La posteridad pequeña. Entrevista con Carlos Battilana

Carlos Battilana, poeta, profesor universitario y crítico literario, ha tenido una continua participación en la escena poética de Buenos Aires desde principios de los años noventa. No obstante, su aporte ha sido riguroso y personal, de tal modo que su proyecto ha ido revelándose gradualmente. La entevista de Diego Colomba tiene por motivo su libro Un western del frío (2014), y los asuntos de su poesía: entre otros, el elemento imaginario, el sentimiento religioso y la misteriosa materia de la realidad. Se agrega una selección de poemas del volumen en cuestión.

Por Diego Colomba

Tu escritura siempre ha desplegado una suave ironía. ¿La reconocés en “Un Western del frío”, el título de tu último libro?
La reconozco en algunos poemas: “El dulce porvenir”,  “Al día siguiente”, “Aura”…

No es la primera vez que hacés alusión al imaginario del western. ¿Qué elementos del género son los que más te interpelan? ¿Qué relación guardan sus escenarios, sus atmósferas, con ese lugar mítico que venís construyendo bajo el nombre de “Sur”?
El western es un género del cine que me gusta mucho. Ya no se hacen muchos westerns… Tarantino recicla su lenguaje y hace películas muy entretenidas con eso. Algunas de mis películas favoritas son “Río Bravo”, “A la hora señalada”… Howard Hawks es un director enorme… El sur ha sido algo que he buscado desde siempre… recuerdo que daba clases en Bernal, al sur de la ciudad de Buenos Aires, me tomaba el 148, y decía “me voy al sur”… Además escribí sobre “Mar del Sur”, en  Narración, un libro que editó Gustavo López para Vox. Imaginé esa pequeña aldea al lado de la costa, y la imaginé un poco míticamente: el mar gris en invierno, el pueblito sosteniéndose a pesar del viento… El libro comienza, justamente, con la cita de un western, “Cielo amarillo”: “Un desierto es un espacio, y un espacio se cruza”… Además trabajé en la Patagonia, dando clases en la ciudad de Bariloche… hacía viajes quincenales. Tomaba un avión, pero luego, cuando empezaron a caer cenizas volcánicas del cielo, tomaba un ómnibus: iba en el Vía Bariloche y era muy feliz en ese largo viaje… era un viaje de transición, no abrupto… imaginaba adentrándome en el sur… Ir al sur profundo me permitió escribir algunos poemas.

f_cbattilana_entrevista“Aprendió/ cada una de las letras,/ rehízo el alfabeto/ de la montaña/ y se puso a escalar/ hasta la nieve/ interminable/ de las altas cumbres/ y supo/ que no había un mapa/ para detener/ el lenguaje destructivo/ de la locura”: ¿”western del frío” alude a una especie de épica menor?
Un western del frío es imaginar la velocidad y el movimiento propio del western en un lugar congelado, lleno de nieve… una suerte de paradoja. En la quietud puede haber acción y un cierto dinamismo.

Citás como epígrafe de la primera parte unos versos de Estela Figueroa que dicen “A veces creo/ que todo lo que tenía para escribir/ lo he escrito”. Una vez en Rosario contaste la anécdota de un poeta maduro que expresaba su parálisis creativa y, con otras palabras, dijiste algo similar a lo que señalan los versos de Estela sobre tu propia situación. ¿En qué sentido habría que entender esas palabras?
Estela Figueroa es una gran poeta, de las que más me interesan, una poeta que realmente admiro. En la cita que transcribo está la palabra “cantos”… me llamó la atención… la poeta dice que al parecer y a escribió lo que tenía para decir, pero que hay un verso que le da vueltas, “¡Id, cantos míos!”, que aún la conmueve… Hay cierto dramatismo en el hecho de la parálisis de un poeta, un pequeño drama personal, obviamente… La poesía de Figueroa no la asocio al canto estridente, y sin embargo ella pone “cantos” sin pudor ni vergüenza, con signos de exclamación… La poesía de Figueroa es de un lirismo bajo, soterrado, que no levanta el tono, que canta de manera sutil y como susurrando. La poesía de Estela me parece fascinante y creo que progresivamente va encontrando nuevos y muchos lectores y un lugar significativo en la poesía argentina contemporánea.

