
El paraíso
Anahí Mallol
Buenos Aires, Caleta Olivia, 2024
Un lenguaje secreto apenas entrevisto
Por Rom Freschi
Si el infierno son los demás, como dijo Sartre, el paraíso es uno, nosotros sin los otros, somos uno. “Une” en la deriva del inclusivo poético y combatiente. Y a rodar entonces el paraíso del sentido. En Sartre, la mirada de eses otres carga el infierno de la vergüenza – aquí diremos que la vergüenza es una fase. Pero en Sartre, esa exposición es el infierno, una habitación cerrada. Propia, sí. Pero llena de otres.
Habrá que resignar lo aprendido sobre el espacio para enfrentar infierno o concretar paraíso, crear “de a ratos este edén”. Habrá que asumir que el espacio es un tiempo, como la tormenta, temporal. “Las siete plagas de Egipto”, “un león junto al capitolio”, y mil presagios del apocalipsis pueden ser combatidos por la memoria del paraíso. Y así sucesivamente.
Porque si el infierno son lxs demás, el paraíso es une. Une que une. En la madre somos une, todes, sin distinción- mamíferxs, solo luego feroces como lobxs de cuento. Hay, como en el inicio de la vida, une sole, sin distinción de cuerpos, une sole –oh sole, oh sole míe.
Esto es, no hay vergüenza, no hay pecado original –antes de la expulsión somos enjambre, manada, pueblo, capullo, útero eterno, mar cavernoso, inmensa bóveda de estrellas, corazón de las cosas.
Anahíma o el corazón de las cosas es un ensayito que escribí hace poco juntando impresiones y conversaciones de otros libros de Anahí. Algo que observaba es que la poesía de Anahí va armando por superposición, las suposiciones con que armamos el mundo, y desplegando los reinos: el vegetal, el mineral y el animal, y revisando los planos de las urbes de los animales políticos y sus lazos sentimentales. Llega siempre a un corazón.
También El paraíso. Noción que podríamos intercambiar, quizás, por la de corazón, “bolsillo secreto” que guarda la felicidad y para guardarla, la oculta. Porque la superposición es aquí la de los cuerpos en un abrazo, y la suposición es lo que guía todo el saber a la hora de pensar cómo es que estamos aquí, quiénes somos, qué es “une” y cómo nos “une”.
El paraíso es un libro de poesía. El lenguaje no llega a rozar algunas cosas pero intenta sin cesar, como un corazón que sigue latiendo, y señala el misterio gozoso de la vida, su alquimia enigmática, la encarnación secreta, su arcano sagrado. En eso religión, filosofía, ciencia y poesía se intersectan inútiles, a menos que se atrevan a alojar la belleza.
La génesis es la cuestión. El Génesis es un libro, entre muchos, como el de Sartre. En el inicio, la palabra. Y el inicio es: “Me gustaría decirte”.
Ese “te” ¿Quién es? ¿Son los hijos? ¿Es la madre? ¿Son los hijos o la madre entes separados? –resuena mi propio libro aquí “¿Somos entes separados?”.
“Como en un cuento” dice Anahí “para siempre jamás”. “Decirte” es concebir el paraíso, del que fuimos expulsados, reitera el libro entero, en sus estribillos y ritornelos de cada día, pero ser expulsado es poder concebir. Es ese sucesivamente, “estar ahí / en la cadena infinita de los ciclos”.
Lo concebido puede llegar a término dado a la luz de un mundo nuevo. Y en este mundo, ese dado de la suerte que es toda vida dada a luz llega a siempre a su término. Así también los trabajos, los deseos, los placeres y los días. Así cada cual en esta especie es capaz de engendrar carne y pensamiento. Tal dualidad puede ser amarga como el café que separa el sueño de la vigilia. Animales y dioses a la vez, concebimos la muerte y así damos paso a la vida, el precio del paraíso parece ser su final, su límite, su contracara. O no, acaso existe la inmortalidad, la eternidad. Para entender la “cadena infinita” de las transformaciones hemos de concebir que el fin es límite sí, pero no final, sino finalidad de una encarnación continua, tan desconocida como incantatoria.
El paraíso es claro. Calor de verano. No de infierno, sino eso cálido que cae del abrazo, sin “ir más allá del ligero escalofrío”. El abrazo es “nido de calor y amor” que logran ser “parte / de tu cuerpo mismo”.
La clave es “juntos”, un regalo, un presente que de a ratos concibe el tiempo. La perspectiva parece ser materna, “el cuerpo que va a ir envejeciendo”, que sobrevivió más veces a la expulsión del paraíso, así como lo ve llenarse de nuevo cada día, hasta que la muerte produzca una nueva forma de existir. Es la que aprende a “amar lo que crece”, a estar unida a esa carne y sus pensamientos, que crecen también.
Ser parte del otre es el paraíso, como cuando las palabras son mágicas. estar “en el amor/como estando en el sentido.” Sin tener que, sin que haga falta. “cada uno un abrazo cada uno/un mundo para el otro los dos el universo todo”.
“Cómo escribir con palabras de este mundo…” se pregunta Alejandra Pizarnik, y Anahí podría completar el poema con “el recuerdo de un tiempo sin lenguaje/ sin órganos ni miembros el recuerdo / musical físico dulcísimo / de las excursiones por ultramar / ultracielo ultratierra / ultramor / de nuestras vidas anteriores”.
