Un acontecimiento tan silencioso como formidable ocurrió en las letras argentinas en este año 2025: la publicación de la obra poética de Cesare Pavese, un autor que podríamos reconocer, por así decir, como uno de los nuestros. Poesía completa (Buenos Aires, Barnacle, 2025, edición bilingüe) es el cierre de un trabajo de muchos años. No solo por la dedicación de Jorge Aulicino como traductor, sino por el empeño más o menos constante que significó la incorporación de la obra de Pavese al ámbito literario local, iniciada a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo. Pavese, podría decirse, es el narrador del mito como herramienta de poder; no se trata del relato recreacional, sino de la energía vital que expresa las relaciones extendidas en el tiempo; y que porta en última instancia el grito soterrado del poema. Otro modo de decirlo es que su labor buscó figuraciones literarias personales y culturales que emergieran en la realidad histórica moderna, del escritor moderno. De ahí quiso sacar vida y poesía. La obra de Pavese, el narrador de soledades y de la fuerza de la sangre, de un destino y un conocimiento, tiene en la Argentina un eco particular; según lo ha dicho algún escritor, los argentinos son italianos que hablan español. Esa hiperbólica, jocosa, generalidad tuvo su momento, su vértice real. Pavese contribuye a esta veta del corazón cultural, y nos pone delante una piedra o imagen del poema, con un espesor interrogativo que incluye y sobrepasa el encuadre del relato; que sigue ahí.
Presentamos un artículo de Vanna Andreíni sobre el libro, el prólogo de su traductor, y una breve selección de poemas del volumen. Todo esto dedicado a la memoria de Jorge Aulicino, compañero y amigo, fallecido hace pocos meses, quien afortunadamente alcanzó a ver el resultado magnífico de su oficio de poeta y traductor.
J.V.
*
Pavese: La experiencia melancólica
Por Vanna Andreíni
Un libro, la publicación de un libro de poemas, de un libro de poemas escrito por un autor muerto en 1950, es un milagro, un hecho que de por sí queremos agradecer, más aún si se trata de una traducción hecha por un apasionado de la literatura italiana. La poesía completa de Cesare Pavese, traducida por Jorge Aulicino, es ese libro. ¿Por qué traducir la poesía completa de Pavese hoy?
Una breve ventana en el cielo tranquilo
calma el corazón; alguno ha muerto contento.
Afuera están las plantas y las nubes, la tierra
y también el cielo. Llega aquí arriba el murmullo:
los sonidos de toda la vida.
Quizás sea en estos versos del poema titulado “Poggio Reale”, escrito en 1935 en la cárcel de Torino y luego corregido e incluido en Trabajar cansa, que encontré una respuesta. Fue el primer poema que leí de él cuando, enamorada del Oficio de vivir, al que llegué después de sus novelas, fui a comprar Vita attraverso le lettere. Una ventana se abría sobre su escritura narrativa y epistolar, sobre su diario, una pequeña ventana desde la que me asomé a su poesía. Tímidamente comencé a leer Trabajar cansa.
La colina está tendida y la lluvia la empapa en silencio.
Llueve sobre las casas: la breve ventana
se llenó de un verde más fresco y más desnudo.
La compañera estaba tendida conmigo: la ventana
estaba vacía, nadie miraba, estábamos desnudos.
Su cuerpo secreto camina a esta hora por la calle,
con su paso, pero el ritmo es más blando; la lluvia
desciende con ese paso, tenue y fatigada.
La compañera no ve la muda colina
amodorrada en la humedad: va por la calle
y la gente que la choca no sabe.
(«Después»)
La melancolía de sus versos me envolvió, el paisaje piamontés tiñó las hojas del libro entre mis manos, me encontré entre sus versos y amé la distancia en la que el yo lírico se sumerge apartándose y apartándonos de la realidad cotidiana. Experimenté una profunda extranjería, la extranjería de quien trata de moverse en un mundo ya hecho, un mundo clausurado, cuya visión genera desgano e impotencia, la impotencia de un cuerpo joven tendido sobre la hierba que observa cuerpos ajenos extraños e inaprensibles, que mide el placer en pasos solitarios por el campo, por la ciudad, “siente sólo el empedrado que hicieron otros hombres”.
