La editorial Miño y Dávila, a través de su Colección Estaciones, continúa la publicación de la obra de autores con intensas trayectorias, aunque por diversas razones literarias y sociológicas estas no han resultado tan visibles hasta hoy. En este caso, se trata de Cómo se inventa una orfandad, una amplia antología del poeta Ariel Williams, que incluye selección, prólogo y entrevista realizadas por Marcelo D. Díaz. Reproducimos una presentación de poemas y tramos de la entrevista, que nos permiten iluminar y ampliar la lectura de un poeta que hace de sus textos líneas que entrecruzan paisajes, lenguajes literarios y estilos.
Lomasombra (2003)
unos hombres
y dijo que, sin embargo,
hay otros que son no-hombres
1
desde el techo, alguien mira y ve pasar,
a veces, nubes como pedazos de tierra;
eso es cuando inclina el cilindro rojo
y el color pasa a su garganta; carraspea,
abajo crujen pasos de hombres en la grava;
de ahí viene, extendiéndose, la música
de los hombres que bailan o gritan o se ríen;
algunos de ellos van entre los árboles,
a un lugar oscuro
para bailar uno arriba del otro y sin ropa;
otros se encierran en una pieza y toman
o tiran las cartas, gritan, se ríen,
enrojecen,
vuelcan la mesa y se clavan
triángulos finos brillantes en el cuerpo:
en esos casos, alguno queda tirado en el suelo
y la madrugada parece entrar con el vino espeso
que el caído pierde por el abdomen
2
llega la gente de los violines, o sea que debe ser
navidad;
la música viene de lejos, los violines lloran con el cuerpo,
como gatos sobre barro recién llovido;
un hombre prende fuego en su patio
y clava junto a él una carne hasta quemarla;
otro hombre lava los platos y pone la mesa;
un tercer hombre, más joven, se calza medias finas,
largas hasta cerca de la ingle y después mira su doble
en el vidrio anochecido;
la gente de los violines trae manzana fermentada
de río negro, dulce de duraznos,
chancho quemado con sal, cilindros de tabaco,
violines que vienen cantando;
la gente de los violines no es hombre
3
en la mesa larga, la luz del mantel,
las caras enrojecidas entrando en gloria,
las voces de estos hombres que parlotean
sonidos sin sentido;
sus posturas de saciedad, sus cuerpos desabrochados;
un sol que corta las cosas sin sombra
y las clava en el fulgor donde no hay lugar;
en la despensa –dos hombres fueron a buscar dulces–
uno aprieta al otro, más joven,
contra las estanterías, le desnuda la cintura,
le arranca la pollera y la tira al piso sucio;
el hombre mayor se bambolea contra el cuerpo del otro,
los dos se mueven como muñecos espasmódicos
4
sobre una mesa de madera cuarteada,
unas rodajas de tripas rellenas, muy rojas;
la luz blanca, las cortinas relucientes
de tormenta, el piso oscuro
moteado por las pisadas apócrifas de alguien;
a la derecha, una puerta, una habitación
donde se mueve la enagua de un hombre
que acomoda pedazos de tela en una caja con tapa;
sus ojos transpiran mucho,
pasa un pedazo de tela blanca por su cara,
posa su mano afiebrada, fina, larga, en una silla;
aunque hay otros hombres afuera de la casa,
ninguno de ellos dice nada;
algunos secan también sus ojos transpirados
5
este hombre trajo el carro, desenganchó los caballos
con el barro hasta los tobillos,
les pegó unos baldazos de agua jabonosa gris
que se escurrió por las rejillas como dedos cortados
en el patio de cemento,
les tiró pasto húmedo;
fue a comer un plato fuerte, cargado
de pólvora roja;
se hundió en agua helada
para sacarse la cólera;
sintió deseos de conocer a otro hombre
y entró a un lugar donde había luz grande,
hombres hermosos, curvos, con labios morados,
abiertos, esperando cuerpos
6
un hombre recién casado sale a la calle
después de la primera noche, llevando
todavía
el aroma de su esposo; la noche ha sido larga
y el mediodía abre ahora sus luces crudas,
olores mezclados con tierra,
