Entrevista con la poeta (también novelista y crítica literaria y de artes visuales) Beatriz Vignoli, en Rosario, su ciudad natal. Beatriz refiere algunos de los núcleos de su poesía: la corriente de relaciones y detalles personales que motivan y componen el poema, las etapas de su inventivo trabajo literario y la lírica de las ciudades y los vestigios de las muchas vidas que las habitaron y las habitan. Agregamos poemas y un artículo de Marcelo D. Díaz sobre el volumen Viernes, que reúne su obra poética.
Por Florencia Giusti
Estoy en la casa de Beatriz Vignoli, en Rosario, para conversar sobre su obra reunida Viernes, que recopila sus libros escritos entre 1979 y 2021. Bea me muestra su jardín vertical con plantas selváticas, sobresalen desde una ventana. Así también bautizaron junto con Marina Maggi su archivo selvático, que forma parte de un trabajo conjunto entre la poeta y la autora del prólogo. Nos sentamos alrededor de su escritorio. Muy cerca está su balcón con plantas: “Las plantas selváticas tienen la capacidad de echar pocas raíces para crecer”, dice. Apenas comenzamos la charla, Beatriz me comenta que se dio cuenta de que la mayoría de sus libros tienen siete letras: Expreso, Viernes, Almagro. Le pregunto si le parece que será una señal, más bien del orden de la numerología. Me refuta que su nombre también tiene siete letras y que ese sonido, o quizás, ese tiempo en la sonoridad, fue lo primero que escribió: el ejercicio de escribir su nombre una y otra vez se manifiesta en los títulos de sus obras.
–Me gusta que en muchos de tus poemas hay dedicatorias. Muchas veces son autores, poetas, artistas, amigxs. Casi se puede hacer un mapa de referencias.
-Las dedicatorias son como una redistribución, un regalo entre las amigas, un reencuentro, un registro a la generosidad. Por ejemplo, en Tálamo —el último libro publicado en Viernes— hay un paseo de afectos. Como también en el libro Expreso, que es una suerte de continuidad de Tálamo. Expreso es más contemporáneo a Tálamo y hay poemas a Mabel Temporelli, Rubén Naranjo, también una versión extendida de “Luna en Piscis” que es el poema que le dedico a las mujeres de AMMURA Rosario.
Hay un poema en Luz Azul que se llama “La Vocal Abierta en el hielo”, que lo estuve trabajando durante muchos años y no había forma de encontrarle un cierre. A partir de una charla con la poeta Paula Carman, en un festival de poesía, aparece la imagen de la vocal abierta en el hielo y me pareció que era el cierre del poema y por eso se lo dedico, porque de alguna forma me regaló el final.
–Hay un libro de Beatriz Vallejos, Ánfora de Kiwi, en el que hace dedicatorias muy extensas también…
Mi libro Almagro está dedicado a ella. “Rincón, Eulogía para Beatriz Vallejos”, ese poema surge de la experiencia de visitar su casa en Rincón, Santa Fe. Estuvimos en su territorio paseando con poetas en el marco de un festival. Las dos somos BEV. “Oda al Alfarero Winkler” es un poema que le dedico a un alfarero que vive a la vuelta de casa y que de alguna manera dialoga con el libro Ánfora de Kiwi de Beatriz.
–Con la cuestión de lo artesanal…
Sí. Que el alfarero y la alfarería sean la musa. Ese poema yo lo escribí mirándolo trabajar a Winkler, el alfarero de mi barrio. Es un texto en donde recobro una cierta música modernista, que es una zona de la poesía que a veces me gusta transitar, cierto imaginario. También presenté Viernes en la peluquería de Bigliardi, que se nombra en otro de los poemas del libro Luz Azul, en donde hay muchos personajes del barrio en el que vivo.
–A partir de esto pensaba en la ciudad o las ciudades que atraviesan mucho de tus poemarios ¿Qué relación encontrás entre poesía/ciudad?
