Decadencia
(Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2017)
1
Hubo un árbol,
recuerdo que lo hubo.
Temblábamos por el viento,
el árbol y yo.
No había nada más.
Nadie a mi lado.
La casa lejos
en el tiempo.
¿Qué más decir?
Siete notas son
las que suenan ayer.
No mires atrás.
Fatal aviso,
los ojos en la nuca,
el mal presente
El resto fue seguir.
Primero, la caída
de los sueños
y luego la envidia
que cavó
profundos pozos.
Ni un dios podría
haber detenido
el derrumbe.
Ya empezó el relato,
lo único que se salvó
en el estruendo final.
2
¿Quién te dijo que hables,
Casandra? ¿O acaso mi silencio
te autoriza a derramar
videntes palabras futuras?
Traé más vino,
y cuidado con los ladrillos
no sea cosa que tropieces
y rompas esa botella,
que debe ser la última.
Buscaré entre las limosnas
que recibí hoy
para que compres aguardiente.
Si Agamenón jamás te escuchó,
¿Por qué habría de obedecerte yo?
No lo olvides,
soy un sobreviviente,
el último de la estirpe maldita
el primero en renegar
de los dioses familiares,
el que llenó de gracias
la mesa de los ancestros
Soy el último verdadero,
el mejor de los impostores,
el bastardo que honró
la casa de la gran familia.
No hay destino, Casandra,
solo lo que hacemos.
Es más fácil aceptar esa idea
que afrontar
la ruina y la decadencia
que supimos construir.
No tengo siquiera
el don de la queja:
¿A quién le interesa
escuchar los lamentos
de un derrotado?
No existen los lamentos de Paris
ni de Héctor.
Este mundo no nos corresponde.
Somos los vencidos,
los que probamos el polvo
y jamás podremos aspirar
a otra cosa.
Lo sé, no necesito
que me lo cuentes.
4
Contame un cuento despacito,
susurrálo, ayudame a dormir,
jugá con mi sexo, acuname,
pero no me dejes insomne.
Te lo ruego, no me dejes
librado a la noche cruel
llena de presagios
y voces pasadas
que el viento trae
desde el cementerio,
para que abandone
lo que queda:
la memoria y la palabra.
¿Alguna vez te conté
que fuimos héroes?
¿Que tuvimos otro presente
en ese pasado imposible?
Paseábamos en un auto color sol
sin mirar hacia atrás,
literalmente:
no tenía espejo retrovisor.
un día me caí borracho
sobre el espejo
se rompió
y jamás lo arreglé.
Eso ya hablaba a las claras
de mi desidia, del sabor amargo
de ser héroe por casualidad
y no por decisión o valentía.
El azar nos puso en ese lugar
y lo jugamos
hasta que tuvimos que elegir
y lo hicimos:
mal,
como siempre.
¿Cómo que no hay vino?
Trueca al vecino un lechón
por una botella.
¿Cómo que no hay comida?
¿Ni siquiera pan?
¿Qué hacemos ahora, Casandra?
Solo ves el futuro y el pasado,
jamás el presente.
Pero lo único que tenemos
es presente.
Un tiempo que no transcurre,
que se arrastra día tras día
y no cesa de presentarse igual,
como si fuésemos animales.
¿Lo somos? Dudaba de eso,
pero pienso, luego existo,
entonces soy un animal patético
y aburrido,
indiferente para todo el mundo.
Ey viejo bufarrón,
¿cuál es tu nombre?
Abusaste de mi infancia.
Te quiero recordar para matarte
cuando sepa empuñar un puñal.
Tu final no servirá
más que para recordarle
a tu querida familia
la infamia que fuiste
¡Deleznable fumador
de inocencias ajenas!
Viejo, yo te amé
y no fuiste merecedor,
ni siquiera del recuerdo.
Tu nombre se fue,
seguramente ni lápida tendrás.
Esto lo dije hace muchos años, cuando era inocente.
Una por una se fueron, las palabras.
Es posible que estén escondidas, olvidadas bajo esos ladrillos rojos
que están ahí, al lado de tu cama, entre los platos sucios de tiempo.
6
Decís que esto es el infierno.
Me sorprende
tu falta de imaginación.
7
La primera muerte ocurrió en el río,
con mi primo, queríamos llegar
al horizonte. Pero el río traicionero
creció y no pudimos volver.
