Recuerdo de Jorge Isaías

Toda aquella travesura vieja. La poesía de Jorge Isaías

Nota y selección de poemas

Por Diego Colomba
Foto © Sebastián Vargas

Jorge Isaías nació en la localidad de Los Quirquinchos (provincia de Santa Fe) en 1946 y murió en Rosario en agosto de 2023. Se había radicado en la ciudad portuaria en 1964 para estudiar Letras. Fue profesor, funcionario de cultura, librero, codirector de la revista de poesía La Cachimba (1971-1974) y director de la editorial del mismo nombre hasta 1995. Roles, sobre todo los primeros, que le sirvieron para apuntalar y serle fiel a su empedernida vocación de poeta. Publicó alrededor de 40 libros de poesía y narrativa, con frecuencia reeditados, que durante más de cuatro décadas ─y con suerte dispar─ urdieron un universo ficcional reconocible: el de la pampa gringa. Isaías obtuvo premios (entre ellos, el Premio Provincial de Poesía “José Pedroni” 1991) y reconocimientos institucionales varios. Traducidos a varios idiomas, sus poemas integraron manuales escolares y programas de lectura ─volviéndose parte del canon escolar santafesino─ y numerosas antologías de poesía argentina ─entre otras, las de Eduardo Romano, Raúl Gustavo Aguirre y Jorge Fondebrider, aunque fueron eludidos, inexplicablemente, en la nutrida y más cercana compilación de Monteleone─, desde la década del setenta hasta nuestros días. Con el correr de los años, se convirtió en un actor insoslayable de la vida literaria de Rosario. Conversador incansable, sus infinitas anécdotas, que no sufrían cambios ni reversiones, daban cuenta de experiencias compartidas con Saer, Gola, Juan L. Ortiz, los integrantes de los grupos de La Cachimba y El Lagrimal Trifurca y otros tantos actores de la escena literaria litoraleña, que él ayudó sin duda a consolidar. La presente selección pretende mostrar sucintamente las constantes temáticas y retóricas de sus diversos momentos compositivos. Creemos, sin dejar de advertir sus diferentes entonaciones, la presencia de una voz singular, obsesionada con la memoria, el recuerdo, la infancia, la herencia, la filiación, la fundación de una patria.


Mujer

Marmairé
…………flota

en los anchos suspiros
………de la lluvia

da risa a sus dientes
…………con extrañas grafías
…………de otros pájaros

detiene el óxido de otoño
…………con su cálido perfil puesto de frente!

De Poemas a silbo y navajazo (Rosario, Ediciones La Cachimba, 1972-1973)


Carta a Sidney

Te cuento de aquí:
……….este Sur navega a ciegas
en un barco de llovizna,
se mueren las palomas,
vi un par de adolescentes
darse besos frenéticos en un portal
a pleno mediodía.
Por lo demás todo mejora
si no fuera por la lluvia.
Te cuento de aquí:
……….Guillermo me obsequió
por mi onomástico
un magnífico pipero;
el gato sigue jugueteando entre malvones
pero elude los techos por mojados,
y la mujer de San Lorenzo y Presidente
─la que vende cigarros y frituras─
me confesó sus serias intenciones
de suicidio, si este tiempo no se muda.
La calmé hablándole de días futuros felicísimos;
“que sabrá usted, siendo tan joven”
─contestó riendo intencionada─
Te cuento de aquí:
……….todo mejora
salvo mi reumático vecino
que persigue sus huesos despielados
por techos y cornisas,
y la muchacha de enfrente
que balconea sonámbula mis pasos
(en el fondo me amará, no tengo dudas)
Te cuento de aquí:
……….algunas cosas no funcionan:
mi encendedor a nafta y el termo trizado
en un descuido;
la muchacha de ojos verdes que supongo
no me ama (me abandona en las noches
con relámpagos, sin importarle
mi angustia y mi deseo)
Te dejo aquí:
………..llueve en este Sur
estoy pensando (con quién) si sola
leerás esta carta en Sidney, que imagino
manzanón rojizo y cejijunto.
Reitero la invitación que alguna vez
te hice de pañuelos y regresos;
necesito esa manera tontuela que tenías
de reírte, si es que no le regalaste
─después de tantos años─
tu risa a los canguros.
Acusá recibos, muchos besos, Jorge.


