Los caminos del bosque
Todos nosotros conocemos
un camino como este en el bosque.
En la tierra húmeda, las flores.
En la senda, los pies que esperan
revelaciones de la senda.
Zumba insidioso el tábano,
crujen las hojas bajo el viento y la liebre
y este camino es todos los caminos.
El amante y el héroe
duermen a su costado,
la hechicera lo cubre de prodigios,
los turistas registran cada fibra de hierba,
cada lagarto al sol como un milagro
preso en la remota geografía del sueño.
Tantas veces recorrimos paisajes similares.
La vista no deja de tropezarse con los astros
nunca.
Los astros no dejan de parecerse al deseo
nunca.
Por los ríos de sangre y en la sangre del río
corre la savia de una hoja naciente
en la guirnalda de los universos.
Para los dioses esta es la eterna primavera
y el absoluto invierno,
pero aquí, entre los hombres,
en los tristes y extraordinarios parajes de los hombres,
en las inocentes y estúpidas escenas de los hombres,
no hay danza que no obtenga su corona en el silencio.
Tan aterrador es el silencio,
tan resplandeciente,
tan sacro. En verdad el camino es silencioso.
A su sombra desfilan la rata y la serpiente,
la princesa, el bandido, el comerciante,
hasta perderse en la espesura
bajo el nombre de rocas, pájaros, maleza.
Así atraviesa el bosque
el corazón del bosque y se contempla.
La cena de los monstruos
Esa noche vinieron los monstruos a buscarme.
Les destrocé la tráquea y los fui amontonando
en un trance salvaje en la cocina.
Afilé las cuchillas, despellejé los cuerpos
y herví su carne en grandes ollas grises.
Por las habitaciones circulaba un aroma
siniestro y delicioso. Sobre un mantel a cuadros
con cubiertos de plata los devoré en silencio
y fueron agridulces los bocados, lo juro,
algunos tenían sabor a viaje y a trofeo y a brote,
otros a grillos muertos y teatros vacíos
y todo lo comí, como si no hubiera
otro pan en el mundo.
Porque acaso no haya otro pan en el mundo
que los monstruos.
Algo sabrán las hojas
viene rugiendo el tigre de los cielos
en plena tarde
en pleno pueblo
cantan los yuyos el arrorró del mar
y es el telón voraz de la inminencia
el horizonte entero
algo sabrán las hojas si así bailan
hay almas en el viento
los perros las escuchan
y declaman su cruel sabiduría
ramas y moscas, cenizas y carteles
se precipitan hacia orillas distantes
maderas sueltas golpean las ventanas
nunca ha sido tan ella misma la calle
como ahora, desierta y desvestida
nunca ha entendido tanto
el hombre como en andas del clímax de la vida
en la gran existencia
del más desnudo amor y desconsuelo
del glaciar y la selva y la montaña
y el colmillo inquietante de la muerte
¿será la muerte
será la libertad
lo que busca el follaje en la tormenta?
¿hacia dónde avanzo estremecida
por la lima paciente de los días?
¿qué me reservan los años migratorios?
aquí dejo las uñas
allá el pelo
más allá la sentencia que el perfecto ermitaño jamás dice
a cada piel, adioses
a cada dios, apóstatas
de todo axioma habremos de abjurar
de todo desprendernos
aprender de la hoja
que culmina su viaje solitaria
aprender del abismo y de su hambre
no hay frutos verdaderos en el jardín del tiempo
tan solo encarnación
absorber en el nervio los recuerdos
los bancos de la infancia
las caricias salobres del amante
la pulsación mental de las pantallas
la sombra de los cardos en la tierra
vibra la carne estelar como un cristal
que ha logrado
olvidarse del cristal
todos los disfraces habrá de probarse el universo
y arrojarlos al fuego
como yo arrojo estas palabras viejas
para cambiar de forma y consumarme
N. del E. Selección: Valeria Cervero.
Links
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