Lila Siegrist es poeta, artista visual, editora y docente, nacida y radicada en Rosario. En esta conversación con Diego Colomba, plena de gusto por el lenguaje, describe los principales aspectos de su trabajo como escritora y las relaciones con su oficio de artista plástica y gestora cultural. Se agregan poemas de su próximo libro, un fragmento de una novela breve y dos intervenciones fotográficas.
Por Diego Colomba
Sos artista visual. Trabajás en ese campo. Y comenzás a publicar tardíamente. ¿Siempre escribiste? ¿Cómo surgió el deseo de publicar?
No llego a entender eso de publicar tardíamente, publiqué por primera vez un libro a los 33 años, en la flor de la edad. Puede que en mi recorrido autoral aparezca el lenguaje escrito después de haber experimentado con otros, eso sí es cierto. Siempre escribí como traducción del lenguaje plástico, también como ayuda memoria, a modo de listas para resolver trabajos visuales o guiones de posibles fotos y videos. Como instructivos de resolución visual. Hace 5 años le mostré el cúmulo de hojas sueltas a Gilda Di Crista y me dijo que tenía un libro, que se lo vaya a leer a Arturo Carrera. Y, desde ese día, inicio junto a él un trabajo agudo sobre la métrica y la fisiología de mis textos.
¿Cómo era eso de volverse de Buenos Aires con una “bolsa de decepciones”?
Es algo que sucede cada equis período de tiempo en que voy a mostrar mi laburo, en que voy a conocer a alguien, en que voy a leer en público y el frontón es nulo. Es un problema con la centralidad en general, no con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es un asunto no resuelto por mí en términos de circulación de resonancia de mis textos, de mis poemas, no tengo entidad. Y cuando puedo me invento a la entidad, para identificar mi inscripción. Es un rasgo de tránsito y en definitiva es lo que soy, una red apolillada de relaciones que por momentos se vence y que, por agotamiento, no vuelvo a tejer. Como autora soy una perturbada de salón.
Todos tus libros hacen permanentes envíos entre sí: el título del último es un verso del segundo, en Destrucción total citás “Patos”, un poema de Tracción a sangre, en Tracción… aludís al encierro en que escribís una novelita, en Lengua de barro hacés una evaluación de los alcances indagatorios de Destrucción… en torno al paisaje, a Vikinga criolla lo comenzás con dos sueños violentos que preanuncian Destrucción… Tus libros dan cuenta de una insistente búsqueda, parecen integrar, a pesar de las diferencias o matices, un mismo sistema, orbitan alrededor de las mismas obsesiones. Conocemos el orden en que se publicaron, ¿es el mismo en que se escribieron?
Gracias por el detalle, es una alegría tu lectura. Bien. Escribí Vikinga criolla (2012) durante años sin saber que publicaría eso jamás. Se publicó. A los meses de salir escribí, durante una semana (o diez días) de verano en enero de 2012, Destrucción total (2014) y luego pasaron casi dos años hasta publicarlo. En la espera escribí Tracción a sangre (2013) en cuatro o cinco meses de cruce epistolar con Damián Ríos; en el colofón de Tracción a sangre doy cuenta de este proceso en que se solapan libros en distintos estadios. Durante 94 semanas entre el 2014 y el 2015 escribí Lengua de barro que es como un semanario, medio sancocho de mis idas a la isla y de textos que investigo; le interesó a Georgina Ricci y sale por Editions du Cochon antes de fin de año. En simultáneo escribo a razón de un texto por semana por invitación o encargo. En todos estoy indagando en un léxico nuevo, en ampliar el caudal de palabras, son tesis de uso y construcción libre. Estoy en un lote de lectura diversa que nuclea esta geografía, este territorio, y esto arma un sistema.
Hacés referencia en tus libros a escritores, en clave satírica muchas veces. En algunos libros tienen un apartado especial: “Agentes culturales” en Vikinga…, “Los escritores” en Tracción…, es un tema central en Destrucción…, en Lengua… hablás de “manojos pálidos de poetas que me odian”. A mí me interesan las alusiones de la poesía a la poesía, me importan mucho menos las figuraciones de los autores de poesía, personajes bastante anodinos para mí. Sin embargo en vos es un tema constante, más allá de que te mofes de ellos/ellas o los critiques con crudeza: “engrupidos construidos”, “charlistas profesionales”. ¿Responden a esa voluntad “de no pertenecer, de estar a contrapelo” que señalabas en el comienzo de Vikinga…? ¿Usás el mundo de los escritores para oponerlos al paisaje, un elemento clave en tu poética?