Hay en la poesía de Pavese incomodidad y distancia, melancolía, tanta melancolía que es capaz de revestir la rabia del vivir en este mundo. Somos extranjeros invitados a mirar por las múltiples ventanas abiertas de sus poemas.
Veo borrarse las colinas
en una niebla gris y todo el verde
de la campiña rojizo y podrido.
No más azul el cielo, no más sol,
ya no vivos sonidos del verano,
sino un tedio frío, grave, que envuelve
todo. Solo, rápido, entre los árboles,
a ratos pasan ráfagas de frío
sacudiendo las frondas esqueléticas.
[30 de septiembre de 1925]
«Retrato de un amigo» es un breve texto que Natalia Ginzburg escribe en Las pequeñas virtudes para recordar a Cesare Pavese. “Se comportaba como un muchacho o como un extranjero”, dice, “en ocasiones estaba muy triste; pero nosotros pensamos, durante mucho tiempo, que se curaría de esta tristeza, cuando se decidiera a hacerse adulto: porque la suya nos parecía una tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y distraída del muchacho que
aún no pisa la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”. La poesía de Pavese tiene esa capacidad, la de sumergirnos en la tristeza del cuerpo adolescente, incómodo, apático, distante y a la vez ávido de vida. Un mundo en el que se vive, pero al que no se pertenece, un mundo siempre visto desde una ventana.
¿Por qué traducir ahora la poesía completa de Pavese? Traducir Pavese hoy, en este momento del país en que las producciones culturales son tan menospreciadas, es un poco preguntarse por el lugar al que hemos llegado, si es que hemos llegado a algún lugar, es mirar nuestro mundo con el sentir incómodo de un adolescente que está presente y ausente al mismo tiempo, que desea, pero no puede más que ver su deseo pasar ante sí, que quiere asir la realidad, pero se le escapa de las manos. Traducir Pavese es un gesto de amor triste e inevitable que agradezco que Jorge Aulicino haya emprendido. Sus traducciones celebran el original, dejan que el italiano resuene cerca del español sin alejarse del lector que puede ir hacia el original, luego de haber leído el poema, y sentir el mismo aliento.
Hace poco leí este poema de Aulicino del libro El Río y otros poemas: 1. // El amigo dice todo está como era entonces / y solo él sabe cómo está, cómo era y cuál es el / entonces. El muelle industrial está callado y lo / golpean ligeramente las olas del río. / La arena está como el año en que Gauguin soñó / los amarillos. Las grúas no son las mismas, / tienen más revoluciones, son electrónicas, / robóticas. El amigo sigue hecho de sal y / de carne. Camina por el borde del agua y su / zapato pisa un charco de agua aceitosa. Barro / industrial, le digo. Se da vuelta. No sé si sonríe. / Ya está oscuro. Un animal alza el vuelo tras las grúas / y le hace fondo. La poesía que decidimos traducir se mete en nuestra vida y por ende en nuestra propia poesía. Al leer este poema sentí el murmullo del Po que cruza Turín y la cubre de niebla, escuché el resonar lejano de los pasos de Pavese acompañando ahora, aquí, en Buenos Aires a su amigo-poeta Jorge y no pude no pensar en todas las tardes de traducción que pasaron juntos.
