Me miró de reojo, te nombró y salió volando*
[Ese día…]
Ese día consideré que tenía edad suficiente para escribir.
Desde hoy, dije, voy a ser guardiana de pastos y de este jardín de ortigas.
Para que los que nazcan después de hoy puedan leer cómo era el pastizal,
cómo era la brisa y la lluvia torrencial y las agujas del pino volando en diseños helicoidales, cómo era el mosquito y las aves, esos dinosaurios pequeños que se quedaron.
Antes de hoy no habré escrito nada. Y si acaso escribí, no debería leerse. Así que si a alguien le cae a la mano algo que yo haya escrito, le aconsejo que lo descarte.
Y entonces, cuando fui vieja, tuve edad suficiente para escribir. Guardiana de un mundo en un solo día, empecé a escribir un museo del momento. La forma de una nube, los sonidos humanos, palabras que los que nazcan después de hoy no entenderán. No entenderán lo que escriba.
Un museo secreto entonces.
Fútiles puntadas de un hilván de una vieja sin habilidad manual.
* *
[Llueve sobre las chapas…]
Llueve sobre las chapas y los árboles
llueve y suena y resuena y no hay una palabra para
tolklo je
traduzco: Dušan escribe
que el narrador dice
que Gjini contaba
que Jane decía
que llovía
que tolklo je
en la costa
cerca de Roundstone
cerca de Galway
y en la pampa húmeda
también tolče, llueve a los golpes.
* *
[crshec otoño]
crshec otoño
montaña de hojas
cadáver de rata ahí
hojas secas crch
cima de otoño
cadáver de rata allí
* *
[Marilú]
A Malú Urriola
Marilú, Marilú.
Te recuerdo ahora,
en esta mañana indivisa, gris sin horas
aires que no desvisten el momento,
mirando por la puerta ventana el viejo árbol de palta
el árbol nuevo y mutilado de palta
el paraíso torcido, el paraíso tieso
las achiras mustias sin flor y sin rebrote
la hiedra que avanza
los perros que mascan sus insípidos monótonos alimentos,
mirando el viento, Marilú,
que acaricia indolente este pedazo de tierra húmeda,
y de pronto una calandria, Marilú.
De pronto una calandria vino a picotear el tronco salpicado de hongos y líquenes del viejo árbol de paltas. Que no da paltas.
Me miró de reojo, te nombró y salió volando.
* *
[Ahí estamos…]
Ahí estamos los tres
y cambiamos de edad a cada instante.
El hermano menor llegó solo de lejos
con su bolsito.
Sí, sí, los tres solos
como cuando todos ignoraban nuestras vidas
que eran futuro
eran albor y promesa.
En la casa sin muebles
la segunda hermana cuida y limpia y recorta los bordes de las cosas.
Nos une el pasado
y anuda todos los tiempos
esta casa.
Las cosas como mojones
cosas que hay que desechar
cosas de otros, como luces de emergencia
en caso de olvido grave.
Ahí estamos los tres
ya viejos
mirándonos con los mismos ojos
de hace medio siglo
El llegó solo de lejos
con su bolsito
y estamos los tres solos
como cuando todos ignoraban nuestras vidas
que eran futuro
eran albor y promesa
Ese aliento aún no exhalado
puro error
tras error
miseria y atrofia
y tal vez
sólo tal vez
un despunte de un decir
de un destello una ráfaga
un remolino de hojas en la tarde.
* *
[Llegué y el aire…]
Llegué y el aire estaba envuelto
en un quién sabe de misterio y de sospecha.
Antes de entrar ya se veía demasiada gente, en autos y a pie,
demasiada gente en un silencio que sólo interrumpían los quejidos,
lamentos y ayes que llegaban de adentro.
No conocía a nadie.
Los ojos se volvían hacia mí como si fuera yo un animal de zoológico
pero sin simpatía ni compasión.
No me conocía nadie.
Se oían los lamentos y ayes de mujeres y hombres.
En un costado un hombre con una gran cuchara de madera
se acercaba a una olla al fuego en el suelo.
Dos perros lastimados y cubiertos de moscas
(ella temía tanto a los perros,
a los de su casa,
a los ajenos)
dos perros lastimados y cubiertos de moscas brillantes
como piedras preciosas bordadas en la cara, digo,
dos perros enormes con cara de viejos y preocupados viejos
dos perros
Me hicieron pasar al cuarto donde estaba el féretro
Los lamentos y ayes los lamentos y ayes
una breve introducción que no entendí
y ya una de las mujeres me abrazaba y gritaba
y yo la abracé y lloré
y otra
y la gente caminaba y lloraba y miraba y se sentaba en los bordes de los canteros del patio
Me dijeron que la pobre pensó que el marido se le iba a llevar al hijo con él
pero yo sé que no.
Yo sé que estaba esperando ese momento desde hacía tanto
la ocasión de la venganza suprema
del gesto irrevocable
el temple y el cálculo exacto
de su final.
Ella.
