En la música vamos
Andi Nachón
Buenos Aires
Bajo La Luna
2019
448 pp.
Por Leandro Llull
En la música vamos nos acerca la totalidad del trabajo poético publicado de Andi Nachón hasta la fecha (Siam, W.A.R.S.A.W.A., Taiga, Goa, Plaza Real, 36 movimientos hasta, Volumen I, La III Guerra Mundial y, el último y homónimo, En la música vamos). En primer lugar, con el correr de las páginas se advierte que, mutando para permanecer, diversos rasgos han persistido en su obra: el apego sonoro de la frase (intercalando encabalgamientos suaves y abruptos); el elidir de la puntuación para la obtención de la imagen en la amalgama de sintagmas; un tono piadoso y sereno, grácil; la mirada extrañada del viaje, aún en lo doméstico y lo cotidiano; la esperanza como vocación de la melodía; la fragilidad del cuerpo en sí mismo y ante los otros; la mixtura de un imaginario y una paleta abigarrados, que van desde la escena del hogar a la visualidad del rock, el animé o el fantasy; la biografía fugada en el verso; el espejo del yo lírico que alza los ojos al entorno, a lo social.
Rastreemos esto leyendo un fragmento de «Ángel trash», poema de Siam (1990): dilata el roce / la chancha que / crece la / carne es / sangre / flesh de viola en / la cúspide / riff y golpe / laten crack / manda y registra / bombeo / la sangre la / chancha / blood / la vida. Luego, «Madrugada en la avenida», un texto de Plaza Real (2004): un chico, no más // seis o siete años / repite perfecto aquel / ademán del malabar con botellas / vacías / de agua mineral. Niño // en medio de la calle / día / insinuado en la frontera de esa / nuestra avenida más / ancha para el mundo. Alza las villa / vicencio contra el cielo, hace el gesto // vacío de atajar. Y ahora uno de La III Guerra Mundial (2013): Que en mis peores pesadillas seas vos // manchado de sangre a mis pies / solamente vos frente a quien // yo me rindo. Que en esas / las peores noches todavía / seas vos a quien busco / infinitamente ahí // rendido a mis pies.
Como vemos, se trata entonces de recursos y fuentes devenidos organicidades de la voz. Una voz que, por cierto, resulta fácilmente reconocible en la poesía argentina, incluso cuando libro a libro vaya espiralándose sobre su propio eje lírico. Lo importante, por lo tanto, no es la capacidad, la riqueza estilística que a primera vista surgen ante el lector, sino la presencia que poema por poema Andi Nachón ha insistido en hacer aparecer: el cuerpo que vibra en el canto.
Porque si hay algo que caracteriza la lectura de esta obra es la sensación de estar percibiendo que, al otro lado de la —valga la referencia a Paul Celan— reja del lenguaje, un cuerpo nos hace señas desde su debilidad, su flaqueza, su finitud. Es notorio que, a lo largo de ya más de treinta años de labor, la frescura de ese anuncio, ese descubrimiento no cese. Así, en estos poemas, la música es evento, puro acontecer de la carne. Ello ocurre aunque se cante (o se baile) desde el yo, desde el vos, la tercera o el impersonal. Sucede una y otra vez, y siempre distinta, aún reconociéndose tal gesto.
Por lo tanto, no es casual que el título del último libro sea En la música vamos, leitmotiv que ya había hecho su aparición formal en «Madre: rayo de luz», poema de Volumen I (2010): Dejá que tu cuerpo vaya en la música cuando afuera / reverbera el viento su rugido a través de las casuarinas / y el gallo canta: solamente 80 minutos / del centro tu otra vida. A estas horas // dejarías la disco rumbo a algún kiosco / pomelo: botellita de vidrio y caminata / hacia el taxi que te regresa a casa. Rimbombante // este viento de la madrugada resuena cada superficie / en la crecida su beat continuo finalmente / dos maneras apenas de salirte de vos / perderte / a través de las mareas que desarman y te exceden. Ya // cuando estalla afuera el alba, si digo yo / quién habla.
