Carlos Barbarito

Adelanto de Radiación de fondo*

 Sobrevive el pájaro…

Sobrevive el pájaro en la rama
y mi mano no lo alcanza. Después,
la noche con su temor y su abalorio
y algún cuerpo ausente en el mundo
y presente, sin abogado, ante el tribunal celeste.
No hay respuesta al llamado de mi boca.
No hay pregunta escondida en la hierba,
sólo un enjambre que vaticina la lluvia;
¿y lo leído como catecismo,
lo escrito en piedra blanda
que el tiempo, supuestamente, endurecería?
Hora tras hora se configura la muerte.
¿A quién besar si la virtud declina,
declina el verbo tras una cortina de nube
y cuanto figura en el agrio evangelio
es apenas notas al pie, aclaraciones?

 

Mi vida fue un error –dijo…

Mi vida fue un error –dijo. Y se arrojó al vacío.
Ese acto postrero, definitivo, ¿rompió el cerrojo?
¿Pasó una esponja húmeda por cada una de las siete heridas?
¿Delineó, con arte angélico, una vía de salida?
¿Dio paso al goce, el fruto rojo bajo una luz blanca?
¿Trajo una espuma duradera, un padre renovado?
¿Detuvo al arpón en pleno vuelo hacia el pez?
¿Repuso la médula, la espalda, la espina?
¿Rehízo el devastado reino del escarabajo y la hormiga?
¿Desafiló el hacha, dio vista al ciego, recuperó salario y jardín?
¿Qué del eterno instante del parto, del unísono coral en viaje?
¿Qué del tributo seminal, del lento masaje en las encías?
¿Qué del vino bebido a pequeños sorbos, junto al fuego?
¿Y el sonido que, desde siempre, engendra?
¿Y el silencio que, desde siempre, acerca el agua a las orillas?

 

¿De qué color…?

¿De qué color es la despedida? La mano
busca en vano una moneda en el bolsillo
y se cortan dos cuerdas, la primera y la última;
en el metal, el óxido trabaja,
y ya nada me recuerda tu mirada
en dirección al aire donde se desbandaban las mariposas.
Adiós. Escribo esta palabra en una mínima madera.
¿De qué color…? ¿Del color de la lluvia,
de la piedra abandonada al costado del camino,
de la hierba dura y seca que ignora
hasta el animal más hambriento?

 

Negada la música…

 A Guillermo Pilía 

Negada la música, el mar se vacía
y un cometa se precipita; el muslo ajeno
queda muy lejos y más lejos todavía, el propio muslo.
¿Qué círculo ahora no elude al compás?
Una luz, supuestamente divina o de magnesio,
ilumina por iluminar el rincón
donde se guarece de la lluvia un animal desnudo y lento.
¿Qué sólido rueda por un plano inclinado?
El dos más dos en la pizarra ya no significa;
a la leche que se derrama acude sólo uno
y ese uno se extravía antes de llegar.
Negada la música, no sobreviven el alma de la madera,
la figura en escorzo, la nutricia telegrafía;
queda apenas un constante deambular de peces por el aire,
pájaros que al huir se precipitan en las aguas.

¿Debo besarte, Tiempo, en la boca?…

¿Debo besarte, Tiempo,  en la boca? A través
de los ventanales se pueden ver tus figuras:
no pausa ni reposo, sí un arrastrarse de materias
que conducen al exilio, un furor de riberas
y un despojo desprovisto de consuelo. Lento
y espeso orinar de una sustancia preciosa,
irremplazable, sobre una tierra desierta
incapaz de fructificar. ¿A qué divinidad
erigir un mínimo altar,
dónde levantar un hogar
si cada instante es un lecho seco,
un humo que el viento lleva
hacia los dominios del hueso y la mica?

 