Te voy a responder con un poema, como en las comedias musicales que decían: “Te lo responderé con una canción.” (risas)
Posición
Dos medialunas, un café, un agua.
Un Chevy Serie 2 estacionado
entre los dos paraísos.
Un libro abierto junto a un jarro de cerveza
sobre un mantel de hule. Cosas a la espera
en la esquina de 4 y 60
a las 17:21. Como ellas,
yo también aguardo
la hora en la que hablaré.
Ese poema lo escribí en un viaje a La Plata y el disparador fue la factura del bar. Yo digo que es mi último poema objetivista, siempre hago ese chiste. Esta idea de trabajar poéticamente la ciudad es un proyecto muy antiguo. Está claramente en mi libro Almagro. El poema “Posición” hace referencia a la ciudad de La Plata. En Almagro hay dos ciudades: Buenos Aires y Rosario. Almagro tiene que ver con una época de Buenos Aires en donde se abrían desiertos en el interior de las ciudades. Hay otro poema en mi libro Almagro que se llama “Abasto revisited” en donde esa parte de la ciudad, el Abasto, estaba abandonada y lo describo.
–En el prólogo se habla sobre una suerte de ciudad fantasmal…
-El proyecto era circular por las ciudades, un proyecto medio punk compartido con algo de lo que hace Martín Gambarotta en Punctum desde otro lenguaje completamente distinto y desde otra estética. Yo me detengo más en esta suerte de postal/ instantánea. Almagro son todas esas instantáneas de esa ciudad vacía. La ruina que ya no es lo que fue, pero todavía no es lo que será. El poema “El Bar de la estación de Valentín Alsina” empieza así: “Paisaje de desván / de cosas inconclusas y ya viejas / arrumbadas sin orden.”
–Para la publicación de la obra reunida hubo una decisión de poner versiones anteriores de los poemas de Almagro, publicadas por la EMR…
Hay una reedición del 2019, publicada por Nebliplateada, en la que se publican mis dos libros Almagro / Ítaca. Cuando yo presenté Almagro al concurso se retrabajó. Pero me habían quedado en la cabeza las versiones anteriores, mucho más musicales, sonoras y coloridas. Trabajando con la editorial, propuse publicar las primeras versiones de los poemas pero indicando las versiones originales. El proyecto de la obra reunida con María (Gómez) era que salieran los poemas sin correcciones. Ítaca también es un libro muy urbano, experimental. Los poemas están construidos como collages, un montaje, lo menos cohesivo posible, trabajando con referencias clásicas. Está construido con fragmentos de poemas que quedaron a medio camino.
Siguiendo con el tema de la ciudad, en la obra reunida aparecen viejos poemas, de mi época de adolescencia. Como por ejemplo “Arreglar las cuentas con Rosario”, que lo escribí a los 16 años. Es la letra de una canción que escribí y que canta Charly Bustos en donde aparece también lo urbano como ruina, y lo humano como ruina. “Quiero ser el fantasma de tus pasos” , dice el poema. Aparece también, la deriva en la ciudad, la vagancia. Ahí ya estaba el proyecto de una poesía urbana.
–El hombre puede ser un fantasma…
Es un zombie, alguien que no va a poder razonar: “La época del otro que no existe”, le dicen en psicoanálisis. Mi sensibilidad está atravesada por esa época: el hombre es una fuerza de la naturaleza. No hay esperanza respecto a nada, así crecí, yendo por las calles vacías con esta actitud. Luchando contra el miedo. El otro era el depredador.
El mismo espacio, la misma ciudad te va devorando. Cuando le cantábamos a la ciudad le cantamos al asfalto, al ladrillo. Hay una suerte de pintura post-apocalíptica que es un recorte muy de la época en el arte y en el cine, que estaba muy de moda en los años ochenta.
–Después en los poemarios hay una suerte de reconstrucción de esta idea, de esta construcción de la ciudad como ruina y lo humano, como en tu penúltimo libro Tálamo.