Este último texto nos da pie para enfatizar el rasgo quizá más saliente de toda esta poética, y que arriba no enumeramos: la apertura de un espacio del lenguaje al que acceden al unísono el vos y el yo. Decimos esto en tanto la preponderancia del diálogo es constante desde el primer al último texto. A veces, la segunda persona ingresa a modo especular, otras como máscara o como destinataria de una reflexión o un relato, pero siempre para trazar un vínculo, lograr un puente. Y por más que la voz se dirija a sí misma, este enlace constituye su punto de apoyo, su lugar verdadero.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de un espacio de acceso conjunto? Tal vez a una zona en la que ni la segunda ni la primera persona ingresen tal cual son, sino proyectadas de sí como espectros, hologramas que pueden fundirse. Una real intimidad. El si digo yo / quién habla que citamos más arriba es la prueba del desdoblamiento y de la entrada, en el poema, a un punto de encuentro distinto al de la comunicación, para sobrepasar las sentencias “En mi casa / uno es carne, dos / siempre algo / que no llega” y “De las incontables pantallas / que conducen a mí / habrás pasado una / tal vez dos”, quebrando su desilusión. El poema sería así un sitio de entrecruce de aquella parte del vos y del yo que, en su fragilidad y su falta, realmente desean fundirse, sean o no en la enunciación la misma o distintas personas, y decir “quién / te hace el otro cuando llama” mientras se celebra “esto que aparece / entre las personas mientras bailan”.
Párrafo aparte merece el último libro, ya que corona la ambivalencia del vos y el yo a través de la figura de la niña/hija (todo tan rato tan / no yo) y la apuesta a una gran expansión musical de la voz (aumentando la ya desplegada en Plaza Real), como si esos crecimientos estuvieran implicados uno en el otro: esa que fui, creía / los dioses no existían y ahora / toca tu piel y toca / algo más que el universo. En consecuencia, poemas como «Largos permanecen los tallos en tus manos…» y «Unas llaves levantadas en el aire…» extreman las posibilidades formales de la búsqueda sostenida por la poeta y, a modo coral o pictórico, superponen sus capas sonoras y figurativas unas sobre otras hasta lograr un equilibrio y una profundidad esplendorosos.
En definitiva, por encima de todas sus cualidades y capacidades técnicas, En la música vamos nos convoca desde su singularidad al hacernos oír de principio a fin la existencia del cuerpo en la voz y, al mismo tiempo, al introducirnos con ella a esa dimensión donde el vos y el yo ya no se distinguen (ni siquiera a través de la inmanencia), concretando, una y otra vez, la fusión esperanzadora que llamamos poema.
de Goa
digimon
Y a veces
te encontrás en el espejo y a pesar
del mechón erizado
ves a esa
mujer que fue tu madre
atrapada en el reflejo.
de Plaza Real
Santa Lucía: Hospital de ojos
– Santa Lucía, déjanos ver. – Aquí donde esperamos todos
mientras afuera sigue febrero, su luz brillante y restan más
de cincuenta números antes, aquí, Santa
permítenos en la espera – a mí, a los otros– cierta dignidad en bordes
poco limpios inhóspitos
rincones éstos de la pública
salud y heridas
por trabajos varios, soldadoras o astilla
que es vidrio en tu ojo. Permítenos sí
ver claro cómo
esto alcanzaría para todos. A la espera con números
imposibles del cien al dos
diez cuánto
habrá más que esperar para ver? Alcanza con el verde
pleno de febrero y alcanza para más
éste estar acá. Guardia
médica en filas iguales: mi orzuelo y el pañuelo
sangrante del hombre viejo. Son de fajina
sus pantalones y uniforme, aquí
donde también él
tendrá sus sueños cuando espera y vos
al lado le tendés otro pañuelo. – ¿Es rojo
esto que veo? ¿Tiene el dolor
algún color?– “Santa Lucía, que estás aquí
hecha por nosotros – para nos– los que en fila
esperamos qué salvación: déjanos ver un probable
tiempo para todos
donde también este penar
tenga su sitio sin apostar al empuje
del otro para hacer lugar.” Y hay algo