Casi ahogados, una presencia,
acaso un ángel, llegó para salvarnos.
Me fui hundiendo lentamente
pero alguien tomó mi mano
y me llevó a la orilla.
Desde el cielo vi mi cuerpo
deshabitado en la arena,
un hombre que me hacía respiración
boca a boca y mamá llorando.
Me alejaba, pero al oír su llanto,
regresé. Nadie puede resistirse
al llanto de una madre.
Ya en mi cuerpo, abrí los ojos,
y la vi sonreír.
Esa fue mi primera resurrección.
*
La segunda muerte ocurrió de noche.
Un dolor en el pecho,
no quise que mis hijos me vieran.
De pronto cesó y me vi dormido,
un hombre de blanco
golpeaba mi tórax.
Mis hijos tenían los ojos rojos.
¿Puede un hombre
soportar el llanto de sus hijos?
Regresé
y fue mi segunda resurrección.
Siempre volví por amor.
17
No supimos ver
lo que pasaba.
Primero fue una gotera,
luego se cayó la mampostería,
una rajadura en la pared.
Todo seguía igual
cuando se cayó la ventana,
el piso se fue hundiendo,
el pozo ciego desbordó
y no quisimos ver
que todo se caía
delante nuestro.
Creímos ser dioses.
No fue así.
Cuando el castillo se desmoronó
tuvimos que huir.
Cada cual por su lado.
Ese fue el sonido final.
El ruido de la decadencia.
23
Te amé al verte, hombre rudo.
¿Podés creer en el amor
a primera vista?
Imagina, por un segundo,
una mujer enamorada
que predice ese futuro
de desgracia que tendrán.
¿Qué hubieses hecho en mi lugar?
Reconoceme valiente, lanzada.
No tuve miedo del futuro que vi,
aposté por el presente
Acepté mi amor y decidí mi ruina.
Por eso estoy junto a vos,
comiendo sobras,
viviendo entre desechos.
No querés oírme, te entiendo.
Eso ya me pasó antes.
En Troya, con Agamenón.
Con otros hombres.
Desafiaban a los dioses.
Se creían valientes.
Eran inconscientes,
ignorantes. Nada más.
28
Odio a los filósofos
del lenguaje
que me arrancaron el ser.
A los que me dejaron
sin absolutos
y no me dieron nada a cambio
A los hombres que se ocuparon
de los asuntos públicos
vendiendo primero nuestras almas
y nuestro futuro, para quedarse
con los mismos denarios de Judas.
A los uniformados
que solo canjeaban
dolor por nada,
muerte por nada,
desapariciones por nada.
Que humillaron
y lastimaron cuerpos indefensos.
Cuerpos tiernos y flacos
y débiles y bellos
y hermosos cuerpos.
Odié a todos.
Las señorías de toga
y alcahuetes funcionarios
que solo miran la paja
en el ojo ajeno,
venales y corruptos.
Y así viví,
con ese odio
hacia los profetas
con sotanas,
y a las monjas silenciosas,
y a casi todo
lo que sea humano,
porque me detesto
y sé lo ruin que podemos ser.
No te preocupes mujer,
no me agito más:
así no será mi muerte,
eso te lo puedo asegurar.
35
Ya no soporto este ruido,
mi querida.
El tiempo pasó.
Estoy cansado, sin fuerzas.
Ni este sucio amor puede
alejarme de las ruinas.
Casandra, vislumbro como vos,
el final que desconozco.
Puedo decir con toda certeza: no fui feliz.
Ricardo Bizzarra (Gonet, La Plata, 1960)
Poeta y narrador, radicado en La Plata, docente especializado en educación de adolescentes y adultos. Estudió Filosofía, Psicología y Dramaturgia. Se ha desempeñado como docente en unidades penales de la Provincia de Buenos Aires. Tiene en preparación un libro sobre la educación en la cárcel. Como escritor, entre otras distinciones, ha recibido Mención de Honor en el concurso de Novela breve “Aurora Venturini” (2011).
Poesía
Reclusa, Buenos Aires, Letra Viva, 2014
Poemas Infames (Historias tumberas), La Plata, Ediciones al Margen 2009
Aleluyar Virtualias, edición de autor, 1986
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