¿De qué mundo hablamos entonces? ¿De qué tiempo? ¿De qué vida? ¿De la tuya? ¿De la mía? Es el cosmos como el orden de las estrellas, tiempo de la materia, más allá de lo relativo “entre el animal y el ángel”.
En la combinatoria de palabras, algo del valor de cambio –como siempre– expulsa del paraíso. Pero hay otro valor, un fulgor. Es eso que hace derivar de Mater, la materia. Hay, en la belleza de las palabras y de las búsquedas –como en la de Platón o la de Pitágoras también–, estrellas como luciérnagas y luciérnagas como estrellas, protagonistas de la infancia de la especie y también la de cada cual.
Somos iluministas y románticxs en el viaje de la luz que compone el paraíso, el color blanco es una síntesis que brilla e ilumina el compuesto humano. En cada infancia, un nuevo alfabeto, en cada día, un recuerdo de un sueño, un paraíso, una nueva flor, Novalis, la flor azul, y Astralis, hijo de Enrique de Ofterdingen y Mathilde.
“En el traspaso de la vida”, como cuando nacemos, morimos, y el lugar del hije que alguna vez fue nuestro es el lugar de la madre que alguna vez fue nuestra, la materia misma que mueve el mundo –y sus dioses y sus ídolos–, inmortalizada en el Banquete de la poesía y la escritura curiosa en la que componemos, como si fuéramos notas musicales, un paraíso en el que no hay otres, porque somos universo.
En esa esperanza damos a luz. Sin inocencia, pero en la certeza del paraíso “Quedate acá”:
todo puede ser ahogado con la violencia
pero se aloja
hijo mío
en este abrazo que te doy
que te estoy dando
ahora mismo.
Para Nazareno, Ireneo e Isidoro, por supuesto. La escritura imposible del paraíso se hace tangible como un soplo que sabemos que trasciende la materia. En ese aire, ese aliento, el deseo animal y divino:
que tengas siempre cerca la imagen de este paraíso
y una copa de gozo atesorada
que te acuerdes.
La Plata, 10 de mayo de 2025
Adenda: Si bien no se trata de lazos carnales, los lazos de la poesía, y de la amistad que se da en la poesía, recrean también alguna clase de intimidad con lo divino y en ese sentido estoy agradecida de esta conversación a lo largo y a lo ancho de la poesía. Leer un poema es muchas veces leer algo del alma y conversar con ella. Esos lazos son indelebles, más allá de lo civil, y se graban en la memoria y en el adn simbólico que nos reúne.
Poemas de El Paraíso, de Anahí Mallol
una dimensión nueva del tiempo:
amar lo que se va
lo que cambia en pocos años
desafío del perfumero
conservar el recuerdo de un olor
atesorarlo en la memoria
revivirlo en las narinas
para que estalle en el cerebro
como mi propia molotov
tu olor a paraíso
cada enero
*
por vos sé entonces
de la respiración de mar y cielo
la tierra bullente de hongos gusanos podredumbre
siempre presta a dar nacimiento a algo nuevo
la frescura de los vientos su invasión
a los ojos cansados
por vos
el aire leve entre las alas de una paloma
torcaza o lechuza de los campanarios
una garza que atraviesa nuestro cielo
una mona subtropical en lo alto de un árbol que mira asombrada
las crías ajenas y sus juegos y sus gritos
por vos la hoja que cae del árbol
por vos
la raíz que persiste en su expansión
el pasto
las mariposas de a dos o de a tres alrededor del regador
el colibrí en las mentas
la mano en la mano
y el abanico enorme de las especies sucediéndose chocándose o en armonía
que se abre
para dar lugar a lo grande lo chiquito lo lindo
lo feo en un continuo
me das un lugar ahí
un lugar nuevo
en el traspaso de la vida
en el amasijo de la muerte
los ojos en los ojos
me das
el paraíso
*
Supimos que había un paraíso como supimos
que éramos portadores
de toda magia y todo lo sagrado
si el universo es esta combinación precisa
estos juegos de atracciones y repulsas
como imanes u órbitas lunares
como objetos o animales contenidos en el ámbar de los sueños
por los tiempos de los tiempos
la luz y el rayo que hacen
la unidad de la materia en el color blanco
fusión de todo lo que existe y de la nada
incandescencia y hielo
el poder de las cosas y los elementos
en su mecánica terrestre submarina o alada
que come las distancias a bocados
las ciencias de las hierbas y de los metales en sus sutiles compuestos
para extender y extasiar la vida de los cuerpos
magia del poder de los sonidos
agudos graves y medianos
para tentar la cifra de los dones
inquietar o sosegar el alma y los sentidos
magia sobre todo
el terrible poder de las palabras
para darnos paz o alterarnos
hacernos otros y decirnos
más fuerte que las cosas mismas
encontrarnos extraviarnos discernir
lo que sí y lo que no
de todo esto somos y vamos a seguir siendo
víctimas y maestros
de todo queremos ser
escanciadores matemáticos o
estrategas sutiles
porque todo esto nos fue dado
con el soplo mismo de la vida.
Links
Más sobre El paraíso. En Otra Parte, por L. Llull / La Nación, por Daniel Gigena / Agencia Paco Urondo, por Inés Busquets