
Espiga de los días
Raquel Jaduszliwer
Cáceres, España, Publicaciones Diputación de Cáceres, 2024
Los materiales elegidos
Por Pablo Ananía
𝑆𝑖 𝑙𝑎 𝑝𝑜𝑒𝑠í𝑎 𝑛𝑜 𝑠𝑢𝑟𝑔𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑎 𝑛𝑎𝑡𝑢𝑟𝑎𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝘩𝑜𝑗𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑢𝑛 á𝑟𝑏𝑜𝑙, 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑠𝑢𝑟𝑗𝑎, proponía John Keats en una carta de 1818 cuando apenas había cumplido 22 años. Síntesis perfecta de un pensamiento para sostener el todo o nada de la espontaneidad, su convicción de las conexiones conmovedoras entre el crecimiento orgánico de la naturaleza y la creación poética y su pasión por la imaginación y la percepción sensible como fuerzas originarias.
Para el joven poeta romántico el sentido de la belleza supera cualquier otra consideración, o más bien borra toda consideración. Así piensan y escriben sus contemporáneos y así hasta la actualidad escribe en todo el mundo una más que notable cantidad de escritores basándose en una imaginación desenfrenada algunos, en un paisaje cultural variado otros, dando forma a un romanticismo de la época que les ha tocado vivir y que puede ser trivial o fantástico, conciso como una canción o digresivo y sinuoso como un texto de filosofía: hacen poesía de la crueldad o poesía social, melancólica o tan cómica como lo fuera en su tiempo la épica burlesca del 𝐷𝑜𝑛 𝐽𝑢𝑎𝑛 de Lord Byron o tan cosmológicamente subversiva como 𝐸𝑙 𝑚𝑎𝑡𝑟𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑐𝑖𝑒𝑙𝑜 𝑦 𝑒𝑙 𝑖𝑛𝑓𝑖𝑒𝑟𝑛𝑜 de Blake o tan exquisita en su intención de darle siempre validez a lo supuestamente inmóvil y eterno como en 𝐸𝑠𝑝𝑖𝑔𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑í𝑎𝑠 de Raquel Jaduszliwer…
En todos los buenos poetas, la subjetividad siempre, la pasión, los deseos expuestos en un soneto o una oda con límites precisos, en prosa o con verso libre tan riguroso como prefería componer sus versos Shelley. De esos poemas, al comentar la obra completa de Shelley, dijo alguna vez Alberto Girri algo así como que en toda su obra lírica si se levanta un remolino de polvo arrastrado por un viento impetuoso, por muy confuso que pareciera a simple vista o se desata la más espantosa tormenta provocada por vientos opuestos que levantan las olas, no hay una sola molécula de polvo o de agua que esté colocada al azar, que no tenga su causa suficiente para ocupar el lugar donde se encuentra y que no actúe rigurosamente de la manera en que debe actuar.
Leí todo Shelley varias veces. Tuve con él un largo e intenso diálogo mental. Podría afirmar que escribía como un geómetra: sabía exactamente las diferentes fuerzas que actúan en todos los casos y sabía cuáles son las propiedades de las moléculas que actúan en un momento como deben actuar y no de ninguna otra manera. Tal cual Jaduszliwer: no hay en su último libro una sola acción, una sola palabra, un solo pensamiento, una sola voluntad, una sola pasión que no sea necesaria, que no actúe como debe actuar, que no produzca infaliblemente los efectos que debe producir, según el lugar que ocupan esos agentes del torbellino sensible que la hace vivir, poseedora ella de una inteligencia capaz de comprender y apreciar todas las acciones y reacciones de las formas, las mentes y los cuerpos de quienes en su interior contribuyen al acto de escritura.
