Un cuento del libro Zona de influencia de Nico Guglielmetti, publicado por Unidad de Sentido (Bahía Blanca, 2023).
Naftalina
Eran las siete de la tarde y en el sexto piso de Humanidades no quedaba un alma. Yo conocía todos los movimientos porque disfrutaba deambular por los pasillos circundantes a los gabinetes de consulta y de chica había entendido que ahí se cocinaba todo. El mundo académico es un nido de ratas al que nunca quise pertenecer, pero era lo que necesitaba para poder dar clases y llegar a una jubilación de manera decorosa.
En realidad, ahora que lo pienso, lo que toda la vida quise y me arrastró de Tres Picos a White, era escribir y el poder recibirme me daría una estabilidad laboral necesaria para poder dedicarme a eso. Todavía me recuerdo llegando con un bolso, toda campechana, con una mano adelante y otra atrás caminando entre los andenes de la Estación Sud o la vergüenza e ilusión que sentí las primeras clases en la UNS.
Yo nunca había tenido nada personal con el profesor Robles, pero desde la primera cursada me hizo la vida imposible. Tal vez porque su manera de interpelarnos destilaba un aura rara, no sé. Soy medio bruja para esas cosas.
Había escuchado muchos rumores sobre él, pero los tomé con pinzas porque siempre fui consciente que este es un ambiente complicado: de amiguismos, mezquindades y favores caros… Ya en la mitad de la carrera, un docente debe apadrinarte y ahí comienza el baile: si decidiste irte con fulano, todos los del grupo de mengano comienzan a ladearte o tirar chusmeríos como «este se acuesta con tal» y todo ese tipo de teorías conspirativas incomprobables.
Como les dije, eran las siete de la tarde de un viernes de diciembre y la presión no hubiera sido tal, si esa dichosa materia no me hubiera hecho perder un año más de alquiler y de movilidad en la ciudad.
La idea, una vez que me recibiera, era afincarme en mi pueblo. Supongo que también la bronca hubiera sido menor de no haber estudiado con los inútiles de Nico y Romina, y ver que sus trabajos a pesar de ser inferiores al mío, habían sido aprobados sin complicaciones…
Pero, claro, Nico era el discípulo de Robles y Romina, su amante. Tenía al principio sospechas que se fueron transformando lentamente en pruebas. Romina una tarde me lo insinuó:
–Sergio te tiene montada porque nunca vas a clases de apoyo.
–Es cuestión de piel, siento como rechazo –le respondí cortante y expeditiva.
Avanzo, siento desde la puerta de baños de hombres un olor a sexo rancio mezclado con olor a cigarro. Desde ahí también se siente el drenar constante del agua contra las hileras de mingitorios que enfrentan cubiletes de madera con inodoros para una mayor privacidad. Hace un minuto vi entrar a Robles hablando por el celular de manera muy animada. Al primer golpe de vista veo que se encerró en el baño y una aureola de humo sale de su resumidero. No puedo hacerme la que me equivoqué de baño porque está armando un plan. Habla de piezas de sushi y series en Netflix. Simulo estar en la misma.
–Hola, ma, me tuve que meter al baño de hombres… No, no hay nadie. La universidad es un desierto en diciembre mamá, los pibes vuelven a sus pueblos y los profesores no le ponen ganas. No rompas, ¿dale? ¿Podés creer lo que me hizo el turro de Robles? Me desaprobó y tenía el trabajo mejor que los inútiles con los que estudié, ¿podés creer? Como no soy una chupaculos me bochó… Sí, obvio que le reclamé y se me rio en la cara. Dijo que soy muy irascible, que parte de ser un académico es aprender a conservar las formas, pero ese no sabe con quién se metió… Lo tengo filmado. Sí, filmado. Yo tenía el dato de que andaba con la culisuelta de mi compañera y por eso me junté a estudiar con ellos para entrar a la casa de la fulana esta. Y Laura me había dicho que conocía a un tipo que con determinados datos de la PC podía prender la cámara de manera remota. La piba esta vive en un monoambiente ahí frente al parque, que está cerca del pinar y el cementerio. Así que un día que fui a estudiar y con una excusa de usar la PC se la instalé… Ya sé, mamá, no estoy loca. Él es un chanta y ahora me la va a pagar. Tres veces me bochó y se me reían en la cara…
Seguí simulando un diálogo inexistente con una madre inexistente. Ella me había abandonado meses atrás por un cáncer y terminar la carrera era una promesa que ambas nos habíamos hecho.
Mientras por mi cabeza se vino a mi mente verme tan sola, Robles salió del baño y, sin mirarme a los ojos, abrió la bragueta de su jean y, con una ligera excitación, tiró un chorro amarillo casi rojizo sobre esas corrientes de agua clara que descendían burbujeantes sobre las perlas de naftalina. Con el pucho entre los labios, pitó profundo entrecerrando los ojos de galán maduro en decadencia. Con una mano agarró ese filtro en el cual parecía alojarse el ojo rojo de un exterminador y catapultándolo con el revés de los dedos lo hizo chillar extinto contra los fluidos que salían con fuerza y vigor.