fritangas muriéndose, velas derretidas;
solamente se puede comprar vino blanco
o sidra, aceitunas, peras con fantasmas adentro,
tabaco-de-los-muertos;
el hombre recién casado, entonces,
hace algunas compras, se acalora porque todos,
los hombres,
buscan en su cara la primera transpiración,
el fuego de la noche,
y porque todos saben que ahora, él,
ya es hombre
Los fronterantes (2008)
Hasta que sin padre
1
vengo al pedregullo cuando ella,
la madre, hunde la cuchilla en el hermano
animal, la luz
del padre caída mirando ausentada
porque padre está de pesca en una región medio noche,
porque tiene hundido el cuerpo donde moja
y lo esquivan gordos grises, lechones,
voladores mudos del lugar hondo,
lo quieren y él sube vestido de negro en luz
trayendo en su bolsa gente que tiembla;
arriba en la boya hay sonido y aire de golpe
y respiradero,
y ata en ella a los muertos, toma el agua dulce,
vuelve a entrar en el silencio de luces resbalosas,
se quiere quedar ahí mirando serenito
cómo parece que el bote se posa en el vidrio blando, arriba;
entonces la madre separa las patas, tiene
el dolor, el agua certera,
salgo con gruñido por el tajo del hermano,
bajo como sube el padre, ato al muerto anterior
en la boya,
siento que me dejé en el silencio, y el vidrio,
que rompo, para entrar en el mundo
saliéndome así de madre
2
ésa la madre que tiene las manos frías,
que corta la luz con los cuchillos de su estar,
trae cosas calientes cerca del rincón de mí,
sus sombras redondas; que sé
el Cararrápida las quiere,
le son blandas adentro, le traen
o quiere tenerlas como le baten los corazones
en los huesos:
yo miro cómo pasa la señora mañana
cómo arrastra sus cosas blancas por el piso
y la madera está como temblando
de que la pisaría la madre luz
3
la madre sufre adentro de sí misma:
encuentro un padre en el silencio
de sus máquinas;
en la noche de las lámparas, donde estornudan
las cosas de uno mismo, vienen a reventarse
las cáscaras de lo que fue,
los bichos mariposas de la panza del mundo;
éste es el estrecho corredor del que salieron
por la oscuridad
las mariposas de noche que entraron a mi carne
y para darle el peso, la pasión,
la carapálida de adentro – mirar,
todo el extraño pensamiento de mis dormidos
y sus huesos;
entonces estoy como si no fuera
y quiero padre
4
la tabla es larga porque silenció muchas
cebollas, el fuego
acumula pollos y ollas y agua que duele,
toda gente silenciada en la ceniza,
personas con plumas llegadas de mañana
y derramaron sus órganos en las tablas;
trabajo de la mano de madre: entrar
en el azul de las cosas y sacar el jugo,
filetear rosadas preciosas partes
y hundirlas en la leña roja,
traer a las narices música de carnes
como aires donde todos murieron
y fueron comidos
La risa huérfana (2016)
Vengo de una Galga Mayor
1
Como no tuve mis antepasados (los negué), entonces
crie unas piernas y corrí corrí. Me fui de ellos
y ni los iba queriendo más, y así era adelantarse
a lo que no era.
Correr. ¿Quién me había lanzado?
Nadie, nadie me había empujado, pero me fui
de los que me habían sido y la tierra se fue vaciando;
a las cosas se les salía como un agujero negro,
como un silencio quieto mientras yo iba pasando;
a las compañeras de mi ser se les abrió una palabra
que era como un cielo y su pronto.
2
Me fui criando como una especie de cuerpo nuevo
con la persona distinta. Fue a partir de las piernas,
desde ahí fui subiendo nacido, diferente.
Las patas eran ojos que iban tanteando, ¿qué seré, qué seré?,
decían y decían. Y yo subía por las venas,
por los músculos fuertes de tanto correr. Subía ojeado nuevo,
secreto.
En el medio del movimiento del ir, se me iban apareciendo
unas manos del sentir, un decirme yo. Como
si fuera una sangre tibia queriendo hacia su arriba
y creciendo.
3
Entonces fui como un poblamiento, fui como un entrar
en cuerpo.
