Augusto de Campos, dos conversaciones con Borges

Encuentro en Buenos Aires (1984) entre el poeta brasileño Augusto de Campos y Jorge Luis Borges publicado en el libro de versiones de Borges Quase-Borges + 10 transpoemas (Fundación Memorial de América Latina, Colección Memo, San Pablo, 2006). De Campos transcribe dos charlas en días sucesivos ocurridas en el departamento de Borges, sobre la traducción, La Comedia, Japón, la poesía provenzal.

Versión: Miguel Angel Petrecca

 

Omar Khouri, el suave y misterioso “beduino de Pirajuí”, poeta y artista gráfico, revolucionario animador de la revista Artéria y de la caja de poemas Zero à Esquerda, me precedió en la visita y en el anonimato. En Buenos Aires, pasando por la calle Maipú, intentó lo imposible: tocó el timbre del portero, pidió una entrevista y, como en un sueño, se encontró en el departamento de Borges; se sentó a su lado, conversó largamente con él, lo ayudó a ponerse su saco para sacarse fotos y volvió con un montón de anotaciones y bellísimas imágenes del increíble encuentro.

Dos semanas después, en febrero de aquel año (1984), era mi turno de viajar a la capital argentina. Animado por el éxito de Omar, llamé por teléfono a Borges desde mi hotel, el día 25. Hablé con Fanny, la diligente criada, que le pasó el teléfono al mismo Borges. Le dije que era un poeta brasilero, de viaje con mi mujer y mi hijo, todos admiradores suyos, y que nos gustaría mucho poder visitarlo. Arregló de inmediato para encontrarnos esa misma mañana, preguntó en qué hotel estaba y explicó amablemente el camino para acentuar que podíamos ir a pie, si queríamos. Extremadamente gentil, no puso ningún tipo de traba.

Eran cerca de las 11 de la mañana cuando llegamos a la calle Maipú. El edificio es modesto, pero tiene esa nobleza propia de las construcciones antiguas (supe después que los Borges se mudaron allí en 1944). No hay portero. Nos hacemos anunciar a través del rectángulo dorado del viejo portero eléctrico. La criada nos hace entrar. En la sala medio ensombrecida, encontramos a Borges elegantemente vestido, encorbatado, en una punta del sofá, con el infaltable bastón. Nos acercamos. Le presento a Lygia, mi mujer, Roland, mi hijo, y a mí mismo, enfatizando, “un físico y un poeta”. “Dos cosas de las que entiendo poco”, dice, sans rire. Nos sentamos, Lygia a su izquierda, en el sofá, yo a su derecha, en un sillón al lado, Rolando en otro, en frente. Recuerda que estuvo en Sao Paulo, para recibir el premio interamericano Matarazzo Sobrinho (en 1970). Habla de su ascendencia portuguesa. De su madre, Leonor Acevedo de Borges. Lygia le dice que su apellido es Azeredo. “Entonces somos parientes –exclama Borges– y probablemente judíos.” Llama la atención hacia su bastón. Un bastón nudoso, de madera oscura, con el cabo recto, que parece gustarle mucho por la seguridad que le da. No se separará de él en ningún momento de la entrevista. Lo extiende para que lo toque.  “Es un bastón irlandés, que me dieron de regalo”. Le digo que soy descendiente, por parte de madre, de un bisabuelo irlandés, Theobald Butler Browne, lo que me da la ilusión de ser pariente de William Butler Yeats. “Eliot lo consideraba el mayor poeta en lengua inglesa”, afirma Borges. Y comienza a discurrir sobre los escritores de Irlanda. “Un pequeño país, pobre, con unos pocos millones de habitantes, y dio a Swift, Sterne, Wilde, Shaw, Joyce”. Habla de Scotus Erigena. Recuerdo una cita de los Cantos de Pound, que atribuye al filósofo medieval la frase “Omnia, quae sunt, lumina sunt”. Me pide que la repita, satisfecho, y responde con un verso de Virgilio. A partir de ahí la conversación continúa, en gran parte, a través de citas, piedras de toque de la poesía. Conversación por asociación de versos. Intento reproducir los dichos principales. No puedo asegurar que el orden sea ese, pero procuro seguir mis apuntes posteriores.

