Feedlot
Javier Quintá
Córdoba, Bardos, 2021
El camino que nos condujo hasta el pesebre
Por Leandro Llull
Marcadamente generacional, Feedlot nos imbrica en su relato del mismo modo en que mezcla sueños con recuerdos, recuerdos con reflexiones, reflexiones con años, años con meses, meses con notas, armando un escamado que brilla ante nosotros como el lomo de un pez. Una época late entre estos poemas, no por evocar el transcurso del tiempo o la entrada a la madurez, sino por abordar un momento muy concreto que vincula a su voz protagonista con una porción de historia y la entrada al redil del trabajo.
«Y esa primera renuncia fue también mi primer dolor / porque no se ama sino el tiempo que se renuncia a vivir» nos dice el poema inicial que, precisamente, se titula «2001». A partir de ahí, la voz se dedicará a constatar los empozamientos que atravesará el cuerpo, nos conducirá por toda una serie actividades laborales que solo aspiran a la supervivencia. Las figuras del repartidor, el docente practicante, el vendedor, el corrector, el librero, el editor, el pintor, el jardinero, ya fuere por, como dijimos, hambre o mero placer, serán máscaras que el yo se coloque para entender el desastre y su desastre, y a la vez, el testimonio de esa dimisión a la vida para ingresar a la sobrevida.
El lirismo de estos poemas, por más ácido o desafectado que se presente en un principio, porta debajo de sus pátinas de humor y de saturación una ternura propia de las criaturas escudadas bajo sus caparazones. En «¿Dónde estás en la foto?», se nos confiesa que «donde sonrío / yo digo huérfano / vos decís dueño / y me invitás a verme. // Mirá bien, decís. / Esto también va a pasar. / ¿Qué es esto? / No sé», y la fragilidad del tono deja a la vista la carga de dolor que urge en cada palabra dicha, más allá de que en el poema campee cierto aire de superación.
Así, el raconto de los días que, acumulados, resultaron el hoy desde donde se mira hacia atrás, se engama de vertientes que van y vienen del pasado a través del sueño, del recuerdo y la escritura. Las anotaciones telefónicas que se intercalan con los acontecimientos y los episodios oníricos parecieran resumir ese movimiento fractal al operar como el registro de algo que será oído por su propio autor, devenido otro a través el tiempo. Ese atisbo hacia lo vivenciado inaugura precisamente la noción de época y de etapa, como si los hechos de una existencia debieran esperar a ese repaso para cobrar sentido.
La fuerza que vibra en el espectro del pasado se articula con la sensación del ahora, y aquel adolescente arrojado al mundo después de ser engordado por la chatarra de una cultura del descarte a principios de los 2000 encuentra su reflejo en los alumnos que él mismo alimenta a través de idénticos contenidos: «A Borges / Gabriela Mistral le parecía un fake / un mal paso en la literatura / es solo un nombre digo yo / el nombre de una escuela / una servilleta doblada / lista para arder en la pira / porque hoy es viernes / San Juan / Eh, profe, ¿se va con los guachos? / soy mis cenizas / este auto a toda velocidad que / no paga peaje / quién podría cobrarme este trago».
Aunque lo quisiéramos, la pregunta por quién o qué es lo que se nutre en el feedlot no termina de responderse nunca. Algo, en el fondo, crece, se ensancha, se adecua a las necesidades del sistema y solo podemos hacérnoslo sentir para poder, cada tanto, alzar la cabeza del pesebre y contemplar a la distancia el camino que nos condujo hasta él. Sin embargo, se trata de un pesimismo liberador. A la manera benjamiana, busca la comprobación de la derrota como punto de partida para aquello que no se sabe si vendrá: «me pide upa / una rana / el cielo / la cola de un caballo / contamos los escalones / son muchos, pá / ya falta menos, digo».
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