La muerte pasa a darnos su mejor noche*
Selección de Valeria Cervero
Segismundo y origen
(o Canción de la torre del sueño)
Allá en el fondo hay un hombre que tiembla
la vida es sueño –dice; y pasa una sombra
enamorada de la negrura que la envuelve
acaso para arrastrarnos al fondo de los días.
–esto es un manotazo; el miedo alumbra
como una lámpara–.
Segismundo contempla en un muro blanco
la desnudez de su despojo
el idioma que en la oscuridad se inventa
para hacer desesperación:
dijimos la ausencia para saber del martirio
para aprenderlo
para no olvidar nunca cómo se muere
de las palabras del abandono
Apartado sobre la atrocidad
a Lucas
El niño dice tiempo y le sangra la boca
grita como queriendo arrancar de golpe
el gesto muerto de un dolor
demasiado inútil
la columna torcida de sostener
el peso de otros años
unas manos donde nadie espera
para la terrible ceremonia de mirarlo caer
no debería el miedo caminar descalzo
un paso y otro a la intemperie,
descenso transversal al agujero de los días.
el niño dice tiempo y le sangra la boca
un romperse contra toda luna
contra toda intensidad
Canción de la torre del sueño
I
La palabra es un río por donde llorar la vida,
inclinar el cuerpo, posar las manos en la cara
hacer diluvio:
el miedo es hermoso cuando no sabe ser,
atroz como un poema buscándose en la palabra
como una blasfemia en la boca de dios.
II
Escribo el derrumbe, todavía,
esa suerte de carne temblando desnuda
por si viene la noche
a susurrarnos lo indecible
III
la noche susurra las palabras de la vigilia
la noche sabe que en la noche
se tiembla o se duerme pero siempre de frío
y siempre sin sueño:
cuando es alba los hombres avanzan.
Los hombres abren paso a los brazos
de la silueta que los espera al borde
de una noche más azul,
más noche, todavía.
IV
En marcha. Los hombres van en marcha
a los brazos de la ausencia
amantes del fracaso, héroes de toda furia
los hombres avanzan como alistándose
para caer una vez más
a orillas del milagro
Canción para enternecer la muerte
El ardor.
Así duele cuando existe, como si la muerte
nos hubiera concedido este lugar del que venimos
o al que vamos, poco importa. –sin para qué
sin para dónde, incluso, como quien busca una puerta
donde no cabe tiempo ni cerradura–.
Se acerca una mujer con voz de sepulcro
a decirme las palabras del ardor, una distancia
simétrica entre el hombre y el cuerpo que lo habita,
un poema sin descanso donde a mí me tienen lejos.
Abro la boca y le ofrendo mi nombre con la misma
furia o miedo con que se ampara al vómito:
empujar del fondo la desgracia, darla al mundo
y siempre de golpe.
Podría decirse que aún en la urgencia el tiempo
se deja parar pero escúchame
mi amor,
hay que desvestirse cuando la muerte pasa a darnos
su mejor noche,
Ya aprendiste:
el dolor es lo desnudo adentrándose en el río
las nupcias imposibles que se ingenia la flor
con la luz que le da vida.
Uso mis manos para no escribir y sin embargo
amar toda esta luz que me deshace y me puebla.
Me hice como supe. Como si afuera de los dedos
la vida no pasara, ni siquiera la caída:
palabra es prolongación de lo que tiembla
* Nota del autor.
La arquitectura del cómo. Creo en los poemas que abren preguntas, no en aquellos que buscan respuestas. No me interesa que todos lean mi conclusión sobre el mundo, sino que compartan mi asombro por la simpleza. La poesía está a nuestro alcance para mostrarnos siempre que somos demasiado pequeños para este mundo, para enseñarnos que las palabras nunca podrán alcanzar el tuétano de las cosas. Mis poemas existen en retazos, notas de voz, capturas de pantalla, notas al margen de las Rivadavia todos los días en el Colegio. Admiro a quienes se sientan a escribir, es algo que no sé hacer. Como si se tratara de la Costurera de Aira busco hilar: la belleza existe cuando la realidad cotidiana aprende a sorprendernos. Esto es la poética, y ahí reside, en definitiva, el ejercicio de la poesía: detenernos a mirar.
No tengo ritos de escritura. Soy una persona muy irregular. Me gustaría escribir más, pero no puedo. Nunca trabajo poemas solitarios, siempre nacen en series. A veces es una imagen, otros poemas, una frase. Vuelvo siempre a los lugares seguros donde sé que algo nuevo voy a encontrar. Ése poema de Olga que me sé de memoria, un corto de Švankmajer, una novela de Duras, una fotografía de Duane Michaells.
Parto siempre de una idea a la que le sigue otra, y otra. Escribo en mi notebook. Valéry sostiene que la única obligación del poeta es ser contemporáneo a su época. Todavía busco el punto medio entre la lírica y la tecnología que me circunda. El reto de mi escritura es tratar de encontrar ese equilibrio. Tenemos que dejar –de una vez por todas– de preguntarnos el por qué y el para qué del arte en general. Quien se hace estas preguntas no está interesado en la poesía sino en sus límites. La pasión más grande de Walter Benjamin no era llegar al fondo de las cosas sino a su ausencia. De esta forma la fotografía logra capturar lo que estaba allí pero ya no. El poema es también una reproducción del verbo y, por ende, está obligada a perder su esencia primera. Terminar mi primer libro fue sentir que había hecho todo mal. Entonces me acuerdo de Duras: estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro. No sé ni qué ni cómo escribo cuando escribo. Poesía es todo aquello que no tengo, y siempre algo va a faltar.
Pablo Romero (Concepción, Tucumán, 1999)
Sus poemas han aparecido en numerosos medios digitales e impresos de América Latina y España. Lleva a cabo diversos proyectos editoriales que consisten en la difusión de poetas de su misma generación. Dirigió durante un año la revista de poesía Por Qué Tiemblan y compiló junto a la poeta Rosa Berbel la antología Orillas, una muestra de poesía joven argentino-española. Su primer libro, Días de Babel, fue editado en México por Stillnes & Blood Press, y será próximamente reeditado en Argentina por la editorial Buena Vista.
Links
Blog de autor. Retrato Incendiario
Poemas de Pablo Romero. En La Ficción del Olvido / Digo-Palabra-TXT
Entrevista y poemas. En Vallejo & Co.