Toda mi madurez es una reconstrucción de lo humano desde cero. Cuando empiezan a aparecer las dedicatorias como en Árbol Solo, Luz Azul. Tuve que hacer un proceso de humanización, que lo hice en los años del kirchnerismo. Fui estableciendo lazos con el barrio y pude entrar en esas reciprocidades.
–Y esas redes afectivas aparecen en las dedicatorias en tus poemas.
-Por eso le doy más valor cada vez más a las dedicatorias. Es como decir que no estuve sola escribiendo. En Expreso no hay poema casi que no tenga dedicatoria. Algunos surgen de conversaciones. Hay una frase atribuida a Margaret Mead, antropóloga, que le preguntan en qué estrato geológico encuentra la civilización y ella contesta que en un hueso soldado. Eso quiere decir que una persona cayó pero alguien la cuidó hasta que ese hueso sanó, alguien protegió a esa persona. Para mí el accidente que tuve, en el que me fracturé, marcó un antes y después en ese proceso de búsqueda que se ve en los poemas.
–Y aparece la ciudad un poco más viva.
-Claro, aparece el río, los peces. La comunidad ya aparece en Luz Azul, entre la comunidad de poetas/artistas.
De Viernes. Poesía reunida 1979-2021
Abasto revisited
Algo volaba bajo las altas cúpulas
cuando vinimos a ver las ruinas del mercado.
«Catedral industrial», dije, porque eras joven y
todavía vivías
en ese barrio triste de vidrios planos que nada
significan.
De Almagro (2000)
El bar de la estación de Valentín Alsina
1
Paisaje de desván,
de cosas inconclusas y ya viejas
arrumbadas sin orden.
La luz dorada de la tarde de verano
lo vuelve bello como una mano muerta.
El andén silencioso sin los trenes.
Tu Citroën estacionado afuera.
Si esto fuera una película francesa
vendríamos aquí huyendo de algo.
2
Nos sentamos en el bar casi desierto
por donde el tiempo hace veintiséis años que no pasa.
Las paredes son de un verde espeso,como en un óleo
y los espejos parecen aguas estancadas.
En el silencio antiguo, el tiempo se ahonda
y reconozco, en los bananeros iluminados por el sol
al otro lado de las vías de maniobras
un lugar de mi infancia.
La puerta del bar enmarca ese fragmento de otro tiempo
que aquí, al sur de todo, se ha conservado intacto.
Allá está la cortina de tiras de hule
de cuyas estrías guardo un recuerdo táctil.
Aquellas cortinas venían multicolores
y hacían «flap, flap, flap» cuando se las atravesaba
a gran velocidad y baja altura
siendo niños, sin una imagen que cuidar.
Ah, volver a ser así de leves.
Irnos de todo. Irnos de nuestras vidas.
Pagar todas las deudas y vender todo
y venirnos a vivir aquí y ahora,
de vacaciones por toda la eternidad
al presente que es nunca.
3
Mirás por la ventana como desde un tren.
Quizás estemos realmente huyendo de algo.
Tu cara blanca, dorada por la luz
es absoluta, sólo por un instante.
Hablar, decir «la luz», “el absoluto”
es arruinarlo todo.
En realidad, no deberíamos decir nada.
Sólo tenemos esto. El sol que cae.
Aquel edificio que lo tapa.
De Luz azul (2017)
Rincón
(Eulogía para Beatriz Vallejos)
Palabra en lo real,
Pa labra / el mueblecito.
Milagro del ebanista aficionado:
¿cómo pudo
abrir esos vacíos?
Maderas contra el agua.
Las aguas se llevaron
las letras de marfil
y del cartel no queda
más que esto:
BAÑARSE. AGUAS PROFUNDAS.
Yo dudo hoy del muelle,
no creo que nada pueda sostener
(no creo nada que pueda sostener;
la gravedad agrava)
el peso de mi cuerpo.
No nada.