Es una relación de amor amor amor, pero no los opongo al paisaje. Son la mampostería del paisaje. Son la cantera a donde voy para nutrir el ejercicio de la escritura, leo a todos los colegas, los estudio para entender dónde estamos. Y, en definitiva, son constitutivos del paisaje.
En Vikinga… hacés uso de la prosa y el verso. Muchas veces a la prosa le tocan las páginas impares y al verso las pares. Los textos suelen dialogar de página a página en torno a temas o motivos comunes, como si la “misma” experiencia vital se recuperara según el patrón rítmico o respiratorio del verso o de la prosa. ¿Lo pensaste así a la hora de comenzar el libro?
Sí, claro, se recupera un sistema, como te decía antes, y ese sistema se vuelve ritmo de lectura. Hay también páginas en blanco con número al pie. Y eso es una decisión editorial de Georgina Ricci, en la que ese espacio prístino podía leerse como intersticio de lectura. Otra idea es leer esos blancos como el espacio entre un cuadro y otro en una sala de arte. Esas zonas condicionan y predisponen la lectura de las imágenes. En cuanto al salto de prosa a verso no es caprichoso ni guionado, es que no veo el motivo de linealidad plástica, ¿hay un estándar para esto? En el caso de Destrucción total, sí hay una cuestión práctica que condiciona el libro editado; pensaba hacer un libro de versos, es decir ese libro completo escrito tal cual, con las mismas oraciones, pero en verso como un poema enorme; porque cada una de esas palabras son ante todo un delirio poético y menos una voluntad dentro de un programa narrativo. Es así, pero el libro se iba a 350 páginas y no tendría suerte de ser publicado. Hacé la prueba y re da para poema enorme.
En ciertas ocasiones parecés burlarte del mito vitalista, y al mismo tiempo es parte de tu poética: “Hablamos que hay que vivir, sentir y atravesar la realidad, si se quiere contar algo. Que caso contrario mejor abstenerse”. También esto se relaciona con esa suerte de autobiografía que construís con tus libros. En Vikinga… decís: “El documento vivaz de todo/ lo que hemos inventado juntos”. ¿Esos versos resumen, te parece, esa tensión entre vida y arte?
No me burlo de nada, habitualmente soy muy débil y escribo de manera acomplejada. Del mito vitalista mucho menos me mofaría. No hay tensión entre vida y arte, no se resisten porque no se diferencian. Esos versos que citás hablan del trabajo, de la cultura del trabajo ancestral de tres o cuatro generaciones dedicadas a transformar la diaria.
¿Por qué preferís decirle “raya” al “verso”?
Porque sí entrecerrás los ojos, como leyendo color y valor, ves una raya, y xq una raya es mucho más que un verso. Y un verso puede ser una raya, un verso puede estar incluido en una raya.
¿Por qué usas “madre” sin el pronombre “mi”?
Porque con mi madre, cuando la llamo por teléfono le digo “madre” o cuándo hablo con ella y le quiero llamar la atención le digo “madre” y mis chicos también se dirigen así conmigo, es un chiste que se volvió costumbre.
Los caballos son más que imágenes en tu escritura, ¿son un símbolo? ¿de qué?
No sé si son un símbolo, son animales necesarios, la imagen del traqueteo en el paisaje, en la tierra, así como los remos en el agua. El caballo reúne cuestiones plásticas preciosas así como un léxico con altos niveles de especifidad, como por ejemplo los pelajes: overo, tobiano, zaino, porcelano, tordillo, gateado, lobuno…
Sos fotógrafa: ¿las imágenes poéticas son “las fotos que se te escapan”?
Si, y preciosas y serenas. Y continentes con menos exabruptos. Y si hubiera exabruptos son voluntarios. El disparo clac-clac, es el tecleo tac-tec-tac.
En Vikinga… decís “lo contemporáneo es el auto boicot permanente”. Señalás que esa posición ética y estética del desborde “se deduce” del paisaje. Variable, camaleónico, policromático: ¿qué otros atributos comparten poesía y paisaje?
Que están buenísimos para producir en la verdad del verso y en la austeridad de recursos. Que se unen siameses, que por ahora, y puede que me suceda siempre, el ejercicio de escritura tendrá como norte el paisaje y que en la pantalla trato de transcribirlo.
