Que sangre*
Serie 1: Cicatrices
Interrupción involuntaria
He expulsado casi todos tus tejidos y tu sangre.
Expulsar
es la palabra que se usa en estos casos.
Aunque yo preferiría decir que te ibas yendo.
Tendría que haber juntado esos restos tuyos,
haberlos puesto en la tierra. En el jardín,
con los huesos de los perros. Pero no:
abrí la ducha y me quedé mirando
los dibujos que hacías con el agua.
No hay manera –te dije– de estar en este mundo
sin algunas partes duras.
Que te saquen algo muerto es bueno
El otro día estaba yo desnuda y rodeada de hombres.
Como hacía frío me habían tapado con una sábana azul.
Charlábamos de mis viajes, de las ciudades en donde he vivido,
de la gente del pueblo a la que conocíamos todos.
–No me toquen todavía –les pedí–. Siento mucho.
–Terminaron hace rato –respondió el enfermero.
Y no pude distinguir si el tono era de burla
o paternal. Igual me dio vergüenza. El resto
de los hombres se había ido. Miré el techo:
lamparones de humedad, la pintura inflada.
–Tranquila. Te sacaron todo –dijo. Suavemente
iba empujando la camilla hacia la puerta.
Serie 2: Nuestra casa
La Virgen en el mercado
Adherida a la columna, una lámina
en papel satinado de la Virgen
con su raro disfraz de Guadalupe.
Quien imprimió esta imagen le agregó
un poco de su fe, de su alegría.
Los colores se alejan del gris santo,
alzan vuelo y se encienden y compiten
con las piñatas que cuelgan rabiosas
del techo del mercado en Coyoacán.
Y porque tal vez la acumulación
funciona en ciertos casos, le pusieron
un marco de un millón de rosas rojas
y un diluvio universal de purpurina.
Pero es curioso observar que nada
le ha cambiado en el gesto a la señora:
sigue quieta, los ojos hacia abajo
y las manos unidas sobre el pecho.
¡Qué poca vanidad!, me digo y miro
mi perfil de reojo en la vitrina
sucia de un puestito de tostadas.
Cualquier diosa, yo misma, si tuviera
tales brillos y flores, alzaría
la vista sonriendo. Aunque en el fondo
supiera que no soy más que otra mosca
sobre la carne cruda y las guayabas.
La noche en que se nos inundó la casa
Decorando la casa que yo no quería que fuera nuestra casa,
pinchamos con el taladro un tubo de agua. El chorro
nos golpeó con la fuerza de una yegua. Era de noche,
sábado y afuera también llovía.
Hasta que encontramos la llave, se inundaron
los cuartos, los placares, el pasillo.
Hacía frío. Empezábamos a hundirnos. La pintura
de los muros se rajaba. Se curvaban las tablas en el piso.
Enseguida, el marido empuñó la escoba:
era una especie de caballero con su lanza.
Quién sabe cuáles monstruos despiadados
enfrentaba en el cuerpo de esas aguas.
También estaba la hija. Seria. Empapada.
Iba de un lado al otro llevando zapatos
y lápices y cajas hasta arriba de las camas.
Parecía un gigante tratando de salvar el mundo.
Yo me hubiera dejado ahogar ahí mismo.
Habrían quedado tres libros, unas pocas fotos
y un montón de notas sueltas. Suficiente
para alimentar el mito de la poeta joven que se fue
justo antes de empezar a escribir sobre sus muertos.
Serie 3: El problema principal
Lo normal
Ayer murió mi abuelo. Es normal
que a los 97 te dé una neumonía
y no la pases. Para nosotros
está bien. Ya era hora. Somos grandes.
Pero él no estaba listo para irse.
Un poco antes pedía un rato más.
Porque es tan lindo en primavera
sentarse a tomar mate, a comer
masitas dulces y a escuchar
las noticias del pueblo por la radio.
Esas cosas que suele hacer la gente
cuando no se muere.
* Nota de la autora.
Estos poemas forman parte del libro Que sangre. Lo publicará el sello Caleta Olivia en octubre de 2018.
No sé cómo se escribe sobre el proceso de escribir. Quiero creer, todavía, que hay algo de misterio que resiste a los impúdicos intentos de ver y saber todo. Sé de dónde viene, cuál fue la primera imagen, en dónde estaba cuando lo escribí, pero no sé (¿es posible saberlo?, ¿es deseable?) cómo. Digo, a falta de algo mejor, que los poemas fueron apareciendo y fueron conectándose unos con otros, como llamándose. Mi trabajo consistió en ordenar, escuchar, tachar y llorar. Mucho. La mayoría de estos textos, me doy cuenta ahora, fueron escritos entre lágrimas. La mayoría apareció entre 2015 y 2016, cuando vivía en la Ciudad de México. Pero ella no tiene la culpa del llanto. Por el contrario, le dio cauce. México funcionó como el lugar de resonancia y fue la primera ciudad que se metió en mi escritura. “Nuestra casa” es la serie que agrupa esos poemas. Hay dos series más: “Cicatrices”, que habla de intervenciones sobre el cuerpo femenino, y “El problema principal”, dedicado a mis abuelas y abuelos. Las tres series están cruzadas por distintas formas de dolor. De ahí lo del llanto que escribí arriba. De ahí, en parte, el título del libro: Que sangre. Sangrar, como llorar, también alivia.
Soledad Castresana (La Pampa, 1979)
Poeta y narradora. Estudió Letras en Buenos Aires. Hizo taller de poesía con Griselda García y Claudia Masin, y de narrativa con Fernanda García Lao. Fue parte de la editorial Curandera, junto a Claudia Masin, Victoria Schcolnik y Marcelo Carnero. Trabaja como correctora y cada tanto coordina talleres de escritura virtuales y presenciales.
Poesía
Que sangre, Buenos Aires-San Justo, Caleta Olivia, 2018
Contra la locura, Quito, El Ángel Editor, 2015
Selección natural, Santa Rosa, Fondo Editorial Pampeano, 2011
Carneada, Córdoba, Alción, 2007
Antologías
Ein Sommer vor dem Sommer (Un verano antes del verano), Biel, Suiza, 2015
53/70 Poesía argentina del siglo XXI, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2015
Un libro oscuro, Buenos Aires, Bajo la luna, 2011)
Última poesía argentina, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2008
Poetas argentinas (1961-1980), Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2007
Links
Poemas. En Otro Páramo / La Poesía Alcanza para Todos / Revista Ping Pong
Libro. Descarga libre: Carneada