sí misma: no es algo que pueda hallarse entre las dos tapas de un libro (y eso también implica lo que alguien quiso saber en Turín o en Buenos Aires y que ya no volvería a ver ni en esas ciudades ni en la vida).                                                                                                              


Pavese: Poemas juveniles

Para una actriz de cine muy joven, extranjera, lejana

Te vi un día por unos instantes
y sé que nunca más podré verte.
Tú pasaste ligero delante,
alzando tu rostro lleno de dulzura,
envuelto en cabello evanescente,
lejana, tal vez incluso diferente.
Tal vez vendiste esa risa a otros,
tal vez aún la vendas, pero la sonrisa
tu sonrisa dolorosa, nunca
podré olvidarla. Sé que el tiempo
borrará la amargura de mi alma
y que nunca más te veré en mi vida,
pero soñar contigo es dulce todavía.


¡Dulce septiembre con su cielo límpido
curvo inmenso sobre los campos, lleno
de fruta bien madura! Dulces nubes,
mitos esparcidos por el azul!


He caminado una tarde de diciembre
por un camino oscuro de campaña
desierto, el corazón alborotado.
Llevaba un revólver en el bolsillo.
Cuando estuve lejos
de lo habitado, lo volví a la tierra
y presioné.
Saltó al rugido
del disparo que me pareció que lo
sacudió como si estuviera vivo
en el silencio.
De veras tembló en mis dedos.
a la repentina luz que brilló
fuera del cañón.
Fue como el espasmo,
el último atroz estremecimiento
del que muere por muerte violenta.
Lo puse de nuevo,
todavía caliente, en el bolsillo
y remonté el camino.
Así, caminando
entre árboles desnudos, me imaginé
agarrando ese revólver,
en la noche en que la última ilusión
y los terrores me abandonen
y lo apoye contra mi sien,
la sacudida destrozando mi cerebro.


Tu cabello rubio
es más evanescente y ligero que el humo de tu cigarrillo.
¡Oh! Quisiera respirar el cabello de tu sueño,
como respiro este humo!


Un pequeño pez rojo
da vueltas cansado en el cristal claro,
suspendido en medio del agua,
con grandes ojos asombrados.

Mi alma ahora
es un abismo del océano
donde los shocks más profundos
mueren en silencio.
En el gran frío amargo
aparecen y pasan medrosos
escalofríos fosforescentes.
Mi alma es un abismo
todo listado de fiebres.
La inmensa oscuridad
la ahoga de silencio.

El pez rojo ahora
se agita en el cristal
y a veces viene hacia ti
con grandes ojos asombrados.


Todo el cielo es de humo
grave niebla-humo de noviembre
sobre la gran ciudad.
Pero no sólo noviembre
descendió sobre el mundo.
En los valles tendidos de las avenidas
los árboles negros y oscuros
se oxidan entre los cables y el humo.
Los árboles ya no tienen savia,
su antiguo latido
se contrajo y desapareció.
En penumbra de la gran noche
se yerguen en las calles
vivos de otra vida.
Y se encienden entre las ramas rígidas,
flores enormes y espectrales,
las frías flores eléctricas
que florecen en el mundo.
Las altas casas una junto a otra
los descubren inmóviles,
también ellas con grandes ojos alucinados.

No sólo noviembre
descendió sobre el mundo.
La misma vida que poseen los árboles.
y las casas geométricas
cruza y grita segura entre ellos.
Bajo la fuerza inmóvil
de la naturaleza de piedra y de luces
se enfurece un torbellino que no es de agua,
ni de viento ni de fuego,
pero, en la niebla, vibra
con la misma pasión que se enciende
en las grandes flores eléctricas.
Hálito rojo, anhelo de acero
que se debate y ruge, pero perfecto
corre por su camino.
Y los hombres, en el frío, como árboles,
entran en el vórtice
vivos de una sangre firme e irresistible.

En la ciudad algo ha vencido al mundo,
no sólo noviembre.


Como una lívida rabiosa consunción
la flor roja del cigarrillo arde en tu boca.
Y tienes en el gesto, en la mirada,
en todos los colores que visten tu vida
la simple claridad
de un gran sueño azul,
una juventud desdeñosa
que vive en la tierra, solitaria.
Y arde en tu boca
la flor encendida del cigarrillo.
¿Qué alma es la tuya
en ese terrible latido de la juventud
y en el consumirse
de tu cara y del fuego?
¿Cuál es tu amor?
hecho de la plenitud de tu sangre
en este refinamiento de la pasión
encendida hasta consumirse
en tu cara profunda?



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