Una calle de arena atraviesa la ruta / La casa de la playa, de Mario Nosotti

PrintLa casa de la playa
Mario Nosotti
La Plata
Club Hem
La Plata
2018
80 páginas

 

 

Por Marcelo D. Díaz

No se puede escribir poesía bajo el nivel del mar,
y aquí, más allá de la ceguera del tiempo
entre nosotros, las aguas envían su alfabeto
para que lo corrijamos todo.

Mario Arteca

El trabajo sobre la mirada, la lentitud del paso de las horas, la posición del poeta como observador del mundo articulan una poética del tiempo como un hecho congelado y sinónimo de espera. No hay epifanía por fuera de las imágenes observadas, el recorrido y el desplazamiento alrededor de la orilla adquiere una dimensión microscópica que termina por cristalizar cada movimiento y cada objeto presente en el paisaje. La escritura es un testimonio del trabajo poético de la lengua en el espacio donde se termina por edificar un hogar compuesto por los vocablos del poeta: «No es la prueba, la que hago, ante al paisaje,/ el hábito del monje quiero desarmar». El exterior encuentra su correlato en una voz que resuena en el silencio y en simultáneo los poemas registran con la caligrafía del poeta lo que acontece por fuera de los límites de la lengua. La grafía, la letra silenciosa, es la que graba las vivencias y reúne en el plano de lo escrito la memoria y los ruidos del presente: «Antes que el mar contenga tras su línea/ el perfecto bullicio. Así se prometía cada vez/ ese verano. /Exactamente igual. /Distinto en esa réplica variable de lo que a cada instante/ está por empezar». Los patrones del orden de la naturaleza, el tránsito del día a la noche, de las mareas, el polvo depositado en las dunas o los montes de arena deshaciéndose en el horizonte, de manera sincrética terminan por trazar una huella en los versos ordenados por el paso de los meses y de las estaciones.
La geografía de la playa es un hogar en sí mismo, la materia y los límites de esta casa sentimental están en la voz y la sensibilidad del poema. El sonido privado, lo más parecido a la soledad, es una música interior parecida a  un estallido o un crujido de piezas que se dispersan: Es octubre/ y lo que ya tendría que llegar/ no llega. Se cuaja la distancia/ entre lo que amenaza y el poder/ de esgrimirlo. /Uno no está impedido de vivir. /Justo antes de salir a consultarle/ al que todo lo sabe/ oyendo la dureza de los ciclos/ supe encontrar mi fe. Y la escritura es el lugar donde el devenir de los acontecimientos se detiene, escribir es un punto de partida para trazar el plano de una nueva casa en la que las voces de los seres queridos van apareciendo para recordarnos quiénes somos: Un pájaro en la viga va desnudando el grano/  golpea la piedrita/ y pudo ser el ruido donde alguien te llamaba/ en el sueño de la noche anterior. Interpretar las pausas es una tarea que requiere paciencia y atención, los signos que conocíamos significan de un modo diferente con el paso de los meses. ¿Y si el origen de la poesía estuviera en el silencio? ¿No son entonces los cuadernos mentales del poeta una bitácora de las vivencias perdidas y de los lazos rotos que parecen irrecuperables? ¿Qué hay de significativo en reescribir los acontecimientos de una vida anterior? ¿Pueden las hojas de un poema reparar las faltas familiares y alinear nuestros sentimientos?
Existe una mitología conformada por voces familiares acompañada de breves rituales: Ante la perspectiva de los días cercados/ arrima sus errores al fuego./ Lo que busca decir/ arde en la combustión de un tiempo que no vuelve./ Doce meses conforman la unidad para que algo/ perecedero y vivo, califique de rancio. Lo que no se puede transformar, modificar, reparar encuentra una solución previsible en las diferentes formas del olvido, la memoria implica un trabajo arduo y dejar de lado por un momento nuestras faltas al olvido es lo más parecido a encender una fuego y quemar todo aquello que ya no necesitamos. En sintonía actuar sin forzar lo que nos rodea, sin intervenir los hechos presupone transformar y resignificar aquellas experiencias que creíamos irresueltas: Tirar una moneda/ restarle a lo que suma/falso brillo. Adiós a los espectros/ que proyecta la tarde en la explanada. /Accionar es hacer el movimiento/ dejarlo resbalar. Es la quietud en modo contemplativo mediante la repetición de actos minúsculos, junto con la persistencia en habitar un mismo lugar y la atención en la espera, la que despierta la posibilidad del sentido. Así como no hay epifanía tampoco hay estancamiento. La singularidad de la voz del poeta está contenida en un lirismo que se identifica con la acumulación de imágenes. Del mismo modo que conviven en la costa de una playa formaciones de minerales de diversos tiempos la voz está constituida por diferentes registros y vocablos  de la memoria, por instantes indeterminados, que se reconocen en el interior de una región personal donde las imágenes percibidas por el ojo del poeta no se pulverizan, tampoco arden, sino que se inscriben en un territorio íntimo y reflexivo en la escritura avanza hacia una zona desconocida.