Un mito hace falta
[Prólogo a Poesía completa, Cesare Pavese]
Por Jorge Aulicino
La colección de poemas de Trabajar cansa, que Cesare Pavese (1908-1950) publicó censurada en 1936, cuando tenía 28 años, es la cumbre de su breve carrera poética, su mejor logro, entendiendo por «logro» aquel espectro de imágenes y palabras que sigue dando vueltas en nuestra memoria a lo largo de los años no importa cuánto consenso o falta de consenso haya al respecto y suscitando pareja emoción. Pero esa colección, reeditada en 1943, fue precedida por muchos poemas borroneados por Pavese en hojas que nunca vieron la luz hasta hace unos años, en Italia, y en cartas a sus amigos. Son poemas en general breves, escritos entre los 15 y los 21 años, en los que apenas asoma la luz de los poemas-relato de 1936. Esto significa que antes de cumplir 30, Pavese logró un giro radical en su incipiente obra y creó el núcleo de toda la obra narrativa que desplegó antes de cumplir 42 y suicidarse. Después de su muerte, Italo Calvino, que ocupó su puesto en la editorial Einaudi, publicó los poemas que Pavese no había incluido en Trabajar cansa. No era difícil identificarlos: los mismos personajes y los mismos escenarios, la misma métrica larga, además del tono monótono y su distanciamiento «viril», logrado con pocos adjetivos y poca intervención del yo conmovido, autorreferencial e intenso que se agitó en los poemas juveniles.
Pavese logró imprimir ese giro radical a su poesía con el expediente simple de desviar la mirada del propio ombligo y de la decadencia de la vida cotidiana y dirigirla al paisaje. Un paisaje en el que pululaba gente movida por dos fuerzas poderosas y a veces antagónicas: el trabajo y el sexo. Además de los poemas descartados de Trabajar cansa, Calvino encontró entre los papeles de Pavese un conjunto de poemas, un libro en ciernes en el que se producía una vuelta al lirismo, al tema del amor y la muerte, de la falsa sensación de que el primero nos exime de la segunda, hasta que el amor asume el rostro mítico de la tierra, de la que venimos y a la que vamos. Aquel conjunto de poemas constituyó Vendrá la muerte y tendrá tu ojos, breves y de métrica corta.
Pavese fue traductor de Walt Whitman y de narradores estadounidenses y se graduó en Letras inglesas —el amor al parecer frustrado por una actriz estadounidense precedió su suicidio—: es posible que allí, en aquella lengua, haya encontrado su «tono viril» que caracteriza toda su obra llena de la luz de las colinas, aun en los momentos de mayor angustia, o en la tragedia. «El escenario lo es todo», diría un famoso escenógrafo.
Sostenidos en sí mismos, los poemas-relato o poemas anécdota o poemas-imagen de pavese no cuentan en detalle una historia colectiva. la historia es en cambio la de personajes que se diría están aislados bajo una misma atmósfera.
una misma imagen de Pavese no cuentan en detalle una historia colectiva. La historia atmósfera. El antecedente general podría ser la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, que no sabemos si Pavese había leído. Hay diferencias estructurales y una similitud general. Masters se había propuesto conscientemente establecer las relaciones entre los personajes sus poemas. Estos eran epitafios y por lo tanto poemas cortos: la vida de cada personaje contada en primera persona y en pocos versos. A la vez, esos epitafios narran las relaciones de los personajes. Masters no solo había trazado las líneas que unían a unos con otros: había querido todos los oficios de un pueblo estadounidense de principios del siglo estuvieran representados (no logró que estuvieran todos, confesó luego). Pavese no tuvo en cuenta detalles de este tipo y sus poemas no son epitafios sino breves narraciones cerradas. Equivalen a cuentos de un mismo volumen, no a capítulos de una novela.
En la segunda edición de Trabajar cansa Pavese agregó, como epílogos, dos ensayos, uno referido a la gestación del libro y sus problemas, el otro referido a un plan futuro. Años más tarde, en el ’43, propuso en otro Del mito, el símbolo y otras cosas, la tarea principal de su literatura: «reducir a claridad los mitos». En su empeño, el hecho constituye una verdad palpable, siendo al mismo tiempo su estructura que se repite —Ulises, el dios cabrón, decenas de Sísifos y Bacos, partidas y regresos—. En suma, lo que haya de vida será lo que haya de mito en cada poema, en cada relato. No fue necesario imaginar escenas sobrenaturales, sino escenas vivas. El mito, como verdad que no necesita demostración y que en cada época florece de manera distinta es, de este modo, vital. Se impone por sí mismo.
Poemas
Frases a la enamorada
Salgo a caminar en silencio con una chica
abordada en la calle, en la avenida, por la tarde,
la avenida llena de árboles y luces.