Naturaleza y poesía: ¿tienen “un potencial somático y sonoro” común?
Sí, casi siempre. Si, todo el tiempo, sí. Sí, definitivamente sí. Se escucha sólo el paisaje.
¿Es cierto que Destrucción… obtuvo una mención especial y no fue publicada porque le querían podar las notas al pie?
No es del todo así. Obtuvo la recomendación para publicarse por un jurado en un premio de la EMR que estaba integrado por Damián Ríos, entre otras dos personas. A Damián le gusto el manuscrito de Destrucción total y ahí leyó Vikinga Criolla, que ya circulaba por las librerías, y me escribió sin conocerme para decirme que el trabajo le había gustado, y que quería volver a editar Vikinga criolla en ebook en coedición Yo soy Gilda-BlattyRíos; así es como Mariano Blatt y él me piden la versión de Destrucción total (notas al pie incluidas) y lo publican en papel por su sello alucinante.
¿Se podría decir que, cuando recurrís al verso, hacés poesía amorosa?
Es que siempre hay un secreto, en Tracción a sangre largo así. En la poesía hay secretos y por eso hay posibles deducciones. Hay espionaje del más agudo por parte del lector.
¿Qué es la “poda paqueta” y cómo funciona en tu escritura?
La poda paqueta es el momento de dignificar el texto, es darle a leer a alguien para que reduzca la rebarba, para que magree el texto, siempre está bueno tener asesores externos a la propia praxis. Hace referencia a los jardines franceses que son esquemáticos y domesticados a fuerza de guadaña y tijera.
Sos una lectora compulsiva y desprejuiciada. ¿De qué manera tus últimos dos libros reescriben conscientemente esas lecturas?
No soy compulsiva, soy díscola y desordenada. Y los cuatro libros reescriben al 100% libros de otros autores. En Destrucción total es más que evidente con los libros de historia del arte y Radiografía de la pampa de EME, y en Lengua de barro hay desarmados tres libros preciosos que me tomaron por completo durante los últimos años: El Tempe Argentino de Marcos Sastre, Un viaje al país de los Matreros de Fray Mocho, Viaje a la América Meridional de Alcide d’Orbigny con dibujos de Emile Lasalle y mis visitas a la isla y alguna que otra travesía en la crecida. Es un semanario autobiográfico.
En Tracción…, señalás “No tengo quién me lea”. Ya publicaste cuatro libros, de una intensidad destacable para mí. ¿Cambia el dato empírico algo de esa afirmación? ¿Cómo podría interpretarse ese verso aún hoy? ¿El lector es uno, el otro de uno mismo? ¿Hay algo que comunicar a un posible lector?
No creo que se haga arte para comunicar, al menos en mi caso. Una emplea herramientas para construir lo que no se puede decir con palabras armando un léxico nuevo. En cuanto a no tener quién te lea es el gran fracaso de los escritores y los editores, son muy pocos los editores que leen al detalle, es poco el público que genera resonancias, y la crítica especializada se toma el trabajo de forma aislada. Pero ese es el sistema, qué le vamos a hacer. Por otro lado eso es lo alucinante de los libros, del tiempo desmadrado de circulación, de la celeridad acompasada y singular… los libros sostienen una parsimonia bastante demorada para el escritor y cada tanto una sorpresa de lector cooperante súper traído de los pelos. La fórmula es: este no me lee, este no me lee, este no me lee, este otro tampoco, este no da señales de vida, este no sabe que escribo, este se hace el distraído (durante lustros) y de golpe: ¡Uauu, esté me lee! Es lo alucinante de los libros.
Señalás en Lengua…: “Durante estos años he tratado de definir el paisaje, he escrito una novela que justifica mis intrigas al respecto y aun así no puedo aseverar mucho”. ¿“Se hacen libros para poder seguir haciéndolos”?
Hay una masa amorfa flotando sobre mi lóbulo frontal, que se doma mediante mis dedos en el teclado, los libros permiten documentarla; y darle orden y circulación a su compacidad.
Poemas de Lengua de barro (2015, en imprenta)
Semana 32 año I
Este sábado he vuelto a la verdad del verso,
a la juventud acechando, veo en ellos,
atentos fotocromáticos, traslúcidos,
ojos de amor que me profesan
hundir.
¿Tierra?