Sabiendo que vos creés en una lectura amorosa de los textos, te pregunto por Edgardo Zotto: ¿qué aportó a la poesía, o, si querés, a tu poesía, o a tu vida?
Edgardo Zotto fue un gran amigo, un amigo que cuando venía a Buenos Aires nos encontrábamos, hablábamos de poesía, de lo que estábamos escribiendo. Y también de cuestiones personales… Me mostraba sus poemas, que armaba en función de un título y de un libro: sus últimos poemarios, especialmente el último, son hermosos. Fui a Rosario un poco antes de su muerte. Estaba hinchado por las drogas oncológicas, y no dejó de hablar… la poesía estuvo con él hasta el final. Amaba la vida y las mañanas. Teníamos gustos similares en poesía; era autoirónico, y de una enorme bondad, una bondad concreta. Qué genial amigo era Edgardo.

Como entiendo la poesía, y esa idea incluye a tu poesía en particular, escribirla y leerla es una experiencia radicalmente antidogmática. ¿Cómo vive esa tensión un poeta como vos  tironeado por la religiosidad (en toda tu obra pero en este libro en particular), una dimensión atravesada, entre otras cosas, por los dogmas)?
Es cierto que la poesía pone en cuestión al lenguaje, lo pone en un borde, y cuestiona el consenso en el campo del sentido. En ese aspecto es antidogmática. En cuanto a mi poesía, la religiosidad, digamos, esa relación material con el mundo, y esa suerte de sorpresa o de relación absorta con las cosas, con el tiempo, tal vez habría que diferenciarla de la religión. Son términos diferentes: la religiosidad, al menos para mí, supone una actitud de apertura y exploración del mundo; la religión, supone una cierta obediencia de un dogma que no se puede transgredir. La religiosidad es una búsqueda en relación con la experiencia real; la religión, un sistema de mandamientos que, en algún punto, trasciende la experiencia individual en favor de un esquema previo. De todos modos no considero la religión un narcótico ni una farsa… Me encanta el relato bíblico, sus tremendas historias, y también me gustan los rituales; la semana santa era un momento especialmente interesante y dramático en mi infancia. En la tele pasaban «Quo Vadis», «Rey de reyes»… me encantaban esas películas, y con mis padres visitábamos los templos y las iglesias: las estatuas de los santos estaban tapadas con mantas violetas, y había un gran silencio unánime… Sin embargo, soy de una generación que empezó a leer la Biblia en términos literarios, como una herencia borgiana: todos conocemos esa frase: “la Biblia es una rama de la literatura fantástica”. De todos modos, esa boutade o ese tic humorístico ya no sé si me hace gracia.

En relación con lo anterior, finalizás el poema “Dulcísima” con “con los ojos cerrados/ quiere pensar,/ pensar, pensar// creer/ que tiembla/ una hoja dulcísima/ en el Sur”: ¿creés que la poesía conecta con las creencias de las personas, no solo en un sentido “espiritual” sino en el de dar fe a las palabras de la ficción (“el vasto, ingrávido/ mundo de la ficción”), un sosiego temporario?
La ficción puede producir dolor, o alegría: afecta al lector,  al espectador de una película y de una obra de teatro. Proporciona una cierta verdad que trasciende al artificio y sus mecanismos. Leemos un poema, o una novela, o vemos un film, y nos podemos reír, emocionar: suspendemos, obviamente, el vínculo con la realidad inmediata, pero no con lo real. Al contrario. Establecemos un vínculo más intenso.

¿Resulta muy arbitrario pensar que conectás la “narración”, la ficción, la imaginación con la existencia o la posibilidad del misterio?
No resulta arbitrario. Los poemas que escribí, digamos así, tienen una dimensión materialista: los sentidos, el tacto, la experiencia de los objetos aparece escenificada muy fuertemente. Pero esa experiencia de indagación aspira (al menos yo aspiro a eso) a unirse al misterio de la vida de una manera amorosa.

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Un western del frío, de Carlos Battilana, Bs. As., Viajero Insomne, 2014

“Fui cruel./ Y todo/ lo que pueda/ escribir,/ toda utopía de religiosidad,/ no repara/ el instante alto y sostenido/ en que la ira/ fue mi propósito.”: para vos, ¿aspira la poesía a cumplir una función terapéutica (sanadora) o redentora?
No necesariamente, pero puede ocurrir. No descarto nada en ese sentido. Cada lector lee como quiere y como puede.