 

Textos de La casa de la playa

 

La mañana se abre en la espesura.
El sol, como un pimiento, esparce su picante.

Ese ardor para mí que salgo de las sombras.
Ramas peladas y humo. Son del invierno.

Estallido que brota de gargueros finitos
para partir en gajos la floresta.

Esa estridencia quiero, ese vidrio molido,
solo para soltarlo a lo que viene.

Ahora entra por la persiana
una luminiscencia que se estira hasta tocar
la hoja. Bienvenida, le digo, a este paraje helado.

Todo el afuera arrastra en sus partículas un río
con restos de futuras erupciones de rocío y semilla.

Me siento un esquimal con el arpón clavado
en esta superficie inmaculada.

Esa coma de sol aprovecho. Y la lluvia enconada que baja
desde siglos solo para entibiarme.
Así puedo esperar. Mantenerme con vida.

Avanzo en esta noche de luz blanca
la cabeza golpea contra los pensamientos
colgados de la oscuridad.

 

(…)

Llegar un rato antes que la playa
sus colores y gritos

un título heredado como asilo
el ansia: aislando
el ansia conservando su lugar

pero algo se interrumpe
estás lejos de aquellas excursiones
y la certeza extraña alumbra una felicidad
que creíste para siempre embargada.

Antes que el mar contenga tras su línea
el perfecto bullicio. Así se prometía cada vez
ese verano. Exactamente igual.
Distinto en esa réplica variable de lo que a cada instante
está por empezar.

 

(…)

Escribo en una especie de gran patio,
en el lujo espacial
frente al estanque, perplejo y aliviado,
por la alfombra de insectos transparentes
que esta mañana flotan en el agua y que hasta ayer
volaban. Son millones de alas
como las del poema Los Chayules en el lago
azul de Nicaragua. Los que están en el suelo
la brisa los ha ido amontonando
en un pequeño cerro quejumbroso
listo para barrer. Es octubre
y lo que ya tendría que llegar
no llega. Se cuaja la distancia
entre lo que amenaza y el poder
de esgrimirlo.
Uno no está impedido de vivir.
Justo antes de salir a consultarle
al que todo lo sabe
oyendo la dureza de los ciclos
supe encontrar mi fe.

 

(…)

En ese movimiento perceptivo
donde se arrima el pájaro playero
es una joven madre lo que se destaca.

En su cuerpo se nota la belleza partida
apretado machimbre cuyas vetas
alumbraron un pequeño dios.

Bajo el toallón azul tiritan curvas
que habría que tomar acelerando
sosteniendo el volante con firmeza y tesón.

¿estará sola?, pienso
¿alguien se atreverá?

Alrededor de ella
y del pequeño niño que la abraza
todo se ha oscurecido
como el cerco viviente que rodea a un ahogado.

¿Me acompañás al mar?, dice mi hija

-su voz llega hasta mí desde el futuro
me echa en cara la arena
de sus ojos burlones

corremos hasta el agua tomados de la mano
llevados por el viento de un desierto
que el tiempo amontonó.

 

(…)

Azul como la tapa de ese libro
mi batalla se salda bajo un cielo inmóvil.
A ras del suelo veo las butacas de un cine,
los diversos zapatos, y en el fondo
la luz del mar, la playa establecida.
Cuento con el esmero inclaudicable
de un artesano inmenso. Vean esos parajes,
las olas reventando contra un viento torcido,
y a un costado el imperio de los espectadores,
su esfuerzo en modelar el tronco que se pudre.

 


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