Cuando llegué a mis ojos y vi las cosas del mundo,
me quedé bastante quieto por dos días,
veía el sol la tierra larguísima los árboles moviéndose verdes
¡los animales! ¡las otras personas! Cuando llegué a mis orejas
y escuché al mundo, me quedé silencioso por tres días,
y escuché el agua que goteaba el susurro de la brisa
el grito de unos pájaros y la voz humana,
la voz humana.
Ah, entonces llegué a mi piel y sentí la tibieza de la luz
la caricia de otras manos la aspereza de la ropa el frío,
metí mis manos en el agua y era como una piel fresca
envolviendo.
4
Probé las cosas de comer y de tomar, muchas.
Las aceitunas verdes y negras; la carne de las aceitunas negras
era como una noche blanda,
la carne del queso era como un silencio.
Desde el estómago me subían manos a pedirme cosas,
eran unos bichos de hambre, querían saber, querían saber
y probaban.
Había un gusto de cosas limpias. Salía el sol y alguien
volvía del mar con pescados y su belleza plateada quieta
se abría para que les viéramos los músculos blancos,
y les tiraban pimienta y orégano y especias.
Los ojos de los peces muertos apuntaban uno para el cielo,
y el otro miraba la oscuridad del suelo.
5
Y todo eso había sido sin un sentimiento, era parecido
a una máquina que se descubría viva;
pero ahí llegaba yo a un corazón, ahí estaban las cosas
que hacían latir y llorar, había ojos que golpeaban
al pasar por uno, voces de gente que traían los seres
de la emoción, susurros escondidos en la carne,
y había labios y los decires se venían como agujas. Y
las distintas partes del cuerpo que saben sentir. Entonces
descubrí que yo flotaba en una especie de agua de mí,
más amplia que los brazos el torso la cabeza las piernas,
más amplia que ese estar corporándome,
y en esa agua
yo era como un ser yendo y viniendo, transmitido y
atravesado por queridas.
6
Así me inventé: de la cultura de los corredores soy.
Tuve unas piernas fuertes que daban zancadas y pasaban
los kilómetros de los kilómetros. En el cielo
se corrían un sol y una luna mientras yo avanzaba:
el tiempo se podía medir por los pasos de la carrera:
“¿cuánto tardaste?”, preguntaban, “tardé cincuenta mil
pasos de carrera”, se respondía. Si había que saltar un río
o pasarlo por su parte honda, se hacía; esas piernas
saltaban alto y de un envión agarrábamos pajaritos
de los árboles y les comíamos sus muslos voladores.
Cuando un viejo no podía correr ni saltar,
se moría de tristeza y se lo enterraba con el corazón
ya quieto.
Se había ido a descansar.
Entrevista con Ariel Williams (fragmento),
por Marcelo Daniel Díaz
Quizá estemos en una época, no lo digo yo, lo dicen autoras como Bellessi o Genovese, en la que la poesía argentina comienza a correrse hacia un tono más lírico, más sensible, donde predomina la emoción. ¿En tu caso la poesía y la escritura de poemas estaría ligada con esta idea? ¿O la tensiona? ¿Cómo podríamos definir un estilo en tu obra?
En principio, la poesía que yo he escrito siempre estuvo atravesada por la emoción, la sensibilidad y el lirismo, incluso en sus momentos más experimentales, como Conurbano sur o Los fronterantes. De todos modos, siento que, desde Discurso del contador de gusanos, se añade un tono nuevo, más duro, irónico y hasta sarcástico, que antes no estaba. No creo que sea casualidad que este tono aparezca precisamente en el momento en que empecé a escribir prosa poética: la impronta de Rimbaud es allí notable. Por supuesto, esto no significa que renuncié al lirismo y la emoción, sino que se trata de una capa estilística nueva que, posiblemente, entra en tensión con lo lírico y lo sensible, aunque, al mismo tiempo, el contacto entre ambos puede tener como efecto que se intensifiquen mutuamente.