Es nuestro tercer encuentro.
La chica no puede tomar una decisión, es difícil:
no vamos al café porque odiamos a la multitud.
tampoco al cine, porque la primera vez
fuimos… porque… ya no tenemos que hacerlo más,
si no nos amamos tanto.
……………………………Caminemos así
hasta Po, hasta el puente, miraremos los edificios
de luz que los faroles construyen en el agua.
…..La saciedad de la tercera cita.
Sé tanto de ella como un extraño podría saber,
uno que la besó y la abrazó en una sala oscura,
donde otras parejas oscuras se apretaban
y la orquesta -de un solo piano- tocaba Aída.
……Caminamos por la avenida, entre la gente.
Aquí también hay una orquesta que chilla y canta.
Hace un ruido metálico como los sacudones de los tranvías.
Estrecho a mi compañera y la miro a los ojos:
ella me mira y sonríe.
Sé tanto de ella como siempre he sabido de todos los demás,
quién trabaja, quién está triste y quién, si le preguntan
—quieres morir esta noche?» —diría que sí.
—“Y nuestra aventura?” “Nuestra aventura es diferente,
vamos a romper” (Hay un novio dando vueltas).
Oh mi hermosa niña, yo no soy el compañero de esta noche,
atrevido, que te ganó besándote en la calle
bajo la mirada de un anciano caballero asombrado.
Esta tarde camino pensando en la tristeza,
como tú a veces piensas en que quieres morir.
No es que quiera morir. Ese tiempo ha pasado
y luego, “no nos amamos”. Es la multitud que pasa
que me oprime y me asfixia, y tú también eres la multitud,
que, como todos, caminas a mi lado.
No es que te odie, pequeña —¿podrías pensar eso? —
pero estoy solo y siempre estaré solo.
Aquí está el Po. —“¡Qué hermoso es!… Esta noche es de cristal.
Las columnas de luz… y la curva del muelle:
en la oscuridad casi parece la playa del mar”.
La compañera me habla alegremente y me abraza:
yo también tendré que abrazarla más fuerte en el puente.
Una orquesta lejana nos persigue hasta aquí.
Las colinas están oscuras. “¿Vendrías a las colinas?”
—“No, no a la colina. Está muy lejos. Quedémonos a mirar…”
……En el fondo esta noche ni siquiera quiero tu cuerpo,
ay mi nena hermosa, que también estás viva
para la mano que busca tu flanco.
Sé de ti tanto como siempre he sabido de todos:
que eres ávida bajo el vestido de seda azul,
que trabajas y estás triste y que un día tal vez seas mía,
si vencieras ¿quién sabe? todos los escrúpulos.
……Pero en este momento callo y estoy solo,
como estaré hasta la muerte.
No es orgullo, niña, hace tiempo que lo olvidé
pero no quiero, no quiero que nadie me quite la vida.
—“Está fresco. Mejor nos quedamos”.
—“¿Quieres que salgamos a navegar un poco esta noche?”
—“Pero así no estaremos cerca” —“Pero está oscuro,
nos podemos caer”.
—“¿Qué quieres hacer aquí mirando el aire?”
—“Aquí es hermoso” “Bajemos. Es más hermoso junto
al agua.
Nos darán luz los faroles”. Le hablo, le estrecho
la mano con suavidad y torpemente, le doy un beso rápido
en la mejilla. Desde debajo del sombrerito de fieltro
me mira fijamente
y luego, casi compungida, repite: “Quedémonos a mirar”.
[14 al 10 de agosto de 1930]
Poética
El chico se dio cuenta de que el árbol vive.
Si las tiernas hojas se abren por fuerza
una luz, que rompe despiadada, la dura corteza
debe sufrir bastante. Pero vive en silencio.
Todo el mundo está cubierto de plantas que sufren
en la luz, y no se oye siquiera un suspiro.
Es una tierna luz. El chico no sabe
de dónde viene, se hace de noche: pero cada tronco se eleva
sobre un mágico fondo. Un momento después, está oscuro.