Hoy, ahora, como en los momentos cumbre de la poesía clásica, de la renacentista, y más cerca de nuestro tiempo, de la eclosión del espíritu romántico, aparecen poetas en los que se revela una inclinación a lograr el reencuentro mágico del hombre con el espíritu primordial del cosmos, de la naturaleza, posibilitándonos todas las condiciones para restablecer el nexo inteligible con esas otras entes del Universo; es decir, que en orden al sentimiento del mundo impreso en dicha poesía, lo que se trata es de intuir las huellas del sendero perdido que conduce al centro del misterio de la existencia.
Si hay una innovación que se ha convertido en el legado más importante del romanticismo ésta es el predominio entre los géneros poéticos del poema lírico escrito en lengua castellana, narrado o no en primera persona (el yo lírico), a menudo identificado o no con el poeta, atrapado siempre entre la pasión y la razón, que encuentra correspondencias en el entorno natural para el funcionamiento introspectivo del corazón y de la mente. Hay incontables ejemplos en la historia universal de la poesía que dan crédito a esta especie de dictamen:
𝐼𝑛 𝑛𝑜𝑏𝑖𝑙 𝑠𝑎𝑛𝑔𝑢𝑒 𝑣𝑖𝑡𝑎 𝑢𝑚𝑖𝑙𝑒 𝑒 𝑞𝑢𝑒𝑡𝑎,
𝐸𝑑 𝑖𝑛 𝑎𝑙𝑡𝑜 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑙𝑒𝑡𝑡𝑜 𝑢𝑛 𝑝𝑢𝑟𝑜 𝑐𝑜𝑟𝑒
𝐹𝑟𝑢𝑡𝑡𝑜 𝑠𝑒𝑛𝑖𝑙𝑒 𝑖𝑛 𝑠𝑢𝑙 𝑔𝑖𝑜𝑣𝑒𝑛𝑖𝑙 𝑓𝑖𝑏𝑟𝑒,
𝐸 𝑖𝑛 𝑎𝑠𝑝𝑒𝑡𝑡𝑜 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑜𝑠𝑜 𝑎𝑛𝑖𝑚𝑎 𝑙𝑖𝑒𝑡𝑎.
«𝐸𝑛 𝑠𝑎𝑛𝑔𝑟𝑒 𝑛𝑜𝑏𝑙𝑒, 𝑢𝑛𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝘩𝑢𝑚𝑖𝑙𝑑𝑒 𝑦 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑎, / 𝑌 𝑒𝑛 𝑎𝑙𝑡𝑜 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑜, 𝑢𝑛 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧ó𝑛 𝑝𝑢𝑟𝑜; / 𝐹𝑟𝑢𝑡𝑜 𝑚𝑎𝑑𝑢𝑟𝑜 𝑒𝑛 𝑓𝑖𝑏𝑟𝑎 𝑗𝑜𝑣𝑒𝑛, / 𝑌 𝑒𝑛 𝑟𝑜𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑡𝑖𝑣𝑜, 𝑢𝑛 𝑎𝑙𝑚𝑎 𝑎𝑙𝑒𝑔𝑟𝑒» escribía Petrarca. No fue casual que Mary Shelley, compiladora de la Complete Poetical Works of Percy Bysshe Shelley (Project Gutenberg, 2006) eligiera esa estrofa como epígrafe del antológico libro de su amante esposo. Shelley —se sabe— un buen día emigró con ella a Italia donde decidió cambiar de lengua y vivir allí hasta su muerte. Tal vez ninguna otra descripción acierte con esa precisa definición sobre el carácter de vate extraterritorial, como lo denominó Guillermo Siles a él y a muchos de esos poetas (entre los nuestros a Juan Rodolfo Wilcock) que no pudieron renunciar en sus escritos a un “fuera de lugar”, un no lugar propio que también los constituye. No es el caso de Jaduszliwer, claro. Aunque tiene el mismo espíritu romántico: su lugar en el mundo es este aquí y ahora nuestro, este lenguaje nuestro al que vive ella atada, así como 𝘩𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝘩𝑒𝑐𝘩𝑜𝑠 𝑦 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒…
𝑣𝑒𝑠 𝑠𝑒ñ𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝘩𝑢𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠,
𝑟𝑒𝑐𝑜𝑟𝑟𝑖𝑑𝑜𝑠. 𝑅𝑜𝑠𝑡𝑟𝑜𝑠 𝘩𝑢𝑚𝑎𝑛𝑜𝑠 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜𝑠,
𝑡𝑜𝑑𝑜𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑎𝑛𝑖𝑚𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑟 𝑎𝑙𝑙í 𝑝𝑎𝑠𝑎𝑚𝑜𝑠
𝑚𝑖𝑙 𝑣𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑛𝑜𝑠 𝑚𝑒𝑧𝑐𝑙𝑎𝑚𝑜𝑠, 𝑚𝑖𝑙 𝑣𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑛𝑜𝑠 𝘩𝑢𝑛𝑑𝑖𝑚𝑜𝑠
𝑒𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑖𝑔𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜𝑠 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑐𝑒𝑠𝑜𝑟𝑒𝑠.