Pienso que el estilo de un escritor se va conformando con diferentes capas en las que sedimentan, se entrecruzan, se reconfiguran y se activan o atenúan elementos de distintas épocas. Tal vez exista algo así como un estilo básico, que se forma en el proceso de constitución de la subjetividad: un magma de ritmo-sentimiento, que casi es la primera manifestación del individuo, entra en contacto con el lenguaje. A él se agregan lentamente los tonos, los estilos, los registros incorporados en los primeros años de escuchas, de lecturas, en los primeros intentos de escritura, las primeras fascinaciones e imitaciones, y también otros elementos provenientes de las hablas familiares y sociales, de experiencias, sentimientos, etc. Sobre esa base trabaja el escritor cuando comienza a definir un estilo más de oficio, que tiene que ver ya con búsquedas propias, con proyectos de escritura que irán definiendo registros, tonos, temáticas, recursos. El trabajo (la lectura consciente, la búsqueda, la experimentación) es fundamental en esta nueva capa estilística y las siguientes: el estilo se configura y se transforma en un campo de prácticas de escritura.
¿Escribís sobre lo que leés? ¿Cómo?
Suelo escribir reflexiones, interpretaciones, comentarios de mis lecturas en cuadernos y libretas. En ellos, también anoto impresiones, ideas y reflexiones relativas al proyecto que estoy desarrollando en ese momento. Son ideas sueltas, en general, que en algún momento pueden integrarse a algo más estructurado. Sin embargo, no deseo llevar adelante un proyecto de crítica literaria ni de reflexión sistemática sobre la literatura. Cuando trabajaba en la universidad, escribía artículos, trabajos académicos y prólogos; pero es algo que ya casi no hago. Al menos por ahora, la escritura literaria ocupa casi todo mi tiempo libre.
En Conurbano Sur hay unos versos que dicen así: “Y la rein, la yuvia, ónde stá, / ánde jue, / con la su su vestidura pálida. / Una yuvia era mucho mucho / sere cayendo”. ¿De dónde viene ese tono?, ¿cómo lo construiste? Por ejemplo Daniel Moyano reflexiona sobre la palabra lluvia y su acústica serrana cuando dice: iuvia, pero aquí el origen pareciera ser otro. ¿Cómo llegás a construir esa voz?
Fue un trabajo de cuatro años, que se inició con el libro inédito Cielorraso & Compañía. El disparador inicial del proceso de escritura fue, como dije antes, lo que escuché en ese momento terrible de los ’90 en el que el gobierno de Menem mandó a implosionar el Albergue Warnes y echó de Plaza Lavalle a los jubilados que estaban haciendo un acampe de protesta: las escenas vistas en esos dos acontecimientos, lo que se decía en los medios, lo que la gente gritaba ante los micrófonos me abrió todo un mundo lingüístico y rítmico. A eso se sumó la experiencia “lenguajera” que yo venía de conocer durante la carrera de Letras (el español antiguo, la poesía en francés, inglés, latín, portugués, etc.) y el haber tenido acceso a la obra de ciertos escritores como Vallejo, Gelman, Thénon, César Bruto, etc. Cuando empecé a trabajar en el proyecto de Cielorraso & Compañía, recuerdo que estaba buscando elaborar un mundo-lenguaje que de golpe se me había abierto como un horizonte de posibilidad. Fue largo, fue difícil, hubo que sostenerlo, trabajarlo día a día, pero también fueron cuatro años de gran felicidad. Y llegó un punto en que fluía, podía improvisar con ese mundo-lenguaje.
Ariel Williams (Trelew, 1967)
Poeta, narrador y crítico literario, residente en Puerto Madryn. Es Licenciado en Letras, y se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacional de La Patagonia. Fue miembro fundador de la revista El Perseguidor e integró el Grupo Literario Verbo Copihue y del CELPAT (Centro de Estudios Literarios de la Patagonia).
Poesía
Cómo se inventa una orfandad (Selección, prólogo y entrevista: Marcelo D. Díaz), CABA, Miño y Dávila, 2024
Los niños de la noche (plaquette), San Carlos de Bariloche, Ediciones Desmesura, 2021
La risa huérfana, CABA, Hilos Editora, 2016
Notas de una sombra, Rada Tilly, Ediciones Espacio Hudson, 2014
Discurso del contador de gusanos, CABA, El Suri Porfiado Ediciones, 2011
Los fronterantes, CABA, El Suri Porfiado Ediciones, 2008
Conurbano Sur, Neuquén, Editorial Limón, 2005
Lomasombra, CABA, Terraza Libros, 2003
Viaje al anverso, Trelew, Ediciones del Desierto, 1997
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