El chico —algunos son chicos
demasiado tiempo— que tenía miedo a la oscuridad
va por la calle y no mira las casas oscurecidas
por el crepúsculo. Inclina la cabeza en escucha
de un recuerdo remoto. En las calles desiertas
como plazas se acumula un grave silencio.
El caminante podría estar solo en un bosque
donde los árboles fueran enormes. La luz
en un temblor enciende los faroles. Las casas
encandiladas se transparentan en el vapor azulino
y el chico alza los ojos. Ese silencio remoto
que oprimía la respiración del caminante ha florecido
en la luz imprevista. Son los árboles antiguos
del chico. Y la luz es el encanto de entonces.
Y comienza, en el diáfano circulo, alguno
a pasar en silencio. Por la calle nadie
revela nunca la pena que muerde la vida.
Va rápido cada uno, como absorto en el paso,
y grandes sombras se bambolean. Tienen rostros surcados
y ojeras dolientes, pero ninguno se queja.
Toda la noche, en la luz azulada,
van como por un bosque entre las casas infinitas.
[septiembre de 1935-1936]
Las maestritas
Mis tierras de viñas, de pequeños ciruelos, de castaños,
donde crecen los frutos que siempre he comido,
—mis buenas colinas— tienen un fruto mejor,
con el que fantaseo y no he vuelto a morder.
Cuando se tienen seis años y se va al campo
sólo en el verano, es mucho si uno logra
escaparse hacia el camino y comer fruta verde
con los muchachones descalzos que pastorean las vacas.
Bajo el cielo de verano, tendidos en los prados,
hablábamos de mujeres entre juego y lucha,
y aquellos otros conocían misterios y misterios
que susurraban burlones en el ocio sagrado.
En el camino frente a la quinta se ven todavía
-los domingos- sombrillas que salen del pueblo;
pero está lejana la quinta y ya no hay muchachos.
Mi hermana tenía entonces veinte. Íbamos siempre
a la terraza a ver las sombrillas,
los vestidos claros de verano, palabras divertidas:
maestritas. Hablaban quizá de libros
que se habían prestado —novelas de amor—
y de bailes, de citas. Las escuchaba inquieto
sin pensar todavía en sus brazos desnudos,
el cabello al sol. Era mi momento
cuando me elegían para guiar al grupo
adonde comer la uva sentados en el piso.
Se burlaban de mí. Una vez me preguntaron
si no tenía novia.
Me fastidié, más bien. Estaba con ellas
para hacerme ver: mostrar que sabía subir a un árbol
para buscar las mejores uvas y salir disparando.
Una vez encontré junto a las vías del tren
a la más esquiva de estas muchachas, de faz algo absorta,
pero de un rubio quemado y que hablaba italiano.
La llamaban Flora. Yo estaba tirándole
piedras a las ruedas de los trenes. Mi amiga me preguntó
si en casa conocían mis hazañas.
Me quedé confundido. Y la pobre Flora me llevó consigo
porque iba —me dijo— a ver a mi hermana.
Era una tarde bella, de las primeras del verano
y por ir un poco a la sombra y llegar más pronto
nos fuimos por los prados. A mi lado, Flora
me preguntaba sobre algo que ya no recuerdo.
Llegamos a un arroyo y yo quise saltarlo:
acabé a medio arroyo, entre la hierba.
Flora se rió en la otra orilla,
se sentó luego y me ordenó que no mirara.
Yo estaba agitado. Oía chapotear
en la corriente, chapotear y me volví de pronto.
Ágil como era y fuerte en su cuerpo escondido,
mi amiga bajaba por la orilla, las piernas desnudas,
deslumbrante. (Flora era rica y no trabajaba.)
Me lo reprochó levemente y se cubrió pronto,
pero reímos al fin y le tendí mi mano.
Caminando de vuelta me sentía muy feliz.
Al volver a casa no fui castigado.
En mi pueblo hay docenas de muchachas como Flora.