* Nota del autor.
Los poetas carecen de pudor con respecto a sus vivencias: las explotan
. (Nietzsche, Más allá de bien y del mal, Sección cuarta: Sentencias e interludios, 161)
Cierto amanecer con árboles, nidos y trinos. Un eclipse total de sol, raras sombras de hojas en el suelo. Una tormenta en pleno Mar del Norte, al fondo, entre los olas y la bruma, Rotterdam. Sucedidos, hace largo tiempo, los dos primeros en la infancia. Instantes puros, sí, pero para describirlos –esto lo percibió Virginia Woolf desde temprano– sólo contamos con las palabras para expresar esos raros instantes. Y las palabras –otra vez Virginia Woolf– significan poco para los amantes –que al creer en el amor viven en el mundo real– y nada ante el esfuerzo del caracol que se desliza bajo las nervaduras de una hoja. Contamos con las palabras. Los materiales que usamos para nuestro oficio son las palabras. Y la esperanza, amigos, es fracasar mejor. El querido Guillermo, quien hoy me acompaña,  me dijo alguna vez que los episodios más importantes de nuestra vida no pueden ser contados con palabras. ¿Entonces? ¿Cómo contar esos escasos momentos ante los cuales dependemos pura y exclusivamente de las palabras que tropiezan y caen ante el abrazo de los amantes y la criatura que se desliza gracias a su baba? Lo pensé tantas veces: debajo de la música, de la pintura, muy abajo, este oficio a tientas, cargado de temblores, que naufraga a menudo. Y también me pregunté: ¿tal vez haya una salida en el balbuceo, en el delirio, en lo descabellado? O, quizás, ¿en una nostalgia por un estado supuestamente perdido o una esperanza en un reino supuestamente futuro? Sí, estoy seguro de que hubo momentos puros, unos cuantos, no muchos, en mi vida. Este libro trata de expresarlos con palabras que resultan, en el mejor de los casos, aproximaciones y, en el peor, espejismos. Y, también, de dar cuenta de aquello que –mientras el niño que fui oía con asombro el canto de los pájaros y miraba con más asombro todavía las formas surgidas de la luz del sol en eclipse– acecha, punza, aprieta, raja lo que debiera ser un fugaz pero punto cierto donde se concentran colores, juegos de luz, aleteos, revoloteos… Y todo, repito, con palabras a las que por más que exprima, someta a pruebas, engruese o afine, se quedan cortas, hacen lo que pueden, retroceden  y se resignan.
Otros hablarán de mi poesía. Poco y nada puedo yo ante ella, pero sí desde siempre tengo una sensación al leerla: hay en ella una visible acechanza. Lezama Lima hablaría de Adonai que sale del árbol y cuando intenta regresar, el jabalí se interpone. Yo, más modesto, veo un ave que se propone llegar hasta el polen y algo –visible o invisible, cierto o imaginado– no lo permite. El ave no llega a destino pero tampoco queda fulminada y cae, persiste en su propósito. Mi poesía habla siempre de un intento que alcanzará concreción más adelante, en un futuro cercano o no, en un momento indeterminado. Hasta aquí llego. No avanzo porque no puedo hacerlo. O sí, tomo de Lezama Lima, una idea, que no profundizo por cuestión de propia miseria intelectual: cada poema como laberinto elaborado por la araña a la espera de visitación. Poemas que, en cantidad no grande, para no abusar del lector y su paciencia, conforman un libro que, como todo libro, conforma un poliedro. No de infinitas caras, de algunas varias caras. Cada cara, una interpretación. Ninguna de ellas la definitiva. El poliedro como sólido que se sospecha pero que jamás se presenta a la vista. Hay que conformarse con una sola cara, hablo tanto del lector como de mí. Es más, como autor tal vez debo conformarme con menos todavía. Una idea que en mí resulta de vieja data: el libro soñado, sólido ideal, de cristal y por ello transparente. El Libro perfecto. Este libro, finalmente, como todos, de madera, rústico, al que resulta imposible ver del otro lado.

 


Carlos Barbarito (Pergamino, Pcia de Buenos Aires,  1955)

Es bibliotecario. Su obra publicada hasta el presente incluye libros de poesía y sobre artes plásticas.

Poesía
Poesía quebrada, Buenos Aires, Mano de Obra, 1984
Teatro de lirios, Pergamino, Fundación Alejandro González Gattone, 1985
Éxodos y trenes, Buenos Aires, Último Reino, Buenos Aires, 1987
Páginas del poeta flaco, Buenos Aires, Filofalsía, Buenos Aires, 1988
Caballos y otros poemas, La Plata Hojas de Sudestada, 1990
Parte de entrañas, Buenos Aires, Arché, 1991
Bestiario de amor, Santa Fe, El primer siglo, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 1992
Viga bajo el agua, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1992
Meninas/Desnudo y la máscara, Buenos Aires, Último Reino, 1992
El peso de los días, Buenos Aires, Ediciones Electrónicas Altamira, 1995
La luz y alguna cosa, Buenos Aires, Último Reino, 1998
Desnuda materia, Buenos Aires, Ediciones del Árbol, 1999
Puntos de fuga, Toluca, Colectivo ZonAlta, 2002
La orilla desierta, San José de Costa Rica, Andrómeda, , 2003
Piedra encerrada en piedra, La Plata, Hespérides, 2005
Les minutes quipassent, Foetz, Poietes, 2005
Figuras de ojo y sombras, Donostia, Bermingham Edit., 2006
Música humana y de paramecio, San José de Costa Rica, Colección Manija, 2008
Un fuego bajo un cielo que huye, Tenerife, Baile del Sol, 2009
Cenizas del mediodía, México D.F., Praxis, 2010
Feusous un ciel en fuite (traducción de Patrick Cintas), Le Chasseur Abstrait Éditeur, 2010
Paracelso, Excodra, Barcelona, 2014
Falla en el instante puro, Buenos Aires, Botella al mar, 2016

Otros libros
Acerca de las vanguardias, Arte argentino siglo XX, Buenos Aires, Comisión de Homenaje a Jorge Feinsilber, 1990
Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito, Buenos Aires, Fundación Federico Jorge Klemm Editora, 2001

Links
Poemas. En Letralia / El Placard / Resonancias / Analecta Literaria
Entrevista. En Agulha Revista