Liliana Porter es una artista argentina nacida en Buenos Aires, en 1941, y radicada en Nueva York desde 1964, que podría ser considerada dentro del arte conceptual o post-conceptual. Su obra incluye grabados, dibujos, pinturas, instalaciones, objetos inanimados, proyectos de arte público, fotografía, films y videoarte, juguetes, muñecos, figuritas y obras sobre tela.
Galería y nota: Marcelo Leites
A los 12 años ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, donde fue formada, como también, después, en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Asistió al taller de grabado de la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova dirigida en ese período por el grabador Fernando López Anaya, quien fue junto a Ana María Moncalvo, sus maestros de grabado. Por todo eso, Porter, afrma que «la Argentina me dio las bases culturales que me definen: desde el idioma hasta una manera particular de percibir la realidad”. Más la influencia familiar: “Mi padre, Julio Porter, era escritor y director de cine, teatro y radio; mi madre, Margarita Galetar, poeta y grabadora”.
«Los temas recurrentes de mi obra parten de reflexiones acerca de la representación, del concepto del tiempo y de ese espacio ambiguo entre lo que llamamos real y las imágenes. En los últimos años, casi sin darme cuenta, ha ingresado a mis obras un variado elenco de protagonistas que son objetos ‘inanimados’: pequeñas figuras, adornos, cosas encontradas en mercados de pulgas, que actúan dentro un espacio monocromo y vacío, en un tiempo no lineal, mas abarcador. Creo que mi obra es toda igual, aunque en otra época fuera más expresionista. La repetición, la dualidad son temas inagotables porque no se resuelven. Si encontráramos el sentido de la vida se acabarían el arte, la filosofía. Parto de la base de no entender de qué se trata e intento llegar a un acuerdo con la realidad; la conciencia del límite ambiguo que existe entre lo que llamamos realidad y lo que llamamos representación: me interesa ese espacio que hay entre la palabra y la cosa, entre la cosa y nosotros.»
De 1958 a 1961 vivió en la ciudad de México, donde estudió con el colombiano Guillermo Silva Santamaría y con el artista alemán Mathias Goeritz en la Universidad Iberoamericana y en el Taller de La Ciudadela. Fue en México también donde presentó sus primeras exposiciones. En 1964, estudió en el Pratt Graphic Art Center, de Nueva York, donde reside desde entonces. Al año siguiente –junto a Luis Camnitzer, su esposo, y José Guillermo Castillo– fundó el New York Graphic Workshop, taller de grabado y centro de operaciones clave para el desarrollo del arte conceptual. Ha sido profesora del Queens College, en la Universidad de Nueva York, entre 1991 y 2007, donde también se desempeñó como directora del Departamento de Grabado. Actualmente, trabaja en su taller de Rhinebeck, en el valle del río Hudson, cerca de Nueva York: “Es un viejo granero de dos pisos, en medio de un jardín maravilloso rodeado de árboles y visitado por ardillas, venados, pájaros, pavos salvajes y hasta algún zorro, lugar que me devuelve en algún sentido a la casa de mi infancia, en el barrio bonaerense de Florida”.
«A mí francamente me tiene sin cuidado si el hecho de ser latinoamericana beneficia o perjudica mi visibilidad personal. No estoy preocupada por eso. Lo que sí me interesa es tratar de ser cada vez más clara en mi obra y con mis propuestas, y si logro contribuir en algo o generar en alguien (latinoamericano o no) algún nuevo pensamiento me consideraré afortunada. El contexto dibuja transitoriamente nuestras apariencias. Yo soy muy consciente de esto. Nadie es esencialmente local o extranjero, joven o viejo, lindo o feo. El contexto va produciendo metamorfosis en las percepciones y en las apariencias. Para mí lo importante es ser coherente conmigo misma y también saber establecer una relación positiva y feliz con “el otro”. ¡Ah! Y eso del arte “internacional” es un invento que en el presente, por lo menos, no existe. A menos que uno piense que el mundo está constituido por solo un puñadito de países que son los que salen en las revistas.»
En el ensayo “A contratiempo”, sobre la instalación de Liliana Porter “El hombre con el hacha y otras situaciones breves” (2013), que acompaña el catálogo de la exposición que Liliana Porter realizó en el mismo año, en el Malba, Graciela Speranza escribe: «El tiempo de Porter es definitivamente otro, más flexible y más incierto que el de Stephen Hawking, un tiempo en el que es posible destruir y a la vez componer, optar por una alternativa sin perder las otras, oír el diálogo de un pingüino con un salero, alumbrar a un hombre con un hacha y también a un jardinero que riega sus plantas en medio del desastre. Es el ambiguo tiempo del arte, que se parece al de la esperanza y al del olvido. Para que el hombre del hacha destruya, Porter, en la dirección inversa del tiempo, compone pieza a pieza los pedazos, reconstruye. El suyo es un tiempo más flexible y más incierto, en el que es posible destruir y a la vez componer, optar por una alternativa sin perder las otras, alumbrar a un hombre con un hacha y también a un jardinero que riega sus plantas en medio del desastre».
Con sus diálogos insólitos, sus reconstrucciones y sus trabajos forzados, Liliana Porter altera la cronología de la historia. Su historia del tiempo se ha vuelto todavía más sinuosa en El hombre con el hacha y otras situaciones breves, su instalación más ambiciosa hasta la fecha, retrospectiva sui generis de la obra anterior, suma poética, que convoca y a la vez destruye su micromundo, en el aquí y ahora de un tiempo y un espacio esta vez a gran escala.
Liliana Porter participó de la creación del Museo Imaginario Latinoamericano, que se caracterizó por no tener paredes. Además, fue cofundadora y profesora de grabado del Studio Camnitzer-Porter en Lucca (Italia). En 1980 ganó la beca Guggenheim, una de las primeras en su carrera. Expuso individualmente en lugares tan diversos como la galería Mor-Charpentier de París, la Baginski Gallery de Lisboa, la galería Luciana Brito de San Pablo, la Carrie Secrist Gallery de Chicago, Espacio Mínimo de Madrid, Galleria Valentina Bonomo de Roma, Galería del Paseo de Montevideo, entre muchas otras.
«Hay una obra sobre tela que hice en el 90 que se llama The Witness y que incluye un pequeño estante de madera adherido a la tela, sobre el cual hay una barrita de óleo-pastel anaranjado. Una parte importante de la obra es un garabato en la tela dibujado con esta misma barrita antes de adherirla al estante. En 1993, mientras la obra estaba expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en la exposición Latin American Artists of the XX Century, vino un “vándalo”, despegó la barrita de óleo-pastel del estante y se mandó un verdadero garabato encima de la tela. Fue un incidente que las autoridades del museo hicieron todo lo posible para que no se hiciera público. Cuando me llamaron para que lo viera y decida las medidas a tomar respecto al cuadro y al coleccionista (Jorge Helft), me di cuenta de que el garabato del desconocido era mucho más espontáneo, más violento y más cerca de mi intención inicial que el que yo había logrado producir en su momento, y decidí que la obra estaba ahora mucho mejor, que el desconocido había, de hecho, perfeccionado la obra. Así que la volví a firmar en el reverso y se le informó al coleccionista que su obra iba a ser devuelta en mejores condiciones que cuando fue prestada para la exposición.»