Son el fruto más sano de aquellas colinas;
los parientes ricos las mandan a estudiar
y alguna siega en los campos. Tienen rostros morenos
que te miran tan serios y son tan golosos:
señoritas que visten al estilo de la ciudad.
Tienen nombres fantásticos tomados de los libros:
Flora, Lidia, Cordelia, y los racimos de uva,
las hileras de chopos no son más hermosos.
Siempre me imagino a una de ellas diciendo:
Mi sueño es vivir hasta los treinta años
en una casa en lo alto de una colina
golpeada por el viento y dedicarme tan sólo
a las plantas silvestres que nacen allá arriba.
Saben bien qué cosa es la vida: en las escuelas
pasan en medio de todas las miserias,
las cínicas bestialidades de pequeños brutos,
y siempre son jóvenes. De viejas…
pero no quiero imaginarlas viejas; para mí
siempre las tendré frente a mis ojos, mis maestritas,
con bellas sombrillitas, vestidas de claro
—por fondo la colina un poco abrupta y quemada—
mi fruto, el más bueno, que cada año renueva.
[octubre de 1931]
Poggio Reale
Una breve ventana en el cielo tranquilo
calma el corazón; alguno ha muerto contento.
Afuera están las plantas y las nubes, la tierra
y también el cielo. Llega aquí arriba el murmullo:
los sonidos de toda la vida.
………………………………La ventana vacía
no revela que, bajo las plantas, hay colinas
y que un río serpentea, lejos, desnudo.
El agua es límpida como el soplo del viento,
pero nadie se da cuenta.
……………………………….Aparece una nube
sólida y blanca, que se demora en el cuadrado del cielo.
Vislumbra casas azoradas y colinas, cada cosa
que el aire transparenta, ve pájaros perdidos
deslizarse en al aire. Viandantes tranquilos
van a lo largo del río y nadie se percata
de la pequeña nube.
…………………………Ahora está vacío el azul
en la breve ventana: se desploma el chillido
de un pájaro, que rompe el rumor. Aquella nube
quizá toca las plantas o desciende hacia el río.
El hombre tendido en el prado debería sentirla
en la respiración de la hierba. Pero no mueve la vista,
solo la hierba se mueve. Debe de estar muerto.
[15 de septiembre de 1935]
Canción
Las nubes están unidas a la tierra y al viento.
Mientras haya nubes sobre Turín,
será bella la vida. Levanto la cabeza
y un gran juego trascurre allá arriba bajo el sol.
Masas blancas apretadas y el viento que circula
todo azul —las dispersa a veces
y hace con ellas grandes velos impregnados de luz.
Sobre los techos, por miles, las nubes blancas
cubren todo, la multitud, las piedras y el ruido.
Muchas veces, al levantarme, he visto las nubes
transparentadas por el agua límpida de un cuenco.
También los árboles unen el cielo con la tierra.
Las ciudades interminables parecen forestas
donde el cielo se eleva muy alto entre las calles.
Como los árboles vivos sobre el Po, en los torrentes,
así viven los montones de casas en el sol.
También los árboles sufren y mueren bajo las nubes
el hombre sangra y muere —pero canta la alegría
entre la tierra y el cielo, la gran maravilla
de ciudades y forestas. Habrá tiempo mañana
para encerrarse y apretar los dientes. Ahora toda la vida
son las nubes y las plantas y las calles perdidas en el cielo.
[12-20 de diciembre de 1931]
[Selección: Vanna Andreíni – José Villa]
Más textos de Pavese y sobre su obra en las siguientes entradas de op.cit.
Cesare Pavese: Poesía juvenil / Versiones de Jorge Aulicino
Cesare Pavese: Trabajar cansa y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Versiones de Jorge Aulicino
Links
En Club de Traductores
El significado de una obra [fragmento] / Por Jorge Fondebrider
En nuestro país la primera publicación de Pavese fue la novela El diablo en las colinas en 1956 por Juan Goyanarte Editor con traducción de Herman Mario Cueva y Dardo Cúneo. A lo largo de los años se fueron sumando ediciones que abarcan la totalidad de su narrativa, leída en clave política con particular interés en los años setenta. Arte narrativa que influiría grandemente en Ricardo Piglia, Juan José Saer, Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto y a través de ellos a generaciones posteriores. Carlos Fuentes consideraba su literatura como una profunda influencia sobre los autores de la llamada “generación del boom” y modelo del intelectual comprometido.