Yo reconozco un estilo Battilana, en la sintaxis, en el corte de verso, en el modo oblicuo a veces de expresar los sentimientos, una poesía pudorosa digamos (“los hechos/ que pertenecen/ a un tiempo/ en que no fue posible/ el sosiego”), morosamente reflexiva, que no duda en poner en entredicho las creencias declaradas del sujeto poético, autoirónica. En este libro se nota más, por lo menos yo lo noto, cierta propensión a retomar un vocablo utilizado poco antes y profundizar en él: “sin la carga/ que los dioses/ o el destino/ les han asignado.// Si el destino/ existe”; “Dios (…) Escribo la palabra dios”, son algunos ejemplos.  ¿Responden a un afán de precisión, de evitar (irónicamente), los malos entendidos, las interpretaciones equívocas o apuradas?
Ese fragmento refiere, justamente, la posibilidad de mencionar el misterio, aunque no de manera unívoca: Dios con mayúsculas, con minúsculas, el uso del “Tú” en términos de convención cuando se le habla al Dios del creyente, etc… El lenguaje particular de cada persona, en algún punto, tiene que inventar una forma de conectarse con el misterio, sea Dios o la nada.

¿Por qué el uso “anacrónico” de las mayúsculas (Adelantado, Madre, Seres, etc.)?
No puedo explicarlo, pero tal vez son como núcleos de sentido significativos. Recuerdo que lo vi en Selva di Pasquale en un libro que se llama Camaleón, y fue como una herramienta, un procedimiento que me interesó mucho.

En una poesía que tematiza el aire, el oxígeno, la respiración (hablaste en una entrevista de una pasada dificultad respiratoria, uno de los poemas de Un Western… dice “no puedo ni podré respirar”), la escansión de los versos (en general breves) hace de los textos tramas intensamente respiradas. La respiración es uno de los elementos de tu poética: su sintaxis, su ritmo, su fraseo, ¿se relaciona en lo temático y en lo enunciativo con esa obsesiva referencia en tu poesía a la falta de sosiego (“templanza”)?
La respiración equivale a la enunciación: eso es la poesía, una forma de respirar, una suerte de música o de fluencia, un modo de quebrar los versos. El hecho autobiográfico es que soy alérgico, y de niño y adolescente padecí la falta de aire en mis pulmones y mis bronquios estaban destrozados. No podía respirar bien. Luego eso, de manera un poco mágica, se resolvió.

El tercer poema del libro no me resultó a primera lectura muy logrado en relación con todos los otros. Me parecía demasiado expresivo y poco connotativo. Sin embargo, esa referencia a Vallejo me lo hizo ver, después, como una suerte de declaración de principios y clave de lectura. ¿Te parece que Vallejo alude a la dimensión ética (“existencial”) de tu poesía?
César Vallejo es lo máximo que leí en poesía. Es uno de los mayores poetas. Ese poema cuenta el día previo a una operación (justamente me iban a operar para que pudiera respirar de manera libre); yo me sentía solo en la soledad del hospital. Tenía 18 años. Pero leí los “Poemas humanos” de Vallejo. Sentí el prodigio de la poesía de un modo muy poderoso. Esa lectura me dio no solo consuelo, sino enorme placer esa noche.

¿Septiembre es el mes más cruel?
Septiembre es un mes en que el clima empieza a cambiar. Luego del invierno, que sabés me gusta mucho, empiezan los días a clarear. Me gustan todos los meses.

Hay en el libro una permanente referencia a la percepción, a la acción de sopesar los objetos del mundo (tocar, ver), al modo de aprender lo real. ¿Es “el saber” el modo con que la poesía indaga el mundo, es decir, a través del cuerpo?
Así es. Yo creo eso.

¿Quién es “el poeta/ de los grandes experimentos/ pero de otros poemas/ mejores aún”?
Jaja… Digamos que puede ser cualquiera de los poetas que conocí cuando tenía veinte años, veintidós, veinticuatro años. Muy buenos poetas, de los que aprendí, en un momento de la vida que disfruté mucho, a pesar de que trabajaba mucho también, jaja.

Ese que “nunca/ negó el hastío/ ni la paciencia del deseo:/ fue un Adelantado/ en ese sentido// palpó/ la pérdida/ de lo intenso”: ¿fue alguien que sufrió vejez (madurez) prematura? ¿Se conecta con tu idea recurrente de la demora, de la lentitud? ¿Compartís la idea de que la velocidad envejece el mundo?
La demora es un término de tiempo que siempre me interesó. Aunque suene un poco grandilocuente, lo asocio a una especie de resistencia al capitalismo: demorarse atenta con la fluidez y la aceitada maquinaria de las cosas; atenta, va contra cierta eficacia deseada por los patrones y los guardianes del dinero. Creo que tomé plena conciencia de ello durante el menemismo, periodo que padecí particularmente.