Arena.
Me incendian por rubia.
Un surubı ́se duerme en mi plato.
Tierra-arena.
Entre los dedos sucede esto.
Oasis de arena.
Colonias recreas, de uno, dos o tres kilómetros.
Marcha serena.
Mirar distancias playas, muy playas.
Bañado raso, hasta cortar la barranca,
y no es costa.
Vuelo, veo:
el agua desparrama islas,
arroyuelos y esteros
brazos, cañadas,
plagan arterias con ópalo de fuego.
Semana 50 año I
Últimamente la poesía que todo lo anima y hace llevaderas las tareas más
estériles.
Almafuerte al 1800
15 cotorras a contramano
chillonas, ariscas,
geodésicas
viajan desde el Lechiguana.
Pergeñan húmedas,
vienen.
El poeta ha escrito:
“cómo pájaro y flor en las agrestes
pavorosas llanuras desoladas,
son retoques audaces que proyectan
vida, valor, perfume, resonancia:
en mi solemne,
desierta pampa”
…
y yo,
débil, blanda,
conversadora, imprecisa
escribo paisaje.
Despierto en bandada
del chico chico
que lee jarrones adrizados
con flores
la espesura vidriosa
de charlas,
su oído espía
nuestro impío
verano en peligro
mi piel de pira.
Llanera (novelita inédita, fragmento)
Mi hermana mayor se casó y fue teniendo hijos y nunca trabajó. Mi hermano mayor se fue a ocupar de la planta de ACA en Los Cardos y mi hermano menor, una vez hubo terminado su carrera de ingeniería industrial, armó la logística del transporte de los negocios del ingeniero. Así pasaba el tiempo, mirándolos avanzar en sus vidas encaminadas. Yo, en cambio, hacía la misma vida desde los cuatro años. A los 16 pasé de la bici a manejar una Garelli, y andaba yendo y viniendo de Rincón de Nogoyá a Victoria haciendo diligencias. Me gustaba, sobre todo, pasar por La Tacuara en las Siete Colinas con la moto al taco. Por eso andaba tanto por la RP11, le calculaba media hora entre el campo y la ciudad. El ingeniero, mi padre, comenzó a notar que, aun siendo lo rústica que era, le resultaba de utilidad y le aliviaba trabajo que él detestaba. Y esto no estaba en sus planes. Así con la motito, a la que le puse atrás un canasto atado con unos elásticos, iba y venía resolviendo temas que siempre, en cada parada, significaban una conversación, un pastelito, una mateada rápida, un almuerzo, o cualquier cosa que sucediera a la largo de la jornada. Y me empezaba a dar cuenta de que estaba siendo feliz y que trabajaba. No tenía amigas y tampoco novio. Me sobraba el tiempo para trabajar más y subirme a la motito y agarrar la tierra desde el campo, luego el ripio y, más tarde, un pedazo de ruta de asfalto bacheado y llevar los depósitos al banco Bisel y, de ahí, pasar por la estación de servicio a cancelar la cuenta corriente que teníamos por los camiones y maquinarias.
De paso, los viernes, me lavaban la moto gratis. Trabajaba 10 horas por día, tenía casi 20 años y mi jefe, el ingeniero, no me pagaba. Decía que si vivía con ellos, y tenía la moto, combustible y la heladera llena, para qué necesitaría la plata. Quiroga y Ofelia estaban ya aquerenciados conmigo, y la mayoría de los mediodías de verano, comíamos salames, pickles, con queso y pan casero bajo una planta. Quiroga se tomaba “la química” del frasco de pickles, que era el líquido ese avinagrado que quedaba una vez que terminábamos los vegetales. En invierno sopa con arroz o algún estofado con papas o fideos. Todos los mediodías los pasábamos juntos y a la tardecita, acelerando la Garelli por las cuchillas sintiendo el viento torácico, me iba para casa.
