La pluma de la lentitud/ Día primero, de Ana Lafferranderie

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Día primero
Ana Lafferranderie
Buenos Aires
Ediciones del Dock
2015

 

 

 

 

Por José Villa

♦ Día primero es el poema de la lentitud. No es su tema, sí su instrumento de ejecución. La lentitud es el elemento que reúne todos los componentes. En el proceso de la lentitud aparece lo demás: así se unen como vectores hechos de pensamiento los objetos indeterminados o casi imperceptibles y los pasajes de la memoria. La lentitud persistente en la voluntad de la escritura permite que la mirada se apoye, construya y acaso descubra. La tarea de escribir lo transitorio requiere afinidad para perseguir su huida, por eso debe usarse la pluma de la lentitud.
A estos poemas hay que verlos, plegarse a lo que podemos llamar un ser que compone y que en ese actuar desmaterializa. Hay que escucharlos, porque la minuciosidad que encarnan tienta al silencio que crea la separación, el espacio, que motiva el movimiento. Proponen un juego, y de ese modo, puede decirse, le dan un fruto a la realidad: la narradora se proyecta para desdoblarse en una segunda persona.
La narradora nombra y transcurre en episodios concéntricos, simétricos, que reiteran y agregan elementos. En esas trayectorias la mirada le da cuerpo a las cosas. Esa es su existencia. ¿Continuarán allí? Sin duda, ahí están. ¿Dejarán de existir cuando nadie las mira? Sin duda, su existencia es perenne.

 

1. Tan ligero

 

Estabas frente al gran mundo…

Estabas frente al gran mundo, sólo viste
pequeños movimientos de un cuerpo agitándose.
Ese es tu acento, un detalle
te lleva a tantos lados
y no hay manera de regresar completa,
siempre algo tuyo se queda en otro sitio
desperdigándote.
Una ligera agitación te trajo
de vuelta a este momento, ves pasar
los diminutos peces
sobre un declive mínimo del agua, te vas
tras el reflejo de una rama elástica,
la travesía de una forma.

 

 

Nadie verá este andar…

Nadie verá este andar,
deriva hacia el sonido de una antigua bisagra,
a ese lugar vaciado donde queda un baúl.
Ocurre adentro:
veo el sauce en la orilla
y aquel mantel extenderse bajo ramas.
Los pies se apoyan lentos en la arena
cada vez que en el cielo cruza la misma luz
y este calor depende de esas cosas.
El hijo que imaginaba de la mano vuelve
cuando miro a mis hijos reales, así
cada asunto entrelaza, el sentido
nunca es el mismo, siempre es calma
un camino despejado por el que voy sin gestos
guiada por la movilidad del aire.

 

 

Este frío que llega

Este frío que llega no lo dirías
ni el viejo ciervo en el fondo de tu casa
ni aquel silbido a ras de la duna uniforme.
No vas a hablar
del semejante toque de esos ojos
el correr impensado
las palabras que te despabilan.

 

 

Me fui tan lejos…

Me fui tan lejos,
algo de lo que hablamos
lanzó mi mano hacia el árbol de nísperos,
ahora muerdo despacio la pulpa amarilla.
¿Me ves sentada en el sillón?, voy

de la esquina del árbol a la casa.
Entro en la vieja bañera enlozada
me alargo con los pies en el agua
mido mi altura en los dibujos de la cortina
para ver si crecí.

 

 

Porque algo te guía…

Porque algo te guía, el calor vano
o la inercia de un acto necesario, una noche
dejás sólo una luz, la luz más débil
y por ese estado de la casa en sombras
vuelve aquella penumbra
de la casa primera, ves

algo olvidado, ella
prendida fijamente de algún punto del aire.
No era la madre que conocías, estaba quieta
como en sus cajas chinas, multiplicada
dentro de sí.

 

 

Será la piel tan nueva…

Será la piel tan nueva, la inquietud
con que mira el mar, el médano
su pie acompasado a una línea de pensar.
O por estar yo también detenida
de frente a las vidas que fui,

la veo en sus edades.
Ahora mismo se queda en mi memoria,
un minúsculo punto que por azar un día
algo roce y me traiga de regreso

a este verano, a ambas
ligadas por un círculo que solo yo conozco
y a este momento en que levanta las cosas
me da la espalda, camina hacia su vida.

 

 

Es un momento y se llega a Shibuya

Es un momento y se llega a Shibuya
al otro lado del mundo desde un parque
cuando te pesa el cuerpo, te detiene
ese letargo que produce el sol.

De pronto
se hace noche brillante, vas en el tumulto
las enormes pantallas obnubilan
mientras un tren avanza lateral, y aún
tu cuerpo respirando en aquel parque diurno
no podrías precisar en qué lugar estás.


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