Temporal y geográficamente como es obvio está muy lejos ella de Petrarca, de Keats, de Shelley o de Rilke, todos ellos tan cercanos en sus propuestas temáticas y una bellísima escritura. Ella, sin duda como ningún otro poeta del lar rioplatense, conectada con ese más allá del pasado formal por su esencial romanticismo, sus tonalidades e intenciones semejantes que afirman la identidad última entre el animal humano y la naturaleza: todo ella es herencia y continuidad de una tradición y un saber aquí casi perdidos, poblada su escritura de signos que sólo esa poeta puede leer porque la analogía es su lenguaje.
Analogía es ritmo, es alegoría, estilo, modo de ser, tono poético. En su poesía se da la relación de conocimiento que hay entre los sentidos y los objetos sensibles, una vinculación semejante a la que se manifiesta entre el entendimiento y los objetos inteligibles. La analogía es la propiedad de la sintaxis que genera la metáfora. En tal sentido es misterio, velo, transformismo, apropiación de una tierra visible que está hecha de cenizas, de fantasmas, de navíos inmensos que alguna vez estuvieron cargados de riqueza e ingeni, pero, a la vez, indicación de la verdad y del bien que atañen a la vida espiritual. Por vía analógica la poesía de Jaduszliwer es música. Pero no sólo sentido musical: sabe también ella marcar como Eliot, como Girri, el tiempo significante, conceptual, para sumarlo a los valores rítmicos, a sus tentativas extremas de forzar el espíritu del lector a que se anime a alterar las condiciones originarias y animales de todas las especies.
Con su compás inventa relaciones, “𝘩𝑎𝑦 𝑢𝑛 𝑣𝑎𝑖𝑣é𝑛 𝑐𝑟𝑒𝑎𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎𝑠 𝑟𝑎𝑚𝑎𝑠 (que) 𝑖𝑛𝑑𝑢𝑐𝑒 𝑎 𝑙𝑎𝑠 𝑎𝑓𝑖𝑛𝑖𝑑𝑎𝑑𝑒𝑠 𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑖𝑣𝑎𝑠». Consciente o no de ello, métrica, ritmo y discurso, analogía y análisis en verso libre le permiten componer el poema. Esas ramas se extienden en el espacio y en el tiempo: 𝑎𝘩𝑜𝑟𝑎 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑜…
𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑢𝑛 𝑐𝑎𝑚𝑝𝑜 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑝𝑖𝑔𝑎𝑠.
𝐿𝑎 𝑛𝑜𝑐𝘩𝑒 𝘩𝑎 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑥𝑡𝑒𝑛𝑠𝑎, 𝑒𝑙 𝑑í𝑎 𝑠𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑖𝑒𝑛𝑧𝑎 𝑎 𝑠í 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑜,
𝑁𝑜𝑠 𝑖𝑛𝑣𝑖𝑡𝑎 𝑎 𝑣𝑜𝑙𝑎𝑟 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑚𝑝𝑜 𝑒𝑠𝑝𝑖𝑔𝑎𝑑𝑜.