Mi madre me dejaba la comida tibia sobre el comedor de diario y casi no nos veíamos. Ella y el ingeniero preferían comer solos en el comedor principal y casi siempre, por lo general los martes o los viernes, había visitas relativamente ilustres que no sabían de mi existencia. Tenía plena conciencia que podría avergonzarlos o arruinar cualquier conversación o negocio con mi chabacanería. Mi madre nunca se esmeró demasiado en infundirnos nada más que buenos modales. Estaba tranquila con ella misma. Este abandono o falta de exigencia para con nosotros le permitió proteger su matrimonio, priorizar al ingeniero atendiéndolo y acompañándolo, dedicarse a sus amigas y a estar elegante. Siempre recordaba la frase de nuestro histórico pediatra, el Gordo Recalde, que decía: si los chicos tienen un botiquín, una heladera llena y una biblioteca a mano, mal no te van a salir. Y algo de eso era cierto. Resultaba duro no recibir una caricia amorosa desde siempre y significar un desastre para mi madre, pero tampoco me criticaban por ser un fracaso viviente y perpetuado. Así es que preferían ignorarme. Una ya era una desilusión y listo. Mis padres estaban tranquilos en haberme ofrecido todo lo necesario para no serlo: heladera, botiquín, biblioteca. No era una mala fórmula. Los chicos de la casa habíamos aprendido que nos debíamos ganar el reconocimiento de nuestros padres, el afecto de los maestros y la consideración de todos, lo mismo que los obreros el mejoramiento de sus salarios. Había un plato de porcelana blanca, los cubiertos pesados, la servilleta de granité puro, un vaso, una jarra de agua, un platito plateado con un mignon y la comida enfriándose.
Así era como me esperaba, por estricta indicación de mi madre, una mesa quirófana; terminaba de comer y, sigilosa, me bañaba y encerraba a leer al ritmo de las ranas en las cunetas. Teníamos en el pasillo, que unía los cuartos con los baños, una biblioteca mini muy selecta que incluía El tesoro de la juventud, algunos libros extranjeros, varios diccionarios de distintos idiomas y ciertos títulos argentinos como Tratado del amor. Y algo de allí pescaba. Pero lo interesante de los libros sucedía en un lugar del escritorio del ingeniero al que no teníamos acceso, y del que podrían bullir temas negros, o pornografía, o documentos propios de la evasión fiscal. Pero no, detrás de las puertas de vidrio esmerilado (las únicas dos de todo el sector), había un estante que seguía la metodología de ordenamiento y archivo del ingeniero en el que en un marbete se leía “litoral y pampa”.
Todos los estantes del escritorio del ingeniero tenían rótulos exactos, con caligrafía técnica, con los que se clasificaba identificando temáticas bibliográficas: geografías, viajes, administración agraria, mecánica de maquinarias, armas, caracoles, veterinaria, agrimensura, muchos manuales y no literatura, no obras completas, no cine, no poesía salvo José Pedroni. Avancé sobre los lomos de estos libros, torciendo la cabeza para un lado y para el otro con cierto desritmo; diez libros con la cabeza a la izquierda y, de una vez, la cabeza a la derecha para, rápido, volverla a dejar sobre la izquierda, avanzando a pasos lentos de izquierda a derecha con el cuerpo puesto egipcio sobre la biblioteca. “Diario escrito en la Estancia” Macedonio Fernández, “Folclore literario y literatura folclórica” Augusto Cortázar, “La selva y su hombre” Velmiro Ayala Gauna, “Litoral” Velmiro Ayala Gauna, “Viaje al país de los matreros” Fray Mocho, “Ñandé Ipikeuera Retá” José Cruz Rolla, “Anclados en Sam José” Catalina Sitner, “Geografía histórica argentina” Randle, “La región y sus creadores” Mario Antonio Prieto, “Economía de la región” José Luis Vittori, “Paisaje del Litoral” Pierina Pasotti, “El hombre en la cultura de las costas” Justo Felipe Cervera, “La espiga madura de esta pampa” Leoncio Gianello, “Crónica histórica de Corrientes” Manuel Florencio Mantilla, “El tempe argentino” Marcos Sastre, “Viaje a caballo por las provincias argentinas” William Mac Cann, “ Relatos del tiempo viejo” Robert B Cunninghame Graham, “Los viajes por