Es entre lo animal de la jauría
donde la voz podrida de la oveja
bala.
Te pusieron alarmas
donde era tu casa.
Un pueblo sin alambres,
pura luz amarilla:
acá vivías,
acá guisabas tu ideograma.
Yo grabé tu silencio,
los cielos de sus ojos
descifrar quise.
Nada pude hacer con tus papeles
salvo mirarlos.
Oda al Alfarero Winkler
Su padre lo nombró como quien trae el pan.
Pone a rotar la tierra el alfarero
y un útero le nace;
no supo la materia que contenía vacío
hasta que empezó a girar entre sus manos.
Piel del espacio, un nuevo y habitable planeta
la greda abre. No hay un cuerpo posible
sin un hueco en el centro,
que es por él amasado cual galaxia que surge
desde la nebulosa. Cántaros donde cabe
la luna llena trae al mundo crudos
Winkler el alfarero.
Hijo de un alfarero también llamado Winkler
y así hasta el primero,
el que separó la tierra de las aguas;
Winkler las une. El caos, en sus manos,
hila redondo un orden. Winkler sabe
deslizarle una forma.
Agilísimos dedos, con lo blando
van danzando volados
que serán bocas. Brocados de la roca,
grecas que el tiempo mirará por años
les marca en un instante. Centrífugo, su torno
distorno esculpe. Y después, en el horno,
a novecientos grados se hace hueso la carne.
Sólidas ánforas que albergarán lo vivo
el alfarero Winkler multiplica. Mientras
las estrellas claras de sus ojos brillen
habrá entre nosotros,
la alfarería, el oficio de alfarero.
Fueron sus ancestros los primeros
y él es el último. Pero no quiere serlo.
Que un discípulo venga, traído por un sueño
a la penumbra amable del taller donde Winkler
hace del barro arte y cosas de lo que es nada;
que a los nombres, al agua y a las plantas
les haya dado todo su mirada.
De Tálamo (2022)
Luna en Piscis
(a AMMURA)*
No bajé al río hasta que me dieron un mapa y me
esperaron.
Ahora es todo silencio y una nube sola en el cielo de
la tarde.
Luego retornarán trayendo las piraguas como heridos
de guerra de angarillas.
Serigrafiada en el mostrador del bar, una calavera ríe
a carcajadas.
Menos los pescadores, todo acá es un decorado
inverosímil,
una locación de la película cuyo rodaje moriremos sin
pagar.
¿Es el río aquello azul ahí afuera, detrás del tótem
hawaiano?
Se fantasea con mar, océano, cualquier cosa
recordada de un viaje.
Merodeo por el barrio de la costa, sus mansiones con
jardines moribundos.
Regreso luego de años a unas escalinatas que ya no
tengo ganas de bajar.
La mejor casa de la ciudad parece un barco y no veo
que la habite nadie.
Quisiera comprarla y sembrar maíz en la terraza,
beber ahí hasta morir.
Un puente cruza el río y es igual al Golden Gate; otro
sobrevuela la avenida
y está vacío, completamente oxidado, fantasmal.
Nadie sube ni camina por ahí.
Ya es uno de los puentes del mundo. En el
mostrador del bar, un pinito nevado.
Adentro no hay aire y afuera hace cuarenta grados
Celsius a la sombra.
En esta ciudad todos dicen: “Voy al rio”. Yo no sabía
que era tan fácil llegar.
Es cruzar otra calle más, correr por la arena fina y
meter las patas en el agua.
Casi estoy por preguntarme qué voy a hacer con
todos los años perdidos
y con los que me queden, pero ni unos ni otros están
ahora conmigo acá.
* Asociación de Mujeres Muralistas de Argentina.