 

Hogueras y frutos

Sería capaz
de atravesar
el vidrio
de esta ventana
para recostarme
durante cuatro días
y cuatro noches
en la tierra,
para recordarme
los hechos
que pertenecen
a un tiempo
en que no fue posible
el sosiego.

Ahora
con la voluntad intacta,
voy a pensar,
otra vez,
en hogueras y frutos
voy a buscar
algo ajeno
a la abstracción.

Tocar, ver
la superficie
áspera
de las cosas
acaso
sea acompañar al mundo
y también
despedirse
de las horas
sin la carga
que los dioses
o el destino
les han asignado.

Si el destino
existe
voy a tomar con amoroso
cuidado
los racimos de uvas
que están
en la mesa
de la cocina
y hablaré
antes de cualquier acto

diré
quizás escriba
“¿cómo aman los que pasan los días
sin
la espesa conciencia
de la aflicción?”

Dura el quebranto
– aquí,
ahora –
y como si fuera una escultura
o un jarrón,
lo toco
lo hago viejo
me vuelvo creyente
camino
despaciosamente
por la liviana
extensión
del día.

 

El dulce porvenir

Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad

reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso

cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
-sí, con alegría-
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños

cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
-finalmente-
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto

yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
-ya ciego-
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar

amo
con pobreza
como pude

pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
-polvo del camino-
la única propiedad
con base
en lo real.

 

Dulcísima

Como si una
vida
vegetativa
se apoderara
de las manos,
de los ojos
y de cualquier
tentativa
de movimiento,
nunca
negó el hastío
ni la paciencia del deseo:
fue un Adelantado
en ese sentido

palpó
la pérdida
de lo intenso,
volvió profunda
la falta de variedad

las horas fueron arduas
-lo sabe-
y aunque suene agradable
celebrar los avatares
con una retórica de alegría,
eso no fue posible.

Aprendió
cada una de las letras,
rehízo el alfabeto
de la montaña
y se puso a
escalar
hasta la nieve
interminable
de las altas cumbres
y supo
que no había un mapa
para detener
el lenguaje destructivo
de la locura,
el lenguaje de base
de su ser más amado.

Sin manos,
congelado
lo sensible,
golpeó
con una vieja espontaneidad
lo más oscuro del día

buscó
con aquello poco que había aprendido
un oxígeno perpetuo,
navegando
en aguas costosas,
como si la costumbre
de vivir
estuviera
de su lado.

Fuerza la voluntad,
sin embargo.
Mira
alrededor

con los ojos cerrados
quiere pensar,
pensar, pensar

creer
que tiembla
una hoja dulcísima
en el Sur.

Eso
-ya sabe-
pertenece
al mundo de la ficción
-el vasto, el ingrávido
mundo de la ficción-
pero no importa.

 

Aura

Luego de las luces del amanecer,
de su significado misterioso
y alentador,
se pregunta
por esa energía
que hizo del cuerpo
una acumulación
vertical
un cofre lleno de hielo
cuyas gotas
fueron la quietud
rancia
de la ideología.

Si pudiera acercar su boca
a la áspera carencia del día
para completar
el oxígeno,
pondría su mano
en una zona eléctrica
donde la vecina,
apenas madura,
le entregara
nuevamente
algo de su cuerpo,
y también
un poco de sus palabras,
la bellísima sencillez

y con notable imaginación
la convertiría
en un aura misteriosa
en una narración
fascinante
y oscura
donde afincarse
y sobrevivir
– por unos instantes –
bajo el dulce
amparo
de las horas.

 

Después de la enfermedad

Fui cruel.
Y todo
lo que pueda
escribir,
toda utopía de religiosidad,
no repara
el instante alto y sostenido
en que la ira
fue mi propósito.

Hoy,
en este día,
devuelto de una enfermedad,
liberado de fiebres e insomnios,
arreglo objetos rotos
acomodo
los papeles
ordeno viejos emprendimientos.

Sin el aire del olvido
afuera hay sol,
y hoy
podré ser bueno
aunque
ya no alcance. Si cada
acto de contrición
es la huella
de una herida abierta,
mi cuerpo,
entonces,
se llenará de afluentes
y de ellos brotará
el quebranto
que ningún círculo
y ningún silencio
podrán callar.