Continuando el tema de los irlandeses, Borges habla con aprecio de Shaw y de Wilde. “Imagine que estuve en el Hotel donde Wilde vivió (y murió) en París –Hotel d’Alsace– y ahí estaba un general que nunca había oído hablar de Wilde, aunque había incluso una placa que recordaba el paso del escritor…” Como menciona a Joyce, le digo, citando el Finnegans Wake: “They lived und laughed ant loved end left”. “Es muy lindo –comenta Borges– pero muy triste”. Y agrega: “Eso me hace acordar un verso que me gustaba decirles a mis amigos, y que parece de Víctor Hugo a quien se lo escucha, pero en realidad es de Boileau: ‘Le moment où je parle est déjà loin de moi’”[1]. Después, cita el pasaje final del capítulo de las lavanderas: “Besides the rivering waters of, hitherandthithering waters of. Night!” Y pregunta: “¿Cómo traducir eso? ¿Y night? Noche, noite, no es lo mismo”. Le cuento que recientemente traduje los “poemas de Bizancio” de Yeats, y que encontré una solución curiosa para las dos últimas líneas: “Ou cantarei aos nobres de Bizancio e ás damas,/ pousado em ramo de ouro, como pássa-/ro, o que passou e passará e sempre passa”. Me pide que lo repita, mirándome fijo con los ojos abstractos, atento a las palabras, y dice: “Está bien. La traducción debe ser inventiva”. Le subrayo que la solución sería imposible en castellano, ya que en portugués pude explorar la paranomasia del verbo passar y del sustantivo pássaro. “Sí”, repite, pássaro, del latín, passer. Le hablo del poeta simbolista Ballano, Pedro Kilkerry, “mestizo de ascendencia irlandesa”, y del enigma del apellido, que supongo puede ser un equívoco por Kilkenny.[2] Borges recuerda un tema popular irlandés, la historia de los Kilkenny Cats, dos gatos que, luchando, se comieron uno al otro, hasta que sólo quedaron las colas…[3]

Borges dice que lo invitaron a visitar Japón y que se siente fascinado por esa nueva incursión en Oriente. Recuerda sus viajes a los Estados Unidos. Estuvo en Michigan, una vez, para recibir un título “honoris causa” de la universidad local (en 1972, según averigüé después). Juntamente con él, que estaba allí en calidad de poeta sudamericano –dice con ironía– recibían también el título un negro y un piel roja. “Yo no sabía qué habían hecho esos señores –comenta– pero el indio ciertamente podía mirar con desprecio a los otros. Era más antiguo”. En cierto momento, se acuerda de O. Henry, cuya vida –subraya– parece un cuento escrito por él mismo. Realizó un desfalco y se fugó a Honduras. Su mujer se queda en Estados Unidos y se enferma. El vuelve para verla morir y cumplir una larga sentencia. Borges está estudiando japonés. Dice de memoria los números, explicando, entusiasmado, que los japoneses tienen diferentes clases de números para diversas cosas. Discurre sobre las formas de la poesía japonesa, el haikú y el tanka, y sobre sus propias tentativas de haikú. Distingue: “En el haikú no hay metáfora, hay contraste”. Ejemplo: “Sobre la gran campana de bronce/ se ha posado/ la mariposa.” Y enfatiza: “No hay metáfora”. Cito el poema de Cummings l(a), desmontándolo en sus unidades frásicas, loneliness/ a leaf/ falls. “Sí –comenta–, es un verdadero haikú”.