Como ensayista a partir de la edición en el año 1957 de El oficio de poeta por Ediciones Nueva Visión, dirigida por Edgar Bayley. Una antología de ensayos con selección y traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola que reunía escritos que el autor había publicado en distintos medios gráficos sobre libros, autores y movimientos estéticos, básicamente La literatura norteamericana y dos ensayos incluidos en Trabajar cansa: El oficio de poeta y A propósito de ciertos poemas no escritos todavía que tuvo tal repercusión que debieron realizar varias reediciones. El oficio de vivir – Diario 1935/1950, fundamental en tanto expresión de su pensar y proceder y Diálogos con Leucó donde ahonda de manera magistral en los mitos griegos modernizándolos y dándoles nueva vida, fueron publicados póstumamente.
A partir de la edición por Ediciones Lautaro de Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos de 1961 con traducción y notas de Rodolfo Alonso, será leído también como poeta con creciente entusiasmo –y notable permanencia– por varias generaciones de lectores. Recepción propicia para una poética que por fuera de toda clave romántica o de materialismo burdo trascendía las miradas dicotómicas entre realismo y mito o entre realidad histórica y ficción.
En Nagari (fragmento)
Por Luis Benítez
El sello argentino Barnacle acaba de distribuir, en una muy cuidada edición bilingüe (castellano-italiano), traducida por los destacados especialistas Jorge Aulicino e Isaías Garde, este compendio que abarca desde los textos juveniles hasta los de última factura del gran escritor italiano.
Hay casas editoras atentas a las necesidades de los lectores y este es, una vez más, el caso del pujante sello de la Argentina. Ciertamente, estaba faltando en librerías una obra de esta envergadura y de tan exacta realización, que compendiara en sus páginas la obra lírica del extraordinario poeta italiano.
Como es fácil imaginar, reunir en este volumen bajo el título de Poesía completa (1) la producción de Pavese no fue una tarea fácil y es muy de destacar el esmerado trabajo de Barnacle para reunir las versiones originales en lengua italiana y concretar su más atenta comparación, en una labor encomiable que demandó el contacto con las fuentes europeas directas.
Es el mismo poeta y titular de la casa editora, Alberto Cisnero, quien particulariza acerca de este minucioso trabajo previo, en la Advertencia al lector incluida en la página 9 de Poesía completa: “’Poesía completa’ de Cesare Pavese fue organizada atendiendo al escrúpulo cronológico: en primer lugar se incluyeron los poemas juveniles, escritos durante la tercera década del siglo pasado (que la casa ya había publicado parcialmente) y luego nos atuvimos a confirmar el compendio que realizara Italo Calvino de los poemas éditos e inéditos al momento de la muerte del autor, libro que se daría a la publicidad doce años después del hotel, los barbitúricos y la frase postrera, ecuánime, de aquel domingo fatal y lejano (Calvino intercaló poemas originales no incluidos en el cuerpo de la obra publicada por el propio autor, un único libro en rigor de verdad: Trabajar cansa; y finalmente organizó La tierra y la muerte y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, que llevan el aura de póstumos). Asimismo tuvimos en cuenta el volumen, que suponemos definitivo y que bajo el título Le poesie salió de las máquinas hace menos de un lustro bajo el sello de la editorial Einaudi. También reparamos en que admirar es ya un motivo y es una buena razón en el mundo”.
Respecto de la esmerada traducción a nuestra lengua, es por demás encomiable lo realizado por Jorge Aulicino (1949) en lo que hace a los textos escritos por Pavese en su lengua materna y por Isaías Garde (1961) con aquellos que nos dejó en inglés: I’m all alone (págs. 60-61), To C. from C. (págs. 570-571) y Last blues, to be read some day (págs..590-591, pieza que cierra la compilación).