𝑆𝑢𝑠 𝑚𝑜𝑙𝑖𝑛𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑛 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑚𝑒𝑡𝑎𝑙.
𝐴𝑙𝑔𝑜 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐𝘩𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑎𝑙𝑐𝑎𝑛𝑧𝑜 𝑎 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑒𝑟.
𝐸𝑠𝑜 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑐𝑒 𝑓𝑒𝑙𝑖𝑧.
Es ella a la vez compositora y concertista. Es una joven Beethoven al piano tocando acordes de acuerdo con su propia invención, sin notas, improvisando quizás horas enteras sobre la base de sus propias ideas, unas veces melódicas y otras armónicas. Es una Beethoven ya compuesta, madura, al piano, tocando la segunda sinfonía en re mayor, opus 26, obra a la vez de una maestra cerebral y sensitiva, que está saldando cuentas con la tradición sinfónica de los románticos, gozando felizmente de un viaje musical sin precedentes construido analógicamente con palabras: es un solo poema esa 𝐸𝑠𝑝𝑖𝑔𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑í𝑎𝑠 que contempla una inmensa e ininterrumpida cadena de causas y efectos, ninguno de las cuales podría ocupar otro lugar del que ocupa ni actuar en otro lugar del que actúa. Es la palabra ‘azar’ aplicada a la materia viva y a la materia inerte que cobran otra vida en la eternidad que la precede y que se continuará más luego, latente o manifiesta, en la eternidad a la que está destinada su obra.
Por su espíritu transformador toda la vida parece estar bajo su dominio: eso es lo que la hace feliz. Como escribiera Shelley… 𝑓𝑒𝑙𝑖𝑐𝑒𝑠 𝑎𝑞𝑢𝑒𝑙𝑙𝑜𝑠 𝑎 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑛𝑒𝑠 [la naturaleza] 𝑛𝑢𝑡𝑟𝑒 𝑠𝑢𝑠 𝑏𝑒𝑛é𝑣𝑜𝑙𝑜𝑠 𝑓𝑎𝑣𝑜𝑟𝑒𝑠; 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑐𝑟𝑒𝑐𝑒 𝑦 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑐𝑒 𝑠𝑖𝑛 𝑙í𝑚𝑖𝑡𝑒𝑠 𝑎 𝑠𝑢 𝑎𝑙𝑟𝑒𝑑𝑒𝑑𝑜𝑟. Ella lo dice aún con mayor transparencia: 𝐺𝑙𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑎𝑡𝑎, 𝑡𝑟𝑖𝑢𝑛𝑓𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑚ú𝑠𝑖𝑐𝑎, / v𝑖𝑐𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑢𝑐𝘩𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 á𝑛𝑔𝑒𝑙.