La puta candorosa
con algo de santa loca
la señalada
la sospechada
virgen mancillada y sufriente
con su flor blanca
con su flor colorada
rojo sangre
rojo fuego
rojo el vestido tendido sobre la cama
ella
como un moretón violeta estampada en un cielo anodino
de tarde intrascendente
tiñó a todo el pueblo de púrpura colgada de una sábana
tendida sobre la mesa
equívoca
fascinada
celestial
El aire estaba envuelto
cargado de sospechas
de rituales
de presagios
de lloronas
y llorosas
y hasta los animales
heridos, desconcertados
abandonaron su ferocidad
las cuñadas
conspirativas
disimulaban mal su sorpresa
impostaban aflicción
Después de la comida
el pueblo empezó a murmurar
en un susurro de perros —siempre hay perros— quejumbrosos
murmuraba en toda puerta
y a viva voz
sospechaba sin llantos ni emociones
sólo tejía un manto de conjeturas sobre la muerte
armaba el diario de mañana
sin edición.
* *
[Ahora balbuceo…]
A Sergio Schmucler
Ahora balbuceo tu nombre
ni de noche ni de día
y pienso en ser Enkidu
héroe de barro
y en ocupar tu puesto ante la muerte.
Morir en casa,
un estertor,
una mueca.
Los estaré esperando
titilarán tus ojos
en lo oscuro.
Qué fracción de conciencia verá
el abismo blanco
antes de disolvernos por completo?
Todo lo trascendente está en el cuerpo
debo oír el sonido de las células
el ala del mosquito
en su quietud
el tic tac del reloj
de péndulo al que nadie ha dado cuerda en muchos años
o a aquel reloj robado de la casa en San Ambrosio, relojes de bisabuelos.
–¿cuándo empezó a llamarse San Ambrosio? ¿No era los altos de Río Ceballos antes de eso? ¿Cuánto tiempo pasó?–
debo oír el sonido de los perros a lo lejos
no sus ladridos sino el clic de las cadenas
cuando aún no se han movido
oír mis globos oculares
la risa de tus cenizas
ese montón pesado de materia
que ahora en algún lugar te representa.
Oigo a lo lejos la noche que abandona lo oscuro
oigo al músculo deltoides que se queja
y a la corriente eléctrica
que cosquillea en las paredes y las cosas
y a los motores ampulosos
y a los pájaros
y a pasos agigantados.
Pero a los muertos no,
no los escucho,
aunque aguce el oído,
no los oigo.
Escribo cuando aún
matizan grises,
aún no es verde el jardín,
cuando sea más mañana volverá su verdor,
pero ahora no hay colores,
es hora de sonido.
* Nota de la autora.
Cuando era adolescente, enroscar el cable rizado del teléfono con el dedo índice era un cliché del pasatiempo favorito: hablar por teléfono horas y horas con amigas. Discábamos los números, e íbamos a hacer las compras al almacén, la verdulería y la carnicería. Sólo cuando me mudé de la casa de mis padres empezaba a haber grandes cadenas de súper e hipermercados. Hoy los hipermercados están casi vacíos y con suerte en vías de extinción; es una moda creciente comprar a los productores, comprar lo menos industrializado, comprar lo local. Hoy ya casi no se habla por teléfono, se escriben o graban mensajes que constituyen en su conjunto una conversación. La brecha entre lo que se piensa y lo que en efecto se emite se ha reducido. La palabra publicación remite a las redes sociales antes que a libros o artículos de periódicos. Empiezo a ser espectadora de este mundo de cuya aceleración desisto, no puedo seguir el paso de sus cambios. Estos poemas tienen que ver entonces con la muerte propia y ajena, y con la muerte de las cosas. Tratan sin embargo de detenerse en detalles que están presentes en el presente, algunos están relacionados más directamente con el testimonio de muertes cercanas, uno describe el velorio de una mujer que conocí fugazmente en mi barrio, pero en todo caso son palabras de los bordes de un torbellino, del coletazo que nos saca fuera de toda ilusión de protagonismo.
Florencia Ferre (La Plata, 1965)
Es traductora y escritora. Hace más de diez años se dedica a la traducción de literatura eslovena. Durante veinte años vivió en la ciudad de Buenos Aires, donde se formó y desempeñó como editora de libros. En 2017 obtuvo la beca de residencia de JAK-založba Goga en Novo Mesto, Eslovenia. Actualmente vive y trabaja en Arturo Seguí, provincia de Buenos Aires. Ha traducido entre otros a Dušan Šarotar, Drago Jančar, Aleš Šteger, Jani Virk, Mojca Kumerdej, Suzana Tratnik, Peter Svetina, Edvard Kocbek, Fran Levstik, Dane Zajc, Lili Novy. Publica ocasionalmente poemas propio, traducciones y artículos. Su traducción de la novela Panorama, de Dušan Šarotar, recibió el Premio de los Lectores César López Cuadras 2017 (Sinaloa, México).
Poesía
El río, Buenos Aires, edición de autor, 1997
Otros
Inventario de sabores. Un viaje por la cocina tradicional de Belén (en coautoría con Cecilia Pernasetti), Catamarca, Secretaría de Cultura de Catamarca, 2013
Links
Traducciones de Florencia Ferre en op.cit.: «Don Mee Choi: Poemas de Apenas guerra«