Viernes. Poesía reunida (1979-2021)
Beatriz Vignoli
Buenos Aires, Nebliplateada, 2021
Tu nombre suena a futuro
Por Marcelo D. Díaz
En la poesía argentina hace ya varios años que somos testigos de obras completas y complejas de poetas en vida. Podríamos mencionar el caso de Ramitas (2018) de Carlos Battilana, Poesía reunida (2019) de María Teresa Andruetto, La felicidad de los animales(2022) de Sonia Scarabelli, Cuadernos de Lengua y Literatura (2022) de Mario Ortiz, Rosa (2021) de Roberta Ianamico, La línea del desierto (2018) de Alicia Genovese y Lugares donde una no está(2017) de Laura Wittner. La lista podría continuar, y si falta algún nombre podríamos agregarlo sin objeciones, más si tenemos en cuenta que en este mismo año están previstas nuevas ediciones de obras reunidas de autores y autoras que no he mencionado.
En esta instancia aparece Viernes de Beatriz Vignoli, homónimo de un libro ya publicado en 2001 por la editorial Bajo la Luna. La pregunta que me orienta e inquieta como lector es cómo podemos hablar ya de una poesía reunida en una autora que aún sigue escribiendo, publicando, y al mismo tiempo es una persona que se encuentra leyendo y escuchando a sus pares. En el mismo libro ya se anuncia esa contradicción en las palabras preliminares: no existe una mejor obra para la autora, escribir es una tarea casi imposible anudada entre lo que hubiera querido o hubiese podido escribirse y este texto ya publicado llegando a nosotros como de otra vida u otro universo.
Quizá la poesía, y la escritura, siempre se encuentren en ese estado de espera activa, un gesto paciente, demorado con un horizonte parecido a un espejismo de fondo. ¿Para qué escribimos desde jóvenes? ¿Para dejar una huella? ¿Para encontrar una voz? ¿Para detener el tiempo? ¿O al revés? ¿Para acelerar el tiempo a la velocidad de la luz? ¿Qué sentido tienen esas grafías y esas voces que se van tejiendo en nosotros con el paso de los años? ¿Hay sentidos allí?
Si me preguntaran por los temas de una poeta yo me detendría en el aprendizaje de los sueños, en el mundo onírico, en los símbolos universales, y en el detalle de los objetos perdidos, devaluados, la dificultad para escuchar y ser escuchado, o querer decir y no llegar a pronunciar un vocablo.
En ese plano difuso, fuera de etiquetas, generalizaciones, escuelas literarias, tenemos una obra que desborda por su intensidad y por su resplandor y esto último es una certeza que nadie puede negar, a no ser que tengamos una negación con nuestra sensibilidad, y eso ya sería otro asunto para desarrollar en otros espacios, porque lo que importa quizá en Vignoli son las formas sensibles y la poesía es un modo de acompañar esas formas en las que dejamos nuestras contradicciones inscriptas en un paisaje fantasmal.
¿No era Anne Carson quién hablaba del paradójico sentido que conecta la escritura con la vida de un modo electrizante? Digo no hay un método literario, no hay un sistema, un programa, al contrario, hay discontinuidad de la mano de intensidad. En varias oportunidades se habló de un corrimiento de una voz testimonial a una voz íntima o lírica. Yo diría que podríamos leerla desde otro lugar, habría que tratar de pensar en significados que arman tramas dentro de tramas hasta disolverse en una única luz.
¿Ahora tiene nombre esa luz? Y antes de responder preferiría correrme de la necesidad de nombrar porque no sabemos qué se estará escribiendo mañana igual cada tanto pienso como en voz alta: ¿No serán libros como estos los que están señalando el futuro? No son muchas las voces que pueden despertar esa pregunta: qué vamos a leer más adelante, de qué vamos hablar, dónde pondremos el centro de nuestra imaginación y de nuestra atención cuando mencionemos la palabra poesía en nuestro país en un tiempo posterior a este que atravesamos. Y estoy casi seguro que cuando eso suceda el nombre de Beatriz Vignoli volverá a resonar entre nosotros una vez más.
Tres poemas
Charcos
El agua le dibuja ojos a la tierra
para que nade el cielo.
