Juan Vitulli

El fantasma de un intruso que no sabe mi nombre

Inéditos

Heirloom tomatoes

Estoy en el Farmers Market
de South Bend, Indiana
Es junio y no vine siquiera
a preguntar por el precio del apio.
Los sábados temprano
cuando puedo
salgo de la casa y tomo aire.
Respiro otra vez a mitad de cuadra.
En un puestito de verduras
me detengo más de lo habitual
mirando la hechura irregular
de tres tomates.
Un chico rubio, alto y con ese acento
nórdico
del sur de Minnesota
me pregunta si conozco
esta clase de tomates.
No llego a responderle
y ya él me explica, enfático
o furioso, que todos los tomates
que hasta el día de hoy
he comido
no fueron reales, ni fueron
propiamente
tomates porque
no tenían ni podían ni sabían ya
contener el sabor verdadero
ni restos de sus semillas.
Dice, mientras mueve el cajón
como un mago acude a la paloma:
“El verdadero sabor del tomate
lo va a conocer ahora”,
y sobre la mesa rueda
una inesperada docena,
rojos anaranjados morados e incluso amarillos
con trazos verdes
como dormidos dragoncitos
escapados de un limón
de Padeletti.
Camino de regreso con la bolsa en las manos.
Dentro descansan los tomates.
Debajo del viaducto un hombre
mea la pared,
lo sostienen dos muletas.
Tres chicos hacen silencio cuando
cruzo delante de ellos,
fuman. En un antebrazo
sobresale el tatuaje
de la bandera Confederada.
Yo sigo sin mirarlos mientras pienso
lo caro que son estos tomates.
Pienso además si mi abuela
y mi madre fueron,
en mi infancia, dos impostoras
que jamás me dieron de probar
el tomate sino su eco austral sin gracia
o tan solo era que no podían ellas tampoco
reconocerlo.
En los litros de salsa,
en las esponjosas ensaladas,
en los guisos, y hasta en el Bloody Mary
que detesto flota ahora el fantasma
de un intruso que no sabe mi nombre
y aun así desde lo alto
de la escalera me llama.
En la cocina
el cuchillo casi hereje
corta la piel y la carne
de este viaje
hacia un linaje imposible.
Un gusano
blanco, gordo, partido en dos
aún se arquea y con su líquido interior
decora del tomate las mitades
que vuelan, en este instante,
sin ángel y sin guarda
hacia el propio centro del tacho de basura. 


Cuchillas o llanos

Nombrarte en las cuchillas o los llanos.
Aún no me decido. No hay un ritmo
esta tarde que desdiga
la vaga superstición
que haga del paisaje tu redoma.
Cuchillas, digo, y romo
el filo del lenguaje
no hiere ni lastima,
solo surgen, una detrás de otra,
esas apenas colinas,
un saltito sin gracia son
que desmienten por un rato la llanura,
hacen de este mar marchito
un estanque verde gris de musgo
en sombra.
Se estira así en el campo
el canto de lo que avisa
o desordena la tarde
como un pájaro al dormirse entre maizales.
Llanos digo y es otro el sueño,
árido sin cruces, sin sal, sin fechas.
Las serpientes y las siestas
son la única luz posible de estas provincias.
Fuera de la casa las cansadas
langostas del verano que en parvas
esperan para asaltarnos,
como la maduración embriaga
la savia del limón
y en su perfume lo fulmina.
Al final del día entiendo
que el paisaje tiene, como vos,
una paciencia absoluta.
En esa muda condición
que sin fastos comparten.
me amparo por un rato,
busco algo de sombra
y sin tanto titubeo
me apresto a corregir
lo que escribí ayer.
La mano y el ojo descansan
sobre el bloque de silencio
que tras tu puerta asoma. 


Una ballena

Explota antes que llegue
y siempre es otro el que se encarga
de contármelo. Puede que sea
el Río de la Plata o no.
Sin embargo, me dice Fabio, lo que flotaba
a menos de 30 metros de la orilla
era sin duda una ballena.
Triste el bicho en su vana
reminiscencia del bajío
fue hacia el centro
donde alguna vez los suyos
con patas y con peso
trazaron surcos.
De arena y barro surge el banco
y cuando el agua ahí parece
que la imita en su destino
de tierra y pastizales secos,
la roza en cambio y la duerme
con esa mano de muerte
tan callada y lo único
que pudimos fue
sentarnos a esperar otra derrota
desde la costa. Miramos por semanas
sin abandonar nuestros lugares,
me cuenta. Se hinchó,
se infló, repite
se hinchó, y volvió a inflarse
durante eso días
y vos ni siquiera apareciste.
Eso que ves ahí pudo ser su aleta. 


Dos valijas

Cada noche me despierto
mojado del mismo sueño.
Es de día y el vuelo
sale en tres horas nada más,
tres horitas me separan
otra vez del fin de la tarde.
Viajo como casi siempre solo.
Y como hasta en sueños desconfío
de toda analogía
tengo que empezar por algún lado.
Saco sin prisa y con pericia
del placar las dos únicas
valijas que no recuerdo si son
las que me quedan
o las que traje. Son ahora ellas
las que imponen en su escaso
amor de cierres y bolsillos,
un límite, son las boyas
de ese mar interior que se encrespa
y se aleja cada mañana.
Leo en voz alta una lista
escrita sobre un papel
de arroz
que me deja en las manos
el mismo aroma a muerte
y resurrección que el centro de todo bosque—
sé que esa letra no es mía,
que no pude haber escrito tan prolijamente
el trazo inclinado hacia la derecha;
pero no estoy acá para misterios
sino para armar dos valijas,
así que a cada cosa que de la lista sale
le apoyo una tilde detrás, de improviso
transformo un deseo en la posibilidad
concreta de perderme u olvidar
alguna una cosa.
Pero no dudo del método, tampoco
me inquieta lo que dejo o no porque
a esta altura, de la vida y de la noche,
no me espantan los lugares cerrados
sin aire, por más que se parezcan
tanto
al interior de una valija. 



Juan Vitulli (Rosario, 1975)

Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Obtuvo su título de profesor y en el año 2003 viajó a los Estados Unidos de Norteamérica. Pasó por Nashville, Tennessee, donde obtuvo una maestría y un doctorado en Literatura Española. Siguió viaje hacia el norte y se detuvo en South Bend, Indiana. Allí vive desde el año 2007, donde investiga y enseña como profesor en la University of Notre Dame. Cuando su trabajo se lo permite, escribe lo que él define como literatura argentina de Indiana. Publicó libros de cuentos y poemas. Lee y nada todos los días.

Poesía
De natando. Y otras criaturas de la costa, Rosario, Editorial Brumana, 2024
Primavera Indiana, Buenos Aires, Tren Instantáneo, 2020

Narrativa
Mis piletas alemanas (crónicas), Chile, Bulke Editores, 2025
Interiores (cuentos), Rosario, Beatriz Viterbo, 2023. (Una versión de este libro recibió “Mención de Honor” en el Concurso Alcides Greca de la Provincia de Santa Fe en la categoría Inéditos. 2017-2020)
A veces parecen tres (cuentos), Editorial Municipal de Rosario, 2022. (Finalista Concurso Municipal de Narrativa Juan Musto, Rosario, 2021)
Sur de Yakima (novela), Buenos Aires, Corregidor, 2019. (Recibió “Mención de Honor” en el Concurso Alcides Greca de la Provincia de Santa Fe que premia a los mejores libros publicados entre el año 2017 y 2020)

Links
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