Última carta hacia el Océano Índico

Nunca más noticias tuyas.
Nunca más un sobre blanco,
listado en las orillas
y ese papel liviano y tu letra
infantil y afectiva como siempre.
Decidido estuve a no escribirte
Sucede que vi una mujer de nuca
blanca, puro esplendor de mediodía,
y me propuse recordarte.
Imaginé en sus ojos claros
todo el mar que tendrás vos
en los tuyos a esta altura.
Pensaba ─te lo dije─ no escribirte,
pero ese acto pequeño, incidental
de admirar una mujer por estas calles
que alguna vez caminamos abrazados,
me recordó tus gestos ya perdidos
para siempre.
Me vine aquí para escribirte mucho
─como debe ser la última carta─
Pero no. Será un saludo apenas,
y que disfrutes lindo.
El barco que cruzó el mar llevándote
se fue lleno de niebla y lo sabías.
Será hasta siempre. Ahí va mi último beso:
usalo como quieras.

De Cartas australianas (Rosario, Ediciones La Cachimba, 1973-1993)


Chiquín

Barbicano, cascarrabias, este viejo
gritón ─tierno en el fondo─ despotricaba
duro contra todos, también contra la lluvia
que sabía humedecerle su tabaco.

Era paladín de huerta y gallinero
en la chacra de los Crérici.
Mis pasos cortos perseguían
el humo agrio de su pipa,
sus espaldas vencidas,
y entre blasfemias y dialectos
me contaba historias de “la Italia”;
del viaje hecho sin pasaje
en “la panza de un barco
que tardó en llegar 40 meses”

De los suyos. De sus hijos que tal vez
tuvieran hijos y su mujer
envejeciendo lejos.

De sus amigos matados en la guerra.
Me contaba también de su pueblito,
de las canciones con vino y en domingo.

Se perdían sus ojos a veces
mirando a la distancia,
o caminaba atravesando el campo
largo rato, sin hablarme,
o se enojaba de pronto con los pájaros
que mataban el hambre en sus almácigos.

Quizás amenazara con pegarme,
pero mis cuatros años intuían
que sus retos no eran ciertos.

De grande, comprendí
porqué Chiquín se emborrachaba
todas las tardes del domingo.

De Oficios de Abdul (Rosario, Ediciones La Cachimba, 1975-1998)


Deudas

Los míos nunca entraron a tallar en las historias.
Destriparon terrones en absolutos junios con heladas,
y dieron hijos con penurias fijas a la dureza de esta tierra.
Hubo arados con gaviotas. Hubo lentas trilladoras
junto a las trenzas rubias de mis tías
y el torso desnudo de tanto cosechero.
El sol del verano hacía fintas mientras tanto en sus cabezas.
Debo el poema. Debo la sangre que no derramé y el sudor
que me he guardado y la pena de ver llegar a mi padre
en un septiembre con sangre sin batallas.
Lo vi llegar herido, con los brazos como rotas alas
pero una furia hecha brasa en las pupilas.
Debo el poema a los colonos comprando el pan en la bolsa
blanca de arpillera. El agrio tabaco en latas de té Tigre.
Las calvas cubiertas con gorras amarillas.
Antes estaba la cocina a leña, el techo de cinc bajo tormentas
del invierno, el café y el mate recibiendo a la mañana.
El cuaderno con estampas era cuadrado y grande
y encerraba al mundo en sus cuarenta páginas.
Después la lluvia de abril complicó todo:
hubo historias que recuerdo y otros amores que me olvido,
sin quererlo. Hubo un tren que me trajo de repente,
arrancándome de cuajo, como fruta verde de diciembre.
Debo aún toda la distancia que me pone cada vez más viejo,
y me entristece.


El Mincho Vega

Con él tomamos unos vinos largos
cuando de pasada caigo por el pueblo.
Hablamos poco, porque fue de niños
toda aquella travesura vieja.


Don Ramón, El Oriental

Prefería
la calma
de la tarde
al estampido
que espanta
la liebre del camino.
Quiso la libertad,
el cielo abierto,
el pájaro infinito.
Prefirió
morirse solo,
a pleno campo,
en un Otoño
de ocres que sangraban
sobre el pasto,
el río,
la ya oxidada
trampa de sus nutrias.


Virgiliana

La tarde tuvo su nube,
su calandria, su troja
encendida de mazorcas.
La tarde tuvo un chico
ofreciendo travesuras,
persiguiendo pájaros
y algunos sueños suspendidos.

Tuvo ─yo lo recuerdo─
un trencito lento echando humo,
un arador a quien rodeaban
las gaviotas y una ola negra
de tierra tras la quilla de la reja.

Y aquel camino ancho
y polvoriento donde huían
los cuises y cantaba
un solo tordo solitario.