Le pregunto de China, que lamenta no conocer, al igual que India. Le recuerdo a Chuang-Tsé y la pequeña historia del hombre que soñó ser mariposa, imagen de la propia obra de Borges. Concuerda. Dice que leyó el cuento en 1915 o 1916. Se detiene un momento, con los ojos perdidos. Le extraña la palabra mariposa, la encuentra fea. Pregunta cómo se dice en portugués. Sin esperanza de mejorar su “mood”, le digo que tenemos básicamente dos palabras, borboleta y mariposa, ésta reservada para el insecto nocturno. No se entusiasma. Tampoco le gusta la palabra butterfly, que compara desfavorablemente con nightingale. Explica que gale proviene de raíz germánica, que significa “cantar”: la palabra para ruiseñor, en alemán, Nachtigall, quería decir originalmente “el cantor de la noche”. “Una palabra bella en todas las lenguas”, remata Borges, ejemplificando: ruiseñor, rossignol, usignuolo, del latín luscinolus. Rouxinol, en portugués, agrego yo. Escucha, atento, y subraya la “x”. “My heart aches and a drowsy numbness pains/ My sense,” –comienzo, y él completa– “as though of hemlock I had drunk”. Son los versos iniciales de la “Oda al Ruiseñor” de Keats, que vengo de traducir. Borges subraya la belleza de la palabra hemlock. Yo señalo, más adelante, en el pasaje “in faery lands forlorn”, la intraducible palabra forlorn. “Proviene del alemán, verloren, perdido” –comenta.

El encanto de las palabras desconocidas. El tema sigue a través de imprevistas variaciones. Lygia alude a un poema de La cifra, que la impresionó mucho (“Andrés Armoa”): “Los años le han dejado unas palabras en guaraní…” La línea le recuerda su pasaje por Ponta Porã, en el Mato Grosso, en su infancia. Allí aprendió algunas palabras en guaraní de las que no se olvidó nunca. Borges se siente halagado cuando se mencionan sus libros más recientes. Nos pide, afligido, que llamemos a Fanny, diciendo que ella habla guaraní, y que tiene un hermano –imaginen– que sólo habla esa lengua, no sabe castellano. Insiste: “Toquen la puerta, que ella viene”. Cuando Fanny aparece, le pide a Lygia que diga las palabras que todavía se acuerda. Metacunhã, metacumbâe, iporã, djahádjacarú, pacová… “Tengo algunas gotas de sangre guaraní”, afirma Borges.

De las palabras extrañas la conversación deriva hacia Dante. “Pape Satàn alleppe!” –recita la primera línea del Canto VII del Infierno. ¿Qué quiere decir? –pregunta. “¿El Aleph?” –contrapregunto. Recuerda que leyó por primera vez La divina comedia, en una edición bilingüe, en inglés-italiano, en los viajes en que hacía en colectivo. Necesitaba el inglés, porque no sabía italiano. Pero cuando llegó al Paraíso vio que no lo necesitaba más. Hablo de los provenzales. De Arnaut Daniel y de su extraña aparición en el Purgatorio, “il miglior favor del parlar materno”, a quien Dante reservó el honor supremo de hacerlo hablar en su propia lengua: “Ieu sui Arnaut, que plor e vau cantan;/ consiros vei la passada folor,/ e vei jausen lo joi qu’ esper, denan./ Ara vos prec, per aquella valor/ que vos guida al som de l’escalina,/sovenha vos a temps de ma dolor!»./ Poi s’ascose nel foco che li affina”. Borges me escucha como siguiendo la música de las palabras. Y comenta: “…en el fuego que los depura. Eliot lo citó en The Waste Land”.

Pronuncia las palabras de un texto anglosajón antiquísimo. Pregunta si soy capaz de descubrir a su autor, pequeño enigma humorístico. El comienzo suena más o menos así a mi oído: “Fiader uar…” Arriesgo: ¿Chaucer? Dice que es mucho más antiguo. Advertido de que se trata de un texto que todos conocen, termino por resolver el enigma: “Padre nuestro…” Borges sonríe, satisfecho. La conversación vira hacia la belleza del inglés, las dificultades de la traducción, y pasa, no sé por medio de qué vueltas, por el Rubaiyat de Omar Khayyam, en la creación de Fitzgerald –objeto del bellísimo texto de Borges “El enigma de Edward Fitzgerald. Cito a propósito el rubai de Fitzgerald en donde ocurre la expresión life flies y donde me pareció ver en la palabra flies un anagrama de la palabra life, la vida que huye… Dice que no había pensado en eso. Recuerda que su padre tradujo el Rubayiat de Omar/Fitzgerald y le leía a él los epigramas.