América del Sur”, Alcides D´Orbigny, “La pampa gringa” Alcides Greca, “El corazón de las aves” Carlos Seri, “Patrias de mi miel” José María Díaz, “Montaraz” Martiniano Leguizamón, “Montielero” Miguel Enrique Brisaboa, “Amargas” Julio Migno, “Che Retá” Antonio Pisanello, “Payé” Ezquer Zelaya, “La pluma del caburé” Andrés Gilberto Giai, “Relatos de un viajero” Martín de la Peña, “El camino de las nutrias” Gastón Gori, “Espacio tendido” Lilia Calame, “Los confines de la patria” Rubén Ragliard, “Viaje desde Oriente a las pampas” Francisco Pirovano, “Estampas de mi pueblo” Rosa Sobrón de Trucco, “Viento Norte” Alcides Greca, “El remanso y la laguna” Diego Oxley, “Infancia provinciana” Edmundo Rostand, “El mor Arancainquin” Gastón Gori, “Mis días de Arminda” Susana María Augusta Ortiz, “Aquí dejo mis vivencias, en el Sur rosarino” Josefa María Sinforosa Arijón, “Tranqueras abiertas”, Gervasio Alderette, “Pájaro y cantero” Camila Tourn de Nielsen, “Sapucay adentro” Florencio González, “Río abajo” Lobodón Garra, “Sudeste” Haroldo Conti, “Grano cernido” Adolfina Risolía, “La Matilde” Manuel Uranga, “Panorama histórico” Luis Candiotti, “Los hombres de la tierra” José Carmelo Busaniche, “Aquella noche de Corpus” Mateo Booz, “La mujer del doctor” Angélica Arcal, “Estampas viajeras” Mateo Dumont Quesada, “Semblanza para Delfina” Andrés Grosiean, “La ciudad de Rosario y los recuerdos de mi infancia (1883-1903)” Rodolfo Clucellas, “Estudio de Urquiza” Beatriz Bosch, “Selva y monte sonoros” Guillermo Saraví, “Aquerenciada soledad” Luis Gudiño Kramer, “El castellano en nuestros labios” Antonio Rubén Turi, “Allá lejos y hace tiempo” Guillermo Enrique Hudson, “El naturalista del Plata” Guillermo Enrique Hudson, “El Ombú” Guillermo Enrique Hudson, “Los orígenes de Rosario” Félix Chaparro, “El inglés de los güesos” Benito Lynch, “Sin rumbo” Eugenio Cambaceres, “La raza sufrida” Carlos B. Quiroga, “Los caminos de la muerte” Manuel Galvez, “La guerra gaucha” Leopoldo Lugones, “El país de la selva” Ricardo Rojas, “Los Charruas” Juan José Rossi, “Rosario desde lo más remoto de su historia” Augusto Fernandez Díaz, “Las luces de la tierra” Victoriano Montes y “A cielo abierto” Francisco de Madariaga; sobre el fondo de la biblioteca, apoyado detrás de los libros, un disco de Huerque Mapu editado por Tonodisc en el 73, con su tapa naranja y negra, con desarrollo gráfico alucinante, proto-op-art, y con la evidencia de cada artista con el instrumento en la mano.
Así, llegaba toda esta información de modo oblicuo, pero sabía que jamás me podría deshacer de estos nombres, de ciertas palabras, de un glosario en el que, de golpe y por sorpresa, estaba inmersa; surplus. Explorando de algún modo, ejercitando el habla de lo que se conoce y nombrando los fenómenos circundantes silenciados por décadas. Comencé a leer uno a uno cada libro manteniendo la zona del escritorio lo más intacta posible para que el ingeniero, con su obsesión por el orden, no se percatara de que se le saboteaba la intimidad.
Dos intervenciones fotográficas
Lila Siegrist (Rosario, 1976)
Artista visual, editora, docente y escritora. Su obra integra la colección del Castagnino+macro, de la Fundación Telefónica y colecciones particulares del país y el exterior. Fue becaria del gobierno Francés (2008), de Fundación Telefónica (2006) y de Fundación Antorchas (2004). En diciembre de 2015 asumió como subsecretaria de Cultura y Educación de la ciudad de Rosario. Publicó:
Poesía
Vikinga criolla, Rosario, Yo Soy Gilda, 2012 / Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2012 (ebook)
Tracción a sangre, Rosario, Ivan Rosado, 2013
Novela
Destrucción total, Buenos Aires, Blatt y Ríos, 2014
Links
Sitio de la autora. Vikinga Criolla
Entrevista. En 1 poeta 10 preguntas
Reseñas. «Sangría en primera línea», sobre Tracción a sangre, por Beatriz Vignoli. En Rosario/12 / «Textos escritos con mirada de artista», sobre Vikinga criolla, por Beatriz Vignoli. En Página/12 / Destruir para salvarse, sobre Destrucción total, por Manuel Quaranta. En Bazar americano /
Obra plástica. En Bola de Nieve / En RosarioArte