definitivo de barco hundido aunque alcance
el gesto alcanza, decinos vos Lucía, para en el otro
ser nosotros y así
la luz completa de febrero
no se opaque ni se sostenga más
esa regla del pobre
para otro pobre aplastar. Acá, donde parches hablan miradas
cuando no estamos ahí
donde queríamos llegar. Qué, Santa Lucía, nos podrá ya
justificar. Lavandina más espadol, el alfajor que la nena
come inquieta en un rincón. Ciento
sesenta y ocho escrito en digitales rojos, suspiros
de la impaciencia al fastidio porque nada
logra a veces ligar en dolor, ni siquiera
cierta redención. – Pero estalla afuera esta mañana
única de febrero, cualquier posible
caminata al sol, el mismo aquí, en esa
clínica privada siempre aséptica y no
la salud no se paga
no debiera negociarse eso: nuestra debilidad ante los cielos.– Santa
Lucía Santa, recuérdanos que nosotros
y los otros igual moriremos. Y alcanza
con alcanzarnos unos a otros debiera, Lucía
ser suficiente aunque la madre
da un bofetón a la nena, en esta calma chicha
tan parecida a sala previa
del huracán que borre toda
espera pero no. Vos
aquí ayúdanos a ver, no el ojo emparchado de la nena
sino que a ver
vinimos aquí lucía: solamente a vernos, los unos
en los otros ya que éste
espacio alcanzaría para todos
cuando casi esa mano
del hombre herido sobre el hombro
blando de su chica alcanza
también estas entrañas, Lucía aquí
vos despierta con nosotros.
de En la música vamos
Esto es la verdad. Esperaron de pie sobre las piedras bajo una leve nevada y escucharon el tintineo argentino de millares de llaves al ser sacudidas, al abrir el aire, en los tiempos de érase una vez que eran.
Úrsula Le Guinn
Unas llaves levantadas en el aire entrechocan: su sonido mínimo
se amplifica al ir de una mano a la otra, crece en olas, se mueve y casi
lo llena todo. Riego las plantas esta madrugada y tus llaves
Úrsula querida, irrumpen como relámpago, su canto
de una mano hacia la otra acá, aunque estoy yo sola, vos
también a mi lado: como ayer en la estación Inclán, eterna
la espera del subte en hora pico, puro fastidio y de pronto
en susurro apareció el cantito
de cancha irreverente pasó del tarareo
a presencia compartida en súbita potencia, algo
tan parecido a la unión, querida amiga, tus llaves
en esta fin del mundo también retumban, hacen este resquicio y yo
desde mi lugar elijo y lo llamo
posibilidad. Ahora que tengo la edad
de mi madre cuando enloqueció
riego las plantas de madrugada mientras mi hija duerme calma
esta noche cerrada que a mí
me mantiene desvelada. Si dijera la verdad diría miedo
en días inclementes. Un estado de cosas, vos consolarías
puede parecer eterno pero no
el derecho divino lo fue y cayó: tanto tiempo, tanta vida
hicieron esa caída y yo
no quiero a mi hija de escalón
para despeñar este horror. No sonrías de costado amiga
alzo llaves cucharones, picas y palas, desde mi
economía de subsistencia afirmo: si no se baila no será
esta mi revolución. Pero sé muy bien lo digo
con la panza llena y a cobijo, Úrsula, cómo se desmonta
la creencia errada cómo se ganan
fuerzas para la revuelta sin ser cordero
sin ser león. Conciliación obligatoria esta madrugada
no hay dragones naves ni palabra sagrada: sólo una mujer
riega en desvelo sus plantas. Sé que entenderías estos giros
cuando enciendo el cigarrillo y sin darme cuenta
aparece en mí el cantito, esta llave en diapasón
libertaria abre resquicios. Pasará
también esto va a pasar: pido una plaza llena donde haya lugar
para mí, mis desvelos de corto alcance y el horizonte
abierto de mi hija. Fraternidad sea el lema que traiga
de la mano a lo demás, como quien dice yo
libre y hermanada en la otredad. Una plaza en alto con sus llaves
donde cada quien se sepa igual, su mismo
kit de minucias avala toda existencia todas
estas ansias nos llevan, vos lo sabés
lo sabías y esperabas, entonces tus llaves suenan
Úrsula querida, están acá.
Links
Reseñas. «Días rescatados…», por M. Nosotti / «En la música…», por L. Caleta
Entrevista. En p/12, por I. Romero