Borges cuenta que lo han invitado a Portugal y que le gustaría visitar la ciudad de Moncorvo, donde conjetura que nació Francisco Borges, su bisabuelo paterno.[4] “Me hablaron de un poeta, Pessoa” –dice, como preguntando. Le digo que Fernando Pessoa es el poeta en lengua portuguesa que más se le parece. Le hablo de los heterónimos pessoanos. Comentario de Borges: “También los faraones egipcios cambiaban de nombre, cada dos años”. Me pide que le diga algunos versos de Pessoa. Me viene instintivamente la Autopsicografia. Los ojos en blanco, la cabeza levemente trémula me acompañan. “Está bien”. Subraya, con agrado, la última palabra: “corazón”. Pasa, de ahí, a su propio nombre, en la pronunciación portuguesa. Y acentúa, con cierta extrañeza, “Bórjjes, se dice así, ¿no?” Hablo de Sá-Carneiro, otro poeta en quien me parece encontrar una afinidad con la poética borgeana. Cito: “Eu não sou eu nem sou o outro,/ Sou qualquer coisa de intermédio:/ Pilar da ponte de tédio./ Que vai de mim para o outro”. Aprueba. Repite, absorto: “Pilar da ponte de tédio”. Menciono el suicidio de Sá-Carneiro. Borges recuerda que los poetas argentinos también se suicidan: “Lugones, Alfonsina Storni (aunque no haya sido una gran escritora)”. Recuerdo el patético juego de suicidios de Maiakovski y Iessienin. El, cándidamente: “No sabía…”

Roland le pregunta a Borges sobre Eureka, la hipótesis cosmológica poética de Edgar Allan Poe, ligeramente sugerida en “El tiempo circular, entre las obras que postulan la concepción de ciclos circulares, no idénticos. Borges dice que leyó el ensayo de Poe hace mucho tiempo y que no tiene conocimientos para discutirlo en profundidad. Pero la pregunta le hace acordar que visitó la casa donde residió Poe, en Baltimore, y que el techo le pareció bajo, los muebles pequeños, todo estrecho, y que se le ocurrió entonces una idea extraña. ¿Poe sería un enano? Borges, irreverente: “¿Sería un enano?”.

La conversación regresa a Japón. Le resulta curioso que varias palabras japonesas de uso cotidiano hayan sido asimiladas del inglés: fóruku, de “fork”, cuchillo; spúnu, de “spoon”, cuchara; náifu, de “knife”, cuchillo. Como arigató –añado– que parece provenir de “obrigado”, en portugués. Borges enfatiza que leyó Os Sertões, de Euclides da Cunha. “Sertooes”, repite, con la característica dificultad castellana. Pregunta si está bien la pronunciación, apurando la pronunciación. Camões. Primero lo leyó en una traducción inglesa, nada buena. Después, en la lengua original. Declama: “As armas e os barões assinalados. Que da Ocidental praia Lusitana, Por mares nunca dantes navegados. Passaram ainda além da Taprobana”… Yo (recordando una cita de Pound en su primera carta al grupo “Noigandres”): “No mais interno fundo das profundas/ Cavernas altas, onde o mar se esconde,/ Lá d’onde as ondas saem furibundas”… Él me escucha, como siguiendo el ritmo, con una pequeña oscilación de la cabeza.

Se muestra preocupado por la situación argentina. Critica severamente a los militares. No fueron sólo las torturas y las muertes –exclama– sino también la corrupción. Y concluye: “Prefiero el populismo antes que el autoritarismo”.

Al momento de la despedida, se acuerda de dos versos que oyó en Brasil, en 1914, cuando pasó por Río de Janeiro, con los padres, durante el viaje en barco hacia Europa. Para nuestro espanto, tararea la melodía: “Minha terra tem palmeiras/ Onde canta o sabiá,/ As aves que aquí gorjeiam/ não gorjeiam como lá”. Pide que yo la cante. Pero la melodía que el conservó es otra. No es la de João de Barro, mucho posterior (1937), que es la que yo le canto. “El ‘sabiá’. ¿Qué tamaño tiene?” –quiere saber. “¿Como los gorriones?” Hablo del uirapuru, de aspecto modesto y voz de flauta, del cual se dice que sólo canta una vez por año. Y así nos vamos.