–Me gustan las mujeres decididas como vos, ¿sabés? Venir acá sin un arma a tratar de extorsionarme por un examen de mierda es un poco menos patético que los de los otros dos inservibles. Ustedes son una generación que no sirve para nada, ¿sabés? Una generación de flojitos.
–No servimos para nada gracias a gente como vos… Además, ¿quién te dijo que no estoy armada, pedazo de forro?
Apoyé el dedo en el lateral del celular mientras, del interior de la remera, apenas escondido entre esta y la camisa leñadora abierta, un matagato que heredé de mi nono me advertía que no tenía margen de error.
–Deberías saber que en los campos desde muy chicos nos enseñan a manipular armas. Este bufoso era de mi bisabuelo. Es un arma chica, según ellos para algún pleito de bar. Algo rápido al voleo donde no hay que espamentar demasiado con mariquitas como vos.
–¿Y cómo terminó una bastarda como vos intentando escribir sobre Werther o Shelley?
–Eso me lo enseñaste vos. Desde el primer día que llegamos nos enloquecés y después sin razón aparente te querés deshacer de nosotras…
–¿Qué pensás hacer? Digo, hay cámaras y está el guardia en la entrada…
–Quiero que me digas el porqué y, si me convence tu respuesta, puede que te deje vivir…
–¿Y si no? ¿Para qué querés el título vos? Nunca vas a ser como nosotros. ¿No te das cuenta?
–¿Esa es tu mejor respuesta? ¡Arrodillate!
–No jodás, te vas a arrepentir de lo que estás haciendo.
–Arrodillate o te quemo boludo, dale. Y dejala afuera…
–¿Qué?
–Que dejes ese maní pelado afuera del pantalón.
Tardé unos segundos en convencer a Robles de arrodillarse. Fue ahí que sus excusas comenzaron a rebotar en mi cabeza y, como un eco, producirme un zumbido. Sin embargo, tuve la templanza para apoyarle el caño en la boca y lograr distraerlo. A él, como a los corderos que ultimaba con calculada piedad, le ingresé un cuchillo corto con una punzada veloz en la yugular.
Cuando terminé de hacer lo que debía, acomodé en el bolso el gancho carga res y la trincheta, y arrojé la cabeza fresca y chirriante por el ventilete a los fondos de los estacionamientos para luego poder recogerla si es que me daba tiempo a todo.
Acomodé el cuerpo de Robles en el baño que tenía la faja de clausurado y, luego de lavarme las manos con el agua que caía por los azulejos, busqué en Spotify una reproducción aleatoria de The Strokes y, poniéndome los auriculares, me marché.
Mientras bajaba sonriente las escaleras con afiches de agrupaciones estudiantiles pensé, aliviada, que sería la última vez que disfrutaría ese recorrido y en el rollo de exámenes que había puesto en el agujero que ahora surgía del cuello acéfalo del occiso.
Guiñé el ojo a la poeta de la fotocopiadora con la cual habíamos tenido una historia hace mil años y a la señora de seguridad que había reemplazado al viejo Héctor, que estaba de guardia cuando llegué. De ahí mismo me fui a la terminal, que me depositaría en mi pueblo, desde donde iría saltando a otros e innumerables y desolados pueblos donde mimetizarme con la nada misma.
Nicolás Guglielmetti (Bahía Blanca, 1981)
Autor de narrativa, poesía y crítica literaria. Es editor. Cursó estudios de Letras en la Universidad Nacional del Sur y formó parte de Vox Ruta 33 y la Escuela Argentina de Producción Poética (EAPP). En 2008 fundó el periódico Ático, del cual fue director hasta 2009. Ese mismo año inició la publicación Nexo Artes y Culturas, proyecto cultural bahiense que comanda hasta estos días y que oscila entre el papel, la web, el formato radio e incursiones audiovisuales.
Poesía
Ha Muerto Maradona, Mar del Plata, Goles Rosas, 2022
Antes que el tiempo arrase con todo, Bahía Blanca, Unidad de Sentido, 2021
Cruzar el desierto, Bahía Blanca, Colectivo Semilla, 2017
Bella Vista, Bahía Blanca, Vox, 2015
La adolescencia del bostezo, Chile, Letras de Cartón, 2012
Tres dedo, España, Niña Bonita, 2011
Cesar Palace, Bahía Blanca, Colectivo Semilla, 2009
Narrativa
Zona de Influencia, Bahía Blanca, Unidad de Sentido, 2023
¿Podrán los dominar el fútbol mundial?, Buenos Aires, Uoiea Editora, 2022
El que pega último, Uruguay, El viento Editor, 2020
Los Desquiciados, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho, 2017
Fisher y los refugiados, Bahía Blanca-Buenos Aires, 17grises, 2016
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Más textos del autor en op.cit. «Cruzar el desierto» / «Antes que el tiempo…»