La poesía como celebración, la poesía como claridad. Esa es una de las frases que le gustaba repetir a Alberto Girri. En algunos pocos encuentros que tuvo con poetas jóvenes (entre ellos Jorge Dorio y quien esto escribe) ya muy avanzada la década de los 80 del siglo pasado, en una de esas ocasiones casi únicas que aceptó acercarse al Café La Paz, Girri elogió sorpresivamente a dos poetas: Norberto Silvetti Paz y Ricardo Molinari, algo alejados de su propio lenguaje pero estilistas agudos, enamorados de las imágenes de alta conexión espiritual y marcada tendencia a la lírica de lo amoroso, sanguíneo Silvetti y delicado en su búsqueda de metáforas Molinari, ambos conscientes de que la claridad es una de las tres cualidades de la expresión poética (precisión y condensación las otras dos) aunque no por ello el poema deba perder profundidad, hondura de significado. Recuerdo más o menos las palabras de Girri cuando amorosamente mencionó cuánto le había conmovido la lectura de algunas obras de Molinari: 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑒𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜 𝑚á𝑔𝑖𝑐𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝘩𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑝í𝑟𝑖𝑡𝑢 𝑝𝑟𝑖𝑚𝑜𝑟𝑑𝑖𝑎𝑙 𝑑𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑠𝑚𝑜𝑠, 𝑝𝑜𝑠𝑖𝑏𝑖𝑙𝑖𝑡á𝑛𝑑𝑜𝑛𝑜𝑠 𝑡𝑜𝑑𝑎𝑠 𝑙𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑖𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑟𝑒𝑠𝑡𝑎𝑏𝑙𝑒𝑐𝑒𝑟 𝑒𝑙 𝑛𝑒𝑥𝑜 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑖𝑔𝑖𝑏𝑙𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠 𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑈𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜. Hoy parece que estuviera comentando el libro de Jaduszliwer. Un poema —nos dijo entonces con otras palabras— es sólo un episodio o un incidente de la vida, ya sea que se tome de la historia o de la leyenda o se tome algo de la vida diaria del escritor… o que haya sido inventado por el propio escritor.
Cuando uno elige como objeto de su quehacer crítico la obra de un poeta y no de otros (de una poeta en este caso que logra invadirme con distintas y contradictorias sensaciones) no puede menos que plantearse dudas: ¿cuál es la verdad en poesía? ¿Qué carácter debe tener mi hermenéutica para juzgar esta obra que parece estar distante de mis elecciones habituales? ¿Alcanzaré a revelar qué me conmueve de lo leído para que otros aborden su lectura? ¿Cómo extraer letra viva, la vida, de un libro? Sin embargo, todo ese cúmulo de cuestiones sin respuesta desaparece cuando se leen las primeras páginas de 𝐸𝑠𝑝𝑖𝑔𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑í𝑎𝑠: estoy frente a una obra de arte. Observo atónito que las palabras han elevado templos, maravillosas súplicas de piedra, un edificio poético magníficamente significativo que es a la vez un agente de transmutación, de alteración de la materia.
Quiero utilizar aquí una palabra que es un lugar común, que ha sido utilizada y recontrautilizada hasta dejarla exánime, inane: ‘artista’. Como decía Octavio Paz todo aquél que transforma la materia prima (colores, metales, palabras, aves o piedras) realiza una operación transmutadora que les permite a los materiales elegidos abandonar el mundo ciego de la naturaleza para ingresar en el de las obras, es decir, en el de las significaciones. Le faltó agregar que para ser llamado ‘artista’ ese ser debe exigirse a sí mismo otra operación: alcanzar hasta extremos inaccesibles para el común de las personas los polos de lo sensitivo, del sentimiento, sin que la terrible prueba destruya los hilos de la razón.
𝐺𝑜𝑐𝑒 𝑑𝑒𝑙 𝘩𝑢𝑛𝑑𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 —llamará a ese fenómeno Jaduszliwer— del que sólo se conserva 𝑢𝑛 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝘩𝑖𝑒𝑟𝑏𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑠𝑚𝑖𝑔𝑟𝑎.
El alma tensa del lector a punto de vivir en el instante mismo de lo que no existe: ¿se la oye? Hay música de fondo. ¿Hay realmente otro mundo? ¿𝑄𝑢𝑖é𝑛 𝘩𝑎𝑦 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑟𝑢𝑖𝑛𝑎𝑠? ¿𝑄𝑢𝑖é𝑛 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑜𝑛𝑑𝑒? ¿𝐻𝑎𝑦 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑎𝘩í? ¿Y quién es esa poeta que parece haber hallado el espíritu del espíritu? ¿Se percibe su retrato en la letra impresa? ¿Compositora, concertista? ¿Poeta? Artista. Busco en el libro el texto que revele su estatura, su fisonomía, su voz, su aliento, su aspecto real, su respiración, la figura humana que simbolice ese espíritu que se convierte en música. Sólo puedo imaginar que tiene el ‘𝑝𝘩𝑖𝑠𝑖𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑢 𝑟𝑜𝑙’ de su poema -𝑑𝑒 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑝𝑎𝑙𝑎𝑏𝑟𝑎𝑠 𝑎𝑢𝑛 𝑛𝑜 𝑒𝑟𝑎𝑛 𝑝𝑎𝑙𝑎𝑏𝑟𝑎𝑠- tibieza del cuerpo, letra viva, aroma de tiempo, gusto de la tierra espigada y bellísima.