Disponemos de dos cámaras de foto, ambas precarias. Yo tampoco traje un grabador, ni sé si él me permitiría usarlo. En verdad, no me preparé para el encuentro, aunque en el fondo lo esperara. Aún así, sacamos algunas fotos, con la complicidad cordial de Borges. Y él autografió, dócilmente, los libros que le dimos, con su espantosa firma taquigráfica, donde se puede entrever Jorge o Borges seguidos de un pequeño trazo vertical sobre uno horizontal, un cuasi ideograma, que quedó muy lindo sobre el texto Borges y yo, de una antología que Roland le extendió.

Fue Roland el que tuvo la osadía de proponer el segundo encuentro. Teníamos todavía una mañana libre. ¿Por qué no? La idea era hacer una breve visita, para sacar algunas fotos más, ya que, el otro día, yo prácticamente había sido el fotógrafo y se había acabado la película. Roland llamó por teléfono. Borges accedió, igual que la primera vez, sin poner ningún obstáculo.

En esa segunda visita, en la mañana del día 28, él estaba a la mesa, encorbatado, pero sin saco, comiendo cereales y tomando café con leche (en una taza alta y ancha, con flores azules, que me encantó –recuerda Lygia). Conversamos sobre sus libros. Hablo (asunto peligroso) de sus Inquisiciones.

“Muy malo”, dice, con firmeza. “No permití que lo publicaran más”. De las Nuevas inquisiciones. “Hace tanto tiempo… Ya no estoy más de acuerdo. Antes no sabía nada. Ahora sé un poco más”. Le cuento la emoción que me embarga, en “El inmortal” (de El aleph), cuando el troglodita inmortal revela ser Homero, balbuceando: “Argos, perro de Ulises”, un momento mágico que asocio con las construcciones cíclicas de Vico y sus “mutoli” y “scilinguati”, los mudos y los tartamudos, los poetas de la primera edad humana, “gli uomini del mondo fanciullo”.  Agradece amablemente la referencia, pero afirma que sus cuentos no le gustan. Está cansado de ellos. Prefiere sus últimos libros. Y nos recomienda, con énfasis, El libro de arena.

En algún punto de la conversación menciono su estudio sobre las “kenningar”, las metáforas de la poesía de Islandia (en Historia de la eternidad) y el verso de Yeats, que juzga impensable e inimitable por causa de las palabras compuestas: “That dolphin-torn, that gong-tormented sea”. Le doy mi versión sousandradina. “Golfinho-roto, gongo-amargurado mar”. Me celebra con su “está bien”, que puede ser mera cortesía. Registra que la palabra gong viene del malayo, una onomatopeya. De ahí deriva, no sé por qué mar, hacia la palabra inglesa ship, que afirma deriva de skiff (barco) y asocia con otras palabras como esquife, escanfandro, alíscafo, todas provenientes del griego skáphe, barco. Esa historia de las palabras le interesa mucho.

Entusiasmado por sus digresiones, me animo a revelarle que pertenezco a un grupo de poetas brasileños que tomó como emblema la palabra provenzal noigandres  (de Arnaut Daniel), una palabra movediza, de significado dudoso y que el provenzalista Emil Lévy pensó descifrar al leerla como “enoi gandres” (libre de tedio). Le recito el pasaje de los Cantos en donde Pound narra su encuentro con el Viejo Lévy y su indagación sobre el significado de la palabra. “Yes, Doctor, what do they mean by noigandres?/” And he said: Nogandres! NOIgandres!/ (con acento germánico, le subrayo a Borges) You know for seex mon’s of my life/ “Effery night when I go to bett,/ I say to myself:/ “Noigandres, eh, noigandres,/ “Now what the DEFFIL can that mean!”. Borges ríe, por primera vez, con gusto: “Muy lindo!” Me animo a decirle las líneas de mi poema “Pulsar”, enfatizando la curiosidad de que, en portugués, el neologismo pulsar (del inglés homónimo, sintético “portmanteau” de “pulsating radio sources”, que hace pensar en “pulsating star”) viene a coincidir con el verbo y el sustantivo “pulsar”. Me escucha, con atención. Parece no desaprobar. “¿Es suyo?”. “Está bien”. Y me responde con un verso inglés que termina con las palabras “the throbbing of the stars”. Si entendí bien, sería la línea final de un soneto del irlandés Thomas Moore (1779-1852). Después verifiqué que Keats usa la misma expresión en The Eve of St. Agnes (Estrofa XXXVI): “At these voluptuous accents, he arose/ Ethereal, flushed, and like a throbbing star/ Seen mid the sapphire heaven’s deep repose”.