Con una bolsa de piedras
al hombro
cubro mi cuerpo
de cruces y voces
y llevo,
a lo alto de la ciudad,
un poco de aire
algo de fresco rocío
para curar las heridas,
lavarlas,
dejar que los tajos
sigan su curso
espontáneo

y así alejarse
-huir-
como un desposeído
hacia los sitios
inhóspitos
del campo.

Nada podrá borrar el pasado
-todos sabemos
que el pasado
es indestructible –
y, sin embargo,
las palabras nuevas
son también cosas,
pequeñas balsas
adonde estar un rato
adonde tender el cuerpo
y escuchar como Ulises,
amarrado a las velas de un barco,
el canto dulce de la oportunidad.

 

La rosa

“no queda más que viento”
(canción de Luis A. Spinetta)

Hoy vino
mi Madre. Me
ha reclamado
que la rosa
china
plantada en un rincón
-la rosa
que enrojece
el verde gris
del muro-
terminará
por eliminar
con sus ramas
al jazmín
del país
que lo circunda.

Una planta
se hunde
para siempre
en la tierra,
es lo que pienso.

Pero un temor
proyecta
el lenguaje
preciso
de los Ancestros.

¿Qué cosas hará el viento?
Acaso
de ese sitio
lateral
haga
un pantano,
un bosque
activo
de filamentos
o de lluvias
crudas y
penetrantes.

El viento
será
un remolino
inhóspito,
un microclima
donde las palabras
flotarán
en las aguas
detenidas
de una densa
humedad.

Hay un viento,
y atraviesa el jardín.
Es el jardín de los ancestros.

 

Napas

El jardín
inundado
hace ya mucho tiempo
no puede librarse
del barro
que ha taponado
las napas. Rodeados
por el miedo
a no descifrar
eso
que ahí sucede
toco
con los dedos
este papel
y recuerdo
a nuestros muertos
ya muy viejos
cuando ellos
también
paseaban por este lugar
y se creían
con derecho
a las plantas
a los árboles
y al aire.

Hoy
veo tras la ventana
el pasto largo
las malezas
el cantero
perjudicado por la escarcha
y comprendo
-aún
respirando-
que nuestro derecho
o nuestra habilidad
consiste
en no elevarse
siquiera
2 centímetros
por sobre el nivel
del suelo
y que cuando
toco
a un ser querido,
cuando lo beso
del modo más profundo
también
me despido
sin alcanzar a decir
del todo
que los actos
ya no corresponden
al presente
sino
a una huella
o a una señal
que llamamos
“la posteridad pequeña”.

 

Una temporada en el sur

“(…) un ciervo herido”
José Martí

El ciervo
en la noche andina
se vuelve
un hilo de sangre,
aquello que la blancura mortal
ofrece
a nadie.

Parte a parte
los 55 minutos de la agonía
harán que las nubes grises,
la tundra inclinada
cerca de su oxígeno
sean
el último resplandor,
un murmullo colmado de violencias nuevas
expuestas
a una zona de oscuridad.

El hilo de la sangre
– sabemos –
poco a poco
se diluirá
entre los líquenes
y la nieve
pero nada sabemos
adónde irá
eso
que tiembla allí,
asustado
en medio de la catástrofe
y que de repente
termina.

 


Carlos Battilana (Paso de los Libres, 1964)

Poeta, Licenciado en Letras por la UBA, radicado desde hace muchos años en la localidad de Hurlingham, Provincia de Buenos Aires. Poemas suyos aparecieron en diversas antologías, revistas y suplementos culturales. Es docente universitario por la UBA, especializado en Literatura Latinoamericana. Ejerció el periodismo cultural y colaboró en diversos medios (Diario de Poesía, Hablar de Poesía, ADN, Bazar Americano, Poesía Argentina, entre otros). Forma parte del staff de op.cit.

Poesía
Un western del frío, Buenos Aires, Viajero Insomne, 2015
Velocidad crucero y otros libros, Buenos Aires, Conejos, 2014
Narración, Bahía Blanca, Vox, 2013
Presente continuo, Viajera Editorial, 2010
Materia, Bahía Blanca, Vox, 2010
El lado ciego, Buenos Aires, Siesta, 2005
La demora, Siesta, 2003
El fin del verano, Buenos Aires, Siesta, 1999
Unos días, Buenos Aires, Libros del Sicomoro, 1992

Ensayo
El empleo del tiempo. Poesía y contingencia, Buenos Aires, El Ojo del Mármol, 2017
Una experiencia del mundo (pról. y comp.), César Vallejo, Buenos Aires, Excursiones, 2016

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