Recurrencias

Mi abuelo semental
murió bajo este cielo lento
con la niebla triste del invierno.
¿Puso la muerte freno a la codicia
de los justos?
¿Andará en un zafarrancho
de acordeones y guitarras?
¿Seduciendo muchachas con trenzas
volcadas a la espalda?
No sé.
¿Pero quién puede creer que hoy se pudre
como un durazno viejo bajo tierra?


La perdiz

En la serenidad
casi obscura
del campo
la torpeza súbita
de la perdiz
corta la tarde.

Su silbido es una flecha
disparada al horizonte.

De Crónica gringa (Rosario, Ediciones La Cachimba, 1976-1990)


Preguntas para el Kelo

Adónde estás
caballo loco del verano
insano viajero
que puso en mi corazón
el hastío
la ansiedad de los caminos.
En qué países anda
tu planta inquieta
qué paisajes capta la pupila
tuya, esa mirada que llevaba
el limo intransferible de tu tierra.
He pensado esto por años
en que marcas y heridas nos hicieron
más miedosos, solitarios, viejos, expectantes.
Qué mares salpicarán tu cara
con la risa abierta de grandes
dientes amarillos.
Kelo, por si te sirve
te cuento que vivo en una ciudad
donde sobran las mujeres hermosas
y donde no vendría mal que te llegaras
a tomarte el vino alegre del sábado que debes.
Esta ciudad donde estuviste
el año ´59, con tu corpachón de rubio
señor perdonavidas.
Aquí, donde extrañabas el mar
y tal vez por eso me llevabas
a ver partir los barcos, en este río
que tanto te gustaba.
Dicen tus hijos que tal vez
por el Sur lleno de viento
anden tus huesos viajeros,
tus manos que acariciaron mujeres
que hablaban otro idioma, que habían
aprendido tal vez a amar otras docilidades
donde no escapa tu impaciencia,
tu derrotado amor por los crepúsculos,
el naipe que corta el alcohol de los desesperados,
esa manera tuya de restarle
importancia a los hechos más graves
de la vida.
Kelo, en Otoño, en esta ciudad
portuaria te cuento que extraño
aquellas cartas que escribías
a mis años de ávida niñez solitaria,
pero no tan desolada
como la vida que al final se enancó
sobre tus hombros de musculoso fervor,
en tus manos que buscaban
desesperadamente la caricia
y tus pies que no sacudían nunca
el polvo del camino.

De El fabulador y otras sepias (Rosario, Gauderio Ediciones, 1990).


Poema

Entre la lujuria
leve
de la noche
que con su estrella canta
albricias
rumores
mares
el alquitrán del cielo

la nostalgia.


Fin de la infancia

Los naranjales
amarillos del invierno
la calandria
que cose con su canto
el mediodía
la turbia tarde
en que corrimos
con la fruta robada
en el bolsillo.

Todo fue borrado.

En el aire
flotan voces de otros niños
y mi corazón que se resiste
me manda escribir este poema.

De Sombra de fresnos (Rosario, Ciudad Gótica, 2001)


6

Ya no entraremos
a las ciudades
con la paciencia
ardiente.

Ya no asaltaremos
ni la ilusión
ni el cielo.

Apenas viviremos
atados a ese recuerdo
niño
que sólo se agiganta
en la memoria.


83

Y aquellas florcitas
blanquecinas
que mi madre
llamaba
“boca de conejo”
Puedo jurar
que las tuve
entre mis dedos
breves de entonces
y el nombre
le venía
como un guante
de medida.
No las he vuelto
a ver
ni a pensar en ellas
en todo este largo
adormecido tiempo
en que no supe de mí
como si hubiese
estado en un cono de sombras
y otro de llovizna.

De Lluvia de marzo (Rosario, Ciudad Gótica, 2010)


XXV

En la formación
marcial
aquella bandada
de siriríes
hendió
formal el aire
luminoso
de mayo.
¿Irían
hacia lejanas islas
aunque por esa zona
el río era una rémora?
¿o a su refugio
en cañadones
de espadaña
barro
y agua
donde tendrían
sus nidos?
Sólo dos cosas
son muy ciertas:
esos gritos monótonos
dando pábulo
a la tarde
y mi segura
incertidumbre.


XLV

No crucé
esta tarde
aquella sombra
de esos eucaliptos
que bordean
aquel callejón
perdido.
El callejón
donde corrieron
los cuises presurosos
perseguidos por aquel
perrito blanco
rabón
compañero para siempre
pegado a la matriz
más fiel de mi memoria.

De Esas ramas altas (Rosario, Ciudad Gótica, 2013)



Links

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