Fin
Brillante, tu recuerdo se extiende al infinito
sin presencia alguna que lo contradiga.
Esto es en mí tu muerte: una garantía
de que podré recordarte sin que me interrumpas.
Error de marketing
A mí mi nombre no se me parece.
Suena en mi nombre un siseo de tijeras.
Suena en mi nombre la voz de mi madre.
Mi nombre se le parece a mi madre.
El cuerpo de mi madre: denso y fino
como un fusil automático liviano.
Mi madre amó el silencio, amó la música,
la forma y los venenos cortesanos.
Tal vez soñó satenes y satélites.
Tal vez creyó en la elegancia de los ángulos
agudos donde tropiezo cuando escribo mi nombre:
el zigzag de la zeta, la ve corta.
Mi nombre es un buen nombre
para la posteridad y para el mármol.
Mi nombre va a quedar bien en mi lápida.
Cómo será, que un día lo abrevié:
“izvig”. Y me llegaron un montón de e-mails
de un tipo chino que agrandaba pijas:
“Makes it bigger”. ¡Y todas esas íes!
Mi nombre no dice de mí cuánto me gusta
hablar, nutrir pequeños animales.
A mi nombre le sobra mi cuerpo, le sobra mi ropa.
Mi desmesura de sobreviviente,
mi desempleo, mis bolsillos marsupiales.
Yo lo pronuncio mal, no se entiende.
Yo lo pronuncio ajeno. Se me quedan mirando
como si llevara un nombre falso.
A mi nombre yo no me le parezco.
Debí llamarme Olga, Sonia, Gloria;
apellidarme Russo o Mastronardi.
Mi nombre suena a futuro, suena a autopsia.
Mi nombre, ese chirrido de sierra eléctrica,
no habla bien de mí.
Beatriz Vignoli (Rosario, 1965)
Se desempeña como periodista en el diario Página/12, entre otras publicaciones en las que colabora escribiendo crítica literaria, de artes visuales y crónicas. Su obra literaria ha obtenido varios y relevantes reconocimientos. Entre estos, se encuentran el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana (Mención Especial, por Almagro, 2000), el Segundo Premio del Concurso Municipal de Novela Manuel Musto (por Reality, 2004), el Premio Blanca Stabile de la Asociación Argentina de Críticos de Arte (2009) y el Premio Provincial de Poesía José Pedroni (por Árbol solo, 2019).
Poesía
Viernes, Buenos Aires, Nebliplateada, 2021
Almagro / Ítaca, Nebliplateada, Buenos Aires, 2019
Árbol solo, Rosario, Iván Rosado, 2014
Lo gris en el canto de las hojas, Rosario, Baltazara, 2014
Bengala, Buenos Aires, Bajo la Luna, 2009
Soliloquios, Rosario, Huesos de Jibia, 2007
Ítaca, Rosario, Junco y Capulí, 2004
Viernes, Buenos Aires: Bajo la luna nueva, 2001
Almagro, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2000
Blues de la erosión, Rosario, edición de la autora, 1980
Proesía, Rosario, edición de Luis Ernesto Aguirre Sotomayor, 1979
Narrativa
DAF (novela), Buenos Aires, Bajo la Luna, 2014
Kozmik tango (crónica), Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2013
Tritigre o la vera historia del gato de tres cabezas (relatos), Rosario, Soquete Terrorista, 2013
Kelpers (relatos), Maldonado, Trópico Sur, 2013
Es imposible pero podría mentirte (nouvelle), Rosario, Homo Sapiens, 2012
Molinari baila (novela), Rosario, El Ombú Bonsai, 2011
Nadie sabe adónde va la noche (nouvelle), Buenos Aires, Bajo la Luna, 2007
Reality (novela), Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2004 / Buenos Aires, Bajo la Luna, 2014
Links
Textos de Beatriz Vignoli en op.cit. «Árbol solo»
Poemas. En Eterna Cadencia / El Placard / Literariedad