Lygia le observa a Borges que no tomó su café. “No me dijeron que ya estaba ahí”, dice, como un niño abandonado, volviéndose significativamente hacia la puerta de Fanny. Más adelante, Roland le pide sacarnos unas fotos. “Mi saco”, dice. “Tengo que ponerme el saco”. Y me pide que lo acompañe hasta su cuarto, para ayudarlo. Caminamos por el corredor. Se dirige para el cuarto donde murió su madre. Enciendo la luz. Entremos en su cuarto. En la pared, un ideograma, que le refiero. “Un kanji”, explica. Y vuelve a hablar de Japón. “Tienen números para cilindros y otras formas, y otros, diferentes, para animales grandes, y otros para animales pequeños, de forma que cuando los enuncian ya se sabe un poco de qué se va a hablar”.

Roland saca las fotos. Después de tres o cuatro, el flash, defectuoso, deja de funcionar. Lástima. Golpean la puerta. Llegan visitas: el viejo amigo José Bianco, acompañado de una muchacha, escritora. Es hora de irnos y dejar a Borges con sus visitas. Nos acompaña, amable, hasta la puerta. Esa misma tarde, en una excursión camino al Delta del Paraná, pasamos por Olivos, donde se encuentra la residencia del Presidente de la República. El local tiene 36 hectáreas y el palacio está rodeado de jardines, notables esculturas y bellas fuentes, pondera nuestra guía. El sol va modelando las casas del barrio elegante. El mayor escritor vivo quedó, a oscuras, en el oscuro departamento de la Calle Maipú, en el corazón de la ciudad.

 

[1] Descubrí, recientemente, consultando por Internet el IreAtlas Townsland Data Base (en Irlanda. la expresión “townsland” designa la menor unidad geográfica de tierra) que Kilkerry es el nombre de un oscuro pueblo del Condado de Kerry, en la provincia de Munster, debiendo estar ahí el origen del apellido del poeta.

[2] En Ultimatum, manifiesto futurista de Alvaro de Campos, hay una curiosa referencia al tema: “Fuera tú, George Bernard Shaw, vegetariano de la paradoja, charlatán de la sinceridad, tumor frío del ibsenismo, arribista de la intelectualidad inesperada, Kilkenny-Cat de ti mismo, Irish Melody calvinista con letra del Origen de las Especies!”.

[3] Tal vez pensara en esa línea, cuando afirmó en una entrevista a Georges Charbonnier: “Creo que Flaubert fue quien dijo –y exageraba–: “Si un verso es bueno, pierde su escuela. Un verso de Boileau vale un buen verso de Hugo. Evidentemente exageraba. Pero también tiene algo de verdad”.

[4] Borges, efectivamente, haría una breve visita a Portugal, invitado por el Ministerio de Cultura. Llegó a Lisboa el 22 de octubre, desde Roma, y el 24 partió ya hacia El Cairo. En Lisboa recibió, de manos del primer ministro Mário Soares, el Gran Collar de la Orden de Santiago de la Espada. La Universidad de Coimbra anunció que le había conferido el título de doctor “honoris causa”. No fue hasta Moncorvo, pero, aún así, recibió el título de Ciudadano Ilustre de esa vieja ciudad de la provincia de Tras-os-Montes.