Poemas de Espiga de los días (XXVII Premio de Poesía Flor de Jara, 2024)
Entonces supe:
abierto quiere decir herida abierta.
La herida es una puerta abierta.
El corazón se corta a corazón abierto.
El río se abre al mar.
El yacimiento se cava a cielo abierto:
cavamos y cavamos. No hay forma de llegar
hasta la roca viva.
*
Hipnotizados por la Historia,
sí que nos abrumaba el peso de la historia.
Así hemos sido hechos:
para los cinerarios, para los cementerios,
para ser monumentos, recordatorios vivos.
Pero eso fue hace tiempo.
¿Quién hay entre las ruinas?, ¿quién responde?
¿Hay alguien ahí?
*
Ensartarás palabras, pero al hueso,
al núcleo duro y a la roca viva nunca llegarás.
La superficie de una lengua extranjera
es tu morada. Allá te quedarás.
Honrarás al poeta celebrante
que en el mito del héroe
toca fondo.
*
Brota la música justo a la entrada de la luz.
Allí se está, por donde pasan trenes.
Vagones y vagones. Cargados pasan. Veo una mano así,
agitándose, una cabeza así, agitada, despertada de un sueño.
Ese sonido musical avanza como una locomotora, despierta
las miradas hacia el lugar donde trabaja la memoria.
La música ahora sube, orienta un movimiento. Hacia allá,
hacia allá, dicen todas las cosas. No es aquí, no es aquí,
dicen las cosas, nuestra presencia es pura negatividad.
Sólo una flecha somos.
Esa música brota
justo a la entrada de la luz.
*
Sí, a derecha y a izquierda cada cosa corría
pero en verdad todo estaba muy quieto:
realidades que parecían sucederse, no sucedían
-atadas a los alambrados que bordean los rieles,
lo que se recorría era un interior, era todo por dentro.
Por fuera, el sol estaba inmóvil como lo demás:
casas, casillas, alguien saludando lejos con una mano
estática.
Interminable transcurría la enredadera en primer plano,
casi junto a la vía.
Mareaba, cómo mareaba el torbellino de la inmovilidad.
*
Con las últimas lluvias, el cielo se ha lavado.
Se ve todo. De aquí hasta allá, todo lo veo.
Veo a mi padre. Es joven, aún no ha sido padre.
Plantado como un árbol, se distingue del resto.
Es único, por eso es que lo elijo. A mi madre
el lugar no le alcanza, tan extensa es.
Yo estoy adentro de su concavidad, sin embargo,
puedo verla porque puedo ver todo.
Aun lo que está lejos lo veo, reflejado en el aire
y en el agua brillante.
Sí, se hace poco probable la idea de imposible
cuando todo es tan diáfano.
Se me ocurre que ha llegado el momento
de pedir tres deseos.
*
GOTTES ZEIT IST DIE ALLERBESTE ZEIT
Sólo el aire a través de la caña y por sus agujeros
que fueron una vez primitivos y trinos y más tarde
catedral resonando según acción humana
más fuerte que la muerte.
Sólo el aire a través de la flauta y sus derivaciones
encuentra las palabras en la respiración para decir
que el tiempo de Dios es el mejor momento.
Gloria de la cantata, triunfo de la música,
victoria para el